LA IDOLATRADA VÍCTIMA.
Por: adriano numa
Besada, abofeteada, acosada, humillada, enamorada, redentora o redimida, puritana o corruptible, manantial de lágrimas u oleaje apasionado; Marga López (1924) nutrió el melodrama mexicano en más de 82 películas y, a través de sus ojos, varias generaciones atisbaron en el alma humana. En esta filmografía queda hilvanada la maduración de su talento y belleza física. Los suspiros de quienes soñaron con o por ella, se volvieron una salva de aplausos en pie la noche del estreno de Al final del camino.

Escrita por
Manuel López Ramos, hermano de la eximia actriz, esta obra-homenaje constituye una inmersión en la nostalgia por un tiempo que el cine nacional capturó y coronó como su periodo de mayor esplendor. El monólogo retrata a una exdiva en supuesta ruina económica, que intenta salvar su hogar. Este pretexto sirve para recorrer la trayectoria profesional de la propia Marga López, quien se interpreta a sí misma para revelar el otro lado del glamour y la dolce vita que suele atribuirse a las grandes estrellas.

El lado oscuro de la luna asoma y nos divierte entristeciendo. Si bien
Doña Marga López ha sido columna vertebral del melodrama en blanco y negro, también es cierto que sabe ser una comediante a todo color. Esta faceta fue poco explotada en la obra, ¡lástima! Eligieron transitar mayormente por el camino más desgastado, el de las lágrimas de cocodrilo.

Coco Potenza invoca con su bandoneón a la gran estrella y el público se entrega a Marga antes del primer parlamento. La tecnología multimedia permite que Pedro Infante, Arturo de Córdoba, Blanca Estela Pavón, Silvia Pinal y Carmen Montejo compartan escena con recuerdos, magia y poesía.

A través de un sencillo, pero funcional concepto de la escenógrafa
Adriana Beatty, Marga López pasea y dialoga con sus memorias evocando momentos afortunados de entre lo mejor de sus películas. Quizá el mejor de los marcos para estos recuentos sea aquél de la imagen translúcida donde, a través de una gran foto de Marga, las luces descubren al bandoneonista.

Dirigido por
Otto Sirgo, este montaje también incurre en desaciertos al rehusar a las ventajas de la elipsis. La obra se vuelve larga, cansina. Lo que en la actualidad parece constituir característica recurrente en los espectáculos teatrales, se acentúa en esta ocasión por tratarse de un monólogo. Aun con la excepcional memoria de Marga López, bien se pudieron haber suprimido algunos textos que ya se recitaban desde la pantalla. Esta edición hubiera beneficiado la agilidad del discurso escénico e impedido el desgaste físico de la intérprete, quien demostró poseer una condición física envidiable.

Honestamente, pocas obras –inclusive fílmicas- consiguen con multitud de resortes dramáticos mantener la atención de la audiencia durante dos horas. Para quienes la realidad nos resulta ya suficientemente melodramática, los filtros de comedia son indispensables en la interpretación de los hechos.

La desventaja de los homenajes mexicanos reside en la solemnidad de los mismos; una mayor perspectiva lúdica no hubiera desmerecido la figura ni el tributo. No dudo que esta obra tenga un merecido éxito y que la temporada se prolongue; sin embargo, uno sale del teatro con un ligero olor a reciclaje de naftalina.
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Columna publicada de esta obra