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A partir de la película de Leonard Gershe, Butterflies are free (1972), Pedro Damián traduce, adapta dirige y produce Las mariposas son libres, ¿Sabes... cómo amar? Aunque no se trata de la primera versión teatral que se exhibe en México, este producto escénico se diferencia de los otros montajes por su marcado lenguaje televisivo. Ahora las mariposas contemplan su libertad tras las barras cromáticas.
Los medios de expresión artística suelen alimentarse entre sí; finalmente todos son vasos comunicantes de la creación humana. Esta práctica se vuelve nociva cuando uno de ellos anula al otro o transgrede sus limitaciones. Vayamos a un ejemplo concreto: En la televisión es posible manipular el audio y mandar a segundo plano los acordes musicales que apuntalan una escena. En este montaje que, además abusa de este recurso sonoro, algunos diálogos medulares quedan sepultados bajo las “musiquitas decorativas”. Si la televisión recurre a estos acentos es porque la atención del público puede estar dispersa en tareas cotidianas, pero en teatro la cercanía entre los espectadores y el equipo actoral hace prescindible esta clase de recursos; es más, merman el efecto dramático y transmutan su esencia.
La escenógrafa Mirsa Paz realiza un trabajo habilidoso y de singular perspectiva, que no se conformó con recrear el ser cinematográfico de la cinta que dio pie a esta puesta. La iluminación de Juliana Faesler juega un importante rol en este espectáculo ya que, además de redondear el espíritu de la escenografía, genera ambientes y matices a la altura del prestigio que le precede.
El diseño sonoro, además de las muletillas musicales y una que otra interferencia de los walkie talkies de los comandos de producción, contempla el apoyo de micrófonos ambientales, lo que se antoja innecesario al considerar que no se trata de una comedia musical y que la acústica natural del Teatro Libanés es proporcionalmente óptima a su capacidad de butacas. El error de esta inclusión se vuelve evidente cuando los actores se alejan del perímetro de estos micrófonos y el público recibe una calidad muy distinta de audio.
En terrenos histriónicos Mauricio Islas logra, con sobrado margen a su favor, desterrar el prejuicio habitual sobre los actores de televisión. Su disciplina escénica sorprende gratamente: Mesura y compenetración con su personaje son las claves de su desempeño. El programa de mano omite la circunstancia personal de su rol y, en apego a éste, no abundaré en el grado de dificultad interpretativa que se requiere para llevarlo a buen término. Baste con decir que Mauricio Islas no es, ni por asomo, un figurín plástico e improvisado, sino un actor comprometido y en constante mejora.
Ana Layevska desgrana su mejor disposición para dar vida a Jill y, pese al evidente esfuerzo, su personaje no rebasa las fronteras de lo convencional. En su contra operan textos forzados a ser chiste, con la máscara de inserciones de “modernidad”. Un cronómetro impiadoso urge a esta joven actriz, persiguiéndola por todas las escenas. Me atrevo a teclear que si se abreviaran los textos de Jill, Ana Layevska podría lucir mejores dotes interpretativas. Claro, previo tirón de orejas por su recurrente acento fresoide.
Blanca Sánchez, a quien el público recibe con una emotiva salva de aplausos, no pudo evitar con todas sus tablas buscar “la cámara tres”: Algunos de sus movimientos le hablan a la lente y seducen al close-up. Blanca sabe cómo capturar a su presa y quizá esta actitud no sea del todo inconsciente. El público celebra cada texto suyo y el intercambio más logrado, en términos de agudeza verbal, lo consigue con Ana Layevska.
En resumen, Las mariposas son libres... ¿Sabes cómo amar?, es una obra tan larga como su título, un espectáculo complaciente que, gracias a la intervención divina, no recurre a la vulgaridad extrema ni a los desnudos (ésos sí de moda) para atraer a un público más interesado en el entretenimiento que en el azote emocional. Mariposas de limitada sustancia y bajas en calorías literarias. |
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