MÁS QUE UNA BELLA DAMA.
Por: adriano numa

La obra Pigmalión, del prolífico dramaturgo irlandés
George Bernard Shaw (1856-1950), ha experimentado una decantación afortunada tanto en el cine como en el teatro musical ya que cada uno de sus frutos ha ganado la categoría de clásico imprescindible. En la versión mexicana de Mi bella dama, tanto la punzante crítica de Shaw a la sociedad inglesa de principios del siglo pasado como la estructura de sus personajes permanecen inalterablemente sugestivas para el espectador, gracias al escritor Marco Villafán, quien adaptó al español el libreto y letras de Alan Jay Lerner.

Esta historia se ubica en el Londres de 1912, demanda más de 30 actores en escena y sus respectivos cambios de vestuario, músicos en vivo, diversas escenografías y varios números coreográficos. Vista desde este ángulo, la tarea para producir Mi bella dama, se antoja titánica. El equipo de profesionales, convocado por
Biosphera Entertainment, ha consolidado un montaje envidiable; agotado el esmero por cada área, la suma de ellas resulta una sinfonía preciosista.

El director de escena,
Alejandro Orive, ha sorteado los vados del cliché con extremo colmillo; debutantes y consagrados armonizan fresca, puntualmente. El marco escenográfico de Óscar Acosta, respira sin rebuscamientos o sobrecarga, resuelto con temprana habilidad encarna asimismo una halagüeña promesa. La dirección musical, coros y arreglos del Maestro Jorge Neri, refrendan el prestigio que le precede tanto como obligan al aplauso sostenido. Relevantes logros también en el Diseño de vestuario, la coreografía y el diseño sonoro.

En materia actoral, la presencia de
Olivia Bucio constituye todo un banquete: Vitalidad, sobrado talento, voz, experiencia, carisma y entraña teatral. Esta señora de la escena se roba en un solo puño la noche y los corazones de la audiencia. Su interpretación de Eliza Doolittle  -mesurada, entrañable- fortalece la creciente reputación de los musicales en México.

Alejandro Tomassi pone en juego todo su poder de seducción; sus limitaciones como cantante han sido subsanadas por la experiencia y el temple de su capacidad histriónica. A este montaje lo engalanan también grandes actores como Miguel Palmer e Irma Dorantes, ambos aquí deliciosos e imprescindibles.

Si usted no está familiarizado con la anécdota de
Mi bella dama, ni pertenece al club de admiradores de Audrey Hepburn, pero gusta de las historias de amor o el buen teatro musical, es tiempo de acudir al Teatro Insurgentes a conseguir su boleto. La frescura de este montaje lo hace apto para todas las audiencias. Parece que en este nuevo siglo el romanticismo retorna imperioso. Que así sea.
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