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Desde el amanecer de la conciencia humana, el hombre se ha visto en la necesidad de categorizar el mundo que lo rodea. Esta curiosidad natural que le ha permitido relacionarse con, transformar y destruir su entorno, ha parido prodigios como la ciencia y las artes, pero también ha nutrido en él un nefasto delirio de divinidad.
Al reconocerse pensante, este hermoso mamífero se autonombró dueño y señor del planeta que lo cobija, de esta pervertida visión como especie, se han derivado sangrientas batallas entre grupos por ceñir el cetro de “la divinidad entre las divinidades”. La hoguera, la guillotina y el paredón -entre muchas otras aportaciones de este Dios vertebrado- han recibido a quienes osan contradecir la verdad incuestionable que comparten un puñado de dioses.
La mortífera y siniestra confabulación se reduce a un par de inocentes letras: ES. Nada es, nada puede ser algo de modo absoluto, muchas verdades secretas subyacen en cada entidad, objeto o energía del entorno.
Esta coyuntura dislocó las neuronas de los biólogos que intentaron clasificar al ornitorrinco la primera vez que se toparon con él: “¿Se trata de un mamífero, de un reptil o de un ave...?”. “Preferían pensar que no existe”... Esta circunstancia que bien podría figurar en los anales de “Aunque usted no lo crea”, sirve como punto de partida para que Humberto Robles, autor de El ornitorrinco, establezca un envidiable paralelismo entre los naturalistas del siglo XVII y la arbitrariedad de los dioses flatulentos que declararon la heterosexualidad y monogamia como la senda sagrada y única para ejercer el erotismo vinculado a los genitales humanos.
El valor mayor de esta obra reside en su ánimo genuino, en su divorcio a muerte del afán pedagógico u homosexualizante que empaña otros trabajos del género. El respeto a la diversidad otra desde la diversidad satanizada constituye, a nivel personal, uno de los ejercicios más saludables que he presenciado en los años recientes.
Un arsenal de razones continúa la batalla que ha costado y sigue demandando vidas humanas... Para no estar dotado de raciocinio ni habla inteligible para el ser humano, el ornitorrinco encarna más sabiduría de la que nuestra especie ha podido asimilar. |
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