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Los espacios teatrales de la Unidad Artística y Cultural del Bosque han sido renovados. Para celebrar estas mejoras arrancaron once temporadas de una selección de obras por demás halagüeña. En el Teatro Orientación de este conjunto, se estrenó la obra de Sabina Berman, Feliz nuevo siglo Doktor Freud. La expectativa por este acontecimiento casi valió los avatares generados por la omisión mayor de los remodeladores: Inventar lugares de estacionamiento.
Superado el traumático arribo, los primeros textos de la obra auguraban una deliciosa recompensa. Ingenuamente llegué a pensar que el talento de la osada dramaturga terminaría por desenmascarar las obsesiones misóginas de Freud. Detallaré. Inicialmente se percibió que, a partir del caso Dora, se pretendía mostrar a Freud. De este modo se justificaba que los detalles de la paciente se diluyeran para pormenorizar al analista. Lo que perdió congruencia fue que se desdibujara al verdadero Freud en aras de una cuasi comedia amordazada que, además, incluyó complacencias de mal gusto. Si bien Sabina rebasa los parámetros de lo común en la dramaturgia nacional y ha escrito materiales impecables como Entre Villa y una mujer desnuda, también es cierto que esta ocasión no tocó el verdadero fondo que, como mujer contemporánea y psicóloga debió encarar frontalmente.
Ricardo Blume, Juan Carlos Beyer, Enrique Singer, Marina de Tavira y Lisa Owen dan vida escénica al texto de Sabina donde, insisto, de un modo superficial se desvela una de las obsesiones más erráticas de Freud: la envidia del pene. Sabina exhibe con ligereza una de las piedras angulares para la misoginia institucionalizada. Si bien las mujeres perdieron desde el inicio de la Creación -al surgir bíblicamente de la costilla de Adán- el descrédito científico otorgado por Freud (1856-1939) consolidó un marco de referencia inobjetable para quienes deseaban odiar a sus madres, esposas o resto de las mujeres en su entorno.
Basada en El caso Dora de Sigmund Freud, esta versión casi traspapela la homosexualidad femenina de la paciente, así como su controvertida violación, en aras de enfatizar la perspectiva del doctor -que, por cierto, nunca la curó- y los conflictos que éste encara al tratar a la hija de un amigo cercano...
Nadie mejor que Ricardo Blume para encarnar al padre del psicoanálisis. La experiencia mesurada y sabiduría histriónica de Blume, logran penetrar y hacer accesible este personaje. Con este actor hasta se antoja querer al obsesivo austriaco. Y conste que, para esta obra, el personaje se retrató casi tan carismático como el Dr. Chapatín.
Lisa Owen trasciende la triple tarea encomendada para compartirse plena. A la belleza y talento de Marina de Tavira, sólo podría reprochársele una intermitente pérdida de sonoridad en la voz; algunos parlamentos no los escuchó ni el vecino de tres filas hacia delante. Este hecho debiera imputársele a la dirección de Sandra Félix, quien probablemen incluyó el desnudo de Mariana que, aunque bello, resulta un pegote complaciente e innecesario.
Toda la magia vertida por la escenografía e iluminación de Philippe Amand encuentra eco estético en el diseño sonoro de Mauricio García Lozano, así como en la escenofonía de Rodolfo Sánchez Alvarado. Bella concepción que, inevitablemente, recuerda el trabajo del mismo Amand para la obra Interiores. Las adaptaciones hechas al Teatro Orientación permiten que la habilidad de Philippe convoque elementos tan sugestivos como un tren o una cortina de fuego. En este renglón se advierte un excesivo desplazamiento de las placas al piso, tanto como el agotador abre-cierra de las falsas paredes. Particularmente considero fallida la escena del elevador y la iluminación para el desnudo en la mesa de exploraciones, que bien pudo angularse de modo piramidal y atenuarse en ámbar en vez de incrementarse como lo hizo.
Las bromas de carácter sexual más picantes fueron las que el público festejó con mayor algarabía. Sintomático pues de la urgente educación sexual en nuestro país y del afán taquillero del que no se puede sustraer ni la más reputada dramaturga. Por supuesto que Feliz nuevo siglo... no resulta una obra obscena ni decadente, se trata de un material valioso cuya escenificación –anhelo fervientemente- despertará cuestionamientos entre los espectadores.
Aun cuando se discute si el teatro debe asumir o no posturas pedagógicas, considero saludable la puesta en escena de esta clase de materiales, dado que tanto en fondo como en forma logran despertar intereses provenientes de la inconformidad o la duda. Finalmente, el público recibe una semilla. Si alguien se replantea su feminidad o revisa los dogmas incrustados en el subconsciente, o bien lee o relee las teorías freudianas, el trabajo emprendido por estos mexicanos y mexicanas habrá conquistado una recompensa no buscada, incuantificable, maravillosa... |
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