TEATROPUERTO 2002.
Por: adriano numa
El juego inicia desde el título, no se trata de un error de imprenta: Boing que no Boeing es una jocosa aventura aérea tan fresca y sápida como las bebidas del patito. Tomás Casademunt es el afortunado autor de esta comedia donde el amor encarna la más disparatada tragedia. Aún cuando existen otros contrasentidos, merece especial  realce la virtud de este montaje para capturar y sostener el ánimo jocoso del público mientras se desvela un milenario desconsuelo: “Amamos a quien no debemos”.

La efectiva comunicación visual y contenido del programa de mano devuelve el espíritu de coleccionar y degustar estos trípticos, una peculiaridad de éste radica en la sicología de personajes cuyo tono desparpajado anticipa la atmósfera de lo que será este vuelo. Y escribo volar, porque el escenario y área de butacas se han transformado para recrear el interior de un aeroplano, los sonidos e incluso vibraciones dotan de credibilidad esta circunstancia. Sin duda, este es uno de los mejores trabajos en el presente del Director
Francisco Franco desde su memorable Venecia. Este hombre de teatro, nacido en Aguascalientes, se distingue por generar una belleza visual que reciproque la existente en el texto; porque tiene que haberla, para él, que lo mismo aborda los escenarios de búsqueda que los comerciales, la seducción mayor reside en la inteligencia de las palabras. Este hedonismo literario se manifiesta en cada uno de sus trabajos ¡y vaya que es un vicio difícil de mantener en estos días!

Continuando en el renglón de los aplausos en tinta, unos muy sonoros y merecidos para
Xóchitl González cuya esmerada iluminación consigue separar ámbitos, acentuar emociones, intimar con el tiempo y los actores: Impecable y juguetona complicidad. José Luis Aguilar realizó la escenografía -elemento crucial para este montaje- su tarea amén de bien lograda e imaginativa, rinde un homenaje al Director de escena Antonio Serrano al hacer que un avión cruce el espacio aéreo del público. Sin luces y en menor escala, este guiño sin duda es uno de los más celebrados por la concurrencia. El termómetro del goce también subió con las selecciones musicales de Radio Nostalgia Temprana y las insólitas coreografías y playbacks o lipsinks.

Los actores de este montaje, encontraron un garbanzo de a libra: Un texto delicioso, apoyo técnico creativo y avezada dirección. De tal suerte que un sobrado talento como el de
Claudette Maillé por fin encuentra un marco para lucirse en toda su madurez. Ella, interpretando a la azafata que envidiarán las grandes corporaciones aeronáuticas, muestra en genial ironía que hasta las chicas “cosmo” pueden amar en intensidad. Las fronteras del dolor no requieren de un pasaporte ni la adquisición de un boleto redondo. Es de justicia teclear que dramaturgo y director hallaron en Claudette mucho más que la intérprete idónea: Una actriz que invierte neuronas, entraña, colmillo y carisma.

Entre
Diego Jáuregui y Jorge Zárate podría agotar un diccionario de sinónimos para describir su divertida excelencia. Ambos, que respetuosamente cada uno, exhiben un trabajo actoral que supera técnicas, métodos e intuitividad para cristalizar un cometido puntual. Sólo Mario Oliver parece estar aún buscando tono, debatiéndose entre hippie coyoacanense y poeta maldito, sus recitaciones pierden credibilidad a falta de entraña núbil y pasión arrebatada. Un carácter con el arrojo romántico del que le fue concedido, quizá debiera lucir más angélico, con la profilaxis de quien en verdad busca ser redimido por su objeto de amor. Bueno, eso fue la noche del estreno...
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