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Revista Brújula Metropolitana. Ciudad de México 2007
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Micrópolis
Por Nahual.
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Septiembre: La guerra por la identidad.

Durante el régimen de Miguel de la Madrid nuestro país observó un golpe de timón que lo llevó a modificar su rumbo. La crítica situación económica y diversas presiones de grupos de poder llevaron al régimen a tomar medidas que afectaron a la generalidad de la población; muchas de ellas resultaban una franca agresión a la situación de importantes grupos de población, e incluso, los propios objetivos nacionales del régimen abandonaron la idea de que era conveniente estimular el empleo, el desarrollo económico y la mejoría en los niveles de vida, estableciendo como prioridad el saneamiento de las finanzas públicas, la estabilidad del tipo de cambio y la venta de activos nacionales. El gobierno federal abandonaba el añejo “Estado de Bienestar” para inaugurar la política de “promoción de las inversiones” que convertía a nuestro país en un “bazar” para la banca y los inversionistas, y trastocaba a la población en un mercado cautivo de consumidores para productos caros y “chafas” de corporaciones.
El cambio de prioridades rompía también con la base social que había legitimado a los diversos regímenes, por lo cual las primeras acciones se orientaron al control de los daños en ese terreno. De la Madrid impone la moda del “pacto”, y nos empezamos a llenar de “pacto para la productividad”, “pacto para aquí”, “pacto para allá”, y cualquier “pacto” que permitiera justificar las medidas que se venían tomando. Igualmente, inaugura la “Planeación Democrática” con el fin de sustentar institucionalmente el ataque a la barriga del pueblo, dándole una presentación “participativa”. Unos añitos después vendría Salinas tirando el sistema electoral e iniciando la integración de los recursos (que no de la población) de México al mercado norteamericano; igualmente, consolidaba el poder de los grupos financieros sobre la dinámica económica del país sentando las bases para la destrucción del campo y la industria nacionales.
La brecha entre las acciones gubernamentales y los intereses de la población crecía, y con ella la necesidad de consolidar instrumentos que influyeran en la población para conjurar la percepción de que estaban siendo asaltados a través de las políticas y decisiones del gobierno federal; en su lugar, convenía hablar de las bondades del primer mundo y de la conveniencia y utilidad de ser un “ejecutivo VIP” en una importante empresa. La necesidad de hacer a la población olvidar un fraude y soslayar la venta de los activos nacionales se convirtió en política pública (“ni los veo ni los oigo”), y destacó el papel de la televisión y los medios electrónicos como instrumentos para “maquillar” los daños e influir en la percepción de la población. México transitó por un camino lleno de escombros electorales gracias a que los medios de comunicación electrónicos construyeron en el “imaginario colectivo” la sensación de confianza en las expectativas. La legitimación de un régimen ya no pasaría por las elecciones y tampoco sería un asunto de votos, sino de “rating”.

Efectivamente, la televisión significó un aliado para Salinas que le permitió firmar el TLC aún a costa del desprestigio ocasionado por fraude electoral; sin embargo, el levantamiento zapatista quebró esa búsqueda oficial de legitimación por los cauces mediáticos, la cual derivó no solo en una encarnizada lucha por el poder, sino en una guerra por la identidad. Ante la propuesta de integración regional y liquidación económica de los recursos del país los zapatistas expusieron, a través de los medios, los valores indígenas y la herencia de los movimientos sociales de México, y Salinas ya no pudo con el paquete. En ese año, las desavenencias al interior del grupo hegemónico fueron tan graves que ejecutaron al candidato oficial y a un líder destacado de su partido; cuenta la leyenda que la elección de Zedillo como candidato a la presidencia se llevó a cabo a través de un voto ¿ de quién creen?, ¡de un video!, el cual exhibió Salinas para preguntar a los líderes de su partido quién era su próximo candidato, ante el lamentable deceso de Colosio. El propio error de diciembre mostraba la falta de cohesión y disciplina de los grupos de poder económico.
Zedillo, estabilizó la economía en el estado de coma y mantuvo en baja intensidad la guerra por la identidad, sin embargo, la presión mediática vino posicionándose en ella y detonó momentos sublimes en la pantalla, como cuando muere Paco Stanley y Ricardito Salinas enlaza a su red televisora para exigir la renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas, o cuando se descubre que TV Azteca filma la simulación de un asalto y lo difunde como cierto, para promover la inquietud por la inseguridad. De cualquier modo, los medios y los grupos corporativos ya trabajaban en la construcción de un candidato mediático de gran impacto en la percepción nacional, que mostró gran habilidad técnica y publicitaria e impuso el valor del rating sobre las campañas tradicionales. La era de las encuestas y de la información y la discusión política por televisión, se reveló entonces como parte de la estrategia para la formación de bases sociales de un estado que reclama a la población docilidad y funcionalidad en el esquema de expansión corporativo; en contrapartida,  en este período también se conformó una crítica cotidiana en diversos espacios de la sociedad, que demandaba la atención del bienestar y la consolidación ciudadana.
El período foxista constituyó una larga telenovela “a la mexicana” que sirvió a ese gobierno para imponer el peso mediático a las instituciones. Para todos es conocido el capítulo del desafuero de López Obrador, y el papel que jugaron Fox, los medios y otros grupos de poder en el proceso electoral de 2006, echando por tierra su credibilidad. Las televisoras, por su parte, no perderían ocasión de descalificar sistemáticamente las demandas y movimientos sociales identificándolos con la violencia que amenaza a la “gran familia mexicana”.
No obstante lo anterior, la movilización ciudadana observada en el último año revivió el discurso de los valores históricos y culturales del país, apelando a la identidad nacional, a la preservación de sus bienes, a la justicia social, a la soberanía nacional, a la democracia real, al gobierno republicano, al estado laico y al gobierno austero; acorralando al novel gobierno de Calderón en el discurso de la seguridad y la lucha contra el terrorismo. Las televisoras, por su parte, desatan en las últimas semanas una campaña de indignación ante la posibilidad de que les sea retirado el usufructo de los procesos electorales, y amenazan con usar su influencia sobre la percepción de la población.
El papel de jefe de estado pretendido por Calderón se observa continuamente desacreditado por las muestras evidentes de inconformidad, y las televisoras se sienten impelidas a posicionar la imagen del régimen que sustenta sus privilegios; por ello tuvimos un 15 de septiembre “sui generis” donde el ejército funge como anfitrión y principal invitado, dividiendo la plaza para ubicar a la oposición en la gayola del zócalo, lejos de las cámaras, mediante un muro de rejas instalado para dividir la celebración y excluir a los asistentes del escenario que se preparaba para la televisión; montando un acto para consumo externo, con imágenes “presentables” en los circuitos de inversionistas.
El gobierno de Calderón intentó posesionarse, en la televisión, de uno de los símbolos patrios fundacionales: el llamado a la Independencia Nacional; aunque detrás de él apareció, en las cámaras, la figura de Hernán Cortés, quien lucía distraído volteando hacia otro lado, un tanto indiferente al tradicional Grito de Independencia.
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