Los valores políticos y religiosos se mezclan y dan una identidad que sólo en apariencia está perdida. Celebramos el día de muertos y el de la virgen de Guadalupe con el mismo fervor y entusiasmo con que festejamos los triunfos de la Selección de Futbol y el del Candidato en turno. Pero la búsqueda se da en el exterior de uno mismo, tratando de alejar los fantasmas que ante ojos propios y extraños nos hacen parecer inferiores. Tal parece que la catársis de los 12 de diciembre, los 15 de septiembre, la Semana Santa y el triunfo de los ratoncitos verdes nos redime y da fuerza. No hay de otra, nos enraizamos en nuestro entorno, volteamos la vista hacia atrás sólo para descubrir que nuestro otro yo nos traiciona; ese yo urbano o urbanizado que desea otra personalidad. Queremos reconocernos en cada habitante de esta gran urbe. Las tradiciones del campo se confunden: las del barrio con las de la Ciudad de México que pareciera ser el ombligo del mundo, de nuestro mundo... En donde cada indígena, cada mestizo, cada colono, cada provinciano, cada defraudado electoral, cada niño de la calle. . . ha despertado para no esperar otros quinientos años.