Gustavo Agraz Lozano

AOP.

Era de esos hombres que dejan huella. Hace casi diez años que partió para siempre y aún lo recordamos.

Se había incorporado al Pentathlón zona Jalisco en la década de los 50, una de las épocas más brillantes de su historia, cuando nuestra inolvidable institución tenía su cuartel en la sede misma de la XV zona militar.

Los cadetes del Penta y sus mandos respectivos fueron durante años, los consentidos y preferidos de los comandantes de la zona militar en particular de los generales Pacheco Iturribarría, Kampfner Lizalde y José García Márquez, porque el Pentathlón se había erigido en el modelo de la juventud de aquellos tiempos pero también se había constituido en una aristocracia militar juvenil. Con reuniones de instrucción casi a diario de 530 a 630 de la mañana excepto los días lunes lo que les permitió adquirir las destrezas propias de la instrucción militar, disciplina, uniformidad, seriedad y formalidad que no se olvidan.

Agraz Lozano heredó de su padre el señor J. Jesús Agraz Domínguez el bello oficio de relojero lo que le permitió incrementar el número de sus amigos y por supuesto su fortuna.

Realizó estudios en Suiza para perfeccionar su conocimiento en el mundo de los relojes. Instaló un taller de relojería en pleno centro de la ciudad por la Av. Alcalde, después por la Av. Hidalgo y por último en una vieja casa de la calle Juan N. Cumplido.


Plaza de la República de la ciudad de Guadalajara, 17 de agosto de 1975 ceremonia de reposición de la Bandera Nacional. Frente a las escoltas el 1er. Oficial Gustavo Agraz Lozano hace el cambio de la enseña patria.

Gustavo Agraz era un hombre de buena e interesante plática, recitaba composiciones de petas mexicanos con maestría. Narraba miles de anécdotas que siempre nos arrancaba las risas y carcajadas de los contertulios.

Amante de la buena comida, queso, vino y fumar buenos puros.

Su arquetipo era don Porfirio Díaz de quien sabía su biografía y como un homenaje perpetuo a su memoria Gustavo usaba el bigote y se confeccionaba sus trajes como el general en el exilio.

Uno de sus entretenimientos era el coleccionismo. La de relojes creo, era la de las más interesantes y completas del país, con relojes de madera, cartón, de ferrocarrilero, de mesa, de pulso, etc., que llamaba la atención de conocedores; en varias ocasiones los medios de comunicación especialmente la televisión, se interesaron en sus colecciones, y en esas entrevistas y reportajes que le hicieron, jamás olvidó su militancia en el Pentathlón. De hecho, un marrasete y el espadín del Pentathlón siempre se encontraban en la sala de su hermosa casa, no perdía la ocasión para presumirlos.

Contaba además con una colección de armas blancas antiguas, espadas, lanzas, sables, dagas, bayonetas...Pinturas, tenía en su colección muchas del maestro Gabriel Flores.

Pistolas de colección, esculturas, balas de todos los calibres, etc., era una grata experiencia visitar su casa pero más por supuesto, contar con su amistad.

En su casa particular construyó una torre de 30 metros de altura en la que instaló un reloj con campanario que ya es símbolo de la colonia Jardines Alcalde.

Al Pentathlón, Gustavo Agraz se reincorporó al inicio de los años 70. Con sus ideas y cooperación, refrescó las actividades del Penta, abrió nuevos horizontes y relaciones tanto con la iniciativa privada como con funcionarios del gobierno y autoridades militares.

En ocasión de los festejos del 35 aniversario de la fundación del PDMU, en el cuartel de la calle de Humboldt se exhibieron las colecciones de pinturas del maestro Gabriel Flores y las armas propiedad de Agraz Lozano, lo que entusiasmó a los pentathletas y a sus amigos, además del baile que organizó en el parque Avila Camacho, la charreada en el lienzo Hnos. Zermeño así como la fastuosa ceremonia de reposición de la Bandera nacional en el parque de la República.

No faltaron los enanos y mediocres -como en todas partes- que vieron en Agraz Lozano una amenaza para su posición al interior del Penta, e intentaron minimizar su actividad

y presionarlo imponiéndole cargas innecesarias y trabajos ajenos a su condición y a su edad.

Fue un benefactor de la institución. Un ser humano con sus cualidades y sus defectos. Generoso al extremo con todo lo que fuera actividad del Pentathlón.

Siempre bien vestido pero sobre todo uniformado de manera impecable.

Las garras de la delincuencia que azota a la ya tan lejana pero no olvidada perla tapatía, para asaltarlo en su taller de relojería, le arrancaron la existencia. Era un sábado por la mañana, el 15 de agosto de 1992.

Le sobreviven su distinguida esposa Julieta, sus hijos Jesús Alberto, Adriana y Gustavo Alejandro, sus cinco nietos y el recuerdo de quien fuera un hombre querido, respetado y enamorado del Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario.


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