Segunda parte del Ideario de Mexicanidad, pensamiento doctrinal heredado por el Lic. Raymundo Guerrero Guerrero (1925-1996), gran universitario, abogado, pensador, pentathleta, ensayista, filósofo de dimensiones nacionales:
II.- El mestizaje de México se origina en la fusión de dos razas y de dos culturas; ante la tendencia a exterminar el indigenismo o el hispanismo, se opone por igual una visión integral de la mexicanidad.
1925-1996
Lic.
Raymundo Guerrero Guerrero
En un principio no podía hablarse con propiedad de un grupo de mestizos, ya que originalmente, como es comprensible, éstos eran poco numerosos y el grueso de la población lo constituía todavía el elemento aborigen; pero a la vuelta de los siglos el grupo mestizo se tornó predominante y solamente quedaron algunas minorías puramente indígenas o puramente españolas.
El grupo de los criollos, originariamente de sangre peninsular sin mezcla indígena son, sin embargo, mestizos culturalmente, ya que en ellos se operó la síntesis cultural antes que la biológica.
De la mezcla de ambas razas en sus distintos grados y con el tiempo como elemento sedimentador, surgió la nacionalidad mexicana con características hereditarias espirituales y físicas de ambas, pero distinta ya de las dos.
La afirmación en este punto quiere zanjar una discusión ya antigua, que no tiene más razón de ser que determinadas actitudes emotivas y, muy especialmente, la interesada tendencia de los partidos políticos y de las ideologías que han contenido en el seno de nuestra Patria, las cuales no se pueden aceptar por ser contrarias a lo que los hechos indican y a nuestra vida como nación. Los hechos cotidianos y nuestra propia mentalidad son testimonios elocuentes de nuestro mestizaje, que solamente los malos mexicanos no perciben, pero que ellos no pueden destruir con sus argumentos pueriles o tendenciosos.
Esta discusión sobre el mestizaje nos resulta deprimente, porque las distintas facciones siempre han opinado con parcialidad, olvidando el análisis sereno y sustituyéndolo con el sistemático denuesto a lo hispánico o a lo autóctono, según sus preferencias y prejuicios, olvidando que ellos mismos son mexicanos, nacidos de mestizos en nuestra propia Patria. Así, los hispanistas adoptan una actitud de desprecio o de olímpica ignorancia por los elementos de origen indígena que han pasado a integrar el estilo mexicano, y por su parte, cierto tipo de indigenistas se lanzan a cultivar la hispanofobia, haciéndose eco de la "leyenda negra" sobre la España católica inventada por sus enemigos, en un inútil empeño de exaltar lo indígena como inmensamente superior a lo europeo.
Los antihispanistas inventan pretextos para su hispanofobia, en un maniático intento de destruir lo indestructible y olvidando, además, el daño que con su escándalo hacen a los ignorantes de la verdadera realidad histórica. Siendo la hispanofobia una postura negativa, al mismo tiempo pretenden decir algo positivo para atraer la atención sobre ellos y así, si lo español es el mal personificado, forzosamente lo indígena es el arquetipo de lo sublime; y con esta bandera se lanzan a su lucha destructiva ocultando sus perversos fines y pasando por alto que, para los mexicanos, lo que más importa es la Patria y en esta escala de valores lo español y lo indígena son dos raíces a cual más innegables.
Lo irrazonable de ambas posturas salta a la vista, como sería el caso de un hijo que se pusiera a discutir qué ha heredado más, si los rasgos físicos y espirituales del padre o los de la madre; con un sentido de vituperio, además para el elemento del que se considerará distinto y no solamente de vituperio sino además con intención destructiva. Psicológicamente se trata de un conato de parricidios.
En el caso de nuestra nación, el mestizaje, como hecho etnológico, está dado y nosotros no admitimos discusión sobre él; todo lo más, podemos aplicarnos a señalar si tal fusión es escuetamente biológica o si en lo cultural se verifica también algún tipo de síntesis y, sobre todo, cuál debe ser nuestra comprensión y cómo debemos interpretar el sentido en que se lleva a cabo esta síntesis de carácter cultural a que nos estamos refiriendo.
La respuesta de nosotros es una afirmación categóricamente de que la fusión hispano-aborígen se verificó tanto en lo físico como en lo cultural y considera mal planteada la discusión, que presenta la falsa disyuntiva de que nuestra cultura está organizada según las formas mentales occidentales por el legado y tradición de España o, si por el contrario, hemos conformado una cultura con acentos aborígenes y todas sus reminiscencias del mundo oriental.
Y consideramos mal planteada esta cuestión, no solamente por el radicalismo de ambas posturas, sino también porque debe precisarse primeramente qué se entiende por el concepto de cultura, para saber cuál de ambos elementos es el principal confortador de ella o si es uno solo el que influye y en qué forma y hasta dónde alcanza.
Cuando cultura se hace equivalente puramente al conocimiento, al razonamiento o la racionalización de la vida, podríamos aceptar, que nuestras formas lógicas y nuestra tradición cultural están basadas en la cultura helénico latina hispano arábiga. Pero si, por el contrario, la cultura es entendida como un conjunto de formas de vida, en donde los elementos mencionados constituyen tan sólo un ingrediente, organizador, si se quiere, pero de ninguna manera exhaustivo; si también es cultura la vivencia popular y su manera de operar, entonces la cultura viene a traducirse en todas las raíces del ser del mexicano y en todas sus proyecciones caracteriológicas. Y en esta más amplia acepción de cultura, es innegable la profunda influencia de las vivencias autóctonas de nuestro pueblo en la cultura nacional, además del entorno telúrico.
Aunque son múltiples los aspectos de la vida nacional que servirían para demostrar el mestizaje, solamente tomaremos algunos a guisa de ejemplo.
México recibió la enseñanza religiosa junto con la apologética para defender sus principios, formándose en tal manera católicos que tienen religiosidad no solamente por esa herencia, sino también por la aportada por la sensibilidad religiosa del indígena, pues no puede negarse que el catolicismo ortodoxo, por razones de instrucción doctrinal, queda reducido a minorías, en tanto que esta actitud en la generalidad del pueblo obedece a influencias autóctonas.
Así puede apreciarse al examinar las reminiscencias y atavismos que se notan en nuestras celebraciones religiosas, en las que se conjuga la liturgia católica con manifestaciones que parecen de arte folclórico, como las danzas y la misma música, que corresponden más a la sensibilidad indígena que a la española. Con el español coincidimos en lo místico y en las incongruencias de nuestra conducta moral respecto de los principios de la ética religiosa, lo cual se observa menos en el indígena puro.
En lo que se refiere al culto religioso, aunque en éste se rinda a todos los santos y a todas las advocaciones de la Santísima Virgen, la que sin duda ocupa el lugar central en el corazón del mexicano, ya sea pobre o rico, culto o ignorante, con preparación doctrinal o sin ella, es la Santísima Virgen de Guadalupe y por ello ha pasado a ser como Símbolo definitivo de la mexicanidad, pese a todos los incrédulos o malintencionados.
De lo dicho sobre el aspecto religioso, se puede advertir que solamente con un espíritu analítico, como el que aquí demostramos, es posible diferenciar entre la influencia hispánica y la indígena dentro de las manifestaciones religiosas del mexicano; puesto que al pensar en ellas, simplemente como aparecen en la vida del pueblo, sólo vemos una síntesis cultural integrada por elementos de ambos pueblos, en típica mezcla mestiza, con su carácter propio y diferente al de sus elementos originales y con realce más allá de lo puramente biológico.
En el caso del idioma, las personas que dentro y fuera de nuestro suelo se han dedicado a su estudio han hecho notar, como una característica generalizada, que existen dificultades subconscientes que impiden dominar con fluidez el idioma castellano, tal como lo pronuncia el pueblo que lo formó.
En nuestro pueblo sólo como fruto del estudio y esforzadamente los hombres cultos y los literarios usan apropiadamente las palabras, en tanto que el lenguaje del pueblo adolece de muchas deficiencias, unas por errores transmitidos, pero principalmente por una especie de trauma que parece dificultar su correcto aprendizaje y hasta por un gusto popular en deformar las palabras y crear expresiones nuevas.
A lo anterior debe añadirse el uso de gran cantidad de modismos que explican sociológicamente el acento tan diferente de unas regiones a otras y, sobre todo, como características de nuestra mentalidad indígena, las expresiones miniaturistas, los diminutivos familiares, los vocablos de absoluta relativización como el "ahorita" que a nada compromete o el "tantito" que puede ser de grandes dimensiones y una variadísima gama de vocablos y expresiones que son el reflejo de una mentalidad que no es, dígase lo que sea, puramente española; aunque en España también encontremos deformaciones o modismos propios de todo idioma vivo.
La herencia de la sensibilidad indígena vuelve a aparecer como finura en el rodeo del lenguaje en el circunloquio, que rehuye el estilo directo y a veces brutal de la franqueza española, para envolver las frases en giros de filigrana, que como se dijo antes, lo dicen todo, pero sin comprometerse a nada.
Otro de los aspectos en que se manifiesta el mestizaje del mexicano es el artístico. Siendo el arte, especialmente el popular, la expresión de un pueblo, nos encontramos que en cualquiera de las artes se observa tal síntesis. Así, por ejemplo, el barroco español de nuestros templos cambia al churriguresco, al plateresco o al rococó; de claras influencias indígenas que tampoco es la greca indígena, nuestra estatuaria no es puramente española o solamente aborigen; y la música tiene sensibilidad indígena; pero integra también la española, y ya no es ni puramente indígena, ni española, ya que tiene demasiadas diferencias con ambas como para que pueda prestarse a confusión.
En el aspecto psicológico, en forma muy marcada, tenemos la finura, que se proyecta en aspectos de comicidad, de ironía, para decirlo en nuestra propia terminología, en la "puntada", que no respeta clase ni posición religiosa, política o social y no hay personaje por más encumbrado que esté, que logre escaparse de ellas.
Lo cómico le es al mexicano común y corriente, así como su dimensión más profunda de lo grotesco y caricaturesco, como ingredientes de su temperamento. Y esta es otra diferencia medular entre el mexicano, el indígena y el español, porque ambos aportan algo a nuestra interpretación de la comicidad.
Como conclusión de este punto, se afirma que ha habido y persiste en México una síntesis cultural y biológica, que está operando cada vez más como una verdadera y diferenciada amalgama física y espiritual.