Uno de los valores más apreciados en el Pentathlón es el de la formalidad que se exterioriza entre otros aspectos mediante la puntualidad, la urbanidad, la uniformidad, el lenguaje, la pulcritud etc., y que estamos obligados como pentathletas a preservar. Alfredo Sáenz, filósofo, prolijo escritor, nos hace un llamado a través de su libro El Hombre Moderno a reflexionar sobre las características que el hombre moderno ha asumido y los peligros a los que nos enfrentamos.


LA INFORMALIDAD

Por: P. Alfredo Sáenz, (*)


Otra expresión del hombre de hoy es su tendencia a la informalidad. Analizaré este tema sobre todo en base a las interesantes reflexiones de André Piettre, en su libro Carta a los revolucionarios bienpensantes. El subtítulo de dicha obra es: "Acerca del precio y el desprecio de las formas".

Comienza el autor por ceder la palabra a los jóvenes inconformistas para que expresen, en forma a veces cruel, su denuncia de la sociedad actual. Injusticia, hipocresía, ineficacia: tales son los vicios fundamentales que se encubren tras las elegantes "formas" supérstites. "sí, somos, queremos ser y continuaremos siendo vulgares. Estamos hartos de vuestras formas, de vuestras maneras. No contestaremos las cartas. Pondremos los pies en la mesa. Si nos da la gana, bailaremos ante el altar, como David. Somos adultos ¿sí o no?" A estos objetores dedica Piettre su libro: "A los jóvenes, a los sublevados generosos -laicos y clérigos-, a los apasionados por la fraternidad y la sinceridad, que, con su vulgaridad, creen dar testimonio a favor del amor entre los hombres.

Estos inconformistas no son tan originales como se creen. Tienen célebres precursores: desde aquellos cínicos griegos -los hippies de la Antigüedad-, granujas que cuestionaban toda la sociedad y la moral, pasando por los monjes giróvagos y los vagabundos universitarios de la Edad Media, siguiendo por los "sansculottes" de la Revolución francesa, hasta los románticos del siglo pasado que vestían un chaleco abotonado en la espalda para obligar a los fieles de su secta a requerir desde la mañana la ayuda de otro compañero y así acordarse de la solidaridad entre los hombres!

Se trata de una rebelión profunda, que va más allá de lo político y de lo social. Es una revolución contra las formas, a las que se acusa de ser meras "formalidades". Pero las formas no sólo expresan el fondo, sino que lo enmarcan. El hecho es que la vulgaridad se extiende cada vez más en el mundo moderno, sobre todo entre los jóvenes. Y ello no queda impune. Porque la vulgaridad en los modales acaba por hacer vulgar el corazón y la inteligencia. Una ciudad que se abandona en sus modales, como la nuestra, es una ciudad gravemente enferma. "Una juventud que, por sistema, se disfraza de granuja, más pronto o más tarde tendrá costumbres de granuja; tal es la nuestra... La civilización comenzó por vestir al primate desnudo. Cuando le desviste en público, vuelve al estado de naturaleza; es decir, se niega a sí misma".

De ahí la contundente afirmación de Piettre: "El primer pecado del mundo moderno es su fealdad". Este pecado ya existía, pero era inconsciente. Hoy se lo comete voluntariamente. Se emprende la destrucción sistemática de todo aquello que en los gestos, las palabras, las costumbres, el arte e incluso el pensamiento, tendía a elevar al hombre por encima de la bestia.

Es cierto que a veces tras las viejas formas atildadas se escondía un gran vacío. Pero los modernos "de-formadores" son excesivos, barren con todo; no arreglan la gotera sino que tiran abajo el techo. Los vestidos les pesan; vuelven a los harapos. Por eso son "destructores", no "creadores".Y como las obras son por esencia jerárquicas, apedrean todas las jerarquías. Entran "a saco en las cátedras y en los altares". Su ideal es el igualitarismo , de que hemos hablado. Igualitarismo que llega hasta el lenguaje. Señala Piettre cómo en francés se disponía de tres palabras al menos para designar a la mujer: niña, joven y "chica"; este último término, cuando se empleaba a secas, se reservaba para las mujeres de mala vida. Hoy todas son iguales, todas son chicas...



Dos entrañables elementos del Pentathlón Jalisco: Jorge Lorenzo Estrada Domínguez e Ignacio Vázquez Ceseña en impecable uniforme de gala, cuando ambos eran integrantes de la Banda de Guerra. Aquí aparecen en el edificio de la XV Zona Militar en los momentos previos al desfile del 16 de septiembre.

En el fondo estos revolucionarios, aparentemente tendidos hacia el futuro, son solemnes retrógrados. Van a contracorriente del progreso. "¿No ha consistido toda la evolución humana en el ascenso gradual de la bestia peluda al hombre civilizado? Ahora bien, vosotros volvéis a la primera". Van en marcha, pero ¿hacia qué? a lo más hacia una sociedad materialmente saturada, de horizontes estrictamente cerrados, infrahumana, en último término. Y "el hombre necesita aureolear su vida. Tiene tanta sed de fiestas como de poesía. Tiene hambre de amor -y no hay amor humano sin poesía-. Pues bien, ¡es esto lo que matáis al matar las formas!".

Señala Piettre cómo entre los gritos proferidos durante la revolución estudiantil de París en mayo del 68 hay uno rescatable: "La imaginación al poder", palabras sensatas, por cierto, pero equivocadas en su interpretación, ya que esos jóvenes creían que la imaginación se despertaría a partir de los escombros del mundo anterior. Por eso el caminar de estos hombres modernos no conduce a la cumbre, sino al abismo. Es el vértigo de la nada, el llamado de las alucinaciones, precisamente por falta de imaginación creadora, es la droga, el suicidio. "Lo informe lleva a lo informe. Y en el límite, lo informe es la muerte".

Tras describir esta tesitura "informal" del hombre de nuestro tiempo, insinúa Piettre algunas soluciones. Excedería el marco de las presentes conferencias exponerlas aquí. En todo caso, remitimos a su libro. Sólo digamos, en líneas generales, que allí incluye la necesidad de llevar formas a la enseñanza, así como el ámbito social, e incluso político. El autor hace una especial referencia al terreno del arte. La palabra "belleza" equivale a "hermosura", formositas, palabra que viene de forma. El arte moderno ha desterrado la estética de las formas. Un gran exponente de ésta destrucción fue Pablo Picasso , el genio de lo disforme. Sus períodos azul y rosa quedaron superados y, tras el purgatorio de sus intentos cubistas, irrumpieron sus monstruos deformes. ¿Qué paso en el artista? Quiso rebelarse contra los maestros, saquear la tradición. Su pintura es el resultado de una protesta, pero al destruir la forma del rostro humano hizo un acto de barbarie. Algo semejante acaece en la música. En los círculos hippies se dijo que el fin del fin en la música es "tocar sucio". "Hoy no se puede pretender ser un "ídolo" si no se está dotado de una voz cascada, rota, apagada, gutural o asexuada; hay que "cantar sucio". También habla Piettre de la necesidad de estetizar la ética. Hay que juntar el Bien con la Belleza. "La más ignorante de las madres que prohibe el mal porque es "feo", sabe tanto como los griegos y mucho más que nosotros".

Finalmente será preciso restaurar el valor de las formas también en el ámbito de lo sagrado. Refiriéndose a ello, nuestro autor señala la enorme crisis porque se atraviesa en estos momentos. "Pues bien, creemos que la cuestión de las formas y el arte sacro es un aspecto mayor de esta crisis".

En algunos sectores de la Iglesia, influidos por el espíritu del mundo, se ha ido perdiendo la vivencia de lo sagrado, el sentido de la reverencia y del misterio, del que es propio el gesto de solemnidad y de contemplación admirativa, la conciencia de un ser que está por encima del hombre, cuyo valor no deriva de que pueda ser utilizado para el logro de fines humanos, por elevados que sean, sino del hecho de que participar de él y glorificarlo es ya una gracia de la existencia humana. Por lo demás, ciertos sacerdotes, a tono con el mundo, desataron una revolución iconoclasta creyendo que las formas y el arte eran sinónimos de lujo y riqueza, y por ende de poder e iniquidad. Anhelando una Iglesia "pobre" y "misionera" , creyeron que se debía renunciar a toda forma exterior, que Cristo debía pasar a ser un "camarada" y las iglesias mudarse a salas de baile. Esta revolución tuvo sus motivos: es innegable que años atrás se hizo gala de cierta ostentación hueca; por otra parte, el arte religioso estaba pauperizado. Una prueba de ello es el llamado "arte sulpiciano", hecho de manierismo y acaramelamiento. Con todo, la solución no era su sustitución por la informalidad. "En realidad, bajo esta batalla de las formas , lo que subrepticiamente libráis es un combate de fondo ( tan cierto es que el fondo y la forma son inseparables ).

En el siglo XVIII, Federico de Prusia, el amigo de Voltaire, recomendaba transformar a la Iglesia en un "buho triste y solitario para hacerla antipática". Hoy parece que se hace lo posible por relegar todo lo que pueda hablar al corazón, lo que es ornato, decoro, solemnidad, por ejemplo el incienso, o los ornamentos para la celebración de la Santa Misa. "Atención al escándalo. Cuando se ve a clérigos jóvenes o laicos jóvenes desaliñados participar con desenfado en los misterios excelsos (a los que los más grandes santos se acercaban con un respeto infinito), es difícil no plantearse la cuestión: ¿Aún creen en lo que hacen?". Tras tales despojos, la gente sencilla y pobre se siente todavía más empobrecida. Cita Piettre estas desgarradoras palabras de una anciana de condición pobrísima: "Con nuestro nuevo párroco y todas las cosas bellas que ha quitado de nuestra Iglesia, aún me siento más pobre". No se trata, por cierto, de propender al boato. A veces el mejor arte está dotado de la más alta sencillez, como el románico, por ejemplo, o el de nuestras capillas de la Quebrada de Humahuaca o la Puna de Atacama, hechas de adobe y paja, pero espléndidas en su sencillez. Mas lo que esa ofensiva contra las formas destruye no es simplemente la sencillez sino el arte mismo.

Frente a este culto a la "informalidad", muchas veces los padres y los superiores no ejercen sino el permisivismo. Es lógico. Ya que el hombre para el cual nada es verdad, el hombre relativista de que acabamos de hablar, es un hombre radicalmente "tolerante". En el peor sentido de la palabra, un hombre capaz de aceptar lo que venga. La permisividad llega a ser una suerte de religión, cuyo credo consiste en no coartar ninguna libertad, aunque sea abusiva, permitir que aquellos sobre los cuales se tiene cualquier tipo de custodia, se atrevan a superar todos los límites preestablecidos. Pero, como bien escribe Rojas, "de la tolerancia interminable nace la indiferencia pura".

(*) El Hombre Moderno

Descripción Fenomenológica

Ediciones Gladius 1998