Pentathlón Menor

La Importancia de lo Militar


Por: Lic. Pablo A. Carranza R. (*)


Aún existía la plaza de toros El Progreso, en lo que hoy es la Plaza Tapatía. Cerca estaba el Coliseo Olímpico, un gimnasio donde participábamos en competencias deportivas.

Comenzaban los setentas.

El Grupo Menor del Penta Jalisco era imponente: alrededor de 500 elementos: Escuelas de Reclutas, Cadetes, Instructores. Secciones completas al mando de un cabo o un sargento segundo. Había muy pocos Clases. Dos o tres sargentos primeros. El comandante Arturo Ortega era el único suboficial.

Llegar a ser Clase era para nosotros una verdadera hazaña y por tanto teníamos un gran respeto y admiración por un cabo y más por un sargento. Son escalas. Son formas de medir logros, de avanzar en el camino por ser mejores. Era nuestro anhelo, nuestra ilusión.

Cómo recuerdo al cabo Oláis o al cabo Facio, que con gran orgullo portaban un galón en cada brazo. Se lo habían ganado.

Qué envidia sentí cuando el comandante eligió a Jorge Carrillo, Gustavo Iñiguez, Miguel Ángel Carranza (quien llegaría a comandante), Antonio Martínez, Gustavo Ruiz Velasco y Alfonso Salvio Aranza (hoy Tte. Coronel del Ejército Mexicano); como cadetes de primera, un grado antes que cabo. Eramos de las Generaciones Godínez Tenorio y Juan Escutia. 1971 y 72. Pasaron a la Escuela de Instructores.

Pruebas de valor, fuerza, resistencia, disciplina, destreza, agilidad. No era fácil ascender. Conocimientos de la ordenanza militar y del Ideario Pentathlónico. Aprender a obedecer para aprender a mandar. Puntualidad. Cumplimiento.

Los grados se ganan y cuestan mucho.

Los domingos a las 7 de la mañana en punto era impresionante ver reunidos al aire libre a esos cientos de niños y adolescentes voluntarios, uniformados, firmes como estatuas. Únicamente el viento frío del otoño se movía. Manos heladas. Corazón ardiente. Solo una organización militar es capaz de aglutinar voluntades de esa forma, con esa disciplina, con un ideal, con una bandera. Ni la lluvia era capaz de dispersarnos. A veces estábamos ahí, empapados, temblando de frío pero alegres. Fibra, entereza, orgullo. Amábamos el uniforme, las botas, las insignias, los galones, las barras, el marrasette...

En cierta ocasión fuimos a ese Coliseo Olímpico. Era una competencia de basquet entre varias escuelas. Había mucha gente. Nuestra sección de cadetes iba dirigida por el sargento segundo Alberto Jiménez. Al entrar nos ordenó una porra: “ai jin, ai jon, ai jesa...”. Pero salió mal, muy mal. Tal vez no supo coordinarnos o algunos no escuchamos y entramos a destiempo, no sé. El caso es que recibimos abucheos y nos sentimos avergonzados.

De regreso al campo de instrucción el comandante nos reprendió severamente y enfrente de todo el personal, arrancó los galones de los brazos del sargento Jiménez. ¡Estaba degradado!... y eso era algo muy serio.

¡Así es la disciplina militar! ¡Pero esa era y sigue siendo la fuerza del Pentathlón Menor!

Para Jiménez fue sin duda un fuerte golpe, pero no se desmoronó. Lo aceptó como una lección y como un reto. Se incorporó a la tropa y al paso de varios meses demostró su valer y fue ascendido nuevamente.

A aquellos niños, como mi sargento Alberto Jiménez, el Pentathlón Menor, con su disciplina militar, nos hizo hombres.

No lo imagino siquiera de otra forma.



(*) 2º Oficial de Cadetes de Infantería. Egresado

Fundador de la Sub-Zona Colima.