¡Vamonos de excursión!

Ing. Raúl Contreras Becerril (*)

Cuando estaba por llegar la fecha en que nos íbamos de excursión, empezaban a sentirse diferentes sensaciones en cada uno de los pentatletas. Desde una gran algarabía, porque estaban por llegar emociones que pocas veces se repetían. Una angustia para quienes era su primer salida con el Penta, temor por el no saber que podría pasar, ansiedad por demostrar lo que se nos había enseñado en las instrucciones y academias y disfrutar unos dias con actividades fuera de lo común.


El autor de este artículo aparece en esta fotografía de 1972, al final de la caminada a la barranca de Huentitán. Es el segundo de izquierda a derecha.

Las excursiones eran las experiencias inolvidables, donde nos podiamos dar cuenta que las comodidades de nuestra casa, pocas o muchas, se deben valorar, no podemos decir que las añorabamos porque las que se vivian en la excursión eran parte de la formación de un carácter que el Pentathlón iba forjando en cada uno de los que hemos pasado por sus filas.

Todo empezaba desde dias antes en que nos íbamos al supermercado con nuestros padres para comprar los alimentos, galletas y dulces que gozaríamos en el campamento.

Llegado el día de la salida a preparar la mochila y las cobijas, pasamontañas y guantes para el frío, localizar los recipientes y utencilios de cocina que se nos habían asignado exclusivamente para ésas ocasiones, pues eran artículos que tenían las marcas del trato y condiciones del uso rudo que se les daba en cada excursión, la cantimplora, el cuchillo de monte, la lámpara(que por cierto no era recomendada para usarse durante los traslados nocturnos al campamento porque sólo nos encandilaba), nuestra única luz, era la de la luna y bueno, a veces no era tan espléndida, pero parte del entrenamiento era trasladarse con los medios mas naturales.

Alguna vez pude conseguir un par de radios usados de los llamados “walkie talkies” que, creí, eran “los mas poderosos de la región”, primer problema: tenían una antena del tamaño de un palo de escoba, que mas bien se volvía un objeto agresor contra mis mas cercanos compañeros que nomás se iban cuidando de no picarles los ojos, segundo: se atoraban en las ramas de los árboles, parecían un gancho de ésos que tienen los trolebuses, al final los dichosos radios difícilmente se podían intercomunicar mas allá de 150 metros. Se convertían mas en un estorbo y una carga, que un medio de comunicación.

La algarabía continuaba durante el traslado en autobús que nos llevaba al poblado mas cercano de lo que sería finalmente el lugar del campamento. Primero las oraciones para pedir por un exitoso campamento, luego las porras entre las diferentes tropas. Nunca faltaron las canciones motivacionales y aquellas que se modificaban la letra para hacer graciosas adaptaciones o aluciones a algunos miembros, para ésto se pintaba solo el Sgto. Olais. Por la carretera no se dejaban de escuchar las porras, sobre todo al llegar o pasar por poblaciones.

Pero ¿que se puede esperar de una excursión? Es la mayor experiencia que se nos presenta durante los primeros años de pentathleta, donde se empieza a desarrollar en nosotros un sentido de responsabilidad, de autosuficiencia, a valorar el esfuerzo que nuestros padres realizaban para hacer de nosotros hombres de bien, apoyándonos y haciendo esfuerzos para seguir en las filas de la institución en la cual ellos siempre confiaron.

Con la experiencia de las excursiones se forma en el pentathleta espíritu de cooperación, compartiendo entre nuestro grupo los bienes de que disponiamos, dividiendo los alimentos y el agua. Cuidando el consumo de éste líquido, evitando el desperdicio de los recursos y disfrutando al máximo el tenerlos o el encontrarlos; recuerdo mucho el gusto con que se disfrutaba encontrar agua cuando después de dos jornadas de excursión en el nevado de colima, de regreso camino abajo, con la mochila al hombro y el sol de lleno, sin o con escasos víveres, con sed y mucho calor , junto al camino se encuentra un ducto de agua de la que se deshiela del volcán, fría, abundante, sabrosa, tal cual un oasis enmedio del desierto. Las maravillas de la naturaleza, de éstas se gozan en las excursiones.

Se fomenta el compañerismo porque durante el tiempo de rancho, se comparte de aquello que llevamos para comer, dividimos nuestros manjares y mas aún, probamos de otros que nuestros compañeros nos invitaban.

El tiempo de rancho eran de los momentos que mas disfrutabamos, porque después de jornadas de trabajo y ejercicio, bien merecido nos teníamos, comer las delicias que llevábamos a cuestas. Recuerdo mis primeras excursiones, que en mi mochila traía una o dos latas de atún o sardinas, un frasco con jitomate y cebolla, mayonesa, todo, pero al yo llevarlo mi madre suponia que sabria preparar una deliciosa ensalada, error… no me mando instructivo, y yo me comía el atún o la sardina directamente de la lata y el jitomate pues me lo comía como fruta, ni dudar que todo me sabia delicioso, pero bueno, gages del oficio.

No era fácil comer sandwiches como normalmente lo hacemos en casa: cuadraditos y esponjosos, siempre serían como tacos o desfigurados, porque por tan reducidos espacios en la mochila, el pan blanco perdía su forma después de los ajetreos a que era sometido. Ni que decir si nos llovía en el camino y se rompía alguna bolsa.

Lo mas importante de éstos recuerdos es que no se acaban, por el contrario se renuevan en las nuevas generaciones de jóvenes pentathletas, que engrosan las filas de esta noble institución, se renuevan porque en nuestras descendencias también plasmamos el deseo de mantener firme la presencia de los ideales del penta en nuestra sociedad. Y porque creemos firmemente que ser egresado del penta y revivir nuestro paso por él, es fomentar el amor a la institución. Recordar es volver a vivir.


(*)Oficial egresado del P. D. M. U.