EL PENTA REVOLUCIONARIO

 

Por Manuel Gutierrez (*).

           ¡Paso redoblado! ¡Ya!. Y marchábamos a un viejo  local en la calle Humboldt.

El estilo del Penta era tan desfasado como podía serlo el pelo corto, la seriedad de los jóvenes, las órdenes y nuestro afán.

Habíamos pasado de pronto, de moda.

Ya no eran los años cincuenta en que el modelo militar, y el botón brillante inspiraba a las admiradoras. Atrás quedaba la Derrota Mundial, un libro revisionista de la época que algunos iniciados usan de piedra filosofal para comprender que los juzgadores de Nuremberg, debían también pasar revista por sus bombardeos genocidas a ciudades alemanas y hasta la nada salomónica decisión de Truman de freír a Hiroshima y Nagasaki, cuando Japón ya había perdido la guerra.

En ese tiempo estábamos a punto de ver la caída de Vietnam del Sur.

Para parecer informado había que citar de menos la ofensiva del Tet, la ruta Ho Chi Minn, la ciudadela Hue y Ke Shan, y otros lugares con nombre de platillos orientales, y traer bajo el brazo Guerra en la Costa.

El viento revolucionario de 1968 había sacudido a nuestra intemporal --no lo sabíamos en ese momento- Institución. Era la era del "Che". Unos cuantos giraron a la izquierda, dieron el paso al  partido de la Hoz, al organismo estudiantil, de esos pocos ninguno era memorable, habían pasado a lo que antes se llamaba subversivos y que hoy  se les dice "luchadores sociales".

Era una época de contradicciones. Hubo un pentathleta, un  muchacho efímero al que recuerdo por su apodo de "Nerón", que al ver en la calle de mi barrio a un vecino chicano, enrolado en las Boinas Verdes, casi se muere de la emoción. El chicano murió pero le dio el autógrafo. Lo único que recuerdo era el uniforme, la insignia de tirador, la boina inclinada...

Era un momento de dudas de estilo. En algunas escuelas éramos considerados "gorilas", éramos la negación del hippismo, de las drogas, del aliviane, de la revolución Beatle.  Habíamos pasado encima de las teorías de Marcuse, que algunos compañeros creían que era otro cantante de rock.

La meditación era trascendental entre los jefes filósofos. El Capitán Fernández Lira, que tenía la capacidad de recrear la historia, de hacerte sentir en Tenochtitlán entre Cortés y Cuauhtemoc, o en Stalingrado, bala por bala, inspirado en el modelo de los Héroes de Chapultepec, había dado el paso a nuevos genios en el Estado Mayor.

Los Jefes estructuraron como magos el arcano. Vicente Sandoval capaz de hacer de un tartamudo, un Demóstenes, de explicarnos a Ernest Mandel y la teoría económica marxista, pensó en la línea de la literatura contrainsurgente.

La moda vino con el francés Jean Larteguy. Estábamos viendo si éramos Legionarios, Centuriones o Pretorianos. Olvidamos un poco a Sven Hassel. En ese momento formábamos universitarios talentosos, policías auxiliares, curas, futuros oficiales del Ejército...

Estábamos en el sexenio del Presidente Echeverría, que era amigo de la Institución, y una paradoja que movilizaba con fuerza el cambio, y a muchas fuerzas en su contra. Sandoval estudió la estrategia, La Guerra de la Pulga, Las Hormigas Rojas, y hasta el Manual de Carreño. Repasó el maoísmo como un sabio Confusio.

Por  momentos creímos que íbamos a uniformarnos como los chinos, desfilar a paso veloz, y como homólogos de nuestro inseparable hermano mayor el Ejército Mexicano... porque el desfile siempre fue la vitrina más importante para el Penta y lo sigue siendo.

Nos imaginamos vestidos como maromeros de la Opera de Pekin.

Jaime Abundio era otro de nuestros oficiales, buscaba cosmovisiones diferentes. Fue el padre de la "Primera Unidad de Avance" PUA, que con su lema "Me Atrevo" le hacía frente a los temidos "Comandos" de Narciso Rodríguez y a las "Tropas de Auxilio" del indómito pelirrojo Marco Antonio Landeros. Frente al serio gris de nuestra oficialidad, Jaime usaba el uniforme camuflaje de campaña. Su gusto por las camisetas, tal vez vistas en los marines en Vietnam, dieron un giro insospechado. Ofreció una solución al momento de cambio y propuso que efectivamente éramos revolucionarios, y que así desfiláramos.

Pero no de revolucionarios del Kremlin, ni de Camilo Torres, porque no nos gustaba la sotana, sino que saliéramos como somos, como los revolucionarios de 1910, mexicanos y que el uniforme cediera el pecho a Angeles, Villa, Zapata, y no recuerdo que otros próceres más.

Y desfilamos así. Y sin saberlo otra vez fuimos intemporales. Valdivia no se había vuelto chino, y aprobó y reconoció el significado de la idea.

El Penta conjuró con símbolos nacionales las tendencias de la moda, y seguimos en el asunto del paso redoblado.

Hoy nos damos el lujo de revisar la historia y de cómo las ideas hicieron lo que vivimos pero no dejamos de estar presentes. Hoy son otras cosas las que ofrecen a los jóvenes y Marilyn Manson hace parecer ingenuos a los Beatles. Y ante las utopías que la historia ya sepultó, como la del comunismo que al parecer sólo en México siguen buscando revivir, encontramos las respuestas en la Bandera Nacional, en el Guión y en el Ideario Pentathlónico.

Pero se fortaleció la causa y siguió siendo un nido de pensadores audaces, de lectores de Amado Nervo, de estudiosos de la historia, de elementos que no ocupaban hacerse tantas preguntas, porque tenían en el Nacionalismo, todas las respuestas.

Así siguen oficiales pensantes como Gustavo Iñiguez, los hermanos Morelos Aceves, un ejemplo; Humberto Palos, a quien ni el sol africano de las marchas le quitan lo descolorido. Y ahí están Próspero Cuellar, Iasuro Gómez y Enrique Macías expertos, especialistas en orden cerrado y en hacer de un civil un soldado; Juan Pablo Ramírez pensando en nuevas eras y viendo el futuro. Porque había oficiales que aprendían del pasado, como el desaparecido Marcos Canales, pragmáticos que resolvían el presente como Guillermo de la Torre  y futuristas como Eloy González Villegas.

Hoy incluso nos ven como solución al desarraigo de la juventud, como un modelo formativo, que podría ser considerado la solución a las dificultades en las aulas, porque el orden y respeto, y una ideología mexicana, y una historia que se reescribe a cada alba, han creado generaciones confiables que han superado los cambios, la democratización y que entre los Egresados, siguen en guardia por la libertad, por la justicia social, y por sobrevivir a los trabajos y hogares.

Quien sigue en el Penta siempre es joven.

Eso dejó el Penta cuando se hizo revolucionario. Un proceso evolutivo, que avanza identificando cada era con la que vino después del grupo de precursores que junto a la piedra, dieron paso a una Leyenda, Leyenda que es revolucionaria.

(*) Unidad IV Sector, egresado.