La Montaña y el Pentathlón.


Arturo Ortega Ponce.

El montañismo y las prácticas de campo constituyen uno de los mayores atractivos para quienes algún día militamos en el Pentathlón y por supuesto para nuestros hermanos del Activo, muy particularmente para el contingente del Grupo Menor.

Los pesados días de instrucción con el sol a plomo, cuidando la formación militar y deportiva, y con especial esmero nuestro querido uniforme así como la preparación de eventos que constituyen la carta de presentación del Penta como son los desfiles y las graduaciones de cadetes;

las diferentes promociones para obtener grados, los aniversarios, el estudio del Ideario, las convenciones nacionales, etcétera, así como las actividades en el campo o montañismo van perfilando el estilo del “hombre pentathlonico”.

La predilección por la montaña, el amor al campo, el conocimiento de la geografía del país, la vida a la intemperie han sido durante décadas, las viriles actividades características de los pentathletas.

Salir al campo siempre es sano y altamente formativo, la preparación misma del equipo e itinerarios, despiertan el interés y la emoción por encontrarnos ante la magia de la montaña.


Marcos Canales Galindo -RIP- al frente de sus elementos con capote negro, armados durante una práctica nocturna de montaña.

Participar de lleno en esta actividad encuadrados en las filas del Pentathlón nos proporciona la magnífica oportunidad de dejar por un tiempo las lacras y el ruido de la ciudad, la contaminación y el hacinamiento, propias del mundo y hombre modernos. Y nos permite la sana convivencia con camaradas de armas e ideales.

El montañismo no lo consideramos como un simple deporte o una más de las variadas actividades del Penta, sino como la presencia sublime de dos elementos inseparables: acción y contemplación.

Elementos que sabiamente los instructores pentathletas inculcan en nuestra mente. Actitud que contrasta con otros núcleos de amantes de la montaña que le imprimen a esta sana y transparente actividad, dosis de falso ecologismo, esoterismo, panteísmo, ocultismo y exhibicionismo.

Es conveniente alejarnos de vez en cuando del espíritu de la ciudad. De hecho, cada día de instrucción, cada asistencia a academias, es un alejarnos de la ciudad y sus vicios, aunque estemos dentro de ella.

Porque como militantes de esta juvenil agrupación nos olvidamos un poco de las vicisitudes y agobiantes problemas de la ciudad. Por desgracia hoy la mayoría de los mexicanos vivimos en el gris de la ciudad, cuando no hace más de un siglo la mayoría de los habitantes vivían en el campo. Hoy, la mayoría vivimos en ciudades inmensas (Distrito Federal, Guadalajara, Monterrey, Puebla, Tijuana...),dejando casi abandonado el campo.

Las poblaciones pequeñas, los ranchos, estaban en estrecha comunión con el paisaje y el campo, casi todos sus habitantes se conocían entre sí, la relación era más personal. Era relativamente fácil saber quien era el perverso y quien un Caballero. La gente de pueblo está en contacto permanente con la realidad y eso le permite sentirse parte de un todo, en armonía, en jerarquía, en orden.

Las modernas ciudades trazadas fríamente con escuadra y compás, sepultaron para siempre las callejuelas sinuosas poéticas y humanas y les quitaron nombre para ponerles números. En aras de la modernidad y de la velocidad, han desaparecido barrios y casas centenarias separando amigos y familiares.

Las modernas ciudades constituyen un verdadero atentado humano.

Spengler calificaba al citadino como “nuevo nómada”, dando a entender con esto que el hombre de la gran ciudad perdía todo vínculo con los valores humanos y patrióticos. Es decir un hombre desarraigado. Y del Acebo Ibáñez remata: un ser que “habita” se va convirtiendo en un ser que “ocupa”, en un afónico social, incapaz de dialogar.

“Si la idea de la patria ha de ser sentida como vínculo positivo, deberá el entorno hablar al hombre, deberá existir siempre alguien que se comunique con él; así es como desde niño aprende el lenguaje de ese territorio” afirma Mietscherlich. (1).

En las grandes urbes se gestan los movimientos de masas que agitan a la sociedad y a las desgastadas banderas. Detrás de las monsergas de igualdad, libertad, democracia, tolerancia, etc., que llegaron para quedarse en las grandes ciudades, se encuentra la más cruel de las dictaduras. Detrás del ansia consumista, de la invasión mercadotécnica, se encuentra un frío egoísmo materialista.

Otro rasgo característico de las ciudades modernas lo es el espectro del transporte público, donde durante horas los hombres se miran mutuamente, sin hablar, solo el sentido de la vista es el que se activa.

De ahí que nuestro contacto con la montaña sea altamente contrastante, edificante, purificante, clarificador, tonificante...

Muchas de las mejores anécdotas y experiencias en la vida pentathlónica se gestan precisamente en las prácticas de montaña.

Ya sea en la barranca de Huentitán, en el río Chontalcoatlán, en el cerro de la Silla, en el Ajusco...no importando el grado de dificultad o la técnica que invirtamos, se da la comunión del pentathleta con la montaña. Pero no se trata solamente de un encuentro con la naturaleza queriendo encontrar el eslabón perdido, la piedra filosofal o el unicornio como sueñan muchos ilusos ecológico panteístas. Tampoco como pentathletas nos inspira ascender a una cresta en busca del récord americanizado atrayendo los reflectores y los suspiros de las muchachas adolescentes, sino que los pentathletas vemos en la montaña la oportunidad para el deporte pero también para la contemplación. La montaña, el campo, todas las bellas formas de la naturaleza, son para nosotros ocasión no solo de vencer obstáculos y sortear toda clase de dificultades y hacer milagros de resistencia sino de mantener siempre en primer plano el interés contemplativo pero además el impulso para entrar en contacto con un mundo que desmiente lo gris y mecánico que tiene la ciudad.

La montaña es el antídoto contra las enfermedades modernas de la ciudad.

Sin embargo, como dice Evola aparecen síntomas de materialización y de mecanización del montañismo, de activismo frívolo y de manía por el récord, de lo difícil por lo difícil, no ajena a la mentalidad americana -del norte por supuesto- y de la masificación, del colectivismo o del aplebeyamiento de la montaña, que se acerca demasiado al snobismo (sin nobleza), con una mezcla de simplicidad, trucamiento y ostentación. (2)

No en pocas ocasiones los pentathletas nos sentimos en medio de la ciudad como extranjeros en un mundo en decadencia. Mundo desalmado dominado por maquinas y hombrecillos robotizados.

La montaña y la mística del Pentathlón nos acerca a un mundo de capitanes, de heroísmo y seriedad que envidian los mediocres, los conformistas, los imbéciles, los subnormales, los sinvergüenzas.

La montaña y el Pentathlón nos ayudan a superarnos física y espiritualmente. Nos aparta de una vida sin pena ni gloria.

La montaña con sus misterios, con sus sonidos, con sus olores, con su silencio, con su soledad, nos fortalece espiritualmente al permitirnos un encuentro con nosotros mismos y con lo superior.

Que tus pensamientos sean como el aire de las montañas: amplios, puros y benévolos para todos.

Mensaje al Pentathlón Menor.

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“Nos vamos a la montaña, para aprender a formar más cerca de los luceros, la Patria, la Justicia y el Pan. Marchamos sobre la nieve, subimos el paredón, y, bajo el sol y los fríos, solo pensamos en Dios”..dice una canción Falangista.


Frente a la “aldea global” que nos quieren imponer, que no es otra cosa que una moderna Babilonia, antepongamos la tradición montañista del Pentathlón, el amor por el campo, la naturaleza y el realismo.

(1) citado po E. del Acebo Ibáñez en “Sociología de la ciudad occidental...”p. 228.

(2) Julius Evola, Meditaciones de las Cumbres, Ediciones de Nuevo Arte Thor, Barcelona, España 1978.

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