¿Orgullo homosexual?
Entendemos por orgullo el estar satisfechos por algún acontecimiento, por un logro personal, por algún hecho que dignifique al Hombre o a la Mujer o por mostrar cualidades que los otros admiran.
Pululan por ahí en casi todos los rincones de nuestro país organizaciones de pervertidos quienes se hacen llamar y apellidar orgullo lésbico u homosexual.
Tanto ha sido el activismo de estas particulares organizaciones que socialmente y luego de que casi todos los medios masivos de comunicación los han apoyado, se les va socialmente aceptando: se les permite que desfilen por las principales ciudades, que celebren ruidosamente sus aniversarios, que tengan bares y centros de reunión para que exista ligue entre mariposos.
Han logrado en efecto salir del drenaje es decir dejar de ocultar su perversión, con el apoyo de los gobiernos, las comisiones de derechos humanos poderosas ONGs., y algunos sectores podridos de la Iglesia Católica.
Les han abierto espacios y les garantizan tener voz en diversos foros, aparecen en TV, existen diputados y diputadas que representan los intereses de esa minoría y hasta el gobierno del cambio (sic), ha creado una dependencia federal para velar por ellos.
Los maricas pasean libremente por las calles, son nuestros vecinos, pululan, exhiben sin pudor ni recato -palabras cada día con menos significado- sus desviaciones frente a menores de edad y familias enteras.
Si alguno como nosotros, respetuosos de la feminidad, la virilidad, la familia, la naturaleza, alza su voz exigiendo justo respeto sobre todo para familias y menores de edad, de inmediato se ladra: ¡INTOLERANTES!, ¡RETRÓGRADOS!, ¡OSCURANTISTAS ! ¡FASCISTAS! ¡HOMOFÓBICOS!...y otras linduras.
El 14 de julio desfilaron por las calles céntricas de Guadalajara, en otros estados sucedió igual. Creo que estos sujetos escogieron la fecha para recordar el aniversario de la sangrienta revolución francesa, aquella de la que tanto hablan los masones, los de las consignas de igualdad, libertad y fraternidad aunque no las entiendan. Habría quizá que agregar calamidad.
Por desgracia al salir de la estación del tren ligero en el parque Revolución en ese nefasto día catorce, me encuentro con el espectáculo. No quiero descender amables lectores de Insignia con detalles de lo que vi. Me sentí avergonzado, ofendido, humillado...impotente.
Presurosos los reporteros de todos los medios haciéndoles el caldo gordo, las policías custodiándoles...
Me dio asco, vi a unas jovencitas que a mi lado se reían y aplaudían y les lanzaban vivas a los invertidos vestidos de mujer quienes hacían grotescos ademanes, se besaban y bailaban. Frente a ellos (¿as?) lo único que pude hacer fue mover la cabeza, resignado....la reacción fue terrible...las muchachas que debían ser seguramente bachilleres, joviales de clase media, sacaron su repertorio de ofensas y de majaderías, no les importó mi edad, ni mis lentes y canas...tal fue el alboroto que una mujer policía (!) intervino. Al enterarse de la razón de la irritación de las muchachas me pidió que me retirara de inmediato del lugar y respetara los derechos humanos (sic) de quienes felices observaban el candente espectáculo. Me retiré de inmediato en medio de ofensas. Escuché incluso que una de las muchachas que tiene la edad de la menor de mis hijas me gritó: ¡joto!
Todavía
en los lejanos años 50, en las inmediaciones de ese mismo
parque los pentathletas hacíamos instrucción, arma
embrazada pensando en la patria. A media cuadra por la avenida Juárez
se ubicaba el internado del Penta para dar asistencia a jovencitos
que quisieran de verdad estudiar y servir a la nación.
¿Que ha sucedido?.¿ Quienes han permitido que la juventud se corrompa tan de prisa?
¿Los viejos ya no merecemos respeto?
Alguna vez mis amigos pentathletas que aún conservamos amistad e ideales estuvimos dispuestos a dar la vida si fuese necesario por hacer una patria fuerte formando jóvenes con carácter y sirviéndola desinteresadamente. Si el destino no lo dispuso así, no fue nuestra culpa, pero sí, gracias al Pentathlón triunfamos en la vida, en diversas disciplinas. Formamos familias sanas y numerosas, les dimos educación y buenos ejemplos, nuestros hijos y nietos han sido pentathletas, estudian y nos miran con respeto. Nuestras mujeres y nuestros hijos se muestran orgullosos de nosotros, por nuestros ideales, por nuestras luchas, por lo que hemos modestamente construido, por nuestro comportamiento. De todo ello los pentathletas sí podemos estar orgullosos.
Miguel Ezquerra Lomelí.
egresado.
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