SANGRE HEROICA
DERRAMADA POR HÉROES Y PATRIOTAS MEXICANOS
Por Baltazar Sosa Chávez (*)
El mes de septiembre es el mes de la Patria, pero hay algunos días que tienen un significado sobresaliente y que están próximos a celebrarse . El día 13 conmemoramos el holocausto de los Niños Héroes de Chapultepec. El castillo sigue enclavado majestuosamente en el corazón del bosque más hermoso del Distrito Federal y no hay mexicano bien nacido que al llegar con su vista o su presencia a la cúspide de tan majestuoso edificio, sea capaz de despreciar la sangre de allí vertida en defensa de nuestra dignidad nacional. Chapultepec es <<grandioso>> y es <<hermoso>>; grandioso por su historia como residencia antigua de los reyes aztecas y posteriormente residencia del señor Presidente de la República.
Pero al contemplar las piedras que edifican el castillo y visitar el interior del museo que allí se anida, nuestra imaginación se convulsiona la revivir el glorioso combate de 1847 contra las huestes norteamericanas. Si México es tierra de volcanes, también lo es de gestas inmensamente heroicas que sacuden con fuerza el corazón de todos los mexicanos. Nuestra histórica patria está saturada de páginas escritas con borbotones de sangre que son borbollones de amor entregados para redimirnos de escalvitudes y dar paso triunfal al derecho de nuestra libertad. Veracruz, Caborca, Churubusco, Puebla, Chapultepec, etcétera, han sido altares de la patria. La Marcha Dragona que se toca como fondo en el Himno Nacional nos hace brotar del alma las lágrimas que después humedecen nuestros ojos, porque Jaime Nuño y Francisco González Bocanegra lograron sintetizar magistralmente en el Coro y diez estrofas que contiene 84 versos, la mística patriótica nacional.
Pero Chapultepec es también un lugar hermoso. Sus árboles centenarios integran el área verde más extensa del centro de la ciudad; su precioso lago es un espejo en donde se retrata el verde follaje de los árboles que a él se asoman, el blanco luminoso de sus nubes transitorias y el rojo celestial de sus románticos atardeceres. Chapultepec es el encanto de los niños; el oxigeno de los atletas; el excelente paseo dominguero de las familias citadinas; el albergue de un zoológico por demás interesante; el cofre opulento de sanas diversiones, un silencioso gestador de pintores y poetas; una sonatina de remos en la superficie de su lago; un remanso de ensueño y de ilusiones para enamorados; un centro espiritual de paz que embelesa al visitante, en sus adoquines corredores.
Para el mexicano y para el extranjero, el 15 y 16 de septiembre son fechas de gala, de respeto y de admiración. El ambiente se satura de patriotismo desbordante, hasta en el extranjero se da le Grito de Independencia para que compatriotas que viven allende las fronteras, tengan la oportunidad de llorar a los acordes del Himno Nacional y añoren la grandeza del terruño o el señorío de la capital. Todo México se envuelve en los pliegues de la Bandera Nacional y se arropa en el orgullo delicioso de sentirse heredero de una raza tradicionalmente valerosa. Dolores Hidalgo es una cuna de nuestra independencia; en la noche del 15 de septiembre se escucha el tañer de una campana hasta en el pueblo más humilde de cada rincón de la patria, símbolo de tantas guerras y guirnaldas. Solamente que esas campanas no tocan solas. Las esquilas de los templos católicos se resuelven en repique interminable como para refrendar con fuego nuevo el lacre que sella la tradición de lo que somos.
No obstante, septiembre no tiene otra fiesta máxima. El estupor de 1810 produce desgarramiento en las entrañas del nuevo México independiente; se convulsiona el país porque le falta cohesión de espíritu, unidad de pensamiento y coordinación de desarrollo. Si bien la independencia se engalanó con alegría de redención, produjo heridas muy profundas y exasperó los ánimos. Once años después en la modesta ciudad de Iguala, se formula el plan de la Consumación. Llega el 27 de septiembre de 1821 y se firma el documento. Destituido el virrey Apodaca, el sucesor O'Donojú suscribe el Tratado de Córdoba que reconocía la independencia. El Ejército Trigarante, portando la primera Bandera Nacional, entra a la ciudad de México para consolidar espiritualmente lo que en más de una década atrás no se había podido realizar.
En todas las principales ciudades del país siempre hay una calle dedicada a un personaje que por sus méritos es nacionalmente conocido: don Agustín de Iturbide. Si tal no fuese, ese glorioso nombre ya se habría destruido de las placas en esas calles; no tendría caso sostenerlo en las páginas de la historia; no habría ni para qué mencionarlo. Más estamos conscientes de que Iturbide existió como Agustín I; que Guerrero le rindió honores; que don Agustín fue el creador del lábaro patrió, autor del Plan de Iguala y el jefe supremo del Ejército Trigarante. Es, pues, el 27 de septiembre, una fiesta nacional de mucha mayor importancia que la que celebramos el 15, porque de nada valdría haber celebrado el grito de Independencia, si ésta no se hubiese consumado, no hay historiador que el niegue importancia a la Consumación de la Independencia. Don Agustín de Iturbide fue un ser humano como lo somos nosotros, pero es arrolladoramente triste que a otros héroes ficticios o falsificados se les honre más que a Iturbide. Todos los seres humano tenemos defectos y cargamos miserias humanas; don Agustín, ciertamente, no tuvo naturaleza angélica, pero al ser asesinado en Padilla en 1824, todos los mexicanos nos convertimos en parricidas.
Nosotros deseamos que, en este septiembre, los mexicanos celebremos dignamente las fiestas patrias, venerando la sangre derramada por los verdaderos héroes y patriotas, que para que no sea tachado de inútil su heroísmo.
(*)Publicado en el diario Ocho Columnas de Guadalajara, el 10 de septiembre de 2001.
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