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CAFÉ FILOSÓFICO

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22/05/2004 - Tema: "EL OCIO" 

 EL OCIO
Fragmentos elegidos de la obra: "Arte del buen vivir" de Arthur Schopenhauer

Pero ahora veamos lo que dan por resultado los ocios de la mayoría de los hombres. Tedio e idiotización, siempre que no se encuentren goces sensuales o tonterías para llenar estos ocios. Lo que demuestra que estos ocios no tienen valor alguno, es la manera de ocuparlos: son el ocio dilatado de los hombres ignorantes. 
El nombre vulgar sólo se preocupa de pasar el tiempo; el hombre de talento de aprovecharlo. La razón de que los espíritus limitados estén tan expuestos al tedio, es que su inteligencia no es absolutamente otra cosa que el intermediario de los motivos para su voluntad. Si en un momento dado no hay motivos que tener en cuenta, entonces la voluntad reposa y la inteligencia huelga, porque la primera, lo mismo que el otro, no puede entrar en actividad por su propio impulso; el resultado es un terrible estancamiento de todas las fuerzas en el individuo entero: el tedio. Para combatirlo, se insinúan socarronamente a la voluntad motivos insignificantes, provisionales, escogidos indiferentemente, a fin de estimularla y de poner con eso igualmente en actividad a la inteligencia que debe percibirlos... Tales motivos son los juegos de naipes u otros, inventados precisamente con el fin que acabamos de indicar. A falta de éstos el hombre vulgar se pondrá a tamborilear en los cristales o a juguetear con todo lo que caiga en sus manos. El cigarro es también un sustituto voluntario del pensamiento. No teniendo ideas que cambiar, se cambian cartas y se trata de sustraerse mutuamente algunos florines. ¡Oh lastimosa especie! 
El simple ocio, es decir, la inteligencia desocupada al servicio de la voluntad, no basta; para eso es preciso un excedente de fuerza positivo que nos haga aptos para una ocupación puramente espiritual y no dedicada al servicio de la voluntad; al contrario, el ocio sin los estudios es muerte y sepultura de hombre vivo. En la medida de este excedente, la vida intelectual que existe al lado de la vida real presentaría innumerables gradaciones, desde los trabajos del coleccionador que describe los insectos, los pájaros, los minerales, las monedas, hasta las más elevadas producciones de la Poesía y de la Filosofía. Una vida intelectual como ésta protege, no sólo contra el tedio, sino también contra sus perniciosas consecuencias. Resguarda, en efecto, contra las malas compañías y contra los numerosos peligros, las desgracias, las pérdidas y las disipaciones a que uno se expone al buscar toda su felicidad en la vida real. Así a mí, por ejemplo, mi filosofía no me ha dado de ganar nada, pero me ha ahorrado mucho.
Un hombre rico en el interior no pide al mundo exterior más que un don negativo, a saber: ocio para poder perfeccionar y desarrollar las facultades de su espíritu y para poder disfrutar de sus riquezas interiores; reclama, pues, únicamente, toda su vida, todos los días y a todas horas, ser él mismo. Para el hombre llamado a imprimir la huella de su espíritu en la humanidad entera, no existe más que una sola felicidad y una desgracia: poder perfeccionar su talento y completas sus obras o no poder hacerlo. Todo lo demás es para él insignificante. Por eso vemos a los grandes espíritus de todos los tiempos conceder el mayor valor al ocio; porque, tanto como vale el hombre tanto vale el ocio; "la felicidad está en el ocio" (Ética a Nicómaco), dice Aristóteles. Diógenes Laercio refiere también, que: Sócrates ensalzaba el ocio como la más bella de las riquezas. Eso es lo que entiende también Aristóteles cuando declara que la vida más bella es la del filósofo. Dice igualmente en la Política: "Ejercer libremente su talento; esa es la verdadera felicidad". Mas poseer ocio no sólo está fuera de su destino común, sino también de la naturaleza común del hombre, porque su destino natural es emplear el tiempo en adquirir lo necesario para su existencia y para la de su familia. Es el hijo de la miseria; no es una inteligencia libre. Así el ocio llega muy a ser pronto un peso, luego un martirio, para el hombre vulgar, desde el momento que no puede ocuparlo con medios artificiales y ficticios de todas clases, con el juego, con pasatiempos o con bagatelas de cualquier género. Por eso mismo, el ocio trae también peligro para él, porque se ha dicho con razón: "Difícil es la quietud en el ocio" Por otra parte, sin embargo, una inteligencia que excede en mucho a la medida normal, es igualmente un fenómeno anormal y, por consiguiente, contra naturaleza. Cuando se da, el hombre que está dotado de ella, para encontrar felicidad, necesita precisamente ese ocio, que, para los demás, es tan pronto importuno como funesto; en cuanto a él, sin ocio, no sería más que un Pegaso bajo el yugo; en una palabra, será desgraciado. Sin embargo, si estas dos anomalías, una exterior y otra interior, se encuentran reunidas, su unión produce un caso de suprema felicidad, porque el hombre así favorecido llevará entonces una vida de orden superior; la vida de un ser se sustrae a los dos orígenes opuestos del sufrimiento humano; la necesidad y el tedio está libertado igualmente del cuidado penoso de dedicarse a subvenir a su existencia y de la incapacidad para resistir al ocio (es decir, la existencia libre propiamente dicha); de lo contrario, el hombre no puede esquivar esos dos males sino por el hecho de que se neutralizan y se anulan completamente.

 
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