ÁNGEL VARGAS
por
Mauricio Navia

 

Mauricio Navia Dr. en Filosofía, egresado de la Universidad Complutense de Madrid, 1995. Responsable del Grupo de Investigaciones Estéticas de la Universidad de Los Andes. Director de la Revista de Filosofía de la Universidad de Los Andes y Organizador del PRimer Simosio Nacional de Estética (1996).

Desde hace ya 15 años conozco la presencia del hombre Ángel Vargas. Cercano y lejano de los tiempos, creció más allá de los círculos del arte. Rumiando los ecos de los setenta y los ochenta, Vargas permaneció libre del mercado y las discusiones de vanguardias y post-vanguardias. Casi escondido en la academia universitaria siguió explorando los caminos del arte contemporáneo sin dejarse contaminar por los aires crispados de los 80. Pero no dejaba la intensidad del trabajo del taller y la aplicación del oficio desde múltiples especulaciones visuales. Madurando las formas, las líneas y el color, Vargas hizo de su silencio un principio.

 

Cuando en los 50 la abstracción llegó a su más radical conclusión con el informalismo y el cinetismo, parecía que la figura estaba desterrada para siempre. Kandisky, Mondrian, Pollock habían instaurado una ortodoxia que resultó objetivamente del arte. Hoy, en los 90, la figura recorre en un diálogo abierto con la abstracción, nuevas exploraciones vertiginosas. Vargas es uno de los que explora desde los 80 este diálogo donde alterna signos y códices, planos de la abstracción con superficies más elementales y puras (perros, gallos, peces, pájaros) y metamorfosis de todo lo primitivo y ancestral.

 

Vargas permaneció suspendido en una zona de latencia e intempestivamente desbocó una exquisitez cromática en la pintura y el grabado cuya factura elegante y sobria dice de un universo espiritual muy bien tensado. No es, sin embargo, el tiempo expresionista o neo-expresivo lo que rige en su obra. La composición, el dibujo y los motivos hablan de un hombre sereno, cuyo rigor y voluntad está templado en el gimnasio, cuyo cuerpo plástico emana del dolor del oficio y cuya libertad está consolidada en la autonomía solitaria del artista sin pretensiones (ni de genio, ni de iluminado creador, ni de productor de obras maestras)

 

Mientras la pintura en los ochenta se regía por el Bad ppainting, los Nuevos Salvajes alemanes, la Transvanguardia italiana y los Neo-expresionismos americanos, en los noventa se legitima en opciones abiertas, plurales y múltiples. Allí Vargas dice, desde su lenguaje visual, formas primigenias en planos de elaborada composición donde la figura yace, sobreimpresa, en fondos latentes abstractos. Un consciente contra diálogo de lenguajes nada ingenuo, hace de Vargas un lector agudo de los giros plásticos de los 90, y además un inteligente exponente de los tiempos y la factura que exige el arte de los tiempos.

 

Mauricio Navia

 


 

 

 

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