MANIFIESTO

Arte-Rata
Manifiesto del 31 de Octubre de 2002.


También nosotros estamos dentro del sistema. Somos la auténtica puta consentida de ese gran cafishio universal. Se nos permite el lujo de la rebeldía, si se quiere, pero no nos engañemos, a su hora acá todos ponemos nuestra parte.

Todavía no somos la maldita rata gloriosa con la que soñamos. No basta con cambiar el pelo y desenvolver el gusto por los rincones oscuros para poder hacer un agujero en la pared. No basta que hagamos nuestras cosas en las plazas ni que aparezcamos ocasionalmente en los baños de las más respetables casas de la ciudad (y en las otras también). Muy a nuestro pesar cargamos nuestros ídolos, y somos, como todos, hijos de nuestro tiempo.

Estamos dispuestos, en contrapartida, a abandonarnos completamente a la rata que llevamos adentro, o de unirnos a las que nos acechan, desde siempre, allá afuera (ninguna alianza nos avergüenza). Perdónesenos si, por veces, mostramos excesivamente los dientes. Somos nuevos en esto. No tenemos otra salida. He aquí nuestro último, precioso, desesperado plano de evasión. Dejar de ser los hombres que somos para convertirnos en monos, en mujeres, en ratones, en perros.

Y es que tal vez no haya otro modo de ser extemporáneos, revoltosos, intempestivos.

Vaya una vez más la invocación de Nietzsche. Queremos actuar contra este tiempo, sobre este tiempo, en beneficio, si se puede, de un tiempo por venir.  Ejercer una influencia inactual. Buscamos comprender como un mal, un daño, una carencia, algo de lo que la época se glorifica a justo título, a saber: su pretendida cultura artística.


Nosotros no creemos sino en una política del arte, que no es ni imaginaria ni simbólica. Nosotros no creemos sino en la experimentación del arte; sin interpretación, sin significancia, sólo protocolos de experiencia.  

Si deliramos la historia del arte, si visitamos sus instituciones y admiramos sus salidas, no es más que para ponerla a trabajar bajo el signo de una idea nueva, esta arte numerosa, hormigueante, liminar, que prolifera fuera de los museos como una especie menor, rastrera, problemática.

También, si se quiere, para hacernos de armas.

Tal vez no admiremos a Duchamp con la admiración de los refinados paseantes domingueros ni con el erudito servilismo de los críticos, pero no es imposible que su obra nos sirva para reconducir, por un momento, esta incontinencia tremenda que nos ha ganado el cuerpo. Un poco al modo de Pinoncelli.  Un poco según las circunstancias.

¿Estaremos irremediablemente condenados al fracaso? Todo lo que empieza como comedia termina como qué.

En todo caso, no disparen inmediatamente sus alarmas. Dicen por ahí que cuando las cosas se ponen difíciles corremos como artistas por el tirante, pero hay cualquier cosa que parece funcionar en todo esto. No hemos comenzado y ya no somos los mismos. Nos brillan los ojos en la oscuridad. Unos a otros nos desconocemos, nos provocamos, confusamente nos olfateamos los sexos.

No den todo por descontado. Apenas hemos comenzado y ya hemos agarrado la mala costumbre de morder la mano del que nos da de comer.