COMPLOT CONTRA LA IGLESIA

Maurice Pinay

CUARTA PARTE

LA QUINTA COLUMNA JUDÍA EN EL CLERO

Capítulo Primero

EL PULPO ESTRANGULA A LA CRISTIANDAD

   La revolución masónico-jacobina logró ir derrotando a toda la Cristiandad por la misma razón que ahora sigue triunfando en forma arrolladora la revolución judeo-comunista: porque la Santa Iglesia Católica y la Cristiandad entera tan sólo han podido combatir los tentáculos del pulpo (partido comunista, grupos revolucionarios y en pocos casos, como en España, la masonería), dejando incólume la cabeza vigorosa. Por eso ha podido el monstruo regenerar y reconstruir los miembros que circunstancialmente le cercenan para emplearlos de nuevo, en forma más eficiente, hasta ir logrando la esclavización de medio mundo cristiano (Rusia, países de Europa Oriental y Cuba), estando ya a punto de esclavizar el resto de la humanidad.

   El triunfo constante de las revoluciones judeo-masónicas y judeo-comunistas –desde fines del siglo XVIII hasta nuestros días- se debe también, a que ni la Santa Iglesia Católica ni las Iglesias separadas(1) han luchado eficazmente en contra de la quinta columna judía introducida en el seno de ellas.

   La quinta columna está formada por descendientes de judíos que se convirtieron al cristianismo en siglos anteriores. Ellos practicaban en público y en forma aparentemente fervorosa la religión de Cristo mientras, en secreto, conservaban su fe judaica, llevando a cabo ocultamente los ritos y ceremonias judías y organizándose en comunidades y sinagogas secretas que han funcionado en la clandestinidad durante varios siglos en la sociedad cristiana tratando de ella desde dentro, para lo cual han sembrado herejías y disidencias, tratando incluso de apoderarse del clero en las distintas Iglesias cristianas. Para ello usan la estratagema de introducir cristianos criptojudíos en el clero católico, los cuales podrían ir escalando primero las distintas dignidades de la Santa Iglesia y posteriormente las Iglesias disidentes. En los desacuerdos existentes entre dichas Iglesias, los judíos clandestinos siempre han tenido gran influencia.

   Mientras que la Iglesia de Roma, SS. SS. los Papas y los concilios ecuménicos lucharon eficazmente durante el milenio de la Edad Media en contra del judaísmo y sobre todo contra la quinta columna, los movimientos revolucionarios –organizados para dividir y destruir a la Cristiandad- fueron completamente vencidos y aniquilados. Así ocurrió desde los tiempos de Constantino hasta finales del siglo XV. Desgraciadamente, la Santa Iglesia –por razones que posteriormente se señalan- ya no pudo atacar en forma eficaz a la quinta columna constituida por judíos clandestinos, introducidos en su seno como fieles, como clérigos y hasta como dignatarios.

   Fue entonces cuando el empuje del movimiento judeo-revolucionario se tornó cada vez más vigoroso hasta adoptar a fines del siglo XVIII el carácter de alud incontenible.

   En el siglo XX, en el que las tretas judías han llegado al extremo de llevar a los católicos al olvido de la gigantesca lucha de varios siglos librada entre el catolicismo y el judaísmo, es cuando este último ha obtenido los mayores progresos en sus planes de dominio mundial, porque ha logrado esclavizar, ya bajo la dictadura judeo-comunista, a una tercera parte de la humanidad.   

   En la Edad Media, los Papas y los concilios lograron destruir los movimientos revolucionarios judíos que en forma de herejías surgían dentro de la Cristiandad; movimientos que eran iniciados por cristianos en apariencia, pero judíos en secreto, que luego iban enrolando a sinceros y buenos cristianos en el naciente movimiento herético, engañándolos en forma muy hábil.

   Los judíos clandestinos organizaban y controlaban secretamente esos movimientos generadores e impulsores de graves herejías, como la de los iconoclastas, los cátaros, los patarinos, los albigenses, los husitas, los alumbrados y otras herejías más.

   La labor de estos judíos, introducidos como quinta columna en el seno de la Iglesia de Cristo, se facilitaba con la fingida conversión al cristianismo de ellos o de sus antepasados, los cuales se quitaban los nombres y apellidos judíos y los sustituían por cristianísimos nombres, adornados por el apellido de los padrinos de bautismo, con lo cual lograron diluirse en la sociedad cristiana y adueñarse de los apellidos de las principales familias de Francia, Italia, Inglaterra, España, Portugal, Alemania, Polonia y demás países de la Europa cristiana. Con este sistema lograron introducirse en el seno mismo de la Cristiandad con el fin de conquistarla por dentro y desquiciar la médula de las instituciones religiosas, políticas y económicas.

   La red de judíos clandestinos existente en la Europa medieval transmitía en secreto la fe judaica de padres a hijos, no obstante que aparentaran todos una vida cristiana en público y llenaran sus casas de crucifijos y de imágenes de santos. Por regla general observaban ostentosamente el culto cristiano y aparecían como los más fervorosos devotos para no despertar sospechas.

   Como es natural, este sistema judío de convertirse al cristianismo fingidamente para invadir la ciudadela cristiana y facilitar su desintegración, fue al fin descubierto por la Santa Iglesia con el consiguiente escándalo e indignación de los Papas, de los concilios ecuménicos y provinciales y del clero sincero en su fe. Pero lo que más escándalo provocó fue el hecho de que estos judíos clandestinos introdujeran a sus hijos en el clero ordinario y en los conventos, con tan buen resultado que muchos llegaron a escalar las dignidades de canónigo, obispo, arzobispo y hasta la de cardenal. Sin embargo no se contentaron con eso, sino que su audacia llegó hasta el extremo de pretender conquistar para ellos el Papado mismo, sueño ambicioso que siempre han acariciado y que estuvieron a punto de lograr en el año de 1130 cuando el Cardenal Pierleoni, un falso cristiano –judío en secreto- logró por medio de engaños y artificios que las tres cuartas partes de los cardenales lo eligieran Papa en Roma con el nombre de Anacleto II. Por fortuna, la asistencia de Dios a su Santa Iglesia pudo una vez más salvarla en tan tremendo trance. En esta ocasión, la Divina Providencia se valió principalmente de San Bernardo y del Rey de Francia, que ayudaron al grupo heroico de cardenales antijudíos enfrentados a las fuerzas de Satanás y eligieron Papa a Inocencio II, logrando salvar a la Iglesia de una de las crisis más graves de su historia.

   Aunque el antipapa judío Anacleto II murió en Roma, usurpando todavía el puesto y los honores pontificios, el sucesor impuesto por él fue obligado a dimitir por las tropas de la cruzada organizada a instancias de San Bernardo. Mediante ésta se logró, con la ayuda de Dios, salvar a la Santa Iglesia de las garras del judaísmo, mientras San Bernardo alcanzaba su merecida canonización.

   Los concilios ecuménicos y provinciales de la Edad Media combatieron encarnizadamente al judaísmo y a la quinta columna judía introducida en las filas del propio clero católico; nos queda constancia en sus sagrados cánones (normas de obligatoria observancia para los católicos) de la gigantesca lucha sostenida en contra del judaísmo satánico durante mil años, hasta fines de la Edad Media, época esta odiada y calumniada por la propaganda judía mundial, precisamente porque durante ese período de la historia fracasaron los judíos en todos sus intentos de destruir a la Cristiandad y de esclavizar a la humanidad.

   Para combatir no sólo a los tentáculos del pulpo –que eran en la Edad Media las revoluciones heréticas- sino a la cabeza misma que era el judaísmo, la Santa Iglesia Católica recurrió a diversos medios entre los que destaca por su importancia el Santo Oficio de la Inquisición, tan calumniado por la propaganda judía. Esta organización fue destinada a extirpar la herejías y a acabar con el poder oculto del judaísmo que las dirigía y alentaba. Gracias a la Inquisición pudo la Santa Iglesia derrotarlo y detener varios siglos la catástrofe que ahora se cierne amenazadora sobre la humanidad. Varias de las llamadas herejías eran ya movimientos revolucionarios de tantos alcances y pretensiones como los de los tiempos modernos, que pugnaban no sólo por destruir la Iglesia de Roma, sino por derrocar a todos los príncipes y aniquilar el orden social existente en beneficio del judaísmo, director oculto de esos movimientos heréticos y posteriormente de las revoluciones masónicas jacobinas y judeo-comunistas de los tiempos actuales.

   Los clérigos católicos que se horrorizan al oír el nombre de la Inquisición, influidos por la propaganda secular del judaísmo internacional y sobre todo por la de la quinta columna judía introducida en su clero, debieran comprender que si tantos Papas y concilios (ecuménicos y provinciales) apoyaron durante seis siglos, primero a la Inquisición Pontificia europea y después a la Inquisición Española y Portuguesa, tuvo que haber motivos bien fundados. Los católicos que se espantan y horrorizan al oír hablar del Santo Oficio es porque desconocen los hechos que se acaban de mencionar y cuya veracidad se demostrará con documentación fidedigna y fuentes incontrovertibles en capítulos posteriores.

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NOTAS

  • [1] Nos abstenemos aquí de emplear términos más duros respecto a esas Iglesias, con el ánimo de lograr un acercamiento entre católicos, protestantes y ortodoxos, acercamiento necesario para la formación de un frente político común contra el imperialismo judaico.