COMPLOT CONTRA LA IGLESIA

Maurice Pinay

Cuarta Parte
LA QUINTA COLUMNA JUDÍA EN EL CLERO

Capítulo Vigésimooctavo

LA QUINTAESENCIA DE LAS REVOLUCIONES JUDAICAS. ATAQUES SECULARES A LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA.

   El rabino Benjamín de Tudela en su famoso "Itinerario", manifiesta que es magnífica la situación de los hebreos en el mundo islámico en el siglo XII, con el reinado del Príncipe de la Cautividad; éste les otorgaba su título a los rabinos y cantores de la tierra de Sinar o caldea, de Persia, Khorsabad, Sheba o Arabia Feliz (Yemen), Mesopotamia, Alania, Sicaria, hasta las montañas de Asana en Georgia, tan lejos como hasta el río Gihon, hasta el país del Tibet y hasta la India. Todas esas sinagogas recibían, según el decir del ilustre viajero, su permiso para tener rabinos y cantores quienes iban a Bagdad para ser instalados solemnemente en su oficio y recibir su autoridad de manos del Príncipe de la Cautividad, llamados por todos Hijo de David.

   Por el contrario, en el mundo Cristiano en el mismo siglo XII, decía otro destacado dirigente del Judaísmo, el rabino Kimhi:

   "Estos son los días del exilio en los cuales estamos ahora y no tenemos ni Rey ni Príncipe en Israel, pero tenemos el dominio de los gentiles y de sus Príncipes y reyes" (262).

   En realidad, por los datos que tenemos, el Príncipe del Destierro tenía jurisdicción solamente sobre las comunidades hebreas de Oriente; las de Occidente, aunque en alianza estrecha con las anteriores, estaban gobernadas por sus consejos comunales y sínodos generales de dirigentes, uno de los cuales ya vimos que tuvo lugar en Toledo. Pero lo que es interesante es la confesión del citado rabino, al señalar que en el siglo XII dominaban los judíos a los gentiles (entre los que nos incluyen a los cristianos), a sus reyes y a sus príncipes. Esto era una triste realidad, no sólo en Oriente sino también en Occidente. El imperialismo judaico –como lo confiesa el distinguido rabino- había ya hecho progresos inmensos en su labor de dominar a las naciones gentiles. Es verdad que en la Cristiandad, en varios reinos y señoríos, en cumplimiento de los cánones de la Santa Iglesia, estaba prohibido el acceso a los puestos de gobierno a los israelitas, pero, por una parte, algunos monarcas desobedecían los sagrados cánones y, por la otra, los que se sujetaban a sus mandatos no podían impedir que judíos clandestinos, cubiertos con la máscara de la religión cristiana desde generaciones atrás, pudieran infiltrarse mediante una labor bien organizada dentro de los puestos de gobierno de Francia, Alemania, Italia, Inglaterra y demás países de la Cristiandad; de igual forma se introducían también en el sacerdocio seglar y en las Ordenes religiosas, escalando las jerarquías de la Iglesia. El judaísmo en esas fechas tenía ya, por lo tanto, un gigantesco poder invisible que se filtraba por todas partes, sin que los Papas, los emperadores y los reyes pudieran evitarlo.

   Este poder oculto tropezaba, sin embargo, con serios obstáculos para obtener un dominio rápido del mundo cristiano. En primer lugar, la monarquía y la nobleza hereditarias en que el título se heredaba al primogénito, dificultaba la tarea de que los judíos secretos pudieran escalar rápidamente la jefatura suprema del Estado; podían ganarse la confianza del rey, llegar a ministros, pero les era casi imposible llegar a ser reyes. En segundo lugar, su posición en el gobierno real era algo inseguro y estaban expuestos a ser destituidos cualquier día por el monarca que los nombraba, viniéndose abajo un dominio alcanzado después de muchos años de preparación y de esfuerzo. Por otra parte, los príncipes de sangre real sólo podían casarse con princesas de sangre real, por lo que las jefaturas de los estados estaban salvaguardadas con una muralla de la sangre que hacía imposible o casi imposible el acceso de los plebeyos al trono. En tales condiciones, por más que se pudieran infiltrar los israelitas en los puestos dirigentes de la sociedad cristiana, la muralla de la sangre real impedía su acceso al trono. Cosa parecida ocurrió durante algunos siglos con la nobleza. Sin embargo, como ya hemos visto, los hebreos en algunos casos excepcionales lograron perforar esa muralla de la sangre aristocrática, lo cual fue un desastre para la sociedad cristiana, ya que con sus matrimonios mixtos, celebrados con personas de la nobleza, pudieron los israelitas escalar valiosas posiciones, desde las cuales apoyaron sus cismas o sus revoluciones.

   La aristocracia de la sangre era una casta cerrada y difícil de perforar por los plebeyos, sobre todo en algunos países, por lo que para infiltrarla y controlarla, por ejemplo en Inglaterra, necesitaron los israelitas una labor de varios siglos. En cambio, en otros lugares como Italia, España y Francia, lograron en lagunas épocas grandes progresos con su penetración en la aristocracia; no obstante, la Inquisición les echó abajo sus conquistas, que se vieron reducidas grandemente. Sin embargo, en los siglos XVIII y XIX esas conquistas fueron lo suficientemente poderosas para facilitar el triunfo de las revoluciones masónico-liberales que derrocaron a las monarquías.

   En cualquier forma, la nobleza representaba una barrera de la sangre que en muchos países estorbó la infiltración de los hebreos en las latas esferas de las sociedad. La monarquía hereditaria presentaba el obstáculo principal para que los judíos, disfrazados de buenos cristianos, pudieran escalar la jefatura del Estado.

   Cada vez que han podido, los hebreos han intentado infiltrarse en la realeza, pero en casi todos los casos han fracasado, con excepción de Etiopía, e donde lograron colocar una dinastías judaica, y en Inglaterra en donde dicen que ya judaizaron a la realeza.

   Es, pues, comprensible que los israelitas del siglo XII no quisieran esperarse a que fructificara una larga y desesperante labor de siglos, consistente en la infiltración progresiva en las dinastías reales y aristocráticas; por eso, sin dejar nunca de intentarlo, idearon, no obstante, un camino más rápido para lograr el objeto deseado: la destrucción revolucionaria de las monarquías hereditarias y de la aristocracia de la sangre, y la sustitución de esos regímenes por repúblicas, en las que los judíos pudieran escalar, sin dificultad y rápidamente, la jefatura de los estados. Por ello fue de tanta importancia la revolución organizada en Roma por el judaico Giordano Pierleoni, que alcanzó con rapidez la jefatura máxima de la pequeña república. Aunque esta revuelta no fue dirigida contra un rey, al dar este golpe de mano y colocarse en unos cuantos días en la cúspide del poder, el hermano del antipapa judío había puesto la muestra al judaísmo universal enseñándole cómo perforar y destruir, en breve plazo, esa barrera de la sangre constituida por la monarquía hereditaria. En algunas herejías de la Edad Media, además de la Reforma de la Iglesia, ya proyectaban el derrocamiento de los monarcas y el exterminio de la nobleza; y en los tiempos modernos lo han venido obteniendo, enarbolando la bandera de la democracia y de la abolición de las castas privilegiadas.

   Sin embargo, ese querer alcanzar tantas metas de un golpe, sólo logró unir más, en el medioevo, a los reyes, a la nobleza y al clero, que mientras permanecieron unidos hicieron fracasar los intentos revolucionarios del judaísmo. Ante esos fracasos, acabaron por comprender que no era posible lograr de una sola vez tantos y tan ambiciosos objetivos. Los hebreos han tenido la gran cualidad de aprovechar siempre las lecciones del pasado; por ello, en su nueva revolución que empezó en el siglo XVI ya no atacaron al mismo tiempo a los reyes, a la nobleza y al clero, sino que por el contrario trataron primero de reformar y dominar a la Iglesia con la ayuda de los monarcas y de los aristócratas, para después, mediante nuevos movimientos revolucionarios, derrocar a éstos.

   Otro obstáculo que estorbaba el rápido dominio de los pueblos cristianos por los criptojudíos lo constituía la Santa iglesia con su clero, sus jerarquías y sobre todo sus Órdenes religiosas.. Es comprensible que para los falsos cristianos, judaizantes en secreto, fuera un verdadero sacrificio infiltrarse en el clero, máxime si se trataba de las Órdenes religiosas, sin tener una verdadera vocación y sólo con el objeto de controlar las jerarquías de la Iglesia y preparar su ruina. Si lo hicieron y lo siguen haciendo es porque tienen una mística y un fanatismo paranoicos; pero es indudable que una solución más rápida y que implicara menos sacrificios, tenía que ser vista por ellos como preferible. Ante la imposibilidad de destruir a la Iglesia, dado su arraigo en el pueblo, optaron por intentar su reforma revolucionaria por medio de los movimientos heréticos, mientras que organizaron los judíos secretos desde la Edad media hasta nuestros días, entre otros objetivos, tendieron siempre hacia los siguientes:

  • 1º. Supresión, en primer término, de las órdenes monásticas, cuyo voto de pobreza, vida comunal, dura Regla y dificultad para satisfacer en ellas el apetito sexual, obstaculizaban mucho su infiltración. Como nos lo demuestran documentos incontrovertibles –entre ellos los procesos inquisitoriales- de los criptojudíos que en diversas épocas llegaron a realizar peligrosas penetraciones en la Ordenes monásticas que más les importaba infiltrar, como lo fueron en un tiempo los Dominicos y los Franciscanos y, posteriormente, los Jesuitas, además de algunas otras, demostrando los judaizantes ser capaces, como los cristianos, de los mayores sacrificios por su causa. Pero es indudable que para el judaísmo subterráneo lo más cómodo era destruir estas difíciles barreras, logrando en una forma u otra la disolución de las Órdenes religiosas. 

  • 2º. Supresión del celibato de los clérigos. Aunque los procesos de la Inquisición nos demuestran que los clérigos criptojudíos se han dado siempre sus mañas, con ayuda de sus correligionarios, para tener su mujer clandestina o para introducir dentro del clero cristiano a jóvenes criptojudíos de tendencias homosexuales que no tuvieran ese problema, para el judaísmo subterráneo, cubierto con la máscara del cristianismo, era mucho más cómodo realizar una reforma revolucionaria de la Iglesia que suprimiera el celibato de los clérigos. Por ello, siempre que pudieron hacerlo, en un movimiento herético, abolieron dicho celibato.  

  • 3º. Supresión de la jerarquía de la Iglesia. La actual jerarquía es difícil de escalar; y si bien es cierto que los judíos quintacolumnistas han llegado hasta la cúspide, también lo es que esa labor ha sido siempre dificilísima y tardada. La Santa Iglesia ha ido acumulando con el tiempo defensas naturales en sus propias instituciones; por eso, en los movimientos heréticos medievales y del Renacimiento que controlaron los judíos secretos, suprimieron la jerarquía eclesiástica sustituyéndolas por Consejos de presbíteros y por una especie de democracia religiosa. Es claro que en la Unión Soviética, en donde poseen ya un dominio absoluto, no tienen gran interés en suprimir la jerarquía, ya que habiendo asesinado a los obispos independientes, los han sustituido por judíos colocados en las diócesis, según lo han denunciado escritores diversos. En tales condiciones, la jerarquía les sirve incluso para tener más afianzado el control sobre dichas iglesias.

   Pero en la Edad Media, y después en tiempos de los criptojudíos Calvino y Zwinglio, la situación era distinta. En aquel entonces, para dominar rápidamente las Iglesias cristianas, el mejor camino era el de la supresión revolucionaria de las jerarquía eclesiástica, porque así cualquier criptojudío se elevaba de golpe a la jefatura de la Iglesia, sin tener que pasar por el larguísimo e incierto proceso de ir escalando los grados de presbítero, canónigo, obispo, arzobispo, cardenal y Papa, como ha sido costumbre de la Iglesia desde hace algunos siglos.

   Por eso, en las monarquías protestantes también lucharon encarnizadamente contra las Iglesias episcopales, tratando de establecer las de carácter presbiteriano y si fracasaron en sus intentos fue debido al apoyo prestado por los reyes a las primeras.

   El hecho de que los monarcas desempeñaran un papel decisivo en el nombramiento de los obispos, si no la impedían del todo, cuando menos obstaculizaban la infiltración criptojudaica en esas Iglesias protestantes, como ocurría también en las Iglesias ortodoxas de Europa Oriental. El control de los reyes sobre ellas las salvó, durante varios siglos, de caer bajo el dominio judaico. Al ser suprimidos los monarcas, esas Iglesias episcopales han ido cayendo en manos del criptojudaísmo y las que han resistido, fueron dominadas al quedar bajo el control del Consejo Mundial de las Iglesias, organizado por el poder oculto judaico para controlar lo más posible aquellas Iglesias que no habían podido dominar por la simple infiltración. Es urgente que los protestantes abran los ojos y se libren de este yugo.

   Los judíos ya llevaban siglos infiltrándose en puestos de mando secundarios dentro de la Iglesia y el Estado; pero a partir del siglo XI se sintieron con fuerza y decisión para tratar de escalar las máximas jefaturas resolviendo entonces que si no se podía por medio de la infiltración lenta y difícil, lo harían por revolución rápida y contundente. Para lograrlo había que destruir las barreras que se oponían a ello mediante la reforma revolucionaria de las instituciones religiosas, políticas y sociales.

   Este plan no podía ser ejecutado con éxito por los israelitas –identificados como tales- que practicaban públicamente su judaísmo, ya que la Santa Iglesia y las monarquías cristianas, a través de los siglos, habían creado una legislación eclesiástica y civil que les impedía el acceso a los puestos dirigentes de la sociedad; y aunque esta legislación era violada por algunos monarcas, seguía en vigor por casi todos los demás estados cristianos. Además, en aquellos casos en que por haber sido olvidada dicha legislación se dio paso a los judíos hasta las cumbres del poder como en el ejemplo que analizamos de Castilla, las salvadoras cruzadas organizadas por otros monarcas, bajo los auspicios de la Santa Sede, salvaban la situación.

   Los judíos clandestinos ciertamente estaban en posibilidad de lograr tales objetivos. Igualados por el bautismo con los demás habitantes de la región, su judaísmo subterráneo, transmitido de padres a hijos de una generación a otra, se había ido haciendo más oculto, hasta que ya en el siglo XI era imposible percibirlo en los estados cristianos, en donde existía un judaísmo secretísimo de muchas familias que aparecían como cristianas de generaciones atrás, algunas de las cuales aunque en escaso número, habían logrado incluso conservar los títulos de nobleza adquiridos en la forma que ya se ha analizado. La inmensa mayoría de estos judíos secretos pertenecían a una nueva clase social que iba surgiendo: la burguesía, en la cual eran, sin duda, el elemento más poderoso y sobre todo el mejor organizado y más rico. Por ello, no puede considerarse como coincidencia el hecho de que a medida que la burguesía iba creciendo en poder, el judaísmo fuera también aumentando sus posibilidades de dominar a los pueblos.

   Para entender la fuerza decisiva que los judíos tenían en la burguesía medieval es preciso tomar en cuenta que en unos casos monopolizaban el comercio y en otros casos desempeñaban un papel capital en el control del mismo, de la banca y de los préstamos a los pueblos.

   Al mismo tiempo, en le terreno de la artesanía los hijos de Israel representaban un elevado porcentaje.

  • 4º. Supresión de las imágenes. Un asunto que molestaba mucho a los judaizantes cubiertos con el disfraz del cristianismo era el culto obligado que tenían que rendir a las imágenes de Cristo, maría Santísima y de los santos. Eso de tener que ir con frecuencia a iglesias llenas de imágenes, era de lo más repugnante para los criptojudíos, tanto por sus convicciones religiosas que consideran idolátrica esta clase de culto, como por el odio que tienen a María Santísima y a los santos, sobre todo a aquellos que se distinguieron como caudillos antijudíos. Lo más odioso para estos falsos cristianos era verse obligados a tener sus propios hogares llenos de imágenes para no inspirar sospechas a sus vecinos y amigos cristianos. Por ello, una forma de cristianismo que suprimiera el culto a las imágenes era para los hebreos subterráneos mucho más cómoda y siempre que pudieron abolieron en sus movimientos heréticos el culto a las imágenes. Sin embargo, hay casos de iglesias cristianas ya controladas por los judíos, en que no pueden realizar todavía tal cosa para no herir los sentimientos del pueblo; pero creemos, con fundamento, que lo harán en cuanto puedan hacerlo sin perder el control de las masas.   

  • 5º. Otro de los objetivos de la acción criptojudía en la sociedad cristiana era suprimir lo que ahora se llama antisemitismo, porque comprendían que mientras los cristianos estuvieran conscientes del peligro que los hebreos significaban para ellos, para la Santa iglesia y para las naciones cristianas, estarían en posibilidad de defenderse mejor de la acción conquistadora del imperialismo judaico y se provocarían a menudo, como se provocaron, constantes reacciones defensivas que seguirían haciendo fracasar, como hasta esos momentos las empresas de dominio realizadas una y otra vez por la sinagoga. En cambio, si la Santa Iglesia y los fieles perdían la noción de ese peligro, tendrían menores posibilidades de defenderse de su acción dominadora. Por eso, desde los movimientos heréticos criptojudíos del primer milenio y, sobre todo, en los de la Edad Media, se nota una tendencia a lograr la transformación de la mentalidad de los cristianos y de los dirigentes de la Iglesia y del Estado, intentando cambiar su antijudaísmo por un filojudaísmo, plan que dio origen a esos constantes movimientos projudíos organizados por la quinta columna hebrea introducida en la sociedad cristiana y en el clero de la Iglesia.

   Vemos, pues, surgir en muchas herejías medievales esas tendencias filojudías, defendidas con ardor por muchos de los más distinguidos heresiarcas de estirpe israelita, fenómeno que se repitió en diversas sectas protestantes de origen unitario o calvinista en los siglos XVI y XVII, sectas que fueron denunciadas por la Inquisición –tanto la española como la portuguesa- como empresas controladas secretamente por los judíos ocultos bajo el disfraz del cristianismo.

   ¿Pero cómo lograr todo lo anterior si la doctrina de los Padres de la Iglesia, de los Papas, de los concilios ecuménicos y provinciales y de los principales santos de la Iglesia condenaba en diversas formas a los judíos y tenía que ser acatada por los fieles cristianos? Los conspiradores israelitas solucionaron este problema cortando por los ano e incluyendo en el programa de sus movimientos heréticos el desconocimiento de la Tradición de la Iglesia, como fuente de la Revelación, y sosteniendo que la única fuente de la Verdad Revelada era la Sagrada Biblia. Esta guerra a muerte contra la Tradición la renovaron cada vez que pudieron los clérigos criptojudíos –es decir, los dignos sucesores de Judas Iscariote-, desde el siglo XI hasta nuestros días, con una perseverancia digna de mejor causa; hasta que lograron sus primeros éxitos en la Reforma Protestante. Lo que siempre ha pretendido el judaísmo y sus agentes infiltrados en el clero con esa encarnizada lucha contra la Tradición de la Iglesia, ha sido echar abajo la doctrina antijudía de los Padres de la Iglesia, de los Papas y de los santos concilios, para poder hacer prevalecer en la Cristiandad tesis filojudías que faciliten a la Sinagoga de Satanás el dominio, tanto de la Iglesia como de los pueblos cristianos. En todo esto coinciden asombrosamente todas las sectas heréticas de origen judaico que han surgido desde el siglo XI hasta el actual.

   Por otra parte, como en la liturgia y en los ritos de la Santa Iglesia fueron incluidas frecuentemente alusiones a la perfidia judaica, al crimen del deicidio, etc., con el propósito de que los clérigos tuvieran un constante y frecuente recordatorio de la peligrosidad del enemigo capital y estuvieran listos para defender a sus ovejas de las asechanzas del más feroz de los lobos, lo primero que ha hecho una herejía de este tipo ha sido suprimir de la liturgia y del ritual todas esas alusiones contra los hebreos, cosa que es ciertamente muy significativa.

  • 6º. Otro de los objetivos propuestos con el cambio de ideología de los cristianos (de un antisemitismo existente por siglos, al filosemitismo), fue el obtener la derogación de todas las leyes civiles y canónicas que dificultaban la acción de los judíos para lograr su dominio sobre los pueblos, especialmente de los hebreos que vivían y viven identificados como tales, es decir, de los judíos públicos. En este sentido, quienes podían obtener lo que ellos han llamado liberación de los judíos (públicos) tenían que ser los judíos clandestinos, que al lograr por medio de infiltración o de revolución controlar los gobiernos cristianos, podían derogar las leyes que impedían a sus hermanos hebreos, practicantes en público de su secta, participar en el dominio de las naciones cristianas o gentiles. En la Edad Media los judíos subterráneos obtuvieron algunos éxitos aislados y fugaces; y sólo a partir del siglo XVIII, con ayuda de la francmasonería, pudieron emancipar a sus hermanos, los judíos públicos.  

  • 7º. Otra de las aspiraciones máximas de los hebreos ha sido la de adueñarse de las riquezas de los demás pueblos. Ya estudiaremos en otro lugar la forma en que los hebreos dan a esta pretensión fundamentos teológicos, afirmando que es producto de la voluntad de Dios. Durante la Edad Media lograron alcanzar en parte esta meta por medio de la usura y acumularon gigantescas riquezas a través de los más despiadados despojos. Hasta en algunas herejías medievales de origen hebreo se predica ya el comunismo, la abolición de la propiedad privada y la expropiación general de los bienes de la Iglesia, la nobleza, la realeza y la burguesía.

   El hecho de que se expropiaran los bienes también a la naciente burguesía en nada afectaba a los hebreos, ya que los únicos perjudicados eran los burgueses cristianos o gentiles, pues controlando los israelitas el nuevo régimen comunista, en manos de ellos estarían las riquezas de reyes, clero, nobles y burgueses. Sin embargo, la experiencia mostró a los hebreos que el querer alcanzar tantos objetivos de golpe sólo unía a todos los afectados, provocando reacciones violentas de defensa contra ellos, que combinadas acababan por aplastar el intento revolucionario. Comprendieron que no era posible vencer a todos sus enemigos al mismo tiempo; y en los siglos posteriores prefirieron ir realizando por partes su gran revolución, dividiendo incluso el campo contrario y aprovechando una parte de él para lanzarla contra la otra, hasta conseguir poco a poco, pero con paso más seguro, todos sus propósitos.

   Todos estos fines siniestros de las revoluciones judaicas han sido cuidadosamente ocultados a las masas, a las que se ha engañado siempre con programas muy atractivos, capaces de arrastrarlas haciéndoles creer que la herejía o revolución es un movimiento surgido del mismo pueblo para beneficiarlo, para establecer la democracia y la libertad, para suprimir los abusos y las inmoralidades de los clérigos o de los gobernantes civiles, purificar a la iglesia o al Estado, acabar con la tiranía y la explotación y hasta convertir en un paraíso esta tierra. Los caudillos criptojudíos han sido siempre maestros del engaño; arrastran tras de sí al pueblo con un bello programa, mientras que en secreto planean realizar algo muy distinto. Esta hábil estratagema ha sido siempre otra de las claves del éxito de los heresiarcas y de los caudillos revolucionarios hebreos. El hecho universal de que los israelitas cubiertos bajo la máscara del cristianismo o de otra religión, estén diluidos en el pueblo usando sus mismos nombres y sus mismos apellidos sin que nadie sospeche que son judíos, es decir extranjeros que están en plan de conquista, ha hecho aparecer sus herejías o sus movimientos revolucionarios como salidos del mismo pueblo.

   Es cierto que en la Edad Media todavía se recordaba el origen hebreo próximo o lejano de muchos falsos cristianos, lo cual permitió a clérigos, monarcas y aristócratas localizar el origen judío de esas revueltas y de esas sectas, pero a medida que los siglos pasaron se fue olvidando el origen de tales familias –que por otra parte hicieron todo lo posible para que se borrara el recuerdo de su ascendencia judía-, hasta que un buen día ya nadie sospechaba que bajo la apariencia de un piadoso cristiano se ocultaba un judío subterráneo que conspiraba constantemente contra la Iglesia y el Estado y que no desaprovechaba oportunidad para organizar revueltas y conspiraciones, las cuales, en tales circunstancias, aparecen como surgidas del propio pueblo y como meras luchas intestinas entre miembros de una misma nación, siendo que en realidad son verdaderas guerras sostenidas por un pueblo invadido en la peor forma contra invasores extranjeros muy bien disfrazados, dispuestos a conquistarlo, utilizando para ello a una gran parte del mismo pueblo atrapado en las redes de los quintacolumnistas mediante hermosos planes revolucionarios, programas bellísimos con los cuales hacen creer a las futuras víctimas que al apoyarlos están trabajando por su propio mejoramiento y que están luchando por la superación de sus instituciones políticas, sociales o religiosas. Este ha sido el gran engaño de todos los movimientos subversivos criptojudíos desde el siglo XI hasta nuestros días; y ésta ha sido también otra de las causas de los triunfos de los falsificadores y timadores israelitas, disfrazados con la apariencia de sinceros redentores del pueblo, salvadores de la nación o reformadores de las Iglesias. Iniciar una revolución con los fines más nobles, para luego conducirla hacia los objetivos más perversos, ha sido siempre la táctica tradicional del judaísmo a través de los siglos. Naturalmente que algún día los incautos atrapados por los caudillos embusteros y por los tan atractivos como falsos programas, finalmente se dan cuenta del criminal engaño; pero en ocasiones esto ocurre cuando las cosas ya no tienen remedio y cuando los engañados están prácticamente aniquilados o esclavizados, sufriendo las graves consecuencias de su ingenuidad.

   Si analizamos los casos de los heresiarcas medievales, comparándolos con los de los caudillos revolucionarios criptojudíos o judíos públicos de los tiempos modernos, nos encontramos con frecuencia frente a individuos que han sabido hipócritamente rodearse de tal aspecto de bondad y sinceridad, de tal aureola de santidad, que cualquiera que no conozca a fondo las fábulas judaicas acabará por creer que está realmente ante un verdadero apóstol, cuando en realidad se trata de esos falsos profetas y falsos apóstoles, contra los cuales tanto nos previnieron Cristo Nuestro Señor y San Pablo, conocedores, mejor que nadie, de lo que era capaz la hipocresía judaica. A esto, añádase que la pandilla criptojudía que los apoya sane echarles incienso hasta consolidar su buena fama y prestigio, convirtiéndolos en verdaderos fetiches que se ganan el respaldo incondicional del pueblo y que luego utilizan su influencia en beneficio de los planes judaicos de dominio y de sus empresas subversivas.

   En los procesos de la Inquisición española suele verse cómo los cristianos nuevos, judaizantes, solían darse prestigio unos a otros para elevarse y ejercer dominio sobre los cristianos viejos (españoles de sangre visigoda y latina) y cómo lograban incluso que se tuviera como muy buenos católicos, y hasta como santos, a individuos que siendo judíos clandestinos, maldecían en secreto a la Santa Iglesia.

   En pocas palabras acabamos de resumir lo que podríamos llamar la quintaesencia de los movimientos revolucionarios hebreos del siglo XI en adelante. Quien anhele profundizar en este tema y conocerlo a fondo debe hacer un estudio en los archivos, tanto de la Inquisición Pontificia como de la Inquisición española y portuguesa que en otro lugar enumeramos, ya que tales instituciones lograron penetrar en los secretos más recónditos del judaísmo subterráneo y de los movimientos herético-revolucionarios que éste organizó en la sombra, dado que esas Inquisiciones contaban con medios para hacer hablar hasta a los judíos más herméticos y obligarlos a revelar sus más grandes secretos. Además, utilizaban otra serie de sistemas muy útiles para lograr eficazmente tales propósitos.

   Entre esos sistemas se incluía la aplicación del tormento: si la Inquisición descubría a un judío secreto, era conducido por los frailes inquisidores a la cámara del tormento y obligado a revelar los nombres y apellidos de todos los falsos cristianos que eran judíos en secreto. Los suplicios aplicados eran tan eficaces que la gran mayoría de los varones –y desde luego todas las mujeres- negaban todo en un principio, pero al ordenar los monjes inquisidores que se aumentara el tormento empezaban a revelar algunos nombres de otros cristianos criptojudíos y a un aumento mayor de la tortura acababan denunciando todo lo que sabían sobre los secretos del judaísmo subterráneo, sobre sus jefes ocultos y las personas que a él pertenecían. Una vez que los inquisidores obtenían estas denuncias mandaban encarcelar a todos los denunciados y aplicándoles el tormento, obtenían de ellos más datos sobre jefes, miembros y ramificaciones de la organización ultrasecreta del judaísmo clandestino. Denunciados más nombres y ramificaciones se hacían nuevos encarcelamientos, hasta copar totalmente toda la organización oculta del judaísmo y sus infiltraciones en el gobierno, en el ejército, en el clero, etc.

   A los muy escasos conversos sinceros, la Inquisición les pedía que fingieran seguir siendo leales al judaísmo, para que quedándose como miembros de las organizaciones secretas de éste, estuvieran proporcionando a la Inquisición datos valiosos sobre las ramificaciones más secretas del judaísmo subterráneo; pero los inquisidores se cuidaban muy bien de los falsos confidentes que pudieran dar datos falsos, acusando de ser judías a personas que no lo fueran.

   En diversas ocasiones la Inquisición estuvo a punto de destruir por completo a la quinta columna judía en tal o cual Estado cristiano; pero los israelitas lograron hacer fracasar estos éxitos a punto de lograrse fomentando la compasión de los Papas y de los reyes, para que cuando estuvieran descubiertos y presos los judíos clandestinos de una región, decretaran un perdón general que echara abajo el trabajo difícil y laborioso logrado por los clérigos inquisidores. En otras ocasiones organizaban campañas de calumnias contra éstos, hasta obtener que se desbaratara la obra de algún celoso y eficaz inquisidor. Pero lo decisivo fue que lograron que se estableciera lo siguiente: que la primera vez que se descubriera a un cristiano practicando el judaísmo en secreto, podía éste obtener el perdón de su vida con solo arrepentirse y pedir perdón; siendo condenado a la hoguera solamente a la hoguera si después de reconciliarse con la Iglesia era descubierto practicando de nuevo el judaísmo, llamado como hemos dicho herejía judaica. Lo que ocurrió fue que la inmensa mayoría, después de salvar la vida en forma tan fácil, tomaba excesivas precauciones y evitaba ser de nuevo descubierta.

   La bondad de los papas y de los reyes que maniataba a la Inquisición, daba tiempo al judaísmo secreto para infiltrarse en la propia Inquisición y paralizar por dentro su eficacia, fracasando con ello un sistema defensivo que pudo cortar el mal de raíz y evitar la catástrofe que está llevando al mundo a la esclavización.

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NOTAS

  • [262] James Finn, Sephardism or the History of the Jews in Spain and Portugal. Londres: J.G.F. y Rivington, St. Paul´s Church Yard, 1841, pp. 216-219.