LOS ÚLTIMOS DÍAS 
Y
EL FALSO ECUMENISMO

Mons. Mark A. Pivarunas
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   Adviento de 1995

   Amados en Cristo:

   En este Primer Domingo de Adviento comenzamos un nuevo año eclesiástico, y nuestra Santa Madre la Iglesia católica nos presenta en el evangelio de la misa el mismo tema de la semana pasada (Último Domingo después de Pentecostés), a saber, la profecía de Cristo sobre las señales que precederán el fin mundial y su segundo adviento. Existen dos razones para esta repetición.

   La primera razón es que, como el año eclesiástico es paralelo a la historia humana, y como la vida de Cristo es su punto central, el evangelio para el Último Domingo después de Pentecostés concluye esta historia con los eventos que ocurrirán antes del fin. La segunda razón es que Adviento es un tiempo preparatorio para la primera venida de nuestro Divino Salvador (hace unos 2000 años), y el evangelio del Primer Domingo de Adviento nos recuerda que vendrá otra vez para «juzgar a los vivos y muertos» en el juicio final. Así, los evangelios de hoy y del domingo pasado repiten el mismo tema.

   Cuando consideremos las palabras de Cristo acerca de los eventos que precederán el fin mundial, recordemos equilibrar nuestros juicios y no caer en los extremos. Y, ¿cuáles son éstos? Por un lado, hay quienes tontamente tratan de predecir eventos y fechas exactas, lo cual es contrario a la enseñanza de Cristo: en cuanto al fin del mundo, «el día y la hora nadie sabe». Por otro lado, están quienes descuidan por completo las profecías de la Sagrada Escritura, negando que fueran siquiera una posibilidad en nuestros tiempos. Luego debemos ser no solamente prudentes y cuidadosos, sino realistas también.

   Basta decir que vivimos en la época más inaudita de la historia de la Iglesia: desde la celebración del Concilio Vaticano II (1962-1965), se han introducido en la Iglesia nuevas doctrinas previamente condenadas por varios papas. El santo sacrificio de la Misa fue reemplazado por una nueva misa, una ya no representativa de la renovación incruenta del Calvario, sacrificio propiciatorio de la Nueva Ley; en realidad, esa misa es sólo un memorial luterano de la Santa Cena. El falso ecumenismo —promovido por la jerarquía de la dicha iglesia católica moderna— con herejes, cismáticos, budistas, hindús y muchos otros líderes de religiones mundanas se ha hecho una cosa habitual. Estos eventos de tal manera se oponen al mensaje de Cristo y su Iglesia, que los católicos se estremecen hasta el punto de exclamar: «¡Qué le ha ocurrido a la Iglesia católica?».

   A partir de esto, no debiera sorprendernos el porqué la Bienaventurada Virgen María escogió el año de 1960 como la fecha para la revelación del tercer secreto de Fátima. Asimismo, no debería sorprendernos el porqué los mismos responsables del Concilio Vaticano II callaron su revelación.

   No es nuestro propósito repetir los temas ya considerados en otras cartas pastorales, sino sólo considerar cómo estos eventos, desde el Vaticano II, son el cumplimiento de profecías bíblicas.

   Examinemos en esta carta pastoral una referencia particular de la Sagrada Escritura que sin duda alguna corresponde a nuestros tiempos.

   La referencia bíblica se encuentra en la epístola de san Pablo a los Tesalonicenses:

   Hermanos, que nadie os engañe en manera alguna; porque el día del Señor no vendrá sin que antes venga la apostasía y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición (2 Tes. 2: 3-4).

   La palabra apostasía se define como el rechazo total de la fe por parte de un cristiano bautizado. Pudiera ser que alguno pregunte cómo puede tal cosa ser posible hoy en la Iglesia católica: ¿dónde ha habido un rechazo total de la fe? Pero antes de contestar, recordemos las palabras de Cristo en el Evangelio del domingo pasado:

   Porque se levantarán falsos Cristos [...] de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos (Mt. 24:24).

   Si «aun los escogidos» deben tener cuidado en no ser engañados, es seguro que la apostasía sucederá de la manera más falaz.

   Además, San Pablo también hace referencia a estos tiempos en su Epístola a Timoteo:

   Debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos... (2 Tim. 3:1).

   Porque vendrá un tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oir, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas (2 Tim. 4:3-4).

   Regresando a la pregunta: ¿ha habido una apostasía desde el Concilio Vaticano II? La respuesta puede hallarse en «El fomento de la verdadera unidad religiosa» de la encíclica Mortalium Animos del papa Pío XI, con fecha de 6 de enero de 1928. Fue durante su pontificado que se pretendió promover la unidad de todas las religiones con el argumento de caridad y tolerancia. El Papa, muy elocuentemente, atendió la situación y explicó la posición de la Iglesia respecto a este movimiento ecuménico.

   Brevemente, revisemos los puntos más importantes de esta encíclica para así reconocer y entender cómo el Concilio Vaticano II ocasionó la moderna apostasía de nuestros tiempos.

   La primer y más sobresaliente enseñanza reiterada en Mortalium Animos es que la fe católica es la religión revelada por Dios:

   Dios, Creador de todas las cosas, nos hizo con el fin de que le conozcamos y le sirvamos. Tiene, por tanto, nuestro Creador perfectísimo, derecho a ser servido por nosotros. Ciertamente pudo haberse contentado con imponer, para el gobierno del hombre, la sola ley natural, esto es, la ley esculpida por Dios en el corazón del hombre al crearle; y con haber regulado el progreso de dicha ley por su Providencia ordinaria. Sin embargo, quizo Él dar leyes positivas que habíamos de obedecer y, en el curso del tiempo, esto es, desde el comienzo de la raza humana hasta la venida y predicación de Jesucristo, enseñó por sí mismo a la humanidad los deberes de una creatura racional para con su Creador.

   Por ende, ninguna religión puede ser verdadera, salvo aquella fundada en la revelación divina, revelación comenzada desde el mismo principio, continuada bajo la Ley Antigua, y perfeccionada por el mismo Jesucristo bajo la Nueva. Ahora, si Dios ha hablado — y es históricamente seguro que sí ha hablado —, es evidente que el hombre está obligado a creer implícitamente su revelación y obedecer sus mandamientos. Para que debidamente hiciéramos lo uno y lo otro, ésto para la gloria de Dios y salvación nuestra, el Hijo unigénito de Dios fundó en la tierra su Iglesia.

   A partir de esta verdad divina — de que Dios ha revelado a la humanidad la única verdadera religión con la cual debe ser adorado— se deriva el principio católico que prohibe a los católicos participar en el falso ecumenismo.

   Continuando con las enseñanzas del papa Pío XI:

   Con este objeto se organizan congresos, reuniones y conferencias, con no escaso número de oyentes, y donde, sin distinción, se invita a la discusión a toda clase de infieles, así como de cristianos, y hasta de aquéllos que tristemente rechazaron a Cristo o, con obstinada pertinacia, niegan la divinidad de su Persona o misión. Tales tentativas no pueden recibir aprobación alguna entre los católicos, pues están fundadas en la falsa opinión de que todas las religiones son más o menos buenas y dignas de alabanza, en cuanto todas dan expresión, bajo diversas formas, a aquel sentimiento innato que lleva a los hombres a Dios y a la obediente admisión de su imperio... favorecer esta opinión, por tanto, y alentar tales empresas, equivale a abandonar la religión revelada por Dios.

   Centremos nuestra atención en la frase «equivale a abandonar la religión revelada por Dios». Ésta es otra definición de la palabra apostasía. Según Pío XI, sostener el falso ecumenismo y alentarlo, equivale a apostatar. El Papa continúa su explicación:

   ¿Y habremos Nos de cometer la iniquidad de tolerar que la verdad revelada por Dios sea cosa de transacción? Porque, en efecto, se trata de defender la verdad revelada. Para anunciar la fe del evangelio a todas las naciones, Jesucristo envió a sus apóstoles al mundo; y, para guardarles del error, quiso que el Espíritu Santo primero les enseñase toda la verdad. ¿Acaso esta doctrina de los apóstoles ha descaecido del todo en la Iglesia, a quien Dios mismo asiste dirigiéndola y custodiándola? Nuestro Redentor expresamente manifestó que su Evangelio estaba destinado no sólo para los tiempos apostólicos, sino para todos los tiempos. ¿Pudo, entonces, haberse hecho la doctrina de la fe tan obscura e incierta que hoy convenga tolerar opiniones contradictorias? Si esto fuese verdad, entonces tendríamos que admitir que el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles, y la perpetua morada del mismo Espíritu en la Iglesia, y hasta la misma predicación de Jesucristo, perdió hace siglos su valor y eficacia; pero afirmar esto sería blasfemia.

   Si Pío XI estuviera hoy vivo, ¿que pensaría del falso ecumenismo tan difundido de nuestros tiempos? ¿Qué pensaría de la siguiente oración, patrocinada por MISSIO en las parroquias supuestamente católicas de Alemania, para el Domingo de Misión Mundial (1989)?

Oración recomendada a las parroquias modernistas
de Alemania, para el Domingo de Misión

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Alabado seas, oh Señor,
Dios de Israel.
Tú guías a través de tierras intransitables.
Tú liberas de la esclavitud y la opresión.
Tú prometes un nuevo mundo.

Alabado seas, oh Señor,
Dios de Mahoma.
Tú eres grande y sublime.
Tú eres incomprehensible e inalcanzable.
Tú eres grande en tus profetas.

Alabado seas, oh Señor,
Dios de Buda.
Tú vives en las profundidades del mundo.
Tú vives en cada persona.
Tú eres la plenitud del silencio.

Alabado seas, oh Señor,
Dios de África.
Tú eres la vida en los árboles.
Tú eres la fertilidad del padre y la madre.
Tú eres el alma del mundo.

Alabado seas, oh Señor,
Dios de Jesucristo.
Tú te consumes en el amor.
Tú te rindes en la bondad.
Tú triunfas sobre la muerte.

   ¿Qué pensaría aquél Papa de la invitación que Juan Pablo II hizo en 1986 a todas las religiones del mundo para que fueran a Asís y rezaran a sus falsos dioses? ¿Qué pensaría si viera la estatua de Buda colocada sobre el altar de la iglesia de san Pedro en Asís y adorada con incienso por sacerdotes budistas?[1]

   Nosotros ya lo sabemos, pues lo expresó en Mortalium Animos:

   Siendo todo esto así, claramente se ve que la Sede Apostólica no puede en absoluto tomar parte en estos congresos, ni de ningún modo pueden los católicos favorecer ni cooperar con tales empresas; pero si lo hicieran, estarían dando su aprobación a un cristianismo falso, totalmente ajeno a la única y verdadera Iglesia de Cristo.

   El verdadero ecumenismo es orar y trabajar para la conversión de la humanidad a Jesucristo, a su única y verdadera Iglesia, a la religión católica, la única religión revelada por Dios.

   Esto ha sido siempre la enseñanza de la fe católica a través de los siglos; además, las leyes de la Iglesia claramente reflejan estas mismas enseñanzas:

   Canon 1258: A los fieles no les está permitido, en modo alguno, asistir activamente o tomar parte activa en los servicios religiosos de los acatólicos (communicatio in sacris).

   Canon 2316: El que coopera communicatio in sacris, contrario a la provisión del canon 1258, es sospechoso de herejía.

   Lo más interesante acerca de la referencia bíblica de san Pablo a los Tesalonicenses, es que el apóstol continúa describiendo las circunstancias de la apostasía:

   ...porque el día del Señor no vendrá sin que antes venga la apostasía y se manifieste el hombre de pecado... que se sienta en el templo de Dios... Porque ya está en acción el misterio de iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, y continuará hasta que él a su vez sea quitado de en medio (II Tes. 2:3-7).

   Consideremos cuidadosamente estas palabras de San Pablo:

   ...el hombre de pecado (el anticristo) se sienta en el templo de Dios (en lo que una vez fue la Iglesia católica)

   Porque ya está en acción el misterio de iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, y continuará hasta que él a su vez sea quitado de en medio (II Tes. 2:3-7).

   ¿Quién es éste que «al presente lo detiene», y continuará deteniendo?

   Para contestar esta pregunta, debemos pensar en la única persona que, a través de los siglos, ha tenido la suprema autoridad dentro de la Iglesia para enseñar, gobernar y santificar, y que es la roca sobre la cual Cristo fundó su Iglesia. Él es quien detenía «el misterio de iniquidad» en los tiempos de San Pablo, y quien continuó deteniendo «hasta que él a su vez sea quitado de en medio, y entonces se manifestará aquel inicuo». Aparte de los argumentos teológicos que hemos considerado extensamente en nuestra reseña de Mortalium Animos, podríamos también reflexionar sobre un extracto de la obra Luz en la montaña (Light on the Mountain), escrita por John S. Kennedy y que trata de Nuestra Señora de La Salette. En este libro, el autor hace referencia a la vidente Melanie y su anotación del secreto dado por Nuestra Señora al papa Pío IX:

   Cuando llegó el tiempo de escribir el secreto mismo, Melanie trató de excusarse, luego rompió en llanto... Se sentó, tomó una pluma y comenzó a escribir. Una vez levantó la mirada para preguntar el significado de la palabra infaliblemente. [...] Poco después preguntó por la grafía y el significado de anticristo (pág. 131).

   Deberíamos también agregar el muy conocido extracto del libro La francmasonería del Gran Oriente desenmascarada (Grand Orient Freemasonry Unmasked), escrito por Monseñor George F. Dillon, D.D., y publicado en 1950. En el capítulo XIV de su libro, Monseñor Dillon cita en gran parte del libro La instrucción permanente del Alta Vendita, publicado por la francmasonería italiana:

   El papado siempre ha ejercido una acción decisiva en los asuntos de Italia. Con las manos, voces, plumas y corazones de sus innumerables obispos, sacerdotes, monjes, monjas y gente de todas latitudes, el papado encuentra una devoción infinita lista para el martirio, y eso al entusiasmo... Esto es una influencia inmensa que sólo los papas han sido capaces de apreciar al máximo, y que de momento la han usado hasta cierto punto. Hoy no existe duda en reconstituir para nosotros ese poder... nuestra meta es la de Voltaire y la Revolución Francesa: la destrucción permanente del catolicismo y hasta del concepto de cristiano...

   Ahora bien, a fin de conseguir un papa en la manera por nosotros requerida, es necesario modelarle una generación merecedora del reino que nosotros soñamos. Dejad a un lado la vejez y la madurez; id, en cambio, por la juventud y, si fuere posible, hasta por la infancia.

   En unos años el joven clero habrá, por la fuerza de las circunstancias, invadido todos los cargos. Ellos gobernarán, administrarán y juzgarán. Ellos formarán el concilio del Soberano. Ellos serán llamados para escoger al pontífice; y éste, como la gran parte de sus contemporáneos, necesariamente estará imbuido de los principios italianos y humanitarios que pondremos en circulación.

   Buscad al papa que nosotros retratamos. ¿Queréis establecer el reino de los escogidos sobre el trono de la prostituta de Babilonia? Dejad que el clero marche bajo vuestra bandera, siempre en la creencia de que marchan bajo la bandera de las llaves apostólicas. ¿Deseáis causar la desaparición del último vestigio de la tiranía y la opresión? Arrojad las redes como Simón Barjona; mas no a las profundidades del mar, sino a las profundidades de las sacristías, los seminarios y los conventos; y, si no os precipitáis en nada, obtendréis una carga más milagrosa que la de aquél... Habréis pescado una revolución vestida de tiara y capa magna, que marcha con cruz y estandarte: una revolución que sólo necesita un pequeño estímulo para incendiar las cuatro esquinas del mundo.

   Treinta años han pasado desde la conclusión del falso Concilio Vaticano II, en diciembre de 1965, y aún contemplamos los interminables efectos desastrosos del falso ecumenismo, la libertad religiosa la destrucción del santo sacrificio de la Misa. Oremos a Dios para que las palabras de Nuestro Señor del domingo pasado, se cumplan pronto:

   Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie será salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados (Mt. 24:22).

   In Christo Jesu et Maria Immaculata,
   Rvdmo. Mark A. Pivarunas

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