EL PENTECOSTALISMO 02  

El Bautismo del Espíritu 

   Como ya se ha dicho, el “pentecostalismo” y el “carismatismo” eran desconocidos en la Iglesia, habiendo nacido en el siglo XIX entre las sectas protestantes. Los dos seglares católicos Ralph Keifer y Patrick Bourgeois, que lo Introdujeron en la Iglesia Católica, recibieron el Bautismo del Espíritu de las manos de pentecostales protestantes; por lo tanto, su acción fue un insulto a la verdadera y única Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo y en consecuencia, una auténtica apostasía.

   Ellos, con su acción, si no con las palabras, declararon que la Iglesia Católica no estaba capacitada para darles el Espíritu Santo por medio de los Sacramentos, los sacramentales, las bendiciones, el Sacrificio de la Misa, la Comunión, los retiros, las peregrinaciones, etc. Por eso se sintieron constreñidos a buscarlo fuera, entre los pentecostales protestantes, donde se encontraría fácilmente.

   Ahora bien, ¿cómo podía el Espíritu Santo comunicarse a tales personas? Si fuera así, esto implicaría que la Iglesia Católica no tiene el derecho a decir que es la única y verdadera Iglesia de Cristo; por consiguiente, si lo que afirma el Movimiento Carismático es cierto, todo católico debería abandonar la Igle­sia y unirse a los pentecostales protestantes, que fueron henchidos del Espíritu Santo mucho antes que la Iglesia Católica supiera algo de ello.

   ¿Cómo puede un católico buscar al Espíritu Santo en una Iglesia no católica, sin negar implícitamente la unicidad de la Iglesia Católica?

   Si el considerado Bautismo del Espíritu fuese verdadero, sería en realidad un "Super sacramento" , instituido, sin embargo, no por Cristo sino por los hombres. Naturalmente, los pentecostales “católicos” niegan que sea un sacramento, pero esto se debe a la confusión e inseguridad que invaden toda su enseñanza doctrinal. Insisten en la "experiencia" y no están completamente seguros de la "doctrina". En esto los pentecostales protestantes son mucho más coherentes: rechazan el Bautismo de los niños y la Confirmación de los adolescentes, y en su lugar predican un bautismo de fe para los adultos, que debe ser seguido por el verdadero Bautismo del Espíritu.

   Pero los pentecostales católicos no se atreven a rechazar estos Sacramentos, porque sería una palmaria herejía; sin embargo, a duras penas aluden a ellos en sus enseñanzas, y aquí y allá hacen afirmaciones sorprendentes, ajenas a la Fe. Tómese por ejemplo lo que dicen Kevin y Dorothy Ranaghan en el libro “Pentecostales católicos” , que se considera uno de los clásicos del movimiento:

   “El Bautismo del Espíritu Santo es una parte fundamental de nuestra iniciación cristiana. Para los católicos, esta experiencia es una renovación, que hace nuestra iniciación concreta y explícita”. Es difícil sondear la profundidad de los errores contenidos en estas líneas, pero aún así, pueden ser detectados. En primer lugar, en esta afirmación se supone que el Bautismo del Espíritu tiene un significado distinto según se sea católico o protestante, y por lo tanto habría un Bautismo del Espíritu para los protestantes y otro para los católicos.

Además, si “el Bautismo del Espíritu Santo es una parte fundamental de nuestra iniciación cristiana” , se sigue de ello que nadie es auténtico cristiano si no lo ha recibido, porque le faltaría algo fundamental en la vida cristiana. Las conclusiones serían verdaderamente sorprendentes: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Avila, San Francisco Javier, Santa Teresa de Lisieux, San Pío X, todos los papas y los buenos cristianos anteriores a 1966, y posteriormente todos aquéllos que rehusan recibir el Bautismo del Espíritu o que simplemente no lo han recibido, no serían auténticos cristianos , ya que estuvieron privados de algo fundamental en la vida cristiana.

   Esto implicaría también que habría una cristiandad dentro de la cristiandad , una raza elegida dentro del pueblo de Dios. Implicaría incluso que durante dos mil años la Iglesia Católica habría privado a sus hijos de la plenitud del Espíritu Santo . Se habría comportado con ellos como una madrastra indigna, hasta que los pentecostales trajeron la plenitud del Espíritu Santo al seno de la Iglesia.

   ¿Quién podría medir las dimensiones de este necio y subyacente orgullo?

   Los pentecostales católicos niegan que el Bautismo del Espíritu sea un sacramento, pero su negación la contradicen los hechos. Un sacramento, en realidad, es un signo externo que produce la gracia. Ahora bien, el llamado “Bautismo del Espíritu” tendría todos los elementos constitutivos de un sacramento: la imposición de las manos seria el signo externo; la invocación al Espíritu Santo sería la forma; la efusión del Espíritu sería el efecto. Pero hay más. Si el “Bautismo del Espíritu” fuese verdadero, no seria un simple sacramento, sino un "Super sacramento", muy superior a los otros siete reconocidos por la Iglesia, porque:

TODO ESTO, NATURALMENTE, ES CONTRARIO A LA FE.

   De pasada se puede observar que los carismáticos no se muestran muy interesados en los siete dones del Espíritu Santo, que se dan a todos los cristianos en el Bautismo y en la Confirmación: los dones de Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios. Es más, incluso en el caso de algunos sacerdotes como el P. Darío Betancourt, uno de los líderes del movimiento en América, los dones del Espíritu Santo adquieren características nuevas y plagadas de mentiras.

   Pero los verdaderos dones del Espíritu Santo, son mucho más deseables que los secundarios, como la sanación, la profecía, el don de lenguas etc., los cuales no son necesarios ni para la salvación ni para conseguir un alto grado de santidad, y que incluso podrían terminar en una terrible trampa, en cuanto podrían conducir al orgullo espiritual.

   Si lo que los pentecostales afirman del Bautismo del Espíritu fuese verdad, ¿dónde habría que colocar la Confirmación en la vida cristiana?

   Los pentecostales católicos o Renovación carismática, evitan la cuestión, y como no quieren negar abiertamente la Confirmación, la ponen aparte. Ranaghan, en el libro citado “Pentecostales católicos” , propone la cuestión en estos términos: “Se puede estar más seguro de lo que quiere decir estar bautizado en el Espíritu Santo, que de lo que quiere decir estar Confirmado".

   ¡No saben lo que quiere decir estar confirmado! Sin embargo la enseñanza inmemorial de la Iglesia es la infalible declaración del Concilio de Florencia en 1439, a saber: que “la confirmación es el Pentecostés de todo cristiano” . Incluso —como veremos más adelante— algunos, como el ya mencionado Padre Darío Betancourt, afirman que aunque se recibe el Espíritu Santo en la Confirmación y en el resto de los Sacramentos, EL ESPÍRITU SANTO ESTÁ COMO LIGADO, FRENADO HASTA QUE EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU DE LOS CARISMÁTICOS, LO LIBERA DE NUESTRO INTERIOR Y LO HACE SURGIR.

   El dilema es por lo tanto inevitable: o el Bautismo del o en el Espíritu es verdadero y la Confirmación es falsa, o por lo menos no necesaria; o la Confirmación es verdadera y el Bautismo del Espíritu es falso.

   No pueden ser verdad las dos cosas.

   Si un laico, hombre o mujer, o una religiosa, al imponer las manos, pueden impartir el Espíritu Santo junto con algunos poderes milagrosos, ¿qué necesidad tenemos de los obispos o de los sacerdotes? ¡NINGUNA! Los pentecostales protestantes no tienen necesidad de ellos; ¿por qué habríamos de tenerla los católicos? Cualquiera podría objetar que esto es llevar las cosas demasiado lejos. Además, los carismáticos dicen: “¿Qué hay de malo en la imposición de las manos? ¿Es que cada cual no puede imponer las manos e invocar al Espíritu Santo?".

   A la primera objeción se responde que esto no es llevar las cosas demasiado lejos, sino su lógica conclusión. Desgraciadamente los pentecostales siguen la “experiencia” y no la “lógica” , y esto les vuelve sordos a la voz de la razón. A la segunda objeción se responde que todos son libres para invocar al Espíritu Santo, pero no lo son para imponer las manos con el fin de introducir a los fieles en el camino al que quieren llevarles. Imponer las manos denota autoridad : Los Patriarcas del Antiguo Testamento imponían las manos a sus hijos para bendecirles. Cristo imponía las manos sobre los Apóstoles para conferirles el Espíritu Santo. Los Apóstoles a su vez, y después de ellos los Obispos y los Sacerdotes, imponen las manos para consagrar y confirmar.

   Pero ¿qué autoridad tiene un laico para imponer las manos sobre otro laico, o lo que es peor, sobre un Sacerdote, o sobre un Obispo o un Cardenal? ¿Quién les ha dado esa autoridad?

   NO CRISTO, que ha establecido el Sacramento de la Confirmación para conferir el Espíritu Santo; NI LA IGLESIA, que no sabe nada del Bautismo del Espíritu; NI EL MISMO ESPÍRITU SANTO, puesto que no hay pruebas en la Escritura o en la Tradición de que haya conferido tal autoridad.

   Y no se objete que es un simple gesto que cualquiera puede hacer: no es un simple e inútil gesto. Es un intento de acción “sacramental” , porque se hace una petición fantástica (casi se podría decir sacrílega) para que, por medio de ese gesto, se produzca una efusión extraordinaria del Espíritu Santo, con experiencia mística y carismas muy superiores a los que pueden producir los Sacramentos del Bautismo, de la Confirmación, del Orden, y verdaderamente de cualquier otro Sacramento.

   Los carismáticos dicen que la efusión milagrosa del Espíritu Santo se debe a la fe: ¿es que no ha dicho Cristo que dondequiera que se reúnan dos o tres en su nombre, Él estaría en medio de ellos? ¿No ha afirmado también que cualquiera que tuviese fe como un grano de mostaza, sería capaz de obrar grandes milagros? ¿Por qué maravillarse entonces, si los carismáticos obran cosas extraordinarias? La afirmación suena bien cuando no se examina de cerca. Pero en realidad Cristo prometió que estaría entre aquellos que se hallaran reunidos en su nombre, pero tiene que ser en su nombre , esto es, entre aquellos que se reúnen para pedir lo que agrada a Dios. Ahora bien, Dios jamás ha prometido tales experiencias místicas, ni éstas son de ningún modo necesarias para nuestra santificación . Dios nos pide hacer uso de todos los medios ordinarios puestos a nuestra disposición: Confesión, Sacrificio de la Misa, Comunión, otros Sacramentos, etc.

   En realidad la búsqueda de la experiencia extraordinaria implica que los carismáticos no creen en el poder de los Sacramentos. Ellos ni siquiera creen en la presencia del Espíritu Santo, a menos que, como Tomás, lo sientan y lo toquen ; y esto quedará certificado con las palabras del Padre Darío Betancourt, como veremos más adelante. Aquí son oportunas las palabras de Cristo: "¡porque me has visto, has creído! Bienaventurados los que no vieron y creyeron" (Jn. 20, 29). Parece que los pentecostales carismáticos han olvidado esta enseñanza de Cristo.

Examen de los pretendidos carismas

     EL DON DE SANACIÓN: - Al oír a los pentecostales o carismáticos o de la renovación carismática o en el espíritu, parece que estuvieran caminando sobre una alfombra esmaltada de innumerables milagros, que exhiben como prueba segura del origen divino del movimiento. Sin embargo, para aceptar como auténticas las curaciones milagrosas se requieren tres condiciones:

   Ahora bien, estas tres condiciones no se dan en el Movimiento Carismático o Renovación Carismática. Ellos creen en los milagros por el simple testimonio de quienes dicen recibirlos ; algunos “milagros” son de naturaleza trivial, otros de naturaleza psicológica, otros no duran permanentemente. Además sería necesario examinar las causas de cada milagro en particular.

   Hay tres posibles causas:

   1) Dios: pero en este caso hay que establecer que son verdaderos milagros, y en tal caso no debe haber ninguna traza de orgullo, de ostentación o de autosatisfacción, muy presentes en el movimiento carismático.

   2) Procesos psicológicos: Por ejemplo, se pone un gran énfasis en el hecho de que algunos convertidos han abandonado su costumbre de beber; pero es notorio que los miembros de Alcohólicos Anónimos logran resultados similares por medio de la ciencia profana y con tratamientos que incluyen técnicas psicológicas, sin ningún recurso al “espíritu” invocado por los carismáticos.

   3) El demonio: - Puede, también él obrar algunos “prodigios”, especialmente en una atmósfera cargada de emotividad, atmósfera que es la buscada en esos encuentros multitudinarios, que duran varias horas y donde se relatan testimonios y anécdotas, con fondo de música percusiva, sincopada y fuerte; y el orador a los gritos . Ante estas circunstancias se producen fenómenos de tipo psicológico, a partir de los cuales incluso se llega a una disociación de conciencia tan extrema que se liberan hormonas relajantes y que adormecen, explicando así las desapariciones de síntomas de dolor, aunque no disminuyan en nada las enfermedades.

   El mismo Cristo nos ha puesto en guardia sobre esta posibilidad, por cuanto nos ha avisado que vendría un tiempo en el que los falsos profetas obrarían “milagros” o “prodigios” para engañar, si fuese posible, hasta a los elegidos. Como el movimiento carismático se basa en falsas premisas doctrinales, le es fácil al demonio infiltrarse y extraviar a las almas.  

   EL DON DE LENGUAS - Aunque ya hemos dicho algo de este argumento cuando examinamos la primera carta de San Pablo a los Corintios, podemos añadir alguna consideración, puesto que los carismáticos - pentecostales aprecian muchísimo este "don".

   Hasta hace poco tiempo ellos lo han considerado como la prueba definitiva de la efusión del Espíritu Santo. Esto implica como consecuencia que al recibir los Sacramentos nosotros no podamos estar seguros de haber recibido el Espíritu Santo, toda vez que no hay ningún fenómeno externo; ni siquiera en Sacramentos como el Bautismo, la Confirmación y el Orden, que han sido instituidos justamente para conferir una especial efusión del Espíritu Santo. En los Sacramentos, en efecto, nuestra única garantía es la fe sincera en la promesa de Cristo, atestiguada por la infalible autoridad de la Iglesia, aunque esta fe no se apoya casi nunca en el sentimiento o en la experiencia.

   Contrariados por tales objeciones, los pentecostales católicos dejaron de considerar estos dones como la prueba de la efusión del Espíritu Santo. Ante tales contradicciones, ¿qué debemos pensar? ¿Con qué autoridad establecen ellos los criterios de su fe? ¿Les indujo primero el Espíritu Santo a creer que el don de lenguas es la prueba definitiva, y después que no lo es? ¿Puede el Espíritu Santo estar sujeto a tales contradicciones?

   Y si consideramos la naturaleza del "carisma", nuestra perplejidad no puede más que aumentar, porque las lenguas que dicen hablar los pentecostales - carismáticos no son de hecho lenguas humanas. Son lenguas extrañas, simples balbuceos de sonidos ininteligibles, (que algunos han llegado a afirmar que era la “lengua o lenguaje de los ángeles”) a los que se llama glosolalia. Ya hemos notado que las "lenguas extrañas" de que se habla en los Hechos de los Apóstoles y en la primera carta a los Corintios eran verdaderas lenguas, si bien desconocidas en su mayor parte a los presentes.

   Los pentecostales, sin embargo, dan una explicación y hablan de la posibilidad de orar " no objetivamente, de una manera preconceptual" . Esta es la definición dada por Le Renouveau Charismatique (ver Lumen Vitae, Bruselas 1974):

   "La posibilidad de orar no-objetivamente, de una manera preconceptual, tiene un valor considerable en la vida espiritual. Permite expresar con medios preconceptuales lo que no puede ser expresado conceptualmente. La oración en lenguas es a la oración normal como la pintura abstracta, no representativa, es a la pintura ordinaria. La oración en lenguas requiere un tipo de inteligencia que tienen hasta los niños".

   En primer lugar, no existe nada semejante en la Tradición de la Iglesia, en la enseñanza de los grandes maestros del espíritu y de los grandes místicos de la Iglesia. Y aunque Cristo ha enseñado a los Apóstoles y a los primeros discípulos a orar y ha dado hasta una fórmula con la cual expresar las propias peticiones, Él jamás ha orado de manera “preconceptual” y “no objetiva”, ni ha enseñado a sus discípulos a hacer algo así. Este género de oración implica que los murmullos no corresponden a la realidad objetiva, puesto que son no objetivos, y que el Espíritu Santo es incapaz de expresar la realidad divina en el lenguaje racional. PERO TODO ESTO ES FALSO . Los Profetas, Cristo, los Apóstoles y después los Santos en el curso de veinte siglos, inflamados en el Espíritu Santo, fueron capaces de expresar la más alta Verdad en lenguaje humano . La expresión, lógicamente, es inferior a la realidad, pero esto no se debe al uso de un lenguaje “no objetivo” o “preconceptual”, sino al hecho de que cuando el hombre habla de la realidad divina, necesariamente se expresa de forma analógica.

   A este argumento de los carismáticos, además, sería necesario plantearle ulteriores interrogantes. Por ejemplo; ¿podría ser que, lejos de ser un don del Espíritu Santo, el “hablar en lenguas” [mussitationes] fuera un fraude o una manifestación de procesos psíquicos debidos a una explosión emotiva? Se puede añadir que hay, al menos en algunos casos, otra posible fuente: Satanás, que intenta engañar a los hombres remedando los milagros del primer Pentecostés.

   Otro fenómeno que hay que juzgar desfavorablemente es la multiplicación de este milagro. Uno de los jefes del carismatismo francés en 1978 decía que “en Francia el 80% de los carismáticos pentecostales habla en lenguas” (Le Figaro, 18 de Febrero 1978).

   ¿Así es que los milagros suceden con esa frecuencia?

Indiferentismo religioso

   Como ya hemos recordado, el movimiento carismático “católico” pentecostal fue importado del pentecostalismo protestante. Los pentecostales católicos lo han reconocido agradecidos, y han llegado a considerar como auténtico el movimiento pentecostal de los protestantes. Era lógico que fuera así, pues de otra manera caerían en abierta contradicción con sus propios orígenes; en consecuencia, celebran sus encuentros de oración con los protestantes de cualquier denominación y sin distinciones.

   En estos encuentros, cualquiera que haya recibido el don de ser “guía” puede imponer las manos sobre cualquiera, sin preocuparse de la Iglesia o de la secta a que pertenezca. Todos reciben dones supuestamente del Espíritu Santo, hablan en lenguas, interpretan, profetizan y sanan.

   Las diferencias doctrinales no son una barrera. Y así los católicos, que deberían sostener que solamente ellos poseen la Verdad plena, no intentan iluminar a sus hermanos protestantes con la plenitud de la Verdad que sólo se puede encontrar en la lglesia Católica. En cuanto a los protestantes, lejos de admitir las justas pretensiones de la Iglesia Católica, lo cual debería ser el resultado lógico de una auténtica efusión del Espíritu Santo, afirman experimentar un conocimiento más claro de la doctrina de sus respectivas denominaciones protestantes.

   Tanto los carismáticos “católicos” como los protestantes afirman trabajar, con rapidez y en espíritu de caridad y de mutua comprensión, por la unidad, que es la mira del movimiento ecuménico. Las cuestiones doctrinales no se discuten, porque (como ellos dicen) buscan la unidad a “UN NIVEL MÁS PROFUNDO”.

   Con lo de “nivel más profundo” intentan decir “nivel emotivo” , que confunden con el “amor sobrenatural”. Sin embargo, el nivel emotivo es el más falaz.

   Sólo la Verdad es el nivel más profundo, y en él la unidad es posible porque Cristo vino a dar testimonio de la Verdad, rechazando todas las componendas con el error y la ambigüedad. Él ha dado su vida por la Verdad; si la Verdad no es aceptada y confesada plenamente, el amor sobrenatural y la unidad son imposibles.

   El movimiento carismático, por tanto, está destinado a hacer naufragar la esperanza del ecumenismo, ya que ninguna unión será posible en tanto nuestros hermanos protestantes —o de otras confesiones— no acepten la plena potestad de fe y de gobierno de la Iglesia Católica.

   Es notorio también que algunos jefes carismáticos han hecho afirmaciones, y han tomado posiciones, que difícilmente se pueden conciliar con la doctrina católica. Así por ejemplo, Kevin Ranaghan (quien junto con su mujer Dorothy ha recibido el Bautismo del Espíritu, ayuda al Card. Suenens a organizar el movimiento en todo el mundo, y ha escrito “Pentecostales Católicos”, que se considera un clásico en el tema) sostiene, contra el Magisterio de la Iglesia, el derecho al control de los nacimientos.

   ¿Cómo podría el Espíritu Santo inspirar una cosa contraria al Magisterio de la Iglesia a Kevin Ranaghan?

   ¿O quizás él tiene razón y el Magisterio está equivocado?

   Todavía más: en la página 4 de su libro “Pentecostales Católicos”, Kevin, citando “La Cruz y el puñal” de David Wilderson, escribe:

   “estas palabras muestran claramente que Cristo recibió el Espíritu para que pudiese ser Mesías y Señor” .

   ¡Sin embargo, esto es una herejía! Porque Cristo no recibió el Espíritu Santo para ser Mesías y Señor, sino que era las dos cosas desde su concepción, a causa de la Unión Hipostática.

   INCREÍBLEMENTE, ES LO QUE TAMBIÉN AFIRMA EL PADRE DARÍO BETANCOURT COMO VEREMOS MÁS ADELANTE, Y QUE LO HACE CAER EN LA HEREJÍA.

   Tómese también la afirmación de la página 250, relativa a los promotores de una "auténtica vida de Fe" . Kevin cita no sólo a San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola y San Francisco de Sales, sino también a Joaquín de Fiore (cuyos errores fueron condenados en 1215), George Fox (fundador de los cuáqueros protestantes), John Wesley (fundador de los metodistas) y al ¡Telepastor Billy Graham!

   Por ello, según Kevin Ranaghan,

   “el Espíritu Santo no hace diferencia entre la Iglesia Católica y las varias denominaciones protestantes, sino que trabaja igualmente en todas, despreocupándose de lo que creen y enseñan.”

Demolición de la ascética cristiana

   Si pasamos de la teología especulativa a la ascética, tal como ha sido enseñada y vivida por los Santos, descubrimos que el movimiento carismático no sólo está privado de los requisitos fundamentales de una verdadera ascensión a Dios, sino que incluso le es perjudicial.

   Arruina la humildad y favorece el orgullo - La humildad es el fundamento y la fuente de todas las virtudes; el orgullo es la fuente de todos los pecados; la humildad es la virtud de Cristo, de María Santísima y de los Santos; el orgullo es el vicio de Satanás y de sus secuaces. El orgulloso está lleno de seguridad en sí mismo y de autoconfianza, busca lo sensacional y lo ostenta como virtud; el humilde, en cambio, busca el último puesto, evita lo sensacional y extraordinario, tiene miedo de engañarse y se considera indigno de los dones extraordinarios. Si Dios le da estos dones, los acepta con temor y temblor, incluso pide al Señor que se los quite y le lleve por la vía ordinaria; los esconde lo más posible, y si a veces, constreñido por la obediencia, debe hablar, lo hace con extrema repugnancia y reserva.

   Es exactamente lo opuesto de lo que les sucede a los carismáticos: desean dones extraordinarios, particularmente los que impresionan los sentidos, como el don de lenguas [mussitationes], el de su interpretación, y el de curación.

   Mientras el humilde implora “¡No a mí, Señor, no a mí!”, el pentecostal se pone en primer lugar con atrevimiento y dice con los hechos, sino con las palabras: “Heme aquí, Señor; haz que yo tenga la experiencia mística de Tu presencia, que hable lenguas, que yo tenga el poder de conferir el Espíritu Santo en el momento y ocasión que considere oportuno, que yo profetice, que yo cure a las personas en cualquier parte" .

   Y cuando cree haber recibido el Bautismo del Espíritu, el carismático prosigue con atrevimiento imponiendo las manos, clamando al Espíritu Santo y confiriéndolo; y sí alguna vez el Espíritu “se retrasa”, él insiste histéricamente: “¡Espíritu Santo, baja, tienes que bajar!”.

   Expone al alma al autoengaño – Alimentando un morboso deseo de lo sensacional, el movimiento crea una atmósfera sobrecargada de emoción, y que, por lo tanto, expone al autoengaño; declara, en efecto, que la experiencia personal es la suprema prueba de la efusión del Espíritu Santo.

   Sin embargo esto es contrario a la enseñanza de Cristo, que dijo que el cumplimiento de la Voluntad de Dios es el único criterio seguro de estar en la vía de la salvación: “No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre Celestial, este entrará en el Reino de los Cielos” (Mt. 7,21)

   Frecuentemente, ¡qué penoso y difícil es hacer la voluntad de Dios! El corazón está seco, la voluntad es débil y la carne molesta; sin embargo, hacer la voluntad de Dios en estas circunstancias, es gran perfección.

Jesús llegó hasta a excluir que los dones extraordinarios fueran un signo seguro de salvación, mientras que los pentecostales y carismáticos los consideran como una prueba irrefutable de la autenticidad de su experiencia. Estas son las palabras de Jesús: “muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor; ¿es que no hemos profetizado en tu nombre y no hemos expulsado los demonios y hecho milagros en tu nombre? Entonces les diré: ¡No os conozco, alejaos de mí, obradores de iniquidad!” (Mt 7 22 23)

   La experiencia, siendo muy subjetiva y la más débil de todas las pruebas, está extremadamente expuesta al autoengaño. Basta estar presente en los momentos culminantes de los encuentros de oración de los carismáticos. Lo que sucede muy frecuentemente en estos momentos es desconcertante, y en lugar de inducir al espectador honesto a reconocer la presencia de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, le induce a temer que otro “espíritu” esté en medio de ellos, espíritu que goza al poder engañar tan fácilmente a los hijos de los hombres y conducirlos sin esfuerzo a un reino donde Cristo no reina.

   En tomo a este aspecto del movimiento carismático, he aquí lo que escribe un autor francés, Henri Caffarel: “sería inútil recoger aquí ejemplos, pero es claro que normal­mente, por la excitación que domina en esta asamblea, se está muy cerca del histerismo colectivo y los jefes son evidentemente incapaces de canalizar las explosiones emotivas. En algunos casos no se puede estar seguro de sí se está todavía en los límites de una auténtica vida cristiana, o si ya se roza la superstición y la magia. El Maligno, ciertamente... ¡recoge su cosecha!” No es difícil comprender que estas asambleas amenacen seriamente la fe de las personas, su vida espiritual y su equilibrio psíquico. También se comprende que den origen a falsos profetas y sanadores, como aquellos de quienes habló Cristo cuando dijo: “Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros con vestiduras de corderos, pero por dentro son lobos rapaces' (Mt.7,15)” .

   Todavía más: Ralph Martin, director del Movimiento Carismático, en su libro “A menos que el Señor construya la Casa ”, expone el problema en términos más sangrantes: “demasiados van más allá de los límites de la moralidad, ya que se crean relaciones personales entre sacerdotes, religiosas y laicos que tristemente degeneran del plano espiritual a un nivel puramente natural y sensual. El ágape degenera en el eros".

   No pocas veces la Imposición de Manos de los Carismáticos culminó en lascivas y lujuriosas situaciones de toqueteos sexuales.

   Es contrario a la experiencia de quienes han vivido espiritualmente - La enseñanza y la práctica de los carismáticos - pentecostales contradice el ejemplo de los Santos, particularmente de los grandes místicos, (a pesar de citarlos constantemente como inspiradores de las técnicas que ellos ponen en marcha). Los Santos constantemente temían ser engañados por el demonio, desdeñaban los fenómenos extraordinarios, y pedían al Señor con insistencia el mantenerlos en la vía ordinaria.

   Para evitar autoengañarse, se confiaban ordinariamente a expertos directores espi­rituales, y frecuentemente recibían ayuda providencial del mismo Dios. Les declaraban hasta los más insignificantes sentimientos de su corazón y obedecían heroicamente a lo que les mandaban. ¿Se puede imaginar a Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Ávila, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, recorriendo el mundo haciendo ostentación de sí mismos, en su reconocido carácter de auténticos dispensadores del Espíritu Santo?

   La enseñanza y la práctica carismática contradicen también la explícita enseñanza de los grandes maestros de la vida espiritual y de los Doctores de la lglesia, que constante y unánimemente enseñan que las verdaderas virtudes que hay que pretender son la humildad, la mortificación, el amor de la humillación, el aniquilamiento de sí mismo, la vida escondida, el evitar la singularidad y la ocasión, para que el orgullo no nazca en el corazón.

   San Juan de la Cruz resume así esta doctrina: “POR TANTO DIGO QUE DE TODAS ESTAS APRENSIONES Y VISIONES IMAGINARIAS Y OTRAS CUALESQUIERA FORMAS O ESPECIES (...) AHORA SEAN FALSAS DE PARTE DEL DEMONIO, AHORA SE CONOZCAN SER VERDADERAS DE PARTE DE DIOS, EL ENTENDIMIENTO NO SE HA DE EMBARAZAR NI CEBAR EN ELLAS, NI LAS HA EL ALMA DE QUERER ADMITIR NI TENER PARA PODER ESTAR DESASIDA, DESNUDA, PURA Y SENCILLA” (Subida al Monte Carmelo. Lib II. Cap. 16).

   Es exactamente lo opuesto de lo que hacen los carismáticos.

   Los carismáticos abandonan la Cruz – El movimiento se concentra en la celebración de la “alegría” del espíritu. No hay lugar en el movimiento para la agonía del Getsemaní, los tormentos de la Pasión, las noches del alma que resaltan en la vida de los Santos; como la noche tan profunda que arrancó de los mismos labios de Cristo el grito de indecible dolor: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Porqué me has abandonado?” (Mt. 27,46).

   Los carismáticos deberían saber que la santidad no consiste en la alegría, sino más bien en el sufrimiento. Cristo ha llevado a sus Santos, particularmente a los grandes místicos, a las alturas de la santidad no precisamente por el camino de la alegría, sino por un inenarrable dolor, porque la esencia del amor no es la alegría, sino el sufrimiento: “quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt. 16,24)

   La auténtica celebración de la alegría está reservada para el cielo.

   Es indicio de mayor perfección decir “que se haga tu Voluntad” en la agonía de Getsemaní, que en la alegría de Pentecostés.

   El Movimiento Carismático contradice las enseñanzas de la Iglesia, que siempre sostuvo que los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos.

Conclusión

   Hemos examinado, con objetividad y sinceridad, el Movimiento Carismático desde distintos puntos de vista, y lo hemos encontrado frágil, contradictorio, erróneo y pernicioso. Pero en medio de la multitud, el clamor, el dinero que movilizan y el alboroto suscitados por el Movimiento, es difícil hacer prevalecer la voz de la recta razón.

   Vivimos una época delirante, en que la enseñanza y la tradición de la Iglesia son abiertamente atacadas o postergadas con desprecio. Parece que han llegado los tiempos profetizados por San Pablo a Timoteo: “cuando no soportarán la sana doctrina, antes a medida de sus concupiscencias tomarán para sí maestros sobre maestros, con la comezón de oídos que sentirán, y por un lado desviarán sus oídos de la verdad y por otro se volverán hacia las fábulas” (2 Tim. 4,3-5)

   San Pablo nos invita a examinar todo, a retener lo bueno, a rechazar lo malo.

   A LA LUZ DE LA SANA TEOLOGÍA Y LA TRADICIÓN, EL MOVIMIENTO NO SE CALIFICA COMO COSA BUENA: PARTE DE PRETENSIONES FANÁTICAS, MINA LA FE, INDUCE A LAS ALMAS A UN FALSO MISTICISMO, Y LAS CONDUCE A TRAVÉS DE LA CREDULIDAD Y EL ORGULLO OCULTO, A SATANÁS .

   Por tanto está plenamente justificado el juicio del Arzobispo Robert Dwyer, cuando dijo: “Juzguemos el Movimiento Carismático como una de las orientaciones más peligrosas de la Iglesia en nuestro tiempo, estrechamente ligado en espíritu con otros movimientos destructivos y separadores que amenaza con grave daño a su unidad y a innumerables almas”.

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