EUGENIO ZOLLI, EL RABINO
QUE SE RINDIÓ A CRISTO

   

   Israel Zoller, Gran Rabino de Roma, comienza a formar parte de la Iglesia Católica, tras su bautismo celebrado el día 13 de febrero de 1945, adoptando el nombre de Eugenio, en agradecimiento a Pío XII, (Zolli, es el resultado de la italianización de su apellido). Este impactante acontecimiento tuvo grandísima relevancia en aquel momento, pero después cayó, por distintas causas, bajo el pesado manto del olvido más riguroso.

   Otro tanto ocurrió con sus " Memorias", que no fueron publicadas jamás en Italia. Aunque una copia de las mismas sí se tradujera y publicara en inglés en los EE.UU., así como en castellano, en España, en los  años cincuenta del recién pasado siglo. 

BREVE BIOGRAFÍA DE EUGENIO ZOLLI 

   Israel Zoller nació el 17 de septiembre de 1881 en Brody, en Galizia (sudoeste de Polonia), por entonces austríaca. Fue el más joven de los cinco hijos. La familia, que era de religión judía, vivía con cierto desahogo, pues el padre era propietario de una sedería en Lodz, en territorio ruso. En 1888, el Zar decide nacionalizar todas las empresas cuyos propietarios sean extranjeros, por lo que la fábrica de Zoller en Lodz es confiscada sin ninguna compensación financiera. Como consecuencia de ello, el tren de vida de la familia se restringió considerablemente, y los hijos mayores se vieron obligados a dejar el hogar en busca de trabajo.

   A la edad de siete años, Israel siguió estudios primarios en la escuela hebrea, donde los niños aprendían de memoria pasajes de la Biblia. Sin embargo, el gusto por el conocimiento religioso le vino sobre todo del padre. Por su parte, la madre le enseñaba a socorrer a los menesterosos; conmovida por la miseria de la gente, acrecentaba sus buenas obras y, cuando era necesario, acudía a otras señoras del barrio.

   El joven Israel entabló amistad con Estanislao, un joven cristiano. Invitado en casa de éste, descubrió un crucifijo colgado de la pared. Israel no había visto ninguno hasta ese momento. De regreso a casa, preguntó a su familia sobre ese hombre clavado en una cruz, y le respondieron: «Eso concierne a los cristianos, no a nosotros». Con el pasar del tiempo, leerá en el profeta Isaías los cantos del Siervo del Señor, donde se presenta al hombre más inocente y más puro, que es golpeado, humillado y muerto por nuestros pecados; en el espíritu de Israel surgirá entonces esta pregunta obsesiva: «¿Será ese crucificado que vi el siervo de Yahvéh?».

   En 1904, Israel debió dejar a su familia, a la que nunca más volverá a ver. Su madre, que siempre había deseado que llegara a ser rabino, acababa de morir. Mientras impartía clases para atender a las necesidades de los suyos, estudiaba filosofía en la universidad de Viena, y después en la de Florencia, donde terminó el doctorado; paralelamente, seguía estudios rabínicos. En 1913 fue nombrado vicerrabino de Trieste, en esa época puerto austríaco, y contrajo matrimonio con Adela Litwak, judía de Galizia; de aquélla unión nació una hija, Dora. Durante la primera guerra mundial, Israel fue perseguido por la policía austríaca como partidario de Italia, por haber estudiado en ese país. Al final del conflicto, Trieste fue asignado a Italia e Israel Zoller fue nombrado gran rabino de la ciudad.

   En 1918, es nombrado rabino jefe de la ciudad, cargo que ocupará hasta su traslado a Roma y que hará compatible con su tarea docente como profesor de lengua y literatura semíticas en la Universidad de Padua. En aquellos años, la idea de la conversión no se le pasaba ni tan siquiera por la cabeza. "Todas las tardes -narra Cabaud- se limitaba a abrir por donde cayera la Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, para meditar. Fue así como la persona de Jesús y sus enseñanzas se le hicieron familiares, sin que ningún prejuicio se interpusiera ni le diera el gusto de lo prohibido". El fruto fundamental de sus años de Trieste será la obra "El Nazareno" (1938), un estudio lingüístico y etimológico en el que realiza una exégesis metódica del Evangelio a la luz del Antiguo Testamento.   

   Zoller se volvió a casar en 1920 con Emma Majonica, que le dió una segunda hija, Miriam. Entre 1918 y 1938, residiendo siempre en Trieste, enseñó hebreo y lenguas semíticas antiguas en la universidad de Padua. Es sorprendente que frecuente tanto el Nuevo Testamento como el Antiguo, de tal modo que la persona de Jesucristo y su enseñanza le resultan familiares. No podía dejar de comparar el Antiguo Testamento con el Nuevo: «En el Antiguo Testamento la justicia se ejerce de hombre a hombre... Hacemos el bien por el bien recibido; hacemos el mal por el mal que hemos sufrido de otros. No devolver mal por mal es, en cierto modo, faltar a la justicia». Qué contraste con el Evangelio: Amad a vuestros enemigos... orad por ellos, o bien con respecto a la última frase de Jesús en al cruz: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. «Todo ello me causa estupor – escribe Zoller; el Nuevo Testamento es, efectivamente, un Testamento nuevo». Y precisa: «Aquí empieza una nueva tierra, un nuevo cielo... Los ricos sujetos a la tierra son pobres, y los pobres que han sabido desprenderse de ella son verdaderamente ricos, porque poseen un reino que pertenece a los afligidos, a los silenciosos y a los perseguidos, a los que nunca han perseguido sino que han amado». 

   Por otro lado, Zoller constaba con tristeza que, entre sus correligionarios, «el amor de la Ley prevalece a menudo sobre la ley del Amor», de tal manera que las minucias de la casuística rabínica eclipsan el principal mandamiento de la ley revelada por Dios a Moisés: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma... (Dt 6, 5). En su calidad de especialista de las lenguas antiguas, descubre que el nombre de Nazaret se aplica en un principio a la pequeña población donde Jesús vivió durante sus primeros treinta años; pero ese nombre significa igualmente que Jesús de Nazaret es el Nazir (el Consagrado) anunciado por el profeta Isaías: Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño (en hebreo: nazer) de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Dios (Is 11, 1). Este descubrimiento lo expondrá en su obra capital de los veinte años pasados en Trieste: «El Nazareno» (1938).

   La llamativa concordancia entre el relato de la Pasión de Cristo en el Evangelio y el Siervo sufriente descrito por el profeta Isaías ocho siglos antes de su advenimiento no deja a Zoller ninguna duda acerca del cumplimiento en Jesús de la profecía: Despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento, menospreciado sin que le tengamos en cuenta. Pero fue él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó nuestros dolores... Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados..., y en sus llagas hemos sido curados (Is 53, 3-5). Además, el examen de las declaraciones de Jesús sobre su divinidad le mueve a escribir: «Cristo es el Mesías; el Mesías es Dios, luego Cristo es Dios». Zoller está intelectualmente convencido, pero aún no tiene fe; esta gracia la recibirá siete años más tarde.

   "Nadie ha tratado de convertirme -relataba algunos años después-. Mi conversión ha sido una lenta evolución interior. Desde hace años, y yo mismo lo ignoraba, mis escritos tenían ya un carácter tan cristiano que un arzobispo dijo de "El Nazareno": todos podemos equivocarnos, pero por cuanto puedo juzgar, pienso que podría firmar yo mismo ese libro'". 

   Los rumores de guerra hicieron que el eco del libro fuera limitado.    

   Le ofrecieron el puesto de rabino jefe de Roma. La comunidad hebrea de la capital (de la que el rabino era un empleado a sueldo) estaba dividida entre filofascistas y sionistas. Tal vez la fama de persona independiente y profundamente religiosa que se había ganado Zolli en esos años influyó en la elección. Sus dos interlocutores fueron Dante Almansi, presidente de las comunidades israelitas de Italia, que había sido jefe de la policía fascista y tenía buenos contactos con el régimen, y Ugo Foà, presidente de la comunidad hebrea de Roma. 

   El 10 de septiembre, el ejército nazi controla Roma. El 26 de septiembre, el comandante Herbert Kappler impone a los judíos de Roma el pago de cincuenta kilos de oro, en un plazo de 24 horas, como rescate para no deportar a una lista de trescientas personas. La comunidad hebrea consigue reunir treinta y cinco kilos. Los presidentes Almansi y Foà piden a Zolli que acuda al Vaticano para pedir ayuda. Así lo hace -aunque sobre su cabeza pesaba una recompensa de 300.000 liras-, y recibe una respuesta positiva. Al final, los quince kilos del Vaticano no harán falta porque se habían conseguido por otras vías (incluidas, según se escribe, las de algunas casas religiosas y párrocos).

   En esas semanas Zolli tuvo un encuentro con Foà en el que presentó un plan práctico para dispersar a los judíos de Roma. La acogida no pudo ser más fría: "Si hay que tomar decisiones, las tomaré yo con mi consejo -respondió Foà-. De momento no se ha decidido nada. Vaya a comprar un poco de valentía en la farmacia". Años después escribirá Zolli: "Se me había concedido el don de ver sin poder actuar; y a otros, el poder de actuar sin poder ver".

     El oro, desde luego, no sirvió para nada, pues el 16 de octubre comenzaron las deportaciones, que sólo se frenaron por intervención de Pío XII. Zolli, que podía haberse exiliado fuera de Italia, vivió nueve meses en la clandestinidad, huésped de familias amigas, al igual que su mujer Emma y su hija Miriam (la otra hija, Dora, fruto de su primer matrimonio, no corría peligro por estar casada con un "ario"). En febrero de 1944, la comunidad hebrea lo destituye como rabino, pero en junio los aliados lo ponen de nuevo al frente de la sinagoga. Allí permanecerá solo unos meses, pues en otoño presenta la dimisión por motivos personales.

   Y es que el día de Yom Kippur, durante la ceremonia en la sinagoga, había oído una voz interior que le dijo: "Estás aquí por última vez. Desde ahora, me seguirás". Ya en los meses anteriores había meditado dar el paso del bautismo, pero no quiso hacerlo durante la persecución nazi.   

   La noticia del bautismo de Zolli causó enorme estupor (su mujer se bautizó el mismo día y su hija Miriam, que superaba ya la veintena, lo hizo un año después). La sinagoga de Roma decretó varios días de ayuno como expiación, fue considerado como apóstata y desde entonces para dirigirse a él se habla del "Innombrable".

   El paso había dejado a Zolli literalmente en la calle: a los 65 años y sin casa ni sueldo. El futuro cardenal Dezza le ofreció un puesto de docente en el Pontificio Instituto Bíblico, de la Universidad Gregoriana.

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