EL JUDÍO EN EL MISTERIO DE LA HISTORIA*
P. Julio Meinvieille
Capítulo IV

El misterio de la tensión de judíos y gentiles en
relación con la historia

   Esta ley de tensión dialéctica entre judíos y gentiles, que San Pablo denuncia en 1 Tes. 2, 15, y que rige la evangelización de los pueblos, tiene que fundarse en alguna disposición misteriosa de la Providencia en la presente economía. San Pablo así lo enseña en los capítulos nueve, diez y once de la Carta a los Romanos. Vamos a puntualizar sus enseñanzas, para mayor claridad. 

  • 1) Existe una superioridad y preeminencia del judío sobre el gentil. Como es sabido, la elección divina en favor de este minúsculo pueblo llena páginas maravillosas del Antiguo Testamento. El Apóstol no deja de recordárselo a los orgullosos romanos.
       Tribulación y angustia sobre todo el que hace el mal; primero sobre el judío, luego sobre el gentil; pero gloria, honor y paz para todo el que hace el bien, primero para el judío, luego para el gentil. (Rom. 2, 9).
       Si es cierto que tanto judíos como gentiles son pecadores inexcusables (Rom, 2, 1), sin embargo los judíos tienen una superioridad que San Pablo reconoce abiertamente: ¿En qué, pues, aventaja el judío o en qué aprovecha la circuncisión? Y contesta: Mucho, en todos los aspectos. Porque primeramente le ha sido confiada la palabra de Dios. (Rom. 3, 1).
          
    Pero, podrá argüir alguno, los judíos han sido infieles y se han hecho indignos de las divinas promesas. Contesta el Apóstol: ¡Pues qué! Si algunos han sido incrédulos, ¿acaso va a anular su incredulidad la fidelidad de Dios? Y en Rom. 11, 28, añade: Por lo que toca al Evangelio, son enemigos para vuestro bien, mas según la elección son amados a causa de los padres. Que los dones y la vocación de Dios son irrevocables.

  • 2) Pero la superioridad que Dios ha adjudicado al judío le viene de la fe y no de la carne.
          
    La tentación permanente del pueblo judío ha consistido en creer que su grandeza le venía puramente por su linaje carnal y no por la fe. Es claro que su linaje carnal era grande, por cuanto debía ser el vehículo que nos trajera al Salvador. Pero era grande por el Salvador y porque Dios en sus designios había elegido su linaje y no otro para traemos al Salvador. San Pablo señala fuertemente esta verdad en Gál. 3, 6, haciendo ver que la grandeza de Abrahán no consistió en su carne, que por ella fue padre de Ismael de la esclava Agar,  sin que ello le trajera ninguna gloria; su grandeza consistió en la fe, en que creyó, creyó que Sara, su mujer, anciana ya, le daría a Isaac, hijo de la Promesa, y tanto creyó Abrahán, que no dudó en obedecer al mandato divino y sacrificar a su unigénito. La fe salva. La ley y la carne pierden porque son una maldición. Y Cristo nos redimió de la maldición de la Ley haciéndose por nosotros maldición, pues escrito está: "Maldito todo el que está colgado del madero", para que la bendición de Abrahán se extienda sobre las gentes en Jesucristo y por la fe recibamos la promesa del Espíritu. 

  • 3) La tensión judío-gentiles, con la superioridad del judío sobre el gentil, termina dentro del cristianismo.
       Esta categoría histórica que significa la tensión dialéctica de judíos-gentiles, que ha de regir toda la historia en la teología de San Pablo, termina en el Cristianismo. No con término temporal, sino suprahistórico.
      
    Cuando judíos y gentiles entran en la Iglesia, hacen profesión de Cristo, en el cual termina toda división. Así lo enseña el Apóstol en Gál. 3, 26: Todos, pues, sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque cuantos en Cristo habéis sido bautizados os habéis vestido de Cristo. No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús.
      
    El Cristianismo no se realiza de una vez, sino que se cumple progresivamente en el proceso histórico. Las tensiones, y en especial la de judío y gentil. han de existir para que se cumpla el proceso de evangelización de los pueblos. Por ello el judío se hace presente en todos los pueblos a la par de los misioneros. Si en cierto modo su presencia confirma el mensaje evangélico como cumplimiento de las profecías, de otro modo él es el contradictor auténtico de Cristo y del Cristianismo, que impide que se hable a los gentiles y se procure su salvación. (1 Tes. 2, 16). 
      
    Pero una vez convertidos: tanto el judío como el gentil, nada tienen que temer a los Judíos. No porque éstos no acechen sino porque sus acechanzas son vanas para el que está unido a Cristo.

  • 4) Hay, pues, un gran misterio con respecto a los judíos, y es que parte de ese pueblo ha sido reprobado para que pudieran ser salvos los pueblos gentiles.
       El apóstol nos enseña que parte de Israel ha sido reprobada. En Rom. 9, 30, enseña abiertamente: Pues ¿qué diremos? Que los gentiles, que no perseguían la justicia, alcanzaron la justicia; es decir, la justicia por la fe, mientras que Israel, siguiendo la ley de la justicia, no alcanzó la Ley. ¿Y por qué? Porque no fue por el camino de la fe, sino por el de las obras. Tropezaron. con la piedra del escándalo, según está escrito: He aquí que pongo en Sión una Tropezaron. con la piedra del escándalo, según está escrito: He aquí que pongo en Sión una piedra de tropiezo, una piedra de escándalo, y el que creyere en Él no será confundido. 

       Se cumplió la palabra de Isaías (28, 16): Por eso dice el Señor Javé: Yo he puesto en Sión por fundamento una piedra, piedra probada, piedra angular, de precio, sólidamente asentada. Contra esta piedra tropezó y cayó parte del pueblo judío. Dióle Dios un espíritu de aturdimiento, ojos para no ver y oídos para no oír, hasta el día de hoy. (Rom. 11,8). Y añade el Apóstol: Y David dice: Vuélvase su mesa un lazo, y una trampa y un tropiezo, en su justa paga; oscurézcanse sus ojos para que no vean y doblegue siempre su cerviz. (Rom. 11, 9).
       Pero la reprobación no ha sido total, sino sólo en parte, y Dios se ha reservado un resto de Israel. Así lo enseña claramente el Apóstol: Según esto, pregunto yo: Pero es que Dios ha rechazado a su pueblo? No es cierto.... ¿o es que no sabéis lo que, en Elías, dice la Escritura, cómo ante Dios acusa a Israel? «Señor, han dado muerte a tus profetas, han arrasado tus altares, he quedado yo solo y aún atentan contra mi vida». Pero ¿qué le contesta el oráculo divino? Me he reservado siete mil varones que no han doblado la rodilla ante Balaam. Pues así también en el presente tiempo ha quedado un resto, en virtud de una elección graciosa. (Rom. 11, 1-5).
       Fue reprobada parte de Israel para que la misericordia alcanzase a los pueblos gentiles. Aquí está precisamente el misterio en que Dios, compadecido de los pueblos y resuelto a salvarlos, permite la perdición de parte de Israel y en su sustitución dispone la inserción de los pueblos gentiles en la gran Oliva de la Iglesia. Pero pregunto -dice el Apóstol (Rom. 11, 11)-: ¿Han tropezado de suerte que del todo cayesen? No, ciertamente. Pues gracias a su trasgresión obtuvieron la salud de los gentiles para excitarlos a emulación.
       Los gentiles han de tener buen cuidado de no enorgullecerse, pensando que la caída de parte de los judíos se ha efectuado en mérito a ellos; antes bien, han de temer ante el insondable misterio de la misericordia y de la justicia divina. Y a propósito, dice el Apóstol: Y si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo acebuche, fuiste insertado en ella y hecho partícipe de la raíz, es decir, de la pinguosidad del olivo, no te engrías contra las ramas. Y si te engríes, ten en cuenta que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pero dirás: Las ramas fueron desgajadas para que yo fuera insertado. Bien por su incredulidad fueron despojadas, y  tú por la fe estás en pie. No te engrías, antes teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco a ti te perdonará.

  • 5) La reprobación de parte de Israel es permitida hasta que la plenitud de las naciones entre en la Iglesia.
      
    San Pablo enseña abiertamente que: el entendimiento vino a una parte de Israel hasta que entrase la plenitud de las naciones, y entonces todo Israel será salvo. (Rom. 11,25).

  • 6) Mientras parte de Israel sea reprobada y los gentiles convertidos, se ha de suscitar una envidia de los judíos contra los gentiles convertidos.
      
    San Pablo enuncia esto en diversos pasajes. Así en Rom. 10, 19, hace suyas las palabras de Moisés: Yo os provocaré a celos de uno que no es mi pueblo, os provocaré a cólera por un pueblo insensato. Y en la misma carta. 11, 14, por ver si despierto la emulación de los de mi linaje y salvo a algunos de ellos. Santo Tomás, en su comentario de este pasaje, advierte que los judíos sentían envidia e ira contra los gentiles convertidos, esto es, ira que provenía de la envidia. Se dice, añade, que Dios los induce a envidia y los mueve a ira, no en cuanto causa en ellos la malicia, sino en cuanto les sustrae sus gracias, o más bien convirtiendo a los gentiles, de donde los judíos. toman ocasión de ira y de envidia.
       Esta ira y envidia de que habla aquí el Ap6stol es la que provoca las persecuciones contra la Iglesia y los cristianos de que habla el Apóstol en 1 Tes. 2, 15, y Gál. 4, 28, cuyos textos hemos reproducido. Adviértase bien que esta enemistad no constituye propiamente tensión, por cuanto esta noción supone reciprocidad de acciones; y aunque la Iglesia es odiada por la Sinagoga, no odia a ésta, sino que se limita a precaverse contra sus acechanzas y ataques.
       Estas acechanzas y ataques de la Sinagoga contra la Iglesia y los cristianos se cumplen sobre todo en el plano público de las naciones, y son factores eficaces del movimiento de la historia, como lo llevamos dicho.

  • 7) En el correr de la historia, a pesar de la reprobación de parte de Israel, algunos judíos serán salvados.
      
    San Pablo enseña; Rom. 11, 14, que por honor de su ministerio y despertando la emulación de sus hermanos los judíos, salvará a algunos. No parece anunciar esto como una exclusividad de su apostolado personal, sino como una constante de toda la historia cristiana.
    8) Pero también Israel se convertirá.
      
    Así lo anuncia clara y gloriosamente el Apóstol: los judíos se convertirán. Y si su caída es la riqueza del mundo y su menoscabo la riqueza de los gentiles, ¡cuánto más lo será su plenitud! (Rom. 11, 12), Y más adelante: Porque si su reprobación es reconciliación del mundo, ¡qué será la reintegración sino una resurrección de entre los muertos? (Rom. 11, 15).
      
    San Pablo tiene buen cuidado de advertir que la caída de Israel se ha hecho provisoria y únicamente en favor de los gentiles. Porque no quiero -dice-, hermanos, que ignoréis ese misterio, para que no presumáis de vosotros mismos; que el endurecimiento vino a una parte de Israel hasta que entrase la plenitud de las naciones. Y como si no fuera suficiente, añade el Apóstol: Y entonces todo Israel será salvo según está escrito: Vendrá a Sion el Libertador para alejar de Jacob las impiedades. y ésta será mi alianza con ellos cuando borre sus pecados. (Rom. 11, 25-27).
       No podría San Pablo señalar con más fuerza la conversión de los judíos, y ello como un derecho; es decir, como queriendo significar que si su caída se había efectuado para hacer un favor a los gentiles, no bien cumplido dicho favor debían los judíos ser reintegrados. San Pablo no oculta el orgullo de su raza, que fue elegida por Dios. Que yo soy israelita, del linaje de Abrahán, de la tribu de Benjamín. (Rom. 11, 1),
       La conversión de los judíos había sido asimismo claramente anunciada en los Profetas del Antiguo Testamento. los salmos 147 y 126 la celebran con aire triunfal. Isaías (59,20), Jeremías (31,10-12; 16-17; 33), Ezequiel (37. 1), Oseas (3, 4, 5), Malaquías (3, 23), no dejan de cantarle con júbilo. Y el Nuevo Testamento lo anuncia, aunque con aire dramático. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos a la manera que la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste! Vuestra casa quedará desierta, porque en verdad os digo que no me veréis hasta que oigáis: Bendito el que viene en nombre del Señor. (Mt. 23, 37-39. Lc. 13, 34). El acento de esta predicción no se pone en la conversión, sino en el castigo de que será objeto el pueblo judío por su incredulidad. La conversión está anunciada de modo indirecto, en cuanto se dice en ella que los judíos saludarían a Jesús con el Bendito el que viene en nombre del Señor.
       También Lucas, 21, 24, anuncia la conversión de Israel: Caerán al filo de la espada y serán elevados cautivos entre  todas las naciones, y Jerusalén será hollada por todos los gentiles hasta que se cumplan los tiempos de las naciones.
       San Pablo, en la 2ª Carta a los Corintios, 3, 15, también revela la vuelta de los judíos al Señor: Hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, el velo persiste tendido sobre sus corazones; mas cuando se vuelvan al Señor, el velo será corrido.

  • 9) Los judíos se convertirán al filo de la historia.
       La conversión de los judíos está claramente anunciada en las Escrituras. Pero lo que es problemático es el tiempo en que se ha de cumplir. Hasta aquí la opinión corriente de los exegetas, y en especial de Santo Tomás, era que la conversión iba a poner término al desarrollo de la historia, y en consecuencia sería al final de la historia. Pero recientemente autores como Charles Joumet (en "Destinées d'lsrael", Egloff, París, 1945, pág. 339 y siguientes) han defendido que el retomo de Israel se producirá en la trama misma de la historia. Que lejos de poner punto final al desarrollo histórico, sería un hecho de tal magnitud que daría como fruto una gran epifanía de catolicidad, la que se desarrollaría por varios siglos. Que el final de la historia vendrá recién después de la conversión de los judíos y de la gran epifanía de catolicidad que ella suscitaría, cuando se levantarían las grandes persecuciones bajo la acción del misterio de iniquidad que anuncia San Pablo en 2 Tes. 2, 7.
       Journet quiere fundar su opinión en las palabras del Apóstol: Porque si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración sino una resurrección de entre los muertos? El apóstol, arguye Journet, no dice la resurrección de los muertos, sino una resurrección. Quiere decir, en consecuencia, que el retorno de Israel provocará en la Iglesia una tal recrudecencia del amor que podrá compararse a un retorno de los muertos a la vida. El mundo, prosigue, después de la conversión de los judíos participará, de una manera más plena y manifiesta, de la resurrección primera de los mil años, de que habla el Apocalipsis, 20, 4-6, es decir, de la vida de la gracia, tal romo ha sido derramada con profusión por Cristo durante toda la era de la aparición milenaria o mesiánica, la cual comienza con los días de la encarnación y dura hasta el tiempo de su segunda parusía al fin de los siglos. (ibid, 341 y E. B. Allo, L'Apocaiypse de Saint Jean, p CXXXI). 
       Pero a esto es fácil contestar. Cierto que del texto en cuestión se sigue que la conversión de los judíos debe traer al mundo y a los gentiles un bien mucho mayor que el que trajo su caída. Pero -cuál a sido el fruto de la caída de los judíos? Nada menos que la Redención, llamada por Pablo riqueza del mundo..., riqueza de los gentiles, reconciliación del mundo. ¿Y qué otro acontecimiento esencial puede ser comparable a éste, aún más, superarlo en riqueza, sino la parusía misma? Al menos, cierto es que un mayor grado de efusión de la gracia no puede compararse como cosa igual o mayor que la efusión substancial de la gracia que se opera en la Redención.
       Pero había una razón más fundamental, que explica por qué los antiguos exégetas han ligado, a despecho de una resurrección de entre los muertos, la conversión de Israel a la resurrección final. Y esta razón era su concepción de la historia, que les hacía percibir que la oposición de judíos y gentiles era una categoría histórica que iluminaba todo el misterio de Cristo y de su redención del Universo, de modo que cuando terminara dicha oposición terminaba también la historia. En consecuencia, como la conversión de Israel ponía fin a la tensión de judíos y gentiles, ponía fin también a la historia. (Ver Gaston Fessard, "Théologie et Histoire", en Dieu Vivant, Nº 8).
       La conversión de los judíos es un hecho metahistórico, propiamente escatológico, porque ha de poner fin a un factor que hace marchar la historia, cual es la tensión de judíos y gentiles. Es claro, por otra parte, que no puede hablarse de un hecho totalmente fuera de la historia, como si se realizase por encima del tiempo y de la historia. Mientras hay tiempo, hagamos bien a todos (Gál. 6, 10), y sólo el tiempo histórico es tiempo de hacer bien y salvarse. Luego, la con versión de los judíos debe realizarse dentro de la historia y al final de ella. Digamos, al filo de la historia.

  • 10) La historia marcha hacia la escatología, en que ha brá un sólo pueblo de judíos y gentiles.
       La historia se mueve agitada desde adentro por la división de judíos y gentiles, de amo y libre, de hombre y mujer. Luchas religiosas, políticas, económicas, y sociales mueven unos pueblos contra otros en un afán loco de predominio. El papel que le cabe a la tensión judío-gentil en esta marcha de la historia es primordial. Y ello no como simple hecho, sino como ley que ha sido puesta por Dios en la razón de ser de la historia misma que es la predicación del Evangelio. San Pablo nos ha revelado este misterio. Pero San Pablo nos re vela también que la historia marcha a la perfecta unidad de Cristo, donde no hay judío ni gentil.
       En su magnífica Carta a los Efesios (2, 11) recuerda primeramente a los gentiles la triste condición en que estuvieron en un tiempo. Estuvisteis -les dice- entonces sin Cristo, alejados de la sociedad de Israel, extraños a la Alianza de la Promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. El estado de la gentilidad no puede ser más desgraciado.
       Pero los que en un tiempo estabais lejos habéis sido acercados por la sangre de Cristo. Los pueblos gentiles han entrado en la Iglesia y han escuchado la palabra de salvación. Y la Iglesia es la verdadera sociedad de Israel. Y Cristo es nuestra paz, y reconciliando a ambos en un solo cuerpo con Dios, por la cruz, dando muerte en sí mismo a la enemistad.
       En Cristo, pues, se ha hecho la paz entre los dos pueblos. Porque viniendo Él nos anunció la paz a los de lejos y la paz a los de cerca, pues por Él tenemos los unos y los otros el poder de acercamos al Padre en un mismo Espíritu.
       En Cristo Jesús, entonces, ni judíos ni gentiles, sois extranjeros y huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas. Y de esta edificación Cristo es la piedra angular. (Ef. 2, 19). Y durante todo el proceso histórico se cumple la edificación de la Iglesia, tomando las piedras de todos los pueblos, de judíos y gentiles, de acuerdo al inson dable plan divino. Y allí, en la Iglesia que es Cristo prolongado, termina toda división, de tal suerte que cuando esté la Iglesia totalmente edificada acabará también la historia.

Los judíos en el misterio de la escatología

   Para tener una idea cabal del pueblo judío y de su enorme significación en el plan de redención y santificación del mundo, hay que tener presente también su papel en la metahistoria o escatología, es decir, en aquellos acontecimientos postreros que, ya fuera de la historia, están como gravitando sobre toda ella y atrayéndola hacia sí. Estos acontecimientos comienzan:

  • a) Con la plenitud de las naciones que han de ser evangelizadas aun como naciones en sus estructuras culturales que les hacen tales naciones determinadas. Proceso que se ha de ir verificando a través de toda la historia, en gran parte, y como efecto principal de la dialéctica entre judíos y gentiles, entre Sinagoga e Iglesia. El momento preciso de la historia que vivimos está caracterizado por la culminación de la lucha de la Sinagoga contra la Iglesia para impedir que el Mensaje cristiano llegue a la plenitud de los pueblos. La Iglesia está a punto de hacer penetrar este Mensaje en los pueblos. Pero la Sinagoga, con el liberalismo y el comunismo, rechaza fuertemente este Mensaje. Sin embargo, la Iglesia, sobre todo en su foco fontal, la Cátedra romana, se está revistiendo de una vitalidad excepcional que, bajo la fortaleza del Espíritu Santo, la hace capaz de deshacer el cúmulo de errores que en los últimos cuatro siglos ha acumulado la Sinagoga en el mundo. Este parece ser el significado de los mensajes marianos al mundo actual anunciando la paz, bajo la cual estaría significada la plenitud de los pueblos en el seno de la Iglesia.

  • b) Al cumplirse la plenitud de las naciones en el seno de la cristiandad también irían multiplicándose las conversiones de los judíos, cada vez más valiosas en número y calidad, por el efecto de la emulación de que habla el Apóstol. Pero tanto la plenitud de los gentiles en el seno de la Iglesia como las conversiones de los judíos provocaría una mayor rabia y resentimiento contra la Iglesia en el núcleo central del judaísmo, que a medida que se haría más pequeño se tornaría también más fanático, hasta lograr éxito en su tarea de corromper y someter al mundo de la gentilidad. Así se prepararía y cumpliría la apostasía universal de que nos habla San Pablo, 2 Tes, 2, 3, cuando dice: Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de venir la apostasía y, ha de manifestarse el hombre de iniquidad, el hijo de la perdición; y San Lucas (18, 8) donde el Señor pregunta: Pero cuando venga el hijo del hombre, ¿encontrara fe en la tierra?; y San Mateo (24, 12), donde el Señor dice: Y por exceso de maldad se enfriará la caridad de muchos. También 1 Tim. 4, 1.

  • c) La apostasía universal formará un solo hecho histórico con el advenimiento del Anticristo, como se desprende del pasaje de la 2 Tes. 2, 3 de San Pablo. El Anticristo será reconocido como el Mesías de los judíos y amo de los gentiles. De esta suerte, la apostasía universal de los pueblos gentiles y la dominación judaica sobre todos los. pueblos constituirán también un solo hecho histórico. El advenimiento del Anticristo será en la operación de Satanás, esto es, por la sugestión. Será soltado Satanás de su cárcel, saldrá y seducirá a las naciones. (Apoc. 20, 7.)

  • d) A la plenitud de las naciones que podrá ser, en absoluto, contemporánea con la apostasía universal y con el advenimiento del Anticristo sucederá la conversión de los judíos que se efectuará principalmente por la predicación de Elías y Enoc según aquello de Malaquías, 4, 5, Ved que yo mandaré a Ellas, el profeta, antes que venga el día de Yavé, grande y terrible, Él convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres, no venga yo a dar la tierra toda el anatema.

  • e) Con la apostasía universal y la revelación del Anticristo se producirá la gran tribulación que anuncia Jesús en el Evangelio. (Mt. 24, 21; Mc. 13, 21; Lc. 21, 25).

  • f) Luego, en seguida, después de la tribulación de aquellos días, se oscurecerá el sol y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo y las columnas del cielo se conmoverán. Entonces aparecerá el estandarte del hilo del hombre en el cielo y se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande. (Mt. 24, 20; Mc. 13, 26; Lc. 21, 27).

  • g) Y enviará sus ángeles con poderosas trompetas y re unirán de los cuatro vientos a los elegidos, desde un extremo del cielo hasta otro. (Mt. 24, 31; Mc. 13, 27).

  • h) Cuando el hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria y se reunirán en su presencia todas las gentes y separará a unos y otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos y pondrá a las ovejas, a su derecha y los cabritos a su izquierda. (Mt. 25, 31).

  • i) Pero cuando venga el día del Señor pasarán con estrépito los cielos, y los elementos abrasados, se disolverán, y asimismo la tierra como las obras que en ella hay. (2 Pedro, 3, 10).

  • j) Pero nosotros esperamos otros cielos nuevos y otra tierra nueva. (2 Pedro, 3, 13). Pues Dios va a crear otro cielo nuevo y tierra nueva (Is. 65, 17) según la visión del Apocalipsis (21, 1): Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra hablan desaparecido y el mar no existía ya.

  • k) Y se hará un gran banquete para que comáis y bebáis en mi reino y os sentéis sobre tronos como jueces de las doce tribus de Israel. (Lc. 22, 30).

   Así como el pueblo de Israel desempeña una misión primordial en el tiempo histórico, así también la ha de desempeñar en los acontecimientos escatológicos. No es posible olvidar que toda la obra de Cristo se reduce a la fundación y predicación de su reino mesiánico; reino universal en el tiempo y en el espacio; reino histórico y escatológico; reino espiritual e interno, pero también temporal y externo. Y en este reino mesiánico el pueblo de Israel, aun en su realidad carnal e histórica, cumple misión de primera importancia. Sólo a Abrahán, en efecto, de cuyos lomos fue sacado este pueblo, se le anuncian por vez primera las grandes promesas que fundan este reino mesiánico. En ti y en tu descendencia serán benditos todos los pueblos de la tierra. Y sólo en Abrahán comienza este reino a tener realización efectiva.
   Los patriarcas de la Antigua Alianza, de cuya serie es Abrahán el primero, serán así la raíz de este reino mesiánico que ha de perpetuarse en toda la historia y luego también en la eternidad. Y con los patriarcas también los profetas y los Apóstoles constituirán las primicias y la raíz del pingüe Olivo que es la Iglesia. (Rom. 11, 16-17).
   Del pueblo de Israel es la adopción y la gloria, y las alianzas, y la legislación, y el culto y las promesas; suyos son los patriarcas y de quienes según la carne proviene el Cristo, que está por encima de todas las cosas. (Rom. 9, 4-5). Israel tiene, en consecuencia, una triple grandeza. La primera, la del nombre, pues: No te llamarás en adelante Jacob, sino Israel, pues has luchado con Dios y con los hombres y has vencido. (Gen. 32, 29). La segunda, por los grandes beneficios que ha recibido de Dios. La tercera, pues de Israel trae su origen carnal Jesucristo. Por ello, y en Cristo, la salud viene de los judíos. (Juan, 4, 22). 
   Pero Israel es grande aun en las ramas que han sido desgajadas de este Olivo para ser injertado el acebuche de la gentilidad, porque también ellas han de cumplir una misión en el plan divino, cual es la de acelerar la evangelización del mundo, y con ello, el progreso de la historia.
   Pero al fin, cuando hayan entrado las naciones en el reino mesiánico, este pueblo, con su nueva inserción en el Olivo del que fuera en parte desgajado, señala el momento preciso del comienzo de los grandes acontecimientos escatológicos que preparan la parusía del hijo del hombre.
   Y ya en la consumación misma de la escatología, cuando se celebre el banquete final y eterno de la divina contemplación, convidados del Oriente y del Occidente vendrán y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. (Mt. 8, 11)

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EPÍLOGO

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  • * El Judío en el Misterio de la Historia, Pbro. Julio Meinvielle (Teólogo), Ediciones Theoría, Buenos Aires, 1975.