Las
horas del payaso
Las
horas del payaso pasan dolientes
a
la espera del acto que lo hará gracioso,
se
pinta el rostro con pintura indeleble
no
vaya a ser cosa que lágrimas viejas
revelen
al mundo su llanto y su pesar.
Las
horas del payaso pasan dolientes
en
su trailer repleto de trajes de risa,
de
colores vivos, de sedas brillantes,
de
tristezas tan grandes como su sonrisa roja
pintada
con la sangre de un agrio recuerdo.
Las
horas del payaso pasan dolientes
mirando
al espejo lo que queda después
de
pasar las tinturas por sobre las arrugas,
las
naturales cicatrices de una vida ponsoñoza,
las
caídas y rodadas de otro circo.
Las
horas del payaso pasan dolientes
pues
hará reír habiendo llorado
una
pena de amor, tan vieja y tan nueva
que
las lágrimas arrastran aún lo indeleble
y
dibujan un río escarlata en su rostro.
Las
horas del payaso pasan dolientes
pues
el río está llegando al corazón
y
cuando allí llegue será el fin último,
la
muerte esperada, la que provocará risas
en
las gentes sentadas en las butacas.
Las
horas del payaso pasan dolientes,
el
payaso apunta la pistola a su cuerpo
y
dispara, el cartel “bang” cuelga del arma,
el
payaso ha caído, las risas estallan
y
detrás de su pintura el payaso llora
la
realidad que lo inunda, no ha sido un disparo,
era
sólo su acto, ha de levantarse y continuar.
(JERICÓ)
Colombina
En el tumulto de los húsares de Momo,
encandilado por las luces de otro barrio,
aquel murguista saludando con su gorro,
se despedía, como siempre, del tablado.
Entre la nube de pintados chiquilines,
vió la sonrisa que enviaba una princesa,
entre los rostros de mezclados colorines,
dudó si era para él la gentileza.
Y por si acaso dedicó una reverencia
a la muchacha que en la noche se quedaba.
En el momento de partir la bañadera,
volando un beso se posaba en su ventana.
Y paso a paso la ansiedad lo malhería,
quedaba poco del nocturno itinerario,
uno tras otro los cuplés se sucedían,
se retiraban del último escenario.
Tiró el disfraz en el respaldo del asiento,
borró los restos de pintura con su mano.
Volando un 'tacho' lo llevaba contra el viento,
la vio justito a la salida del tablado.
-'¿Cómo te va?', dijo el murguista a la muchacha
que lo cortó con su mirada indiferente,
le dijo: -'bien', y lo dejó como si nada.
Nuevamente la princesa se perdía entre la gente.
Que no se apague nunca el eco de los bombos,
que no se lleven los muñecos del tablado.
Quiero vivir en el reinado de dios Momo,
quiero ser húsar de su ejército endiablado.
Que no se apaguen las bombitas amarillas,
que no se vayan nunca más las retiradas.
Quiero cantarle una canción a Colombina,
quiero
llevarme su sonrisa dibujada
(Jaime
Roos)
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