|
||||
En cierta mañana de octubre de 192., casi al mediodía, seis hombres nos internábamos en el Cementerio del Oeste, llevando a pulso un ataúd de modesta factura (cuatro tablitas frágiles) cuya levedad era tanta, que nos parecía llevar en su interior, no la vencida carne de un hombre muerto, sino la materia sutil de un poema concluido.
(Leopoldo Marechal, de ADAN BUENOSAYRES)
|
||||
|
|
|
||
|
¡Anciano!,
preso de tu existencia, Adornado
de baratas coqueterías, Ocultando
tus miserias que se pudren en tu ser, ¡Anciano
preso!, ¿tu
pena?, ¿preguntas cuál fue tu pena? Pues
has vivido, anciano, más de lo debido, Has
sido encarcelado en un maravilloso asilo, ¡Anciano
miserable!, La
muerte ronda por tu cuerpo, Ella
libraría a tus herederos Del
tedioso trabajo de visitarte: domingos y feriados, Espantosa
rutina de asquerosos traidores, ¡Sepultado,
anciano!, sepultado les serías más grato, ¡Anciano
envidioso!, Que
envidias a aquel viejo andrajoso, Que
por no tener a nadie que lo ame, Hoy
anda libre por el mundo, Su
celda es el frío y el hambre; Sin
embargo, anciano, Una
misma miseria los cobija a los dos: La
maldita tristeza, anciano, que corona vuestros días, Al
menos, anciano, Estás
ante el último tramo del espanto; ¡El
no ser, anciano!, tal vez el no ser te abrace Y te libre de esta maldita pesadilla.
(MANDINGA)
A
Mário de Sá-Carneiro
Nació
cuando comenzaba La
última década del siglo pasado, Armado
como ninguno Para
la inadaptación al mundo, Sintió
su alma partida Sin
lograr reunirla, Persiguió
la Belleza Y
sólo consiguió soñar, Se
suicidó a los veintiséis años Cuando
la desesperación Le
comió el corazón La
infame Portugal Lo
dejó huir Y
jamás lo reconoció, Su
alma extasiada de dolor Lo
obligó a partir tan pronto, ¡Mário!,
tu nombre se ha hecho inmortal, Tu
tristeza..., quieran los dioses que haya expirado.
(MANDINGA)
Deshielo
Nunca mayor quietud se vio en la muerte; ni frío más glacial que el de esta mano que tú alargaste al espirar, en vano y que cayó en las sábanas, inerte.
¡Ah... yo no estaba allí! Mi aciaga suerte no quiso que en el trance soberano, cuando tú entrabas en el hondo arcano, yo pudiera estrecharte... y retenerte.
Al llegar, me atrajeron tus despojos; cogí esa mano espiritual y breve y la junté a mis labios y a mis ojos...
Y en ella, al ver mi llanto que corría, pensé que aquella mano hecha de nieve en mi boca al calor... se derretía.
(Julio Flórez) |
¡Soy el cáncer del ser querido sano! ¡Soy la llama que no quema pero que destruye! ¡Soy el oro falso! ¡La amargura de la fiesta! ¡El niño que nace muerto! ¡La gloriosa muerte de una madre! ¡Tu cárcel! ¡Soy lo que ni tú ni nadie nunca jamás querrán sentir! Me comparas con una plaga. Me comparas con los jinetes del Apocalipsis. Soy, hombre cristiano, el monstruo que buscabas debajo de tu cama cuando eras aún un niño. Y lo seré de tus propios hijos. Hombrecito, me dices que tengo estigmas. ¡Yo soy el estigma! ¡Yo soy la muerte!
(JERICÓ)
|