SUBSIDIO FORMATIVO  

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Hacia una Cultura Reconciliada

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Hacia una Cultura de Solidaridad

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Material de Reflexion para trabajar el  Documento Base (Aporte de la Comision de Educación)

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Eucaristía y solidaridad (Aporte de la Comisión de Educación)

HACIA UNA CULTURA RECONCILIADA

               La cultura, ese modo particular en el cual los hombres y los pueblos cultiven su relación con la naturaleza y con sus hermanos, con ellos mismos y con Dios, a fin de lograr una existencia humana” (ef.Gadium etspes, n53) es el ámbito tan diverso y desafiante en el que la Iglesia debe lanzarse a la búsqueda de personas, no de masas, para anunciar el Evangelio, ya que el mismo es un llamado personal.

En el desafió de la inculturacion (entrar de corazón en el mundo del otro) la Iglesia encarna y transmite el Evangelio de una manera vital y profunda renovándola desde dentro.

Ante el secularismo extendido en todos los ambientes “La Iglesia, al proponer la Buena Noticia, denuncia y corrige la presencia del pecado en las culturas; purifica y exorciza los desvalores. Establece por consiguiente, una critica de las culturas...critica de las idolatrías es decir, de los valores erigidos en ídolos, de aquellos valores, que sin serlo, una cultura asume como absolutos”. ( III Conferencia Gral del Episcopado Latinoamericano, Puebla) “Cada cultura tiene necesidad de ser transformada por los valores del Evangelio a la luz del misterio pascual” (Eclesia in n 61) La Iglesia no es dueña de la verdad, sino su humilde servidora. En este humilde servicio a la verdad que nos hace libres, ella debe predicar a Jesús no buscando imponer la fe sino dialogando con las personas, los pueblos, las culturas, con la confianza puesta en la fuerza de la Palabra de Dios.

Así como en el origen de la vida de cada ser humano, también en el principio de la vida social esta Dios (Jesucristo señor de la historia punto 5). Dios mismo, que es uno, es también tres personas realmente distintas. “Por lo tanto, la distinción y la unidad en Dios son ambas sagradas. A su imagen y semejanza, Dios nos ha creado distintos, pero necesitados unos de otros. Por eso es importante tanto el reconocimiento de las diversidades como la valoración de la unidad  y de lo que es común. (Jesucristo Señor de la Historia punto5).

El Reino que anuncia el Evangelio es vivido por los hombres profundamente vinculados a una cultura y la construcción del Reino no puede menos que tomar y asumir lo bueno que hay en ella.

Ante nuestra realidad que presenta una lucha cada vez mas honda entre Evangelio y cultura, la Iglesia se presenta como un instrumento de reconciliación. Su misión debe concentrarse en este llamado: “Les suplicamos en nombre de Cristo: “Déjense reconciliar con Dios”(2. Cor. 5,20) (Denles ustedes de comer – punto 47) Recordando a cada hombre, que no es ... de la casualidad sino de un Dios que nos ama y por lo tanto eleva nuestra dignidad por encima de cualquier criatura.

Jesús muestra que El llama a su mesa también a los pecadores, porque “este es el lugar de la gran reconciliación” (Denles ustedes de comer – punto 43). Cuando Jesús ve a Tadeo subido al sicomoro, toma la iniciativa y se invita a si mismo a alojarse en su casa. Alojarse en casa d alguien, sentarse a su mesa, es señal de comunión intensa, de aceptación incondicional de esa persona. Jesús acepta a Zaqueo tal como es y confía en que él puede cambiar. Esta aceptación incondicional transforma a Zaqueo” (“Descubrir la riqueza de la vida” – Anselm Grum – Ed. Verbo Divino).

Debemos sumar esfuerzos para crear una cultura de la reconciliación. La labor pastoral debe caracterizarse por crecer en el núcleo bueno que hay en las personas y penetrar a través de las flaquezas y de lo despreciable para llegar  a ese núcleo bueno, o por lo menos, hasta el anhelo de ser bueno. La fe en lo bueno de una persona tiene fuerza para transformarla. Esa fe es mas fuerte que la envoltura negativa de incredulidad con la tropezamos frecuentemente. Jesús no condena el camino equivocado, sino que habla únicamente al anhelo, cree en lo bueno que hay en Zaqueo, y esto transforma.

Jesús también hoy sigue unitario a su mesa. “La Eucaristía es el Pan de la Reconciliación que restaura la comunión de amor, recrea vínculos fraternos y mueve a iniciativas reconciliadoras para reconstruir la amistad, la concordia, la unión y la paz” (Denles ustedes de comer – punto 49).

La Iglesia esta llamada a construir ámbitos, lugares y medios para que los hombres se reencuentren, se hablen y miren juntos “hacia aquel a quien sus enemigos traspasaron, pero que no sea de perdonar y de llamarnos a todos a perdón (Documento Teológico de Base, XLN Congreso Eucarístico Internacional, Lourdes, 1981).

HACIA UNA CULTURA DE  LA SOLIDARIDAD 

L

a humanidad enfrenta grandes dificultades. La crisis económico – social y el consiguiente aumento de la pobreza causando en mayor parte por una política neoliberal que considera las ganancias y las leyes del mercedo por sobre la divinidad y el respeto de las personas, el relativismo, la globalización, la cultura del éxito fácil y rápido, el menosprecio de la vida, la violencia familiar y social y las evidentes contradicciones entre lo que se dice y lo que se hace son parte del panorama nacional y mundial.

“Hoy con tristeza y preocupación, constatamos que la pedida de sentido de justicia y la falta de respeto hacia los demás se han agudizado y se han convertido en una enorme situación de inequidad, arraigada profundamente con nosotros” (Jesucristo señor de la Historia – Punto M).

Lo social es inherente a la misma esencia de nuestra Fe. En nuestro país, naturalmente solidario, esta solidaridad se manifiesta mayormente ante situaciones extremas. Nuestro tiempo necesita responsabilidad social, compromiso social, que se refleje en propuestas perseverantes. Pasar de las obras emotivas a las obras perseverantes.

Cada uno de nosotros debería “mirar su propio corazón, sus opciones concretas y su forma de actuar, para preguntarse sino esta participando también, en mayor o menor grado en la construcción de esa red de inmoralidad que conduce a la pobreza y favorece tantas formas de violencia y egoísmo.” (Jesucristo, Señor de la Historia - Punto 10).

“… Por eso, venciendo la tentación del egoísmo, intentamos salir de nosotros mismos, revistiéramos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col. 3, 12) para procurar la felicidad de los hermanos. La espiritualidad evangelizadora esta marcada por un intenso amor a cada persona. A veces se expresa como compañía silenciosa y compasiva, otras veces es palabra que alienta, abrazo que consuela, paciencia que perdona, disposición a compartir lo que se posee o se torna indignación por la injusticia y la denuncia proféticamente. Se trata siempre de hacernos cercanos y solidarios con el que sufre.

La comunión de la Trinidad nos interpela y nos convoca a estrechar vínculos. Por eso, el Papa nos ha acordado que hace falta promover una espiritualidad de comunión, que parte de nuestra comunión con dios.

“La Eucaristía alimenta la reconciliación e impulsa a los hermano distantes al reencuentro. Pero también los hace profundamente solidarios, de manera que ya no vivan por si mismos, solo como individuos que se tolerare, sino como miembros de un pueblo, que buscare activamente una activa fraterna y una sociedad solidaria (Denles ustedes de Comer – Punto 59).

Poner en común los bienes materiales y espirituales era una costumbre fuertemente arraigada en las primeras comunidades, y a la que deberíamos volver. “Porque el corazón solo se ha abierto verdaderamente a la acción de Jesús en la Eucaristía cuando de el brota el impulso al servicio, el deseo de hacer feliz a otro, la identificación con los pobres, el amor compasivo, solidario y universal (Denles ustedes de comer – Punto 61).

Las Líneas Pastorales para una Nueva Evangelización nos dicen en su punto 32: “La Eucaristía es una escuela de amor al prójimo en la que aprendemos el servicio a Cristo presente en los pobres, débiles y sufrientes”. Jesús se identifica con el pobre, el oprimido y el humillado, El mismo se presenta oculto en la Pobreza del Pan y el Vino. La eucaristía debe llevarnos a reconocer la presencia real de Jesús en los pobres, en cada persona excluida de la sociedad.

El encuentro con Jesús robustece la caridad para poder perseverar en el amor y practican la justicia en nuestra sociedad.

 

Material de Reflexion para trabajar el  Documento Base

1-      Qué pasó en Corrientes? Tres momentos.

·         Lanzamiento.- Homilía de Mons.

·         Oración del Congreso

·         Saladas. Pueblo de Dios.

·         Documentos: * Ecclesia de Eucaristía

                               Cap. IV Eucaristía crea comunión y educa a    la comunión

             * Novo Millennio Ineunte nº 36

2-      Aspecto bíblico. La dimensión comunitaria

3-      Algunas consideraciones finales.

 

1-      Todo “Congreso” supone una convocatoria. En este caso es la Iglesia Católica en la Argentina, a través de los Obispos del país, quienes convocan, es decir, llaman a celebrar un próximo Congreso.

 ·         Eucarístico: Porque nuestra atención se centrará en el máximo regalo del corazón de Cristo: su Cuerpo y Sangre.

·         Nacional: Porque son los cristianos católicos de toda la República Argentina quienes lo celebrarán

La oportunidad de colocar definitivamente en el centro de nuestra vida ciudadana a Jesucristo.

¡Basta de falsificaciones! Se nos pide animar un acontecimiento que haga historia.

No se logrará con el concurso creativo, hasta genial, de los grandes de este mundo, menos aún con su plata, sino con la vivencia del Misterio Eucarístico.

Homenajear públicamente a Cristo Eucaristía, en el ámbito familiar de la Iglesia Católica en Argentina.

 

 Tradicional y muy ponderada Fe cristiana y Mariana. 

·         Pueblo pobre, respetuoso de la fe en Dios, devoto de María, solidario y compartidor de su pan y humilde vivienda deseoso de reconstruirse en paz y en libertad.

·         De peculiar espíritu religioso y originalidad cultural.

·         De genio y espíritu cristiano.

·         La fe cristiana de nuestra gente no es un recurso desesperado del mate amargo para distraer al hombre. Es un enfoque sabio de la vida, tanto privada como pública, a partir de la seguridad de que Cristo esta definitivamente vivo en el Misterio Eucarístico que celebramos.

·         Una fe religiosa adulta, capaz de proyectar, en sus creyentes, un compromiso efectivo por la justicia y por la paz.

·         Pondremos lo nuestro, ofreceremos lo que poseemos y no mendigaremos un vestido suntuoso de fiesta que acabaría siendo un disfraz. Abriremos nuestros corazones y nuestras casas a los hermanos que quieran compartir lo muy nuestro, brindando nuestro amor.

·         Tierra noble de la Cruz de los Milagros y de María de Itatí.

  

La Provincia de Corrientes. 

·         Pueblo pobre – Nuestra provincia es una de la más pobre.

·         Pero por una Misteriosa Distinción de pura condescendencia divina ELEGIDA para dar lugar, en su enorme y agreste territorio, al acontecimiento espiritual más notable de la primera década del siglo XXI en la Argentina.

·         Corrientes no puede negar a sus compatriotas las riquezas que lo identifican.

·         El pan de los pobres...

·         Que el acontecimiento Eucarístico del año 2004 produzca un cambio verdadero y definitivo. Su intención y alcance es nacionalizar ese cambio y desplegar un panorama histórico que confirme las esperanzas en un futuro distinto.

·         Reconstruir la historia por senderos de verdad.

·         Alentar una reacción saludable, en todo el pueblo argentino.

·         Ayudará a que todo el pueblo argentino desaloje de si la extraña idea de cambiar su original identidad.

·         Contribuirá al vigor del espíritu patriótico de todos. 

La Eucaristía es un alimento, los efectos que producen el alimento y la bebida material, sostener hacer crecer, renovar y satisfacer, se verifican también, por obra de este sacramento, en la vida espiritual. La Eucaristía realiza una unión de los fieles con Dios, llegando a una asimilación sustancial, una asimilación mística, espiritual pero real, que permite hablar de “cuerpo”, de un solo cuerpo. “La comunión en el cuerpo y la sangre de Cristo hace que nos transformemos en aquello que recibimos (L E). Es el carácter nupcial del sacrificio de la Alianza entre Cristo y su Iglesia, que se experimenta también en la unión entre Cristo y el alma. “El efecto propio de la Eucaristía es la transformación del hombre en Dios”. Jesús ha querido hacerse alimento, para que nutriéndonos de él, nos transformáramos en otros Cristo, poder re-vivir a Jesús poder ser otro Jesús sobre la tierra. Y la Eucaristía tiene precisamente este fin: alimentarnos de Jesús para transformarnos en otro Jesús, porque él nos ha amado como así mismo (Jn 15,9). 

Cirilo de Jerusalén afirma: “...en forma de pan te es dado el cuerpo y en forma de vino te es dado la sangre, para convertirte en concorpóreo y consanguíneo con él”.

Se puede hablar de concorpóreo y consanguíneo, no por una unión física, sino por la unión de nuestra persona con el cuerpo glorificado de Cristo, que esta presente en la Eucaristía vivificado por el Espíritu Santo. Por lo tanto, somos concorpóreos realmente, pero en un sentido nuevo, místico. Nos convertimos en portadores de Cristo, en Cuerpo y en Sangre se distribuyen en nuestros miembros si nos hacemos partícipes de la naturaleza divina (2 Pe 1,4). 

Jesús asumió la dimensión social del acontecimiento pascual, al preparar la reunión  y reunirse con sus discípulos (Mc 14,17; Mt 26,20), al referirse a una nueva liberación y alianza en su sangre (Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20; 1 Cor 11,25), entregada por la salvación universal (Mt 26,28; Mc 14,24) La última cena es la concentración celebrativa pascual de una vida entregada por los demás, de una “pro-existencia”, que transformará el mundo de relaciones de quienes le sigan y quieran cargar  su cruz y celebrar su memorial (Lc 22,19; 1 Cor. 11,24). 

Lavatorio de los pies (Jn 13,1-20). 

            Jesús se considera como un “servidor” (diakonia), y entiende su vida entera como un “servicio”. Esto aparece en forma especial en el lavatorio de los pies. “yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lc 22,27). Este gesto de Jesús condensa y significa su vida entera, tiene lugar en el contexto de la última cena. De esta manera une simbólicamente lo que representa en el pan y en el vino, “ENTREGA SERVICIAL DE LA VIDA” y lo que concretamente se realiza en acto de servicio a los hermanos (lavar los pies como esclavo). 

            La última cena, y por lo tanto la Eucaristía, serán desde entonces también memorial de una diakonía (servicio) que debe tener cuerpo y hacerse servicio concreto a los hermanos. Juan, nos transmite el relato de la Institución de la Eucaristía, nos transmite el relato del lavatorio de los pies, que Explicita y Aplica el sentido Diaconal (servicial), la dimensión social de la Eucaristía. Al “haced esto en memoria mía” (Lc 22,19) viene a responder en Juan el “también vosotros debéis lavaros los unos a los otros” (Jn 13,14).

            Por la Eucaristía, Jesús se introduce muy adentro en la sociedad y en la cultura de los hombres para poner allí el germen nuevo, capaz de renovarlo todo en la verdad.  

Comida fraterna: (1 Cor. 11,17-34). 

            Es el testimonio más antiguo de la celebración de la Eucaristía (año 55-56), a la que se llama “cena del Señor”, se celebra en el contexto de una comida fraterna o ágape, en la casa de uno de los miembros de la comunidad. Desempeñaba “una función profana y sacra a la vez: la de procurar los medios de subsistencia indispensables a los miembros más necesitados de la Iglesia, en una comunión vital y no abstracta y de esta manera se rendía un culto grato a Dios por Jesucristo. 

            El convite eucarístico fue considerado como el mayor ámbito rememorativo y representativo de la muerte y resurrección de Cristo, y como la forma mejor de expresar la fraternidad y solidaridad entre los miembros de la comunidad cristiana. La eucaristía aparece así unida a las necesidades y problemas de una comunidad, cuyos miembros viven en gran parte una situación precaria e indigente. 

            Pero esta unión en Corinto no se realiza, en ella se presentan conflictos, divisiones, discusiones y discriminaciones (1 Co 11,17). El banquete que precedía al “acto sacramental eucarístico” ha perdido su carácter de fraternidad y solidaridad. “La comunicación de bienes deja mucho que desear, unos nadan en la abundancia, mientras que otros pasan hambre. Y la misma comunidad cristiana teóricamente basada en la fraternidad, ofrece en sus mismas asambleas litúrgicas una imagen de desigualdad social realmente vergonzosa”. “cada uno se adelanta a comer su propia comida, y mientras unos pasan hambre, otros se embriagan” (1 Co 11,21). Pablo interviene amonestando duramente a la comunidad: no se puede comer la eucaristía, cuando se ha comido injustamente el ágape, no se puede realizar la reunión cuando se discrimina; no se puede alabar al Señor y avergonzar al hermano... esto ya no es la Cena del Señor (1 Co 11,20); esto ya no es comer el pan o beber el cáliz del Señor dignamente (1 Co 11,27). 

            Celebrar dignamente la Eucaristía es compartir solidariamente la vida. La comunión en el cuerpo y la sangre de Cristo exige la koinonía (comunión) de la vida entera. El convite eucarístico implica la unidad y la solidaridad. La koinonía o comunión se edifica en torno a un único pan distribuido y en torno a una única persona que continúa distribuyéndolo: Cristo, la presencia del Señor que ha entregado su vida y resucitado para la salvación de todos, y esta salvación se expresa y realiza también en la koinonía: comunión. 

Comunión de bienes:(Hch 2,42).

             En los pasajes del Nuevo Testamento en el que con mayor claridad aparece unida la eucaristía, la diakonía (servicio) y la koinonía  (comunión). La fracción del pan implica al mismo tiempo la comunicación de bienes, la atención a los necesitados (Hch 2,42-44.45), el servicio y ayuda, la acogida y caridad para con los hermanos (4,32-33). La koinonía es interna y externa o material: ambos conceptos están implicados en la Eucaristía. 

 

Segunda parte: Eucaristía y Reconciliación. 

 3.1 La Eucaristía y la reconciliación

 (41) Entre los gestos de Jesús que ilustran el misterio de la Eucaristía, merecen especial atención las escenas en las que el Señor aparece compartiendo la mesa con sus discípulos. Las que ocupan el lugar central son los relatos de la última cena y de las comidas después de la resurrección; por ejemplo, el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaus (Lc 24,30-31). 

(42) Pero también hay otras comidas que ilustran distintos aspectos de la Eucaristía. Conviene subrayar aquí los relatos en los que Jesús aparece compartiendo la mesa con “pecadores” (Mt 9,10-13; Mc 2,15-17; Lc, 5,29-32; 15,1-2; 19,7). Los contemporáneos de Jesús consideraban las comidas como actos religiosos que creaban una especie de parentesco entre los comensales. Por eso veían como inaceptable que las personas piadosas –entre las cuales  se destacaba un maestro como Jesús- participaran de los banquetes cuando entre los comensales había pecadores. Esto fue causa de conflictos en la comunidad primitiva (ver Hch 11,3; Gál 2,12). 

(43) Sin embargo, Jesús muestra que Él llama a su mesa también a los pecadores, porque este es el lugar de la gran reconciliación. Este gesto provocó el escándalo de los fariseos. Entre las respuestas que Jesús dio a los que criticaban sus comidas con los pecadores, merece destacarse la parábola llamada “del hijo pródigo” (Lc 15,23-30). Jesús revela al “Padre pródigo” en misericordia. En la actitud de aquel Padre se descubren los rasgos del amor misericordioso y fiel de Dios (Ex 34,6), quien es entrañable en su afecto y fiel a su paternidad con sus dos hijos (“se conmovió... lo abrazó y lo besó”: Lc 15,20; “mi hijo”: Lc 15,24.31). El amor paternal de Dios funda la filiación, restaura la fraternidad y convoca a la “fiesta y alegría” (Lc 15,32) de la reconciliación. 

(44) El Evangelio es la Buena Noticia de la reconciliación en Cristo. “El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente. Y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió con Él por intermedio de Cristo y nos confió el ministerio de reconciliación” (2 Cor 5, 17-19). Si el pecado es el alejamiento y desencuentro, la reconciliación es acercamiento y reencuentro. La salvación es reconciliación con Dios: superación de la enemistad y retorno a la comunión. Dios nos reconcilia en Cristo. Él es principio y fin de una reconciliación filial, por la que el hombre arrepentido vuelve confiado a los brazos amorosos del Padre. 

(45) Cuando Jesús llama a los pecadores para que sean sus comensales, está revelando al Padre que quiere que todos los hombres sean sus hijos y participen de la familia divina. Así debe entenderse el misterio de la encarnación del Hijo de Dios: como la amorosa iniciativa divina que quiere reconciliar a la humanidad entera en el cuerpo de su Hijo muy amado. Cristo en persona “es nuestra paz” y “el que reconcilia en un solo Cuerpo” (Ef 2, 14-16). Ante una sociedad desgarrada y en un mundo que parece dejarse llevar por caminos de autosalvación, la Iglesia proclama, celebra y practica la reconciliación como un don del amor gratuito y tierno de Dios. 

(46) El amor sin límites de Cristo al Padre y a todos los hombres, sus hermanos, lo llevó a entregarse y morir por nosotros “cuando todavía éramos pecadores” (Rom 5,8). Así, “siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo“   (Rom 5,10). Por eso, “nosotros nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien desde ahora hemos recibido la reconciliación” (Rom 5,11). Esta obra divina de la reconciliación, realizada “en”  Cristo  (2 Cor 5,19), mueve al discípulo a convertirse en apóstol de la reconciliación con Dios y con los hombres.       

 (47) La Iglesia es efecto e instrumento de la reconciliación ya realizada “en Cristo”.  Es un pueblo reconciliado, porque Cristo “de los dos pueblos hizo uno” (Ef 2,14); y es una comunidad reconciliadora, porque debe anunciar la “palabra de la reconciliación” y ejercer el  “ministerio de la reconciliación” ( 2 Cor 5,18-19). Su misión evangelizadora y pacificadora se concentra en este llamado: “les suplicamos en nombre de Cristo: ‘Déjense reconciliar con Dios” (2 Cor 5,20).

 3.2 La Eucaristía y la Reconciliación con nuestros hermanos 

(48) El reencuentro con el Padre funda la reconciliación con los hermanos. La reconciliación filial sostiene, promueve y reclama la reconciliación fraterna. Jesús enseña una “justicia superior” que exige la reconciliación con los hermanos (Mt 5,24), la acción por la paz (Mt 5,9), el amor a los enemigos ( Mt 5,43) y el perdón de las ofensas (Mt 6,14). En el pueblo argentino, desgarrado por heridas del pasado y del presente, la enseñanza del Señor tiene plena actualidad para loa bautizados: “Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda”  (Mt 5,23-24). 

(49) La Eucaristía es el Pan de la reconciliación  que restaura la comunión de amor, recrea los vínculos fraternos y mueve a iniciativas reconciliadoras para reconstruir la amistad, la concordia, la unión y la paz. La gracia que se derrama en al Eucaristía puede conseguir que “ los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión... que las luchas se apacigüen y crezca el deseo de paz; que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza...” 10 

(50) Por todo lo dicho, “celebrar la Eucaristía según la verdad de Cristo conduce a la Iglesia a hacerse por toda su existencia sacramento de reconciliación para todos los hombres. Con este fin está constantemente llamada a construir parábolas de reconciliación, ofreciendo a los hombres divididos, lugares y medios para reencontrarse, hablarse y mirar juntos hacia Aquél a quien sus enemigos traspasaron, pero que no cesa de perdonar y de llamarnos a todos al perdón “. 11  

(51) Desde los primeros tiempos de la Iglesia se ha visto en la Eucaristía el signo de la unidad de los cristianos. En uno de los testimonios más antiguos de la celebración eucarística se lee: “Así como este trozo de pan estaba disperso por los montes, y cuando fue recogido se hizo uno, así la Iglesia se reúna en tu reino desde los confines de la tierra”.  12 Pero la Eucaristía no solamente significa la unidad de la Iglesia, sino que también la realiza: “Todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único Pan” (1 Cor 10,17). La Eucaristía es “el signo de unidad” (SC 47) que hace más apremiante la oración, el diálogo y la acción para lograr la plena comunión visible de todos los cristianos en el único cuerpo de Cristo. 

(52) Cada uno de los templos donde se celebra la Eucaristía, es “la expresión del anhelo de Dios de reunir bajo el mismo techo a la gran familia humana. El mismo nombre de “iglesia”  que le damos, está expresado que debe servir para la reunión de los que creen en el Señor, porque la Iglesia es una comunión de creyentes. Los templos nos enseñan que la vocación cristiana es una convocación” .13 De ahí la importancia y el deber de participar de la Misa dominical, “subrayando su eficacia creadora de comunión” (EdE 41); así “el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia” (DD 34; NMI 36).

 (53) En la Iglesia que adora a Jesús en la Eucaristía puede y debe haber lugar para todos. La verdadera comunión cristiana es reflejo de la Trinidad: “Que todos sean uno, como tú Padre estás en mí y yo en ti” (Jn 17,21).  Por eso, toda comunidad cristiana es “unidad en la diversidad” o “diversidad reconciliada”. Cuando cada uno deja de creer que es autónomo, que sólo puede ser feliz si se defiende de los demás, entonces se hace verdaderamente capaz de convivir, respetando y valorando a los demás, dialogando y celebrando con ellos. En la Eucaristía, las diversidades que a veces provocan divisiones, pueden transfigurarse en diferencias enriquecedoras en la armonía de un solo Cuerpo. 

(54) La Eucaristía es fuente del amor que une, “capaz de contribuir a la curación de las divisiones internas de los pueblos y sostener la convivencia social reconciliando a los ciudadanos”. 14 Por eso, los fieles que comulgan no sólo “deben descubrirse comulgando también entre sí y capacitándose para un entendimiento mayor”,15 sino que deben percibir el llamado a crear ambientes de diálogo a su alrededor. En una nación en la que la honda fractura social hace muy difícil lograr consensos a favor del bien común, la Eucaristía impulsa a la comunidad para que sea un verdadero “hogar del diálogo”. 

(55) Cada creyente está llamado a mostrar que “la Eucaristía ha sido instituida para que nos convirtamos en hermanos; para que de extraños, dispersos e indiferentes los unos de los otros, nos volvamos uno, iguales y amigos; se nos da para que de masa apática, egoísta, dividida y enemiga, nos transformemos en pueblo, un verdadero pueblo, creyente  amoroso, con un solo corazón y una sola alma”16. La consigna de Jesús “¡Denles ustedes de comer¡” asume así un nuevo significado: la Iglesia debe satisfacer el hambre de amor y unión sentando a los hermanos a la mesa de la reconciliación. 

(56) En íntima conexión con la Eucaristía, y en ordenación a ella, sacramento de reconciliación y comunión, la Iglesia destaca – entre tantos caminos pastorales al servicio de la paz – el sacramento de la misericordia, penitencia y perdón, llamado sacramento de la reconciliación (CCE 1421). Mediante este sacramento la acción de Dios por medio de la Iglesia realiza el verdadero sentido y las dimensiones integrales de  la reconciliación; así llega “hasta las raíces de la herida primigenia del pecado, para lograr su curación y restablecer, por así decirlo, una reconciliación también primigenia, que sea principio eficaz de toda verdadera reconciliación” (RP 4). Este sacramento es la acción más significativa y eficaz que realiza la Iglesia al servicio de la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí. Su fruto es un hombre pacificado con Dios, consigo mismo, con los demás, con la Iglesia, con toda la creación. Al recibir el perdón “nace nuevo e incontaminado un hombre reconciliado, un mundo reconciliado” (RP 31,V). 

 

10 Misal Romano, Plegaria eucarística sobre la reconciliación II.

11 Documento Teológico de Base, XLII Congreso Eucarístico Internacional, Lourdes, 1981, Jesucristo, Pan partido para un mundo nuevo, IV, C.

12 Didajé, IX, 4:SCh 248,176.

13 Conferencia Episcopal Argentina, Pan para la vida del mundo, Buenos Aires, 1984, 13.

14 Ibid, 30.

15 Idem.

16 Pablo VI, Homilía de Hábeas, 17/06/1965, en Poliglota Vaticana, 1966, III, 358.

 

Eucaristía y solidaridad

Desde la compasión y el coraje, reinventemos nuestra caridad.

La tercera parte del Texto Base para el X° CEN nos introduce en otra temática clave relacionada con la Eucaristía: LA SOLIDARIDAD. Será nuestra intención, en este capítulo, reflexionar sobre ella. Reactualizar su contenido en esta hora de nuestra Patria de manera tal que podamos, como docentes católicos, descubrir algunas pistas que nos permitan contribuir , desde la misión educadora, a la formación de comunidades “ auténticamente solidarias” por la acción de la Eucaristía.  

La invocación que hacemos a Dios, nuestro Padre, en las primeras líneas de la oración del Congreso nos pone directamente en sintonía con ella:  

“ Padre Dios que nos diste a tu hijo , Jesús,

para que su presencia Eucarística

fuera  el alimento de los valores

que nos identifican como pueblo... 

Los Argentinos nos identificamos , en más de una oportunidad, por practicar el valor de la solidaridad. Basta con hacer memoria para advertirlo: en cada situación de violencia, desgracia, catástrofe, en esos acontecimientos dolorosos que estrujan y conmueven el corazón humano, el pueblo está presente. El argentino, con su aporte generoso se pone rápidamente en sintonía con los sucesos tratando de “ amainar” el dolor de quienes públicamente han sido objeto de situaciones que hieren, que lastiman. En cada guerra, atentado, secuestro, inundación, las campañas y protestas surgen casi inmediatamente.  

Ahora bien, por qué si la solidaridad nos caracteriza como pueblo nos cuesta tanto establecer en forma permanente una “ auténtica solidaridad con quiénes están mas heridos y abandonados a causa de la injusticia y de la pobreza”?

 No dudamos en rescatar y regalar impulsivamente frazadas o compadecernos durante uno o dos días ante alguna catástrofe o situación nacional que los medios de comunicación instalan en el living de nuestras casas, pero no podemos mantener una actitud de compasión en nuestros hogares o lugares de trabajo hacia las personas con las cuáles diariamente convivimos?

 Bien, de ese punto se trata precisamente. De que la actitud de compasión se haga carne en nosotros y caracterice nuestra vida de cristianos.

 El texto base lo expresa claramente:     “ la Eucaristía puede transformar el mundo”. Pero esa transformación exige un proceso:

-         El corazón humano es el único capaz de transformar el mundo.

-         La verdadera transformación del ser humano se da por la acción de la gracia.  

-         La gracia actúa , por medio de la Eucaristía en los corazones y se manifiesta en las relaciones humanas.

  

La propuesta será entonces: rescatar el valor de la SOLIDARIDAD que nos caracteriza como pueblo para que , con la ayuda de Jesús Eucaristía nos alimentemos y así nuestros corazones, por acción de la gracia, puedan transformar nuestras comunidades educativas en “ auténticas comunidades solidarias” .

 Cuando hablamos de comunidad educativa , bien sabemos los docentes que , no podemos reducirla a determinadas personas sino que estamos refiriéndonos a todos y cada uno de los que directa o indirectamente están relacionados con nuestras escuelas.

 Comenzaremos, entonces, este camino por nosotros mismos, buscando en el interior de nuestro corazón ese “ valor” en el que queremos hacer hincapié ahora:

 Para ello, proponemos iluminar la búsqueda de la mano de Lucas, poniéndonos en presencia del Señor y leyendo pausadamente la parábola del Buen Samaritano.

 Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba:

«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»

Jesús le preguntó a su vez:

«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»

El le respondió:

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo.»

«Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida.»

Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?»

Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió:

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó

y cayó en manos de unos ladrones,

que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron,

dejándolo medio muerto.

Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote:

lo vio y siguió de largo.

También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.

Pero un samaritano que viajaba por allí,

al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.

Entonces se acercó

y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino;

después lo puso sobre su propia montura,

lo condujo a un albergue

y se encargó de cuidarlo.

Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole:

"Cuídalo, y lo que gastes demás, te lo pagaré al volver."

 

¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?»

«El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor.

Y Jesús le dijo:

«Ve, y procede tú de la misma manera» (Lucas 10, 25-37).

 

Lucas nos presenta una escena digna de ser contemplada con los ojos del corazón:  

-         La estrechez del maestro de la ley que solo pretende, con su pregunta, marcar los límites del deber.

-         La agresión de que es objeto el hombre que cae en mano de los ladrones.

-         La indiferencia del sacerdote y del levita que ven pero no actúan y pasan de largo, y

-         La actitud misericordiosa del samaritano que ve, se compadece y actúa solidariamente: carga, cura y se compromete.  

Si traemos esta escena a la realidad actual, veríamos, seguramente las innumerables situaciones de agresión en que los argentinos hemos sido despojados y heridos injustamente. La estrechez de los que conducen el país y ante situaciones de inseguridad solo tratan de marcar los límites del supuesto “ deber “ que les compete. También podríamos reconocer a aquellos personajes que, pudiendo actuar, prefieren “hacer la vista gorda ” y seguir su camino como si nada hubiera ocurrido. No obstante trataremos de abandonar por unos momento la acostumbrada crítica y focalizar la reflexión en aquellas posibilidades de intervención que cada uno de nosotros podemos ejercer a pesar del panorama: rescatar la actitud del buen samaritano, capaz de detenerse, aún en el peligro,   y comprometerse con el prójimo.  

Hilando un poco más fino y llevando la escena a nuestra cotidianidad escolar, seremos capaces, en nuestras instituciones de atender a situaciones de injusticia, de agresión , de despojo, de inseguridad. No tendremos en algunas oportunidades esa estrecha actitud de buscar solo los límites del deber tal como lo hiciera el maestro de la ley con Jesús?; Soy de preguntar solo hasta dónde tengo que cumplir para merecer la estima de los demás, un asenso, una recompensa ?  Me limito a cumplir y agradar  al directivo, al Representante legal o me juego por ese compañero que en su indefensión necesita una ayuda efectiva de mi parte?. Veo y prefiero callar  haciéndome “el sota”?

Cuántas veces, en nuestras aulas,  podemos convertirnos en ladrones de alegrías, estima, seguridades, pequeños logros? , quizás agredimos a nuestros alumnos con palabras, gestos y comentarios. Vemos los esfuerzos de algunos pero preferimos centrar nuestra atención o concentrar los esfuerzos en los “ mejores” de la clase y seguimos el camino sin detenernos.  

Ahora bien , todos los docentes sabemos que estas situaciones pueden presentarse , y de hecho se presentan, ante nuestros ojos diariamente . No obstante, volvemos a insistir en la tarea de concentrar la atención en la actitud del samaritano y buscar claves para discernir cristianamente nuestra misión.  

Dejemos de medir los límites del deber. Acerquémonos a Jesús Eucaristía y pidamos en comunión, la gracia de ver al prójimo con un corazón solidario capaz de compadecerse ante la miseria del otro. Detengámonos en nuestro camino, tantas veces como sea necesario para esperar al más lento , a los que están “tapados” en las clases por los que más saben, carguemos sobre nuestras alforjas a los más difíciles, a los que no nos hacen caso y no sacan “ canas verdes” . Curemos las heridas de los que , víctimas de la agresión familiar o la discriminación social , se refugian en “ la parte de atrás del salón” como muriendo desde ya ,  a un futuro posible; Tratemos de llevar a las generaciones que estamos formando a un lugar seguro donde puedan estar a salvo y recuperarse de los golpes, que esta sociedad tuvo que soportar y seguirá soportando aún, hasta que pueda restablecerse. Y ojalá  podamos decir, con la misma actitud de desprendimiento del samaritano,  “ no importa si gasta de más, yo me encargaré de pagarlo” .  

Reflexión Personal:  

Meditemos, en silencio, lo que acabamos de leer y tratemos de traer a la mente los rostros de quienes, en este momento estén necesitados de nuestra “ autentica solidaridad de educadores católicos”. 

Que nuestra misión se impregne de una permanente actitud de compasión ante el hermano necesitado y así podamos , en la cotidianeidad de nuestra tarea:

·        Agudizar la percepción para reonocer

·        Detenernos para actuar

·        Comprometernos para rescatar.

 Propongámonos , firmemente, acercarnos a Jesús Eucaristía , para que Él sea el que actúe con su gracia en nuestros corazones. Seguramente con su ayuda eficaz, podremos  entrar “en comunión con ellos” y comenzar a construir , no con grandes proyectos , sino con pequeños gestos, una Patria más digna y solidaria.

 

Para compartir y recordar :

Monseñor Bergoglio  en su libro “ Educar, exigencia y pasión” nos anima a recuperar la esperanza y el compromiso concreto que abre nuevas posibilidades para la tarea educativa que se nos ha encomendado y hemos abrazado con amor.

 Nos invita a
 

“ ... cultivar los lazos personales y sociales , revalorizando la amistad y la solidaridad. La escuela sigue siendo el lugar donde las personas pueden ser reconocidas como tales, acogidas y promovidas. Si bien no habrá que descuidar una válida dimensión de eficiencia y eficacia en la transmisión de conocimientos que permitan a nuestros jóvenes hacerse un lugar en nuestra sociedad, es fundamental que seamos “ maestros de humanidad” . Y este puede ser un aporte importantísimo que la educación católica ofrezca a una sociedad que por momentos parece haber renunciado a los elementos que la constituían como sociedad: la solidaridad, el sentido de la justicia, el respeto por el otro, sobre todo por el más débil o pequeño. La competencia despiadada tiene un lugar en nuestra sociedad. Aportemos nosotros el sentido de justicia y la misericordia” ... 

                                                                           Bergoglio, 2001

 

 

 

 

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