De Gloria Olivæ

El Triunfo de la Sinagoga de Satanás dentro de la

Iglesia o el Triunfo de la Cabalización de la Iglesia

Rev. Padre Basilio Méramo

 

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   Esta es la divisa que corresponde según San Malaquías al pontificado actual de Benedicto XVI, la penúltima o última según se la mire de la famosa, pero casi olvidada, lista de los Papas hasta el fin, no del mundo, sino de los últimos tiempos apocalípticos, antes de la Parusía. Esta divisa cobra su real significado con el triunfo de la Sinagoga dentro de la Iglesia, o el triunfo de la judaización de la Iglesia, el Israel de Dios pervertido por la gnosis judía o cábala, y que no sólo penetró en el mundo católico pervirtiéndolo, como eximiamente expone el padre Julio Meinvielle, en su libro De la Cábala al Progresismo (cuyo título indica que el progresismo modernista es de origen e inspiración cabalística, al igual que todo el pensamiento moderno que culmina en la filosofía alemana, Kant, Fichte, Hegel), sino que hoy invade y gobierna la Iglesia, desde el atípico Concilio Vaticano II con todos los Papas que pontifican en su nombre, por exagerado que esto parezca para los neófitos, liberales o simplemente distraídos.

   Para los que no saben, bastaría para abrir bien lo ojos recordar lo que el P. Meinvielle dice en términos generales: “Los Papas del Renacimiento y de la Contrarreforma se mostraron favorables a la Cábala.” (Op. cit. p. 177); cuanto más podríamos decir hoy. Así, se explica entre otras cosas como un Pablo VI se paseaba con el Efod (o más exactamente con el pectoral de doce piedras) que usaba el sumo pontífice de la Sinagoga. Así tenemos Papas sin coronación ni tiara más a tono con la visión democrática que monárquica de la Iglesia.

 

   El pensamiento moderno deriva la filosofía alemana como lo hace ver el P. Meinvielle que después de decir: “Al hacer la cábala su entrada oficial en el Renacimiento tuvo la virtud de cabalizar el pensamiento cristiano.” (Op. cit. p. 181), para concluir afirmando: “Esta toma de posesión del pensamiento moderno por la cábala en pensadores de la jerarquía de Boehme, Spinoza y Leibniz va a significar un dominio cada vez más total hasta llegar al idealismo alemán y al pensamiento contemporáneo que de éste deriva.” (Op. cit. p. 198). El P. Meinvielle al hablar “del ritmo global arrollador de carácter universal que va a modificar sustancialmente toda la doctrina y vida de la Iglesia Católica” llega a la siguiente conclusión: “está en movimiento y gestación dentro de la Iglesia Católica romana una nueva religión, sustancialmente diversa de la que dejó Cristo, y que adquiere los caracteres de una gnosis pagana y cabalística perfectamente configurada.” (Ibid. p. 257).

Esto en los años 1970.

 

   La diferencia entre gnosis y cábala la manifiesta el P. Meinvielle así: “Decimos gnóstico o cabalístico entendiendo que la palabra ‘gnosis’ tiene mayor extensión que la de ‘cábala’ ya que ésta restringe el término de ‘gnosis’ al mundo judío. Ha habido y hay una gnosis pagana, típicamente hindú, iránica o egipcia. Pensamos, sin embargo, que las gnosis que operan en el mundo cristiano están influenciadas por causas y elementos típicamente judíos, ya directos como es el caso de Boehme y Spinoza, ya indirectos como en Hegel o en los movimientos modernos de Teilhard de Chardin o de Jung”. (Ibid. p. 324). Luego no debe sorprender que hoy en pleno y radiante modernismo filosófico y teológico, no sólo en el mundo sino dentro de la Iglesia, nos atrevamos a afirmar en plena correspondencia con la divisa del actual pontificado de Benedicto XVI “De Gloria Olivæ” el triunfo de la Sinagoga dentro de la Iglesia, revelándose así su verdadero significado el cual ya había sido entrevisto por Caviglia Campora al hablar de los “triunfos de Israel pero en cuanto ‘Sinagoga de Satanás’ no en cuanto Israel de Dios”, en su libro-prefacio al escrito por el P. Antonio van Rixtel, publicado con el título Tercer Milenio – El Misterio del Apocalipsis, ed. Gladius, Bs. As. 1995, p. 338.

   Prueba de esto, es decir, de la judaización de la Iglesia, por los Papas fieles al Vaticano II, la tenemos al ver que hoy en día ya nadie se atreve ni siquiera a criticar a Benedicto XVI pública y abiertamente después de habérselo cubierto con el manto santo de Papa conservador (conservador de qué, sino del error purificado de sus aristas disonantes, diría yo), además de su famoso Motu Proprio con el cual ha logrado desestabilizar y hasta desactivar la resistencia tradicionalista, cual golpe maestro de Satanás, como bien pudiera decir hoy Monseñor Lefebvre, que aplicaba la expresión para señalar como por la obediencia se inducía a la desobediencia a Dios y a su santa verdad, encarnada en la Iglesia Católica, por vía jerárquica nada más y nada menos, para que la Revolución Anticatólica impere en la Iglesia.

   Así se pudo decir que Vaticano II fue la Revolución Francesa de 1789 en la Iglesia y la libertad religiosa un antisyllabus. Todo lo cual continúa y se agrava, mientras mantenemos ilusorias esperanzas, por haber perdido de vista la esencia de la resistencia de la sacrosanta Tradición Católica de la Iglesia, que aunque totalmente eclipsada y reducida a un pequeño rebaño (pusillus grex) en términos de San Lucas, y dispersa por el orbe, mantiene el testimonio de la verdadera fe, en medio de falsos pastores con disfraz (apariencia) de ovejas, pero que son en verdad lobos rapaces que devoran la fe del rebaño, si nos atenemos a las sagradas advertencias de las Escrituras. ¡Pues qué mayor judaización que legitimar el Imperio del error desde la cátedra de San Pedro cubriendo con una falsa paz la corrupción de la Verdad que ya no impera sobre la faz de la tierra ni en la Iglesia desde su magisterio!

   Por si a alguno por el motivo que fuera, pudiera pensar que estas cosas son inimaginables por ser apocalípticas, basta recordar lo que ya dijera San Pío X hace más de cien años en su primera encíclica E supremi apostolatus de 1903: “Es indudable que quien considere todo esto tendrá que admitir de plano que esta perversión de las almas es como una muestra, como el prólogo de los males que debemos esperar en el fin de los tiempos; o incluso pensará que ya habita en este mundo el hijo de perdición de quien habla el Apóstol. (…) los documentos de la fe revelada son impugnados. (…) Por el contrario -ésta es la señal propia del Anticristo según el mismo Apóstol-, el hombre mismo con temeridad extrema ha invadido el campo de Dios, exaltándose por encima de todo aquello que recibe el nombre de Dios; (…) Se sentará en el templo de Dios mostrándose como si fuera Dios.”

   En otra encíclica Ad diem illum laetissimum, San Pío X reafirma que esos tiempos apocalípticos no están tan lejos como muchos se imaginan, llegando éstos hasta a descalificar y aun ridiculizar a quien piense lo contrario: “¿no deberíamos creer que nuestra salvación está más cerca de lo que pensamos? sobre todo porque por experiencia sabemos que es propio de la Divina Providencia, cuando los males alcanzan sus límites, la liberación no está muy lejos. Su tiempo está próximo a venir, y sus días no están lejanos."

   Sobre todo cuando el obstáculo (katejon) parece haber sido quitado si consideramos la reflexión siguiente del mismo Santo Papa Pío X: “Vigilad, oh sacerdotes, para que la doctrina de Jesucristo, no pierda por vuestra culpa el semblante de su integridad. Conservad siempre la pureza y la integridad de la doctrina… Muchos no comprenden los cuidados celosos y la prudencia que se deben usar para conservar la pureza de la doctrina… Cuando esta doctrina, no pueda ya guardarse incorruptible y que el imperio de la verdad no sea ya posible en este mundo, entonces el Hijo de Dios aparecerá una segunda vez. Pero hasta este último día nosotros debemos mantener intacto el depósito sagrado y repetir la gloriosa declaración de San Hilario: ‘Más vale morir en este siglo que corromper la castidad de la verdad’.” (Pie X, Jérome Dal-Gal O.M. Conv. 1953, pp. 107-108). Y nosotros podemos añadir, más vale morir que violar la virginidad inmaculada de la verdad.

   Es evidente, para el que no quiera hacerse el ciego, que si Nuestro Señor Jesucristo debe venir cuando la Iglesia (la jerarquía) no pueda seguir manteniendo el imperio de la Verdad, es porque el Anticristo se hizo presente una vez quitado el famoso obstáculo que le detenía, y que podemos ver gracias a San Pío X que se trata del imperio de la verdad mantenido por la Iglesia, y que hoy brilla por su ausencia reinando el imperio del error, de la confusión y de la iniquidad doctrinal, es el reino de las tinieblas de la obscura noche.

   San Agustín ya había señalado para ese tiempo apocalíptico el eclipse de la Iglesia prefigurado por el sol: “El sol desaparecerá, el rayo de la luna es eclipsado” (La Ciudad de Dios, Libro XVIII, Cáp. XXIII); lo cual corresponde a lo designado por la divisa De labore solis. Como hace ver en su comentario del Misal para fieles, Dom Gaspar Lefebvre, con el paralelismo entre la vida de Cristo y la vida de la Iglesia en esta tierra, adjuntando un texto de San Agustín, todo lo cual nos hace pensar hoy en la situación actual de la Iglesia: “Por fin, Jesús termina su vida con el sacrificio del Gólgota, seguido muy pronto del triunfo de su resurrección; y la Iglesia, lo mismo que su divina Cabeza se verá entonces vencida y clavada en la cruz, aunque ella ganará la victoria decisiva. ‘El cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, lo mismo que el cuerpo humano, fue en un tiempo joven, aunque al fin del mundo tendrá una apariencia de caducidad’ (S. Agustín)”. (Misal Dom Lefebvre, Tiempo de Pentecostés, Exposición Histórica, ed. 1938). Este pasaje ha sido suprimido en las ediciones más recientes, como la de 1962 por ejemplo.

   El Papa San León en su época ya decía de los tiempos apocalípticos que: “si bien está oculto, no dudamos que están cerca”. (Lectura IV In Il Nocturno Dominica I Adventus Pars Hiemalis Breviarum Romanum). ¿Qué no diría hoy? al ver la situación actual de la Iglesia que desde hace más de cuarenta años y a partir del Concilio Vaticano II (atípico y contradictorio por no ser infalible) no se confirma más a los fieles en la fe sino que hacen todo por corromperla y violarla en su inmaculada pureza, cual anticristos pseudoprofetas, a tenor de una falsa obediencia a una investidura divina al servicio hoy del error, el engaño y la mentira; en evidente y palpable contradicción y oposición pertinaz a la indefectibilidad de la Iglesia, y que constriñe a los verdaderos fieles a tener que irremediablemente desobedecer para continuar fieles a la Tradición Católica, Apostólica y Romana. ¡Qué contradicción! ¡Habrase visto algo tan apocalíptico en la historia de la Iglesia? Lamentablemente son hechos y ante éstos no valen argumentos en contra.

   El Papa Pío XII ya decía poco antes de morir: “Es necesario quitar la piedra sepulcral con la cual han querido encerrar en el sepulcro a la verdad y al bien; es preciso conseguir que Jesús resucite; con una verdadera resurrección, que no admita ya ningún dominio de la muerte: Surrexit Dominus vere (Luc 24, 34) mors illi ultra no dominabitur (Rom 6, 9)”, para concluir diciendo: “y cesará la lucha y brillará la paz. ¡Ven, Señor Jesús! La humanidad no tiene fuerza para quitar la piedra que ella misma ha fabricado, intentando impedir tu vuelta. Envía a tu ángel, oh Señor, y haz que nuestra noche se ilumine con el día. ¡Cuántos corazones, oh Señor, te esperan! ¡Cuántas almas se consumen por apresurar el día en que Tú sólo vivirás y reinarás en los corazones! ¡Ven, oh Señor Jesús! ¡Hay tantos indicios de que tu vuelta no está lejana!” (Mensaje Pascual 1957).

   Esto deshace la oposición antiapocalíptica consciente o inconsciente, tanto de los católicos modernistas como de los tradicionalistas (incluidos sus respectivos cleros) que reaccionan cual alérgicos a la menor insinuación del tema para relegarlo en el cajón del olvido, cual ocurre con la muerte que a cada uno debe sobrevenir tarde o temprano, pero que siempre se le relega para un futuro cuanto más lejano mejor, para vivir en un falso optimismo piadosamente elaborado en el incierto presente.

   Ya decía el venerable (aunque desgraciadamente no para muchos) Padre Castellani al respecto: “Las imbéciles e impías ilusiones de miles y miles de años de vida universal para dar tiempo a que la humanidad por sí sola y por esos medios se transforme en el edén racionalista que sueña Diderot, Comte y Renan y parece acoger Alló... no son sino ilusiones imbéciles e impías, si creemos en la Escritura.” (Los Papeles de Benjamín Benavides, ed. Dictio, Buenos Aires, 1978, pp. 409-410) y más adelante: “La apostasía de la fe y las artes del Anticristo habrán persuadido a la mayoría de que el mundo no tendrá fin, y de que debe seguir siempre adelante en un continuo progreso hasta convertirse en el paraíso de la ciencia y de la civilización, en el edén del hombre emancipado...” (p. 475).

   Ya advertía Monseñor Lefebvre sobre la decapitación de la Iglesia: “Los enfoques mundialistas de los judíos se realizan en nuestra época, después de la fundación de la masonería y de la Revolución que ha decapitado la Iglesia e instaurado la democracia socialista mundial.” O también otro texto bastante ilustrativo y apocalíptico que señala la profanación sacrílega por vía jerárquica: “El Apocalipsis de San Juan, explicará otra vez (Mons. Lefebvre), ha vaticinado en la visión de las dos bestias del capítulo 13, como los jefes de la Iglesia, cambiando de lenguaje, pondrán por una profanación sacrílega su poder espiritual al servicio de la sinarquía anti-Cristo.” (Marcel Lefebvre. por Mons. Tissier de Mallerais, p. 634).

   Esto concuerda con lo que el P. Castellani dice sobre el sacrilegio eclesiástico identificándolo con la abominación de la desolación. “Un sacrilegio cometido por la Iglesia como Iglesia sería simplemente lo que llamó Cristo ‘la abominación de la desolación’. Aquello que perpetró la Sinagoga.” (Juan XXIII (XXIV) una fantasía, ed. Theoria, Bs. As. 1964, p. 73).

   El Papa Pío XI alertaba en 1932: “Mas ante ese odio satánico contra la religión, que recuerda el mysterium iniquitatis de que nos habla San Pablo (2 Tes 2,7), los solos medios humanos y las previsiones de los hombres no bastan...” (Caritate Christi compulsi).

   San Luis María Grignon de Monfort no era menos apocalíptico y clamaba cual voz en el desierto en su famosa oración abrazada: “Vuestra divina Ley es quebrantada, vuestro Evangelio abandonado; torrentes de iniquidad inundan toda la tierra y arrastran a vuestros mismos siervos; toda la tierra está desolada; la impiedad está sobre el trono; vuestro santuario es profanado y la abominación se halla hasta en lugar santo... ¿No es menester que vuestra voluntad se haga en la tierra como en el cielo y que venga vuestro reino?... ¿No os dicen todos los justos de la tierra: Amen, veni, Domine? Las criaturas todas, aún las más insensibles, gimen bajo el peso de los pecados innumerables de Babilonia y piden vuestra venida para restaurar todas las cosas.” Todo esto ¿no es acaso lo que vemos asombrados y perplejos ante nuestra vista? negarlo sería cerrar los ojos para no ver.

   Todo esto debería hacernos reflexionar para tener más en consideración al tratar de encontrar una explicación cabal de la crisis actual dentro de un marco real y verdadero que nos ayude a situar las cosas dentro de su contexto histórico, según el sentido de la historia y sobre todo el sentido teológico de la historia para saber situarnos y a qué atenernos. Dentro del sentido teológico de la historia necesariamente debemos observar el sentido exegético-apocalíptico sin el cual todo se desvanece sin entender nada.

   Por eso el P. Castellani nos recuerda: “Menos hiere la herida cuando se ve venir la flecha.” (El Apokalypsis, ed. Paulinas, Bs. As. 1963, p. 340). “Más amor es anunciar a los hombres un hecho insuprimible para que se liberen de él, que no tratar de disimularlo o tergiversarlo como hace la moderna sensiblería.” (Ibid. p. 227). “Cuántas veces diré que el Apokalypsis no es un libro hecho para dar miedo, como me decía ayer una devota. Es un libro hecho para consolar y corroborar a los que todos estos miedos tenían y tienen delante y encima. Menos hiere la flecha cuando se la ve venir.” (Ibid. p. 284). “La enfermedad mental específica del mundo moderno es pensar que Cristo no vuelve más; o al menos no pensar que vuelve. (Cristo ¿vuelve o no vuelve? ed. Dictio, Buenos Aires 1976, p. 17).

   Bajo el actual pontificado de Benedicto XVI se advierte la gran Restauración Ecuménica de un mundo globalizado cual vemos señaló el P. Castellani al decir: “de lo que está seguro es de la gran fusión de los pueblos en uno y del advenimiento natural de la Restauración Ecuménica.” (Ibid. p. 289), sutil falsificación del cristianismo, que a decir del P. Castellani: “Ni el culto de Satán tiene la sutil malicia y total falsificación de la verdad que tiene esta herejía adulteradora de todo el cristianismo.” (Apokalypsis, p. 188), tal cual cómo hoy vemos con el modernismo que desarticula las inteligencias imposibilitándolas para captar la verdad, y así nada conserva su sentido genuino, sino otro diverso y por lo mismo heterodoxo en materia o cosas de fe.

   Así se entienden las palabras de Monseñor Lefebvre cuando dijo: “En la medida en que el Papa se alejara de esta tradición, se volvería cismático, rompería con la Iglesia.” O refiriéndose al Concilio Vaticano II: “Este concilio representa, tanto a los ojos de las autoridades romanas como a los nuestros, una nueva Iglesia a la que por otra parte llaman ‘la Iglesia conciliar’. Creemos poder afirmar ateniéndonos a la crítica interna y externa de Vaticano II, es decir, analizando los textos y estudiando los pormenores de este Concilio, que éste, al dar la espalda a la tradición y al romper con la Iglesia del pasado, es un Concilio cismático. Se juzga al árbol por sus frutos.” (Un Évêque Parle, pp. 96-97).

   Y señala esos frutos diciendo con valentía: “Un pacto de no agresión ha sido concertado entre la Iglesia y la masonería. A esto se lo ha cubierto con el nombre de ‘aggiornamento’ o de ‘apertura al mundo’, de ‘ecumenismo’. En adelante, la Iglesia acepta no ser ya la única religión verdadera, el único camino de salvación eterna. Reconoce a las demás religiones como religiones hermanas. Reconoce como un derecho acordado por la naturaleza de la persona humana, que ésta sea libre de elegir su religión y que en consecuencia un Estado católico ya no es admisible. Admitido este nuevo principio, es toda la doctrina de la Iglesia la que se debe cambiar, su culto, su sacerdocio, sus instituciones... Es pues un trastocamiento total de la tradición y de la enseñanza de la Iglesia el que se ha operado desde el Concilio y por el Concilio. Todos los que cooperan en la aplicación de este trastocamiento, aceptan y adhieren a esta nueva ‘Iglesia conciliar’ como la designa Su Excelencia Monseñor Benelli en la carta que me dirige en nombre del Santo Padre el 25 de junio último-, entran en el cisma.” (Un Évêque Parle, pp. 97-98).

   Esta es la Iglesia que quiere y representa Benedicto XVI y a la cual el colaboró durante todo el Concilio Vaticano II como teólogo perito y después como cardenal Prefecto desde 1982 de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe durante todo el pontificado de Juan Pablo II, al punto de hacerle exclamar a Monseñor Lefebvre que Roma estaba en la apostasía después de su entrevista con él: “Lo que interesa a todos ustedes es conocer mis impresiones después de la entrevista con el Cardenal Ratzinger el 14 de Julio último. Lamentablemente debo decir que Roma ha perdido la fe, Roma está en la apostasía. Estas no son palabras en el aire, es la verdad: Roma está en la apostasía.

   Uno no puede tener más confianza con esa gente, ya que ellos abandonan la Iglesia. Esto es seguro.” Y a continuación prosigue con esto que sería la refutación anticipada del hoy famoso Motu Proprio: “No es fácil trazar rápidamente el cuadro de toda una situación. Así le dije en pocas palabras al Cardenal (Ratzinger): Vea, Eminencia, aún si usted nos acuerda un obispo, aún si usted nos consiente una cierta autonomía en relación a los obispos, aún si usted nos acuerda el uso de la liturgia de 1962 y el continuar con nuestros seminarios y la Fraternidad como lo estamos haciendo ahora, nosotros no podremos colaborar, es imposible. Para nosotros, Nuestro Señor Jesucristo, es toda nuestra vida. La Iglesia es nuestro Señor Jesucristo, es su esposa mística. El sacerdote es otro Cristo y su Misa es el sacrificio y el triunfo de Jesucristo por la Cruz. En Ecône y en nuestros otros seminarios aprendemos a amar a Cristo, atender todos nuestros esfuerzos hacia el Reino de Nuestro Señor Jesucristo. (Para escuchar a Mons. Lefebvre diciendo esto, pulse aquí)

   El objetivo de nuestro apostolado es el Reino de Nuestro Señor. Esto es lo que nosotros somos. Ustedes hacen lo contrario. Usted acaba de decirme que la sociedad no debe ni puede ser cristiana, que está contra su naturaleza. Usted ha querido demostrarme que Nuestro Señor no debe ni puede reinar en las sociedades. ha querido probarme que la conciencia humana es libre en relación a Nuestro Señor Jesucristo. Hay que dejar en libertad a los hombres y según su expresión, un espacio social autónomo. Esto es la descristianización. Nosotros no podemos comprendernos. No estamos con la descristianización. Es todo, nosotros no podemos, entonces, entendernos. Esto es en resumen, lo que le dije al Cardenal y nos vemos obligados a constatar que nosotros no podemos seguirlos. Porque esto es la apostasía.”

   Y por si todo esto fuera poco, Monseñor Lefebvre puntualiza:  "Pienso que podemos hablar de descristianización y que estas personas que ocupan Roma hoy son anticristos. no he dicho ante Cristos, he dicho anticristos, como lo describe San Juan en su Primera Carta: ‘Ya el Anticristo hace estragos en nuestro tiempo.’ El Anticristo, los anticristos; ellos lo son, es absolutamente cierto.” (Extracto de la Conferencia del 14 de septiembre de 1987 en Ecône).

   Estas cosas no se pueden olvidar, es la razón de nuestra firme resistencia y aparente desobediencia, prefiriendo desobedecer a hombres que en el nombre de Dios (como si fueran Dios exigen una falsa obediencia para crucificar de nuevo a Dios, en su cuerpo Místico la Iglesia, pero ciertos de obedecer y permanecer fieles a Dios. Olvidarlo es claudicar, es perder el norte, es la desorientación total.

   El Motu Proprio parece ser que de algún modo ha permeabilizado la gloriosa resistencia logrando distraer la atención al meollo del problema, desviar los ataques, pues ya casi nadie se atreve a señalar los graves errores que llevan los hombros del hoy Benedicto XVI y del ayer Cardenal Ratzinger, el cual Monseñor Lefebvre sindicó de hereje cuando expresó en una de sus últimas conferencias espirituales en el Seminario de Ecône del 8 y 9 de febrero de 1991: “Os invito a leer el denso artículo de fondo de Sí sí, No no que ha salido hoy sobre el Cardenal Ratzinger, es espantoso. El autor del artículo no sé quién es, por que siempre ponen un seudónimo, pero el artículo está muy documentado y concluye que el Cardenal Ratzinger es herético”. Y la razón de esta herejía no es discutir si tal o cual encíclica es infalible o no, si no que como bien señala Mons. Lefebvre: “No es esto lo que es grave en el Cardenal Ratzinger, lo grave es que él pone en duda la realidad misma del magisterio de la Iglesia, de la enseñanza del magisterio de la Iglesia. Pone en duda que haya un magisterio que sea permanente y definitivo en la Iglesia. Esto no es posible. Él acomete contra la raíz misma de la enseñanza de la Iglesia, de la enseñanza del magisterio de la Iglesia. Ya no hay una verdad permanente en la Iglesia, verdades de Fe, dogmas en consecuencia, se acabaron los dogmas en la Iglesia, esto es radical.

   Evidentemente esto es herético, es tan claro, es horroroso, pero es así”. Tan herético y falso como el considerar las falsas religiones (que a tenor del salmo 95 son obras de Satanás) como vías (o caminos) extraordinarios de salvación, como el célebre teólogo Cardenal Ratzinger (y hoy Benedicto XVI) reconoce en Informe sobre la Fe (por Vittorio Messori, ed. BAC popular, Madrid 1985, p. 220) al considerar las demás religiones: “no como vías extraordinarias de salvación, sino incluso como caminos ordinarios”. Este es el semblante de un “progresista equilibrado” en términos de Messori (ibid p. 22) o lo que hoy se presenta al público ignaro como un Papa conservador.

   Se hace evidente con todo lo expuesto que la divisa De Gloria Olivæ representa el triunfo de la Sinagoga de Satanás dentro de la Iglesia, es la glorificación de la cabalización oficial de la Iglesia, es el triunfo de la Nueva Iglesia conciliar, triunfo efímero que verá su derrumbamiento cual torres gemelas no por obra humana sino por la gloriosa Parusía de Cristo Rey, que con su sola presencia, con el aliento de su boca destruirá la efímera gloria de sus adversarios.

   Son luminosas las palabras del P. Castellani al vernos inmersos en la crisis actual: “Cuando vino Cristo eran tiempos confusos y tristes. La religión estaba pervertida en sus jefes y consecuentemente en parte del pueblo. (…) Cuando Cristo vuelva la situación será parecida. Solamente el fariseísmo, el pecado contra el Espíritu Santo, es capaz de producir esa magna apostasía que Él predijo: la ‘mayor tribulación desde el diluvio acá’, será producida por la peor corrupción de lo óptimo. El dolor sólo remediable por Dios en persona es el producido por la corrupción irremediable, ‘la sal que pierde su salinez’. Por eso San Juan vio en la frente de la Ramera la palabra misterio, y dice que se asombró sobremanera, y el Ángel le dice: ‘Ven, y te explicaré el arcano de la Bestia’. Es el Misterio de Iniquidad, la ‘abominación de la desolación’; la parte carnal de la Iglesia ocultando, adulterando y aún persiguiendo la verdad, Sinagoga Satanae. Por eso la parte fiel de la Iglesia padecerá entonces ‘dolores como de parto’, y el Dragón estará a punto de tragar a su hijo, que sólo se salvará por milagro, y ella se salvará solamente huyendo a la soledad con dos alas de águila, y aún allí la perseguirá la riada de agua sucia y torrentosa que el Dragón lanzará contra ella… la nueva Esposa pura y sin mácula, inmaculadamente concebida de nuevo.” (Los Papeles de Benjamín Benavides, Castellani, ed. Dictio, Bs. As. 1978, pp. 226-227).

   Esto concuerda con lo que Mons. Straubinger expone en su comentario al Cantar de los Cantares: “El misterio que Dios esconde en los amores entre esposo y esposa que presenta como figura en este divino Poema, no ha sido penetrado todavía en forma que permita explicar satisfactoriamente el sentido propio de todos sus detalles. El breve libro es sin duda el más hondo arcano de la Biblia, más aún que el Apocalipsis, pues en éste, cuyo nombre significa revelación, se nos comunica abiertamente que el asunto central de su profecía es la Parusía de Cristo y los acontecimientos que acompañarán aquel supremo día del Señor en que Él se nos revelará para que lo veamos ‘cara a cara’. Aquí, en cambio, se trata de una gran Parábola o alegoría en la cual, exluida como se debe la interpretación mal llamada histórica, que quisiera ver en ella un epitalamio vulgar y sensual, aplicándolo a Salomón y la princesa de Egipto, no tenemos casi referencias concretas, salvo algunas (cf. 6, 4 y nota), que permite con bastante firmeza ver en la Amada a Israel, esposa de Yahvé. (…) Es preciso, pues, decir que el Cántico celebra los amores de Yahvé y de Israel en la edad mesiánica, que es el objeto de los deseos de los profetas y justos del Antiguo Testamento. (…) pues nada más congruente que aplicar las relaciones de Yahvé con su esposa Israel, a las de su Hijo Jesús, espejo perfectísimo del Padre (Hebr. 1, 3), con la Iglesia que Él fundó, y con cada una de las almas que la forman en su peregrinación actual en busca del Esposo (cf. 4, 7; 3, 3; 5, 6 y notas); en la misteriosa unión anticipada de la vida eucarística (cf, 2, 6 y nota); y finalmente, en su bienaventurada esperanza (cf. 1, 1; 8, 13 s. y notas; Tito 2, 13), cuya realización anhela ella desde el principio con un suspiro que no es sino el que repetimos día a día en el Padre Nuestro enseñado por el mismo Cristo: ‘Adveniat Regnum tuum’, y el que los primeros cristianos exhalaban en su oración que desde el siglo primero nos ha conservado la ‘Didajé’ o ‘Doctrina de los doce Apóstoles’: ‘ Así como este pan fraccionado estuvo disperso sobre las colinas y fue recogido para formar un todo, así también, de todos los confines de la tierra, sea tu Iglesia reunida para el Reino tuyo… líbrala de todo mal, consúmala en tu caridad, y de los cuatro vientos reúnela, santificada, en tu reino que para ella preparaste, porque tuyo es el poder y la gloria en los siglos. ¡Venga la gracia! ¡Pase este mundo! ¡Hossana al Hijo de David! Acérquese el que sea santo; arrepiéntase el que no lo sea. Maranatha (Ven Señor). Amén’.”

   Lo cual también desea el Papa Pío IX con ocasión de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción al expresar que todo contribuya para que: “no haya sino un solo rebaño y un solo pastor”. Bula Ineffabilis Deus (hacia el final). Esta bienaventurada esperanza, que también deseó y señaló San Pío X haciendo alusión a este mismo texto: “Sin embargo, Nos no queremos disimular que una cosa aviva grandemente en Nos este deseo: esto que Nos parece, creyendo a un secreto presentimiento de nuestra alma, que Nos podemos prometernos para un porvenir poco lejano el cumplimiento de las altas esperanzas, y ciertamente no temerarias, que hicieron concebir a nuestro predecesor Pío IX y a todo el Episcopado católico la definición solemne del dogma de la Inmaculada Concepción de María.”

   Por eso “el Apokalipsis es un libro de esperanza y de consuelo, no de horror y pesimismo” como dice el P. Castellani en Los Papeles de Benjamín Benavides, p. 64.

   Es la gran esperanza apocalíptica que Dom Lefebvre señala incluida en el tiempo litúrgico de adviento: “En el santo Adviento no nos preocupemos sólo de su venida misericordiosa, al revés de los Judíos, que únicamente quisieron admitir el advenimiento glorioso del Mesías. Dejemos toda su amplitud a las fórmulas litúrgicas, para que ejerzan en nosotros toda su eficacia y digamos con la Iglesia: ‘Veni Domine; ven, Salvador y Juez mío. Líbrame aquí de mis pecados y llévame algún día a tu cielo. Adveniat regnum tuum. Como todos los Patriarcas y Profetas, en Ti pongo toda mi esperanza. Per Adventum tuum, libera nos, Domine”. (Misal ed. 1938, Tiempo de Adviento, Exposición Litúrgica).

   Es la gran esperanza, la bienaventurada esperanza tan anunciada y hoy casi olvidada de San Pablo (Tit 2,13) Apóstol de los Gentiles para cuando vengan los días aciagos de la Gran Apostasía de las Naciones Gentiles, próximas de la Parusía.

   Dejamos como advertencia final y para no ser absorbidos por el error antiapocalíptico imperante que la posición antiapocalíptica (consciente o inconscientemente adoptada) se podría resumir en lo que el P. Castellani expresa: “La herejía de hoy, descrita por Hilaire Belloc en su libro Las Grandes Herejías, pareciera explícitamente no negar ningún dogma cristiano, sino falsificarlos todos. Pero, mirándolo bien, niega explícitamente la Segunda Venida de Cristo; y con ella, niega su Reyecía, su Mesianidad y su Divinidad. Es decir, niega el proceso divino de la Historia. Y al negar la Divinidad de Cristo, niega a Dios. Es ateísmo radical revestido de las formas de la religiosidad. Con retener todo el aparato externo y la fraseología cristina, falsifica el cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre; o sea, sentando al hombre en el templo de Dios, somo si fuese Dios. Exalta al hombre como si sus fuerzas fuesen infinitas. Promete al hombre el reino de Dios y el paraíso en la tierra por sus propias fuerzas. La adoración de la Ciencia, la esperanza en el Progreso y la desaforada Religión de la Democracia, no son sino idolatría del hombre; o sea, el fondo satánico de todas las herejías, ahora en estado puro. De los despojos muertos del cristianismo protestante, galvanizados por un espíritu que no es de Cristo, una nueva religión se está formando ante nuestros ojos. Esto se llamó sucesivamente filosofismo, naturalismo, laicismo, protestantismo liberal, catolicismo liberal, modernismo… Todas esas corrientes confluyen ahora y conspiran a fundirse en una nueva fe universal; que en Renán, Marx y Rousseau tiene ya sus precursores. Esta religión no tiene todavía nombre y, cuando lo tenga, ese nombre no será el suyo. Todos los cristianos que no creen en la Segunda Venida de Cristo se plegarán a ella”. (Cristo ¿vuelve o no vuelve? p. 18).

   Con esto se nos da el antídoto para no claudicar ante esta Nueva Religión, Nueva Fe, Nueva Iglesia Conciliar (o postconciliar) o Nueva Iglesia Ecuménica, Sinagoga de Satanás y del Anticristo–Pseudoprofeta, democráticamente reinante cuyo dogma como advierte Monseñor Lefebvre es la dignidad de la persona humana y su libertad: “En lo sucesivo, el nuevo dogma que tomará el lugar de la verdad de la Iglesia será la dignidad de la persona humana y el bien superior de la libertad”. Esto es lo que expresa el nuevo dogma de la Nueva Iglesia Conciliar con el nombre de libertad religiosa y que es el fundamento o la causa del Ecumenismo como tantas veces lo señaló Monseñor Lefebvre. Lo cual concuerda con la excelente definición de la democracia, del escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila quien decía: “La democracia es una religión antropoteísta. Su principio es una opción de carácter religioso, un acto por el cual el hombre asume al hombre como Dios”. (Libro Texto 1, Bogotá 1959).

   Así se ve y se entiende como el hombre puede sentarse en el trono de Dios y hacerse adorar como Dios. Es lo que resume sintéticamente San Agustín al decir “Dos amores fundaron dos ciudades, el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, funda la ciudad del Hombre; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo funda la Ciudad de Dios”. Y entre estas dos ciudades es imposible la colaboración, entreverla es claudicar.

Basilio Méramo Pbro.

Orizaba, 30 de enero de 2008

 

     

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