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Roberto Subirana

LA IMPORTANCIA DE LA LETRA "i"

¿Alguna vez se detuvo a pensar en la importancia de la letra "i"?

Pues sí, en verdad me parece una letra muy importante. Sirve tanto para la palabra interés como para la palabra desinterés; para posible como para imposible; para importante como para intrascendente; para dependiente como para independiente; para inteligencia como para imbecilidad.

Caso 1: Día jueves 18 de enero de 2007, Noticiero del canal 11. La nota muestra un asentamiento precario de cartoneros, instalado a muy escasa distancia de las vías del ferrocarril de la ex Línea San Martín, a unos 500 metros de la estación Paternal. El asentamiento tiene ya unos ochos años de antigüedad.

Los noteros promueven las declaraciones dramáticas de algunos habitantes de ese asentamiento, todas coincidentes en el peligro que significa la presencia del ferrocarril  para los niños que allí moran. Una de las mujeres comenta el cuidado que deben tener, vigilando permanentemente a los niños para evitar que, distraídos en sus juegos, terminen siendo arrollados por las formaciones ferroviarias que pasan velozmente por el lugar.

Sobre el final de la nota, Cristina Pérez, locutora en el Estudio, con tono entre preocupado e indignado (el mismo, acompañado de la coincidente gestualidad que utilizó al anticipar la nota), dijo: "¿Qué están esperando las autoridades para hacer algo? ¿Qué suceda alguna desgracia?".

Por qué el periodismo no aclara lo que ha querido significar tanto con la pregunta como por el tono en que ha sido formulada? ¿Qué se supone debe hacer el Estado? ¿Eliminar el tendido ferroviario? ¿Reemplazar con un nuevo cerco (o acaso un muro) el alambrado que bordeaba el terreno ferroviario y que, casualmente, desapareció al tiempo que se fue produciendo el asentamiento?

Parece no advertirse que el asentamiento, aun con sus ocho años de antigüedad, se fue ubicando en el lugar en que, desde el siglo XIX, se encuentra funcionando ese servicio ferroviario. Es decir que sus moradores (actuales y de ocho años atrás) no ignoraban que por allí circulan trenes y que, instalar sus viviendas en ese lugar, sin cercos que impidan el acceso a los rieles (que los había ocho años atrás), es un peligro. No creo que nadie los haya obligado, a punta de pistola, a ubicarse en ese lugar y levantar sus precarias viviendas a menos de dos o tres metros de donde circulan los trenes, sin el menor resguardo. Por lo tanto, sus quejas (expresadas frente a las cámaras de televisión) no tienen validez alguna.

La responsabilidad de las autoridades (que, sin embargo, es innegable) consistía en impedir que se produjese ese asentamiento, en un lugar de indudable peligro para sus habitantes. Pero, no es esa idea la que surge de la forma en que se presentó la nota ni en el tono utilizado. Sea el libretista del noticiero, sea el gerente de noticias del canal, han optado por la ambigüedad, posando de incisivos, rebeldes, independientes. Esa ambigüedad les permite, ante el reclamo de un funcionario o de alguien del público asegurar que no quisieron decir lo que el quejoso haya interpretado que quisieron decir. Porque, en verdad usaron demasiadas palabras, con gestualidad y tono dramático,… para no decir nada y para callar una crítica -objetiva y constructiva- hacia los habitantes del asentamiento.

En este caso, la "i", en mi modesta opinión, responde a la inveterada costumbre de algunos integrantes de los medios de comunicación de jugar a dos puntas, a pesar de que ya resulta muy difícil, por no decir imposible, ocultar tal tipo de conducta. ¿Se puede, a esta altura de los acontecimientos, seguir pensando que los funcionarios -aun los más ineptos y/o corruptos- y/o la audiencia de televisión está formada por débiles mentales incapaces de advertir esta ambigüedad? Si lo piensan así, deberán analizar si la calificación de imbecilidad no les corresponde a ellos.

Porque un medio de comunicación social o se limita a informar el hecho concreto, en crudo como suele decirse, sin entonaciones sugerentes ni gestos inductivos o toma partido por una u otra alternativa. O se comprometen con la lógica y le explican a los habitantes del asentamiento (y al público) que son ellos los responsables del peligro que corren (sus hijos y ellos mismos) y que las autoridades no debieron permitirles instalarse en ese lugar o se ubican en la vereda de enfrente y le exigen a las autoridades que            -usando los recursos de todos los ciudadanos- salven la imprudencia, la inconsciencia del puñado de moradores del asentamiento.

Caso 2:   Nadie duda que, al presente, existen en nuestro país (y en el mundo) suficientes e importantes cuestiones como para colmar los espacios de todos los medios de comunicación convencionales y no convencionales existentes. Sin embargo, tal vez como consecuencia del período vacacional, que obviamente alcanza a las estructuras profesionales de dichos medios, debe haberse producido una especie de fisura del sentido común por el cual se ha filtrado el señor Pablo Calvo, que se apropió de la Sección Sociedad del matutino Clarín (17/01/07, págs. 28 y 29) que, haciendo gala de una perspicacia un tanto descolocada en el tiempo, vino a descubrir que, en "al menos una docena de comercios" de Buenos Aires, "se ofrecen muñequitos de Hitler y símbolos nazis…" algo que, por sus expresiones, le causa profundo horror.

Declaro que también yo siento ese profundo horror… pero no por los aludidos muñequitos sino por la supina ignorancia de quien, casi con seguridad, debe asumirse como periodista.

Porque, en primer lugar, esos (y muchos otros) muñequitos se comercializan en esta ciudad desde que el suscripto no se había colocado sus primeros pantalones largos, y declaro que ya he superado la barrera de los sesenta años de edad. O sea que cabe preguntarse si el señor Calvo ha vivido hasta el presente en un ranchito aislado en medio de la Patagonia o de la Puna… o ha permanecido encerrado en una burbuja opaca que le impedía ver su entorno.

El otro rasgo no menos grave de su ignorancia es el de desconocer que esos muñequitos (término utilizado con evidentes connotaciones despectivas) son simples miniaturas habitualmente adquiridas por coleccionistas, hobbystas o, eventualmente, por simpatizantes de las imágenes reproducidas. Y no son solamente de Hitler: también hay reproducciones del general José Francisco de San Martín, de Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, de Juan Manuel de Rosas, de Martín Güemes, de gauchos, granaderos, del británico mariscal Montgomery, de los norteamericanos generales George Patton y Douglas MacArthur, de soldados argentinos, británicos, norteamericanos de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial, de la Guerra de Secesión norteamericana… y hasta personajes de sagas fílmicas como la del El señor de los Anillos y otras. Hay escenas costumbristas (versión libre del estreno del Himno Nacional en casa de Mariquita Sánchez de Thompson), de la Revolución Francesa, de nuestro campo y todos los etcéteras que el lector quiera imaginar. Y todo ello compartiendo el espacio de las vidrieras con modelos a escala de buques y aviones de todo tipo, tanto en inyección de plástico como en madera.

Asimismo, el señor Calvo se horroriza por la venta de imitaciones de símbolos y condecoraciones alemanas y del nazismo. Lo curioso es que las fotografías que se publican en ese artículo, junto a las imitaciones de símbolos nazis hay otras que reproducen símbolos franceses, británicos, norteamericanos, italianos, del 32º Congreso Eucarístico Internacional (realizado en nuestro país en 1934)… y hasta de las Fuerzas Armadas israelíes. Otra foto muestra, en el estante de una Librería, un ejemplar (traducido a nuestro idioma) de la obra "Mi lucha" (Mein Kampf) escrito (al menos eso se dice) por Adolfo Schiklgruber, alias Hitler. Lo que no muestra es que, muy posiblemente, en lugar cercano de esa estantería se encuentre El Capital, de Karl Marx, las Memorias de Winston Churchill, el Nadie fue del Tata Yofre y hasta alguna que otra obra (autorizada o no) sobre Carlos Saúl Menem, Fernando de la Rúa o similares.

EL RECHAZO Y LOS LIMITES

Ciertamente todo individuo, grupo étnico o social, de acuerdo con su criterio o idiosincrasia, acepta y rechaza diferentes cosas, sobre la base de su cultura y/o escala de valores, heredados y adquiridos.

En general, nuestra mal llamada sociedad occidental rechaza mayoritariamente acciones como las que constituyen graves e injustificadas agresiones hacia esa u otra sociedad. Al menos, lo hace en teoría. El genocidio, la guerra, el asesinato, los actos derivados de las dictaduras, del racismo o de cualquier otro tipo de intolerancia o discriminación reciben el repudio de las mayorías.

Sin embargo, el conocerlos, investigar sus causas, génesis y desarrollo, su metodología, sus consecuencias no implica, de manera alguna, aceptarlos ni aprobarlos. De lo contrario, muchos museos -o buena parte de ellos- deberían ser desactivados, disueltos, clausurados.

Por otra parte, aun los símbolos de cosas que, según nuestra idiosincrasia, pueden resultar repudiables no son lesivos en sí mismos sino tan sólo por el uso que se haga de ellos. En especial, si nos ocupamos de conocer su origen, el que, en general, carece de la connotación que su uso posterior que le haya adjudicado.

LA LEY PAREJA

Pese a que, en un recuadro de ese mismo artículo ya citado, se menciona el dictamen del INADI que estableció que no es "discriminación la venta de banderas, cuchillos o brazaletes de la Alemania nazi", posición que fue tiempo después, ratificada por la Justicia que sentenció que "la mera exhibición de la cruz svástica no es una actividad delictiva" -no siendo éstas las únicas decisiones de organismos y/o funcionarios con competencia en la materia que coinciden plenamente con los anteriores- existen quienes siguen anteponiendo su criterio personal al general, como si, por algún motivo, pudiesen considerarse por encima de toda igualdad.

En el artículo en cuestión se cita la opinión de la abogada Débora Kott, del Departamento de Asuntos Jurídicos de la DAIA, quien considera que el comercio de estos objetos "sí fomenta el odio y, por lo tanto, constituye delito".

La ley contra la discriminación, el racismo, etc. (nº 23.592) establece penas para quienes participen en una organización o realicen propaganda basados en ideas o teorías de superioridad de una raza o de un grupo de personas de determinada religión, origen étnico o color, que tengan por objeto la justificación o promoción de una discriminación racial. También sanciona a quienes, por cualquier medio, alentaren o incitaren a la persecución o el odio contra una persona o grupos de personas a causa de su religión, nacionalidad o ideas políticas.

Cualquier semejanza de lo precedente con la insistencia -a pesar de las evidencias existentes en los numerosos cuerpos que forman la causa judicial por el caso AMIA- de organizaciones tales como DAIA, AMIA, B'nai Brith y OSA entre otras, exigiendo la inmediata captura y extradición de ciudadanos iraníes, como lo hicieron con la familia Kanoore Edul no es mera coincidencia. Sin embargo, parece que aplicar las disposiciones de la ley 23.592 al accionar de dichas organizaciones podría ser considerado, por tales organizaciones, como antisemitismo, tema sobre el que me eximo de extender por haberlo hecho ya anteriormente.

Como podrá notar, estimado semejante, la letra "i" ha demostrado ser muy importante, ya sea que nos refiramos a la inteligencia como a la imbecilidad, a la ignorancia o a la intolerancia

¡Hasta la próxima, semejante,… y gracias por su paciencia!

Buenos Aires, enero 27 de 2007.-

Fuente
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