"EL RINCON DE LOS TROVADORES"

 

               

 

presenta  a :

"Daniel  Adrián  Madeiro"

-escritor argentino-

 

su obra:

 

"EL MENSAJE"

13.700 MILLONES DE AÑOS

BHAGAVAD

LAGRIMAS DE MARZO, SOMBRAS DE SEPTIEMBRE

EL AMOR CUANDO EL DINERO NO ALCANZA

¿QUIÉN ES EL GREGORIO SAMSA DE KAFKA?

 

 

 

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13.700 MILLONES DE AÑOS

 

“Una vida sin reflexión

no es vida para un hombre”

 (Platón)

 

El 12 de Febrero de 2003, en la sección Tecnología y Ciencia del portal de la CNN en Español apareció una nota de José Perez Firmat titulada: “Científicos determinan la edad y la composición exacta del universo”.

Con datos provenientes del satélite WMAP, diseñado por la NASA y la Universidad de Princeton,  se constituyó una foto del universo reflejando el instante en que comenzó a haber luz, 380 mil años después del Big Bang.

Este elemento y otros más, permitieron a los científicos determinar que el universo tiene 13.700 millones de años, con un margen de error no mayor al 1 por ciento.

Teniendo presente que los datos obtenidos se refieren al momento del nacimiento del universo, se realizó una proyección que calculara como se vería hoy. Se obtuvo una imagen concordante con la realidad actual. Los datos son exactos.

También se sabe que el destino del universo es seguir eternamente en expansión.

Por último, mi atención se detuvo en la descripción de su estructura: 4% de materia conocida; 23% de materia fría oscura, que no interactúa con la luz, sobre la cual se sabe muy poco y se conoce su existencia sólo porque ejerce gravedad; y un 73%  de lo que se denomina “energía oscura” y sobre la que nada se sabe.

Entendí que, aún en la inmensidad de conocimientos que conllevan disciplinas tales como la cosmología moderna o la física cuántica, por ejemplo, es muchísimo más lo que resta por saber que lo sabido.

No obstante, con la información a la que tenemos acceso nos alcanza para comprender que: Somos entidades formadas con la misma materia del universo y, de alguna forma, existimos hace ya 13.700 millones de años.

Si bien conocer el 4% de la materia total que compone el cosmos implica el manejo y comprensión de miles y miles de datos, debemos reconocer que es una cifra menor frente al 96% que prácticamente se desconoce.

Uno podría decir que sabemos poco en cuanto a esto o que resta mucho por saber aun. Pero sin duda coincidimos en que cuando la inteligencia y la constancia trabajan unidas, se alcanzan logros maravillosos.

Hace alrededor de 2600 años un viejo sabio, Lao Tse, escribió en el primer capítulo de su tratado lo siguiente: “La no-existencia es anterior al cielo y a la tierra” (Tao Te Ching). ¿Fruto de la casualidad o de una profunda reflexión?.

Antes del Big Bang ¿Qué había?. ¿Dónde está DIOS en este asunto?. Más allá de la innegable certeza, frente a esto, de estar ante un hecho natural, ¿Qué nos impediría creer –no asegurar- que DIOS es lo anterior al Big Bang?.

Me parece que las respuestas deben ser individuales, todas respetuosas y todas respetadas. Esta es la vocación de mis palabras. Sólo una opinión dicha desde el respeto que siento por la libertad de expresión.

A medida que los conocimientos científicos van avanzando, la religión –al menos en occidente- se muestra interesada en explicar sus enunciados sobre la creación frente a lo hechos concretos y visibles de la ciencia.

¿Es necesario esto?. ¿Por qué hay expositores dedicados a mostrar que lo que la ciencia dice hoy es lo que su fe decía ayer de manera menos evidente?. Pensemos en la cita del Tao Te Ching transcripta más arriba, para tomar un ejemplo no vinculado a las religiones de occidente: ¿Por qué ocuparse en pretender que los dichos de Lao Tse se muestran hoy cimentados por el conocimiento científico?. O ¿Por qué, desde allí, afirmar que esto evidencia que el autor exponía perfectamente la realidad del universo ya en su tiempo?. ¿Hace falta?. Aun podríamos preguntar algo más: ¿El autor, querría eso?.

Ante esta última proposición nos enfrentamos al hecho que los expositores a los que hago referencia generalmente alegan que el autor de sus escritos es DIOS.

Pongamos por caso que así fuera. Aun nos queda la pregunta: ¿Por qué justificar a DIOS?. Siendo DIOS un autor altamente capacitado: ¿Cómo se explica que su mensaje no sea irrefutable?. ¿Cómo comprender que como un anciano no avanza sin bastón, el ser más perfecto del universo también necesite apoyarse de alguna forma en nosotros?. Si de algún modo sus mensajes estuvieran cifrados, presentando a los lectores contemporáneos a su manifestación una apariencia de las cosas que en el futuro se descubrirían diferentes, ¿Por qué no ordenar que se escriban fórmulas y enunciados ininteligibles para sus primeros destinatarios que hoy resultaran clara e incuestionable muestra de un conocimiento superior imposible en su tiempo de origen?.

¿Y si mañana todo ese esfuerzo por encontrar coincidencias entre los escritos sagrados con los conocimientos científicos se vieran afectados por descubrimientos opuestos, Qué escucharemos decir?.

Los que creemos que DIOS existe ¿Estamos buscando a DIOS o agotando explicaciones sobre la validez de nuestros sistemas de creencias?.

DIOS nos libre de la mentira.

Me parece que esto no puede ser contestado verazmente sin honestidad.

Esto no significa en absoluto un apoyo a tendencias cientificistas. No se trata de cambiar a DIOS por la ciencia.

En cualquier extremo hay un abismo.

Sin ninguna cuota de vanidad, pienso que todos los avances científicos y tecnológicos de estos últimos decenios, todo este inmenso aporte de la inteligencia humana a favor del conocimiento del hombre y su entorno, tiene que permitirnos ver más allá de nuestras propias narices.

Todas las personas pueden reconocer sin dificultad la falta de sustento de muchas creencias en el pasado. Ya no quedan adoradores de Atón o de Zeus. Y no nos resulta extraño.

Pero, ¡Ay!, ¡Qué difícil es tener el valor de revisar nuestras propias certezas!.

¿Dónde hay un ferviente simpatizante del equipo tal que no asegure que el arbitro cobro mal, que no hubo suerte o que su equipo merecía ganar, por ejemplo?.

¿Qué quiero decir?. Lo que diré sólo es válido para los que creen en DIOS, porque de eso estoy hablando. Digo que DIOS es superior a cualquiera de nuestros sistemas de creencia. Digo que DIOS está por encima de todas nuestras polvorientas concepciones de divinidad y creación. Digo que DIOS vería con agrado que reflexionemos sobre si deseamos ser sujetos que lo adoran o sujetos que lo piensan profundamente antes de adorarlo.

Millones de años desde que el mundo existe. Cientos de miles de años desde que existe el hombre y aun DIOS sigue siendo, de algún modo, como ese 73% de energía oscura sobre la que no sabemos nada.

DIOS nos libre de toda forma de mentira.

 

 

Daniel  Adrián  Madeiro

Copyright © Daniel  Adrián  Madeiro.

Todos los derechos reservados para el autor.

 

Madeiro@Tutopia.Com

Demos_Amor_al_Mundo@Yahoo.Com.Ar

   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL MENSAJE DEL MAESTRO

 

“Recibe imparcialmente lo que te sobrevenga, sea

placer o dolor, ganancia o perdida, victoria o derrota.

Prepárate para la batalla, que tal es tu deber”.

 

Palabras de Krishna a Arjuna - Bhagavad Guita

 

Desde la menor contrariedad hasta el mayor desastre representan un desafío a nuestra capacidad para enfrentar y resolver problemas.

Ellos son una herramienta útil a la hora de saber hasta donde estamos realmente dispuestos a llegar.

La historia que narra el Bhagavad Guita nos muestra a un hombre, Arjuna, a punto de desistir de guerrear contra sus propios parientes, amigos y conocidos. Lo escuchamos decir: “Mi corazón desfallece a la vista de mis parientes y amigos dispuestos al combate. Mis piernas tiemblan, se me eriza el cabello, mi cuerpo se estremece de horror y el arco se me escapa de las manos”.

Tú y Yo hemos sentido eso alguna vez. Y no hizo falta una guerra. Bastó un fracaso, un abandono, una muerte, una traición, un accidente, un robo, cientos de cosas.

Pero hay otras caras del infortunio que también nos llevan a la desesperanza, a perder las fuerzas. Me refiero a la rememoración de errores o males de nuestro pasado.

Conscientes o no de ello, ¿Cuántas veces un pequeño malestar presente desata una catarata de angustias?, ¿No nos vemos, en ocasiones, reaccionar irreflexivamente ante males menores, insignificantes?.

Es lo que solemos llamar “la gota que derrama el vaso”.

Allí, en ese momento, nuestro verdadero problema pasa por no haber resuelto efectivamente los problemas anteriores.

Quizá no tuvimos oportunidad de solucionarlos por nuestra edad, experiencia o simplemente, porque su magnitud era superior a nosotros. Pero puede haber otra causa.

Cuando bajamos los brazos (y solemos hacerlo), utilizamos todo lo malo que nos pasa para justificar nuestro abatimiento.

Pero si ahora estás leyendo esto es porque te encuentras suficientemente lejos de las situaciones descriptas. Entonces te propongo que aprovechemos este tiempo para una reflexión.

 

Uno desea que su vida sea maravillosa. Pero sucede que no es así. Y me parece que hasta el más feliz de los mortales encuadra en esta regla.

Como no puedes contarme una experiencia personal, y quizá no lo desees, hablaré un poco de mí sin mucho detalle. En la breve y escasa relación que te haré, ten la seguridad de que digo la verdad.

Mi infancia se desarrolló en una vieja casa de alquiler, con una cocina y un dormitorio con goteras, separados por un patio. El baño era compartido con otros inquilinos y quedaba a varios metros de distancia, cerca de una caballeriza. Cuando llovía era necesario ir con un paraguas hasta allí. Visitar otras casas “normales” me mostraba lo que yo no tenía.

Aunque jamás fue moneda corriente la abundancia, aun hubo algunas épocas más duras de lo acostumbrado en lo económico que me hicieron conocer la escasez.

Distintas circunstancias provocaron la disolución momentánea del matrimonio de mis padres, hecho que se recompuso más adelante volviendo a unirse. Sin embargo, esa desunión y, especialmente, los acontecimientos que la originaron me causaron un dolor grande e imborrable.

No lo puedo precisar, pero creo que trabajé cerca de un año en un almacén de comestibles, que también vendía forrajes y artículos de mercería.

Yo cursaba la escuela primaria.

Hasta aquí, parte de mi infancia.

La adolescencia transcurrió sin recibir ninguna información sobre la vida de un adulto. Antes los padres no acostumbraban a conversar sobre ello con sus hijos.

La escuela secundaria fue para mí un verdadero espacio de aprendizaje, no sólo en el sentido académico, también en mi formación como persona. Impulsado por el entusiasmo de una profesora que me convenció que yo podía, estudié música durante un par de años. Luego formé parte de un conjunto de rock y compuse mis primeros temas –letra y música-.

Escribí decenas de poemas para cada chica que conocí y otros vinculados a mis conceptos de aquel entonces respecto de la vida. Todos terminaron destruidos por las llamas.

La nota de peso en ese período la marcó mi noviazgo, varias veces interrumpido, con una chica tres años mayor. Yo contaba con quince. Cada separación de ella me causó intensos sufrimientos que, vistos desde la distancia, me muestran, entre otras cosas, cuanto miedo tenía de no encontrar a otra mujer que me quisiera.

Me casé con veinte y algo, inseguro de mis sentimientos. Tras cinco años de matrimonio me animé a decirme la verdad a mí mismo: Nunca la había querido.

Y lo dije y todo comenzó a ser distinto y mejor para mí.

Decidí decirme toda la verdad, llorar todo lo necesario, cambiar paulatinamente lo que debía, respetarme, aceptarme a mí mismo sin poner por delante la opinión que los otros tendrían de mí. Fue muy triste, muy duro, tenía todos los fracasos delante. Pero no hay nada que haya valido más la pena.

Conocí a Claudia, la única mujer que amo. Desde entonces, soy feliz con ella y con mis hijos: Natalia (del primer matrimonio) y Damián y Camila (del segundo).

Quizá lo narrado no te diga mucho. Te amplío un poco más: hubo pasajes tristísimos en mi infancia (peleas, inseguridad, violencia, sentimientos de desprotección, de soledad, etc); en mi adolescencia una superficial tranquilidad y constantes búsquedas de un rumbo; hasta los treinta, viví negándome a madurar, a ser yo.

 

Conociendo ahora parte de mi historia, comprenderás sin mucho esfuerzo que cuando hablo de los momentos en que sentimos “desfallecer a nuestro corazón, que nos tiemblan las piernas, que el cuerpo se estremece de horror y que las fuerzas se nos escapan de las manos”, no hablo de algo que me es ajeno.

A mí también me pasa que algunas veces se me cae esa gota que derrama el vaso.

Y si no fuera porque amo profundamente a DIOS, a mi esposa, a mis hijos y me fijé para mi vida el firme propósito de vencer toda calamidad y ayudar humildemente a otros a procurar ser verdaderamente felices, quizá no estaría escribiendo esto, quizá ni siquiera estaría aquí.

¿Te duelen las cosas que te pasan?. No te pasan sólo a Ti.

¿Te sientes agobiado por los problemas?. No eres la única persona a la que le pasa.

¿Ves mucho mal y poco bien?. Yo también lo veo.

¿Cada fracaso te duele más?. Es razonable.

¿Quisieras que tu dolor se acabara de una vez y para siempre?. Muchos queremos eso.

¿Ansias profundamente poder disfrutar de una vida reposada?. Te lo mereces y te entiendo.

Todo lo que te pasa, me pasa y le pasa a otros.

Los seres humanos sufrimos muchas angustias en nuestro constante enfrentamiento con el mundo.

Sucede que cuando éramos niños, nos protegían los mayores y las fantasías.

Ahora solo queda DIOS (si es que crees en Él) y si no te responde, tendrás que arreglártelas por ti mismo.

Y eso es crecer: darse cuenta que el mundo es como es; que no hay nada nuevo bajo el sol; aceptar que quizá no lo haya tampoco mañana.

Pero crecer también debe ser entender que tenemos que luchar por nosotros, por nuestros seres amados, por una Tierra mejor. Que no sirve de nada lamentarse mientras otros disfrutan de nuestra derrota.

Que tenemos todo lo necesario para salir a dar batalla y ganar; que la inteligencia es útil cuando la utilizamos para pensar como vencer; que bajar los brazos es descuidar la guardia; que, en definitiva, aunque sea duro entenderlo, la vida también es una guerra y triunfan los valientes, los esforzados, los fuertes, los que se entrenan, los que no tienen miedo, los que no se compadecen a sí mismos.

El texto del Bhagavad Guita dice: “Recibe imparcialmente lo que te sobrevenga, sea placer o dolor, ganancia o perdida, victoria o derrota. Prepárate para la batalla, que tal es tu deber”.

Y es cierto, esa sería la postura adecuada: Darnos cuenta que los opuestos placer-dolor, ganancia-perdida, victoria-derrota, forman parte de la vida. Y que la cosa no pasa por la vulgaridad de regocijarse en las buenas y amedrentarse en las malas.

Hay que estar alerta pero sin perder los sueños, y trabajar por ellos.

Hay que permanecer de pie.

Hay que valorar con justicia lo que se tiene y pensar con la cabeza en lo que nos falta.

Hay que decirse, todos los días, cada mañana, cada hora: “Estaré atento para lograr vencer todos los obstáculos que se me presenten y para mantener el ánimo siempre fuerte. Yo quiero eso para mí. Yo quiero eso para los que amo. No voy a bajar los brazos. Mi obligación es vencer”.

Actuar así, día a día, sin falsas expectativas, pensando cada paso con sensatez, atendiendo a la razón, planificando para alcanzar el objetivo, es el único modo de llegar. La otra forma es pura suerte y nadie sabe si llega.

Te engañas cuando crees que los ídolos nacieron geniales, talentosos, espectacularmente dotados. Te mientes. Cuando los desnudas ves que hay mucho trabajo y constancia; no hay casualidad hay causalidad.

Tú puedes. Muchísimas mujeres y hombres de este bendito planeta pueden llegar a ser “altísimos”, “increíblemente maravillosos”.

Y cuando hayas llegado, no olvides a los otros. Este es un trabajo en el que “si ayudamos todos, todo ayuda”.

No pensar sólo en ti es una herramienta milagrosa. Aprendes a dejar de ser la excepción; a no sentirte el mejor de todos o el único que sufre. Hay otros iguales o parecidos y te muestran que eres tan carnal como ellos.

Yo deseo profundamente un mundo mejor, con seres humanos felices sin artificialidad, felices desde adentro; sueño con verlo, ruego a DIOS por ese día.

Más allá de mi sueño, me alcanzará, mientras espero la plenitud de su cumplimiento, verte transformado en una parte de ese planeta, verdaderamente feliz y en paz.

Cuando lo hayas logrado, trabajemos juntos, cada uno en su lugar, con el mismo propósito.

 

Daniel  Adrián  Madeiro

 

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Todos los derechos reservados para el autor.

 

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LÁGRIMAS DE MARZO, SOMBRAS DE SEPTIEMBRE

   

 

Es de noche en el siglo.

Los dioses emigraron

de este tiempo imposible.

 

II Tiempo Imposible (Frag.) – Andrés R. Blanco

   

 

La vida de todos los días a veces cambia o termina inesperadamente.

 

Esto lo sabemos y lo aceptamos, no sin resignación, ante un accidente o una enfermedad terminal repentina.

 

Pero hay otros cambios, otros cortes, que no admitimos jamás.

Este siglo se nos presentó vertiginoso y trágico.

 

A poco de iniciarse, un 11 de septiembre de 2001, miles de personas murieron en el ataque terrorista a las torres gemelas del World Trade Center, en Estados Unidos.

No era admisible responder a esto con la resignación.

 

Herido por el terrorismo internacional el país considerado como la mayor potencia mundial, la humanidad comprendió que ya nadie estaba seguro.

 

Después vino Afganistán y Bagdad.

 

A dos años y seis meses del luctuoso septiembre, exactamente un 11 de Marzo de 2004, tres atentados criminales simultáneos dejan más de doscientos muertos y miles de heridos sobre Madrid, España.

 

Bombas colocadas en tres estaciones de trenes: El Pozo, Atocha y Santa Eugenia, arrojaron a los rieles los sueños de la gente.

 

La matanza arrasó con bebés, escolares, estudiantes, amas de casa, obreros, empleados. Gente común que iba a trabajar, a estudiar, a vivir su rutina mientras el mundo gira.

 

Y más de doscientas almas le fueron arrancadas a la vida.

Y miles de heridos no podrán borrar sus visiones de espanto.

Y millones quedamos doloridos y aterrados.

 

Lágrimas de este marzo, sombras de aquel septiembre, tienen que ser columnas a favor de la vida.

 

“Es de noche en el siglo”, seamos una antorcha.

 

Se ha dicho, en una primera evaluación del atentado, que se trataría de una acción perpetrada por la organización separatista ETA.

 

Profundizada algo más la investigación, informa la Inteligencia Nacional española que estima, en más de un 90%, que la autoría corresponde al grupo fundamentalista Al Qaeda.

 

Sin duda esta última hipótesis es la más verosímil, visto el urgente refuerzo de las medidas de seguridad en Estados Unidos, Inglaterra, Francia e Italia. No ha de ser por ETA.

 

Haya sido uno u otro, o ambos, lo cierto es que se ha ejecutado una matanza de personas indefensas que obliga a identificar a los verdaderos asesinos y a ejercer justicia, por sobre cualquier otra acción.

 

Hay por estos días quienes hablan, con todo derecho, sobre las culpas de este o aquel por la oleada de terrorismo, o sobre el doble juego que ha llevado a esto, o sobre ciertas alianzas estratégicas que serían irresponsables e inconsultas. Sin duda son elementos de juicio que no hay que perder de vista y que habrá que atender.

Yo pienso que la suerte de cada país está amarrada a la de la comunidad internacional de manera irremediable y parcialmente ajena a algunas acciones. Esa es una parte inseparable de la globalización y su acelerada marcha. Convengamos que la actual capacidad tecnológica y económica de que disfrutan los extremistas para imponernos su ideología, desde lo virtual (comunicados por Internet) hasta lo plenamente físico (el veloz desplazamiento de los asesinos), todo bajo la protección de las tinieblas, dificulta el determinar la mejor acción frente al enemigo común, cosa que, en otras circunstancias (o épocas pasadas), sería notoriamente más sencillo.

 

El tiempo corre mucho más rápido de lo que desearíamos. En este marco, y sin que ello deslinde responsabilidades, cabe esperar fallas en la toma de decisiones.

Nadie podría jurar, con una mano en el corazón, que sabía todo lo que pasaría desde la caída del Muro de Berlín hasta hoy. Nadie hay siquiera que pueda afirmar que pasará mañana en el mundo.

 

No quiero que se interprete esto como un inmiscuirme en los asuntos internos de las comunidades, solo pretendo avalar las razones que me llevan a considerar que hay acciones a tomar, o acciones tomadas, que no siempre van de la mano con nuestros deseos.

 

11 de septiembre en Estados Unidos, 11 de Marzo en España... y ahora ¿Quién sigue?. ¿Seguirá Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, el Vaticano, Argentina (donde ya sufrimos dos ataques en el pasado: embajada de Israel y AMIA)?. ¿Por qué España fue elegida como primera víctima europea?. ¿Qué evitó que Inglaterra, desde siempre aliada de Estados Unidos, no haya ocupado ese lugar?. ¿Quién sigue y por qué?.

 

El mundo, desde sus orígenes, viene resolviendo a los golpes los problemas de la existencia..

 

Quizá él o quizá nosotros mismos, no estamos hechos a la medida de nuestros sueños.

 

Yo veo que sigue el fútbol, por ejemplo, cuando en mi interior siento la firme convicción de que debiéramos parar el mundo hasta arreglarlo.

 

Imagino que cuando en 1989 mi amigo, Andrés R. Blanco, escritor nacido en Mérida, Extremadura, escribió los versos del poema citado arriba, no sospechaba esta noche tan abismal. Aun estaba lejos este siglo XXI y su dolor.

 

O quizá yo me equivoque y ha podido profetizar con sus versos este triste presente: sin grandes idealistas que nos guíen; con un torbellino de masacres sembrando muerte; con un mundo desierto de voces alegres que festejen la vida; esperando que algún día un sueño sacie nuestra angustia; mientras reinan las tinieblas y hemos quedado solos.

 

Es de noche en el siglo

y no hay estrellas vivas

cuya luz ilumine

los ojos de los hombres.

El viento es incesante;

suspira entre osamentas

que una vez respiraron.

En los bosques sin fronda

se acentúa el silencio,

ya que todos los pájaros

huyeron hacia arriba

para morir sin aire

en las alturas blancas.

Tan sólo el agua vive

como un sueño azulado

bajo infinitas curvas.

 

Es de noche en el siglo.

Los dioses emigraron

de este tiempo imposible.

 

 

Ruego que DIOS quiera y nosotros colaboremos para ubicarnos por encima de nuestras diferencias ideológicas, sumándonos a las filas de los que luchan, sin violencia y, por favor, sin descanso, por un mundo mejor para todos. Comencemos por firmar nuestro compromiso para con las víctimas de este 11 de marzo, sumadas a las provocadas por ETA, las de las torres gemelas, las de AMIA, las de la Embajada de Israel en Buenos Aires, y también de los inocentes de Afganistán, de Bagdad, de Israel, de Palestina, y de todos los sufrientes indefensos del planeta.

Estamos globalizados y eso lo hace más urgente. Pero aun si no fuera así debemos recordar que todos vivimos en la misma casa, se llama Tierra.

 

No podemos escapar, no debemos escapar.

 

Yo he visto a mucha gente cargada de una enorme emotividad frente a los muertos por atentados o guerras; mucha lágrima corriendo en las mejillas; mucho grito de paz.

 

Después vi muchedumbres volviendo a sus cosas; cruzando los brazos; bajando banderas; consumiendo polvo, hierba o pastillas que los saquen del mundo; prestos a llorar cuando el horror vuelva.

 

Si tu deseo de una Tierra mejor no es permanente, esto no lo escribí para Ti.

Si el dolor de las víctimas lo clasificas según su procedencia, no vuelvas a leerme.

Si aun no comprendes que estamos todos juntos, que la Tierra toda es un solo pueblo, vuelve cuando lo entiendas.

 

Hay muchas cosas que no nos gustan y sobre las cuales tenemos marcadas diferencias. Sin duda hay distintas clases de enemigos y de metodologías tendientes a dominar el mundo a favor de solo algunos. ¿Y qué con eso?. Nuestro trabajo, el de una gran mayoría de casi seis mil millones de habitantes, debiera ser unirnos en las causas comunes a todos hasta resolverlas. Y debo repetirlo: Hasta resolverlas, porque siempre dejamos todo a medio hacer.

 

Hoy tenemos un dolor ya repetido en muchos otros lugares del planeta.

 

Si los asesinos fueron motivados por las culpas de otros, lo cierto es que no tienen derecho a apelar a la cobardía de matar inocentes.

 

Sumémonos para ayudar a los familiares de toda víctima; abracemos la paz hasta que sea realidad; no descansemos que los asesinos no descansan; guardemos la vigilia porque los bandos que desean controlar el mundo nos prefieren dormidos; desarrollemos la ambición de los conquistadores pero a favor de un planeta con verdad y con justicia para todos.

 

Un fragmento del poema “Sepan lo sepan lo sepan”, del premio Nóbel de literatura, el chileno Pablo Neruda, dice:

 

Ay la mentira que vivimos

fue el pan nuestro de cada día.

Señores del siglo veintiuno,

es necesario que lo sepan

lo que nosotros no supimos,

que se vea el contra y el por,

porque no lo vimos nosotros,

y que no coma nadie más

el alimento mentiroso

que en nuestro tiempo nos nutría.

 

 

Señores del siglo XXI, ¿Habremos tomado debida conciencia de toda la mentira?; ¿Estaremos realmente deseosos de la Verdad para siempre?.

Tan rápido como va todo, pronto, muy pronto lo sabremos.

 

Si verdaderamente el dolor ayuda a madurar y hacerse responsable del futuro, me quedaré tranquilo porque tenemos un maravilloso porvenir por delante.

 

Si no fuera así, no tendrá sentido la vida por no aprender la lección que nos da la muerte.

 

DIOS quiera que todos nos resolvamos a cambiar la Tierra para siempre.

 

 

Daniel  Adrián  Madeiro

 

Copyright © Daniel  Adrián  Madeiro.

Todos los derechos reservados para el autor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"EL AMOR CUANDO EL DINERO NO ALCANZA

 

Al excelente poeta: ALI AL HADED.

 

Ven sobre el verde césped, dulce Amor,

reposa en mí tu frente pensativa;

sólo nos resta una hora fugitiva

de descansar sobre esta hierba en flor.

 

Renovación – Omar Khayyam

   

Dos posibles respuestas a la pregunta: ¿Se resiente el “amor” cuando el dinero no alcanza?, pudieran ser: ¡! o ¡No!.

A primera vista se presentan simples y monosílabas.

Definido el “Amor” como un sentimiento que encierra el deseo de bienestar de la cosa amada, ambas respuestas resultarían ajustadas a este propósito.

El “Sí” afirmaría que se afecta el “amor” dado que el bienestar deseado se frustra ante la imposibilidad de darle el objetivo, en este caso, económico.

El “No” sostendría que la mutua correspondencia necesaria entre los vinculados a ese “amor” es sustento suficiente para su manutención.

Ampliadas de este modo, las dos muestran un punto de vista contrario entre sí.

Extraña paradoja resulta de este cuadro de opiniones disímiles, pues estamos obligados a reconocer que el “Sí” tendría razón desde su óptica, tanto como el “No” desde la suya: Si no se consigue el bien deseado para el objeto del “Amor”, éste se ve afectado ante el fracaso. Pero, a la vez, ese deseo de bienestar, visto con los ojos del otro miembro de la relación, implicaría no afectar al que no alcanzó el objeto, relegando a un segundo plano el propio bienestar para otorgarlo a favor del otro.

 

Si cambiamos la forma a la pregunta original y decimos: ¿Qué pasa con el “amor” cuando el dinero no alcanza?, más allá de que en este caso no estamos sugiriendo una posibilidad –se resiente o no-, me parece que seguimos moviéndonos dentro de los mismos términos, que nos encontramos con el mismo horizonte.

¿Qué puede pasarle al “Amor” cuando el dinero no alcanza?, es una pregunta que no presentaría demasiadas opciones. Se me ocurren tres: sigue igual, se fortalece, se debilita.

Desde luego, como se ve, continúo presentando respuestas simples que, para este caso, me parecen suficientemente explicativas.

Pienso que las dos primeras respuestas (sigue igual, se fortalece) hablan de lo mismo.

En cuanto el “Amor” sería un sentimiento que procura el bien de la cosa amada, apoyado en ese fin, puede permanecer igual, sin variaciones, disfrutando el viaje a su meta (esa motivación actuaría como primer y suficiente bien alcanzado por el amor); también pudiera acontecer un gozar de mayor bienestar ante la presencia de un bien adicional: la adversidad, que cambiaría su rol negativo actuando como un motor que permite medir la fuerza de ese “Amor”. Pero siempre sería, en definitiva, el “Amor” disfrutando del bien, atado a su destino: la procura de un bien para lo amado o la valoración de este “ir hacia el bien” frente a la adversidad. No hay en realidad fortalecimiento. Hay más de lo mismo.

Por otro lado, podemos sospechar que, si esto no se produce no hay debilitamiento, hay ausencia de “Amor”.

Se trata de respuestas del mismo estilo que las precedentes “” y “No”, con un sustento similar, que se apoyan en la definición formal de la palabra “Amor”.

 

Ahora bien, me parece un buen momento para presentar un nuevo interrogante: ¿Es el “Amor”, como define el diccionario un “sentimiento que mueve a desear que la realidad amada, otra persona, un grupo humano o alguna cosa, alcance lo que se juzga su bien, a procurar que ese deseo se cumpla y a gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido”?.

Me atrevo a decir que esa definición sirve al fin de establecer un criterio general para entender, sin pretender mayor profundidad sobre el asunto, de que hablamos cuando hablamos de “Amor”. 

¿Será eso el “Amor”?. ¿Será así para todos?. ¿Qué hay en cuanto a lo que es para mí?. ¿Qué elementos externos dan origen a ese sentimiento que llamamos “Amor”?. ¿Pudiera ser que llamemos “Amor” al resultado final de cierto tipo de “ecuaciones relacionales” cuando ocurren dentro de la esfera humana, del mundo del hombre?.

Para iniciar la búsqueda de estas “particularidades del Amor” y ver que más hay aparte de su definición formal, hablaré de vivencias que me son suficientemente conocidas para desarrollar este análisis.

Hablaré del amor a mi esposa.

Sólo procuraré definir lo que es el “Amor” para mí. Hablaré de “mi amor”.

 

Como casi todo hombre, vi a muchas mujeres antes de ver a mi esposa. Desde mi “primer amor” hasta “mi esposa”, pasó suficiente agua bajo el puente.

Dos primeras cuestiones a responder serían: ¿Amé antes de amarla a ella? y ¿Por qué la amo a ella por sobre todas las demás?.

Para la primera pregunta se me antojan otras: ¿Se puede llamar “Amor” al galanteo?; ¿Sigue de flor en flor la abeja satisfecha?.

Un acto de apariencia amorosa no tiene porque ser necesariamente “amor”. Podemos besar o tener relaciones sexuales y “no amar”. Aún más: es la participación en estos procesos el elemento que nos permite, las más de las veces, diagnosticar que no estamos enamorados sino encandilados, que no amamos sino que gustamos de alguien ocasionalmente.

Hay otra pregunta por hacerse: Si fueron “amor” mis relaciones anteriores, ¿Por qué ya no me importan y hoy cuido exclusivamente a mi actual “amor”?.

Lejos de todo romanticismo, siento con convicción la siguiente respuesta: el “Amor” se da una sola vez y de manera contundente; con una fuerza arrolladora que lo impregna de un fanatismo por el ser amado y de una intolerancia a cualquier cambio que proponga el destino.

Pero, para abordar un análisis medianamente desapasionado, diré que en el proceso de racionalización del “amor”, en el pensar como llegué a “amar a alguna persona o cosa”, colocamos una serie de elementos ajenos a la realidad de su naturaleza; provocamos la idealización del “amor”, adentrándonos en el terreno de lo idílico.

No hacemos lo mismo con nuestras mascotas cercanas, cuyas conductas vinculadas a lo que llamamos “relaciones amorosas” sabemos observar libres de subjetividad.

Decimos, con fingida inocencia, que nuestros canes se han enamorado, en alusión a su mutuo mirarse y olfatearse. Desde luego, sabemos bien que solo se trata de la respuesta que brindan los machos al período de celo de las hembras, que los llevará –si no lo impedimos- a copular para propagar la especie.

Nuestra conducta amorosa está basada, en primera instancia, en parámetros similares. El hombre busca a la mujer, y viceversa, para disfrutar de una cierta continuidad en los hijos que nacerán de esa futura relación.

Desde luego, en nuestro caso, no es el único propósito. Así como hemos sabido desarrollar el arte y encontrar en él un elemento de deleite para nuestro espíritu, del mismo modo supimos ver en el compartir nuestro cuerpo con el de nuestra pareja una fuente de gozo que no nos obliga a un fin ulterior vinculado a la procreación.

Pero obsérvese en esto que, muy especialmente, la mujer acostumbra condicionar su entrega a la actividad sexual a un hombre que considere “apropiado”. No es frecuente que corra a entregarse a todos los hombres sin restricción, excepto en casos patológicos o en ejercicio de la prostitución femenina.

Para la mujer, el varón deberá reunir ciertos requisitos que justifiquen para ella su participación en un acto sexual. Hay una elección del sujeto y veremos luego cual pudiera ser la razón.

Esto no es igual en el hombre que, en líneas generales, y aquí se presenta muy similar a los otros machos del reino animal, está dispuesto a copular con diferentes mujeres, en un espectro de edad y de formas que no requieren más que contar con la aprobación de la dama.

Si centramos nuestra atención en el innegable instinto maternal de las mujeres, hecho que se presenta en la gran mayoría de ellas desde la más temprana edad y se hace visible en su incontenible encantamiento frente a un bebé, encontramos una repuesta a su selección de un varón apropiado. Se trataría de un acto instintivo, con base en su intrínseca función maternal, por la cual se procura el mejor espécimen para la “eventual” procreación. Téngase presente que solo desde el siglo XX, en particular su segunda mitad, hay métodos efectivos de anticoncepción, razón por la cual la actividad sexual femenina creció. Recién ahora la mujer puede permitirse tener sexo con algún hombre que no considere del todo apropiado para padre pero que si presente un momentáneo atractivo. Esto ya no compromete su “instintiva responsabilidad maternal”. Pero desde la más remota antigüedad, en tanto le fuera posible, procuró ejercer una maternidad responsable, esto es: elegir el mejor padre para sus hijos.

El varón tiene el comportamiento de todos sus pares de otras especies. En tal sentido sólo procura el mayor número de cópulas con el objeto, “genéticamente instalado”, de asegurar la continuidad de su género.

De este modo la Señora Naturaleza nos entrega dos individuos que reúnen, cada uno por su lado, las características apropiadas para el objetivo central de la evolución de las especies: asegurar la continuidad. El macho copulará todo lo necesario para fertilizar la mayor cantidad de hembras posible, asegurando el resultado buscado: más humanos; la hembra cuidará no incluir entre los machos que la fecundarán a aquellos que presenten apariencia “débil” o “defectuosa”, para asegurar la “calidad de producción”. Luego, este sistema desarrollará, en distintos períodos de la larga historia de la evolución de la humanidad, cierto tipo de “control de calidad” que calificará de “normal” o “anormal” a los recién nacidos. Los “anormales” o “defectuosos” serán declarados “malditos” o “endemoniados” y purificados con la muerte o la exclusión total. Recuérdese el tratamiento sufrido por: negros, locos, enanos, enfermos Down y tantas otras víctimas.

 

Ahora hay más elementos para dar respuesta a: ¿Por qué amo a mi mujer por sobre todas las demás? y si fueron “amor” mis relaciones anteriores, ¿Por qué ya no me importan y hoy cuido exclusivamente a mi actual “amor”?.

Si, como expongo, todos los machos humanos están dispuestos a copular con distintas hembras, ¿Qué me lleva a preferir a mi mujer por sobre otras?.

Una cosa es nuestro instinto y otra muy diferente nuestra razón y el proceso civilizador al cual ella ha sido sometida.

La humanidad gestó una serie de normas de comportamiento conducentes a manejar eficientemente el crecimiento de las comunidades, apuntalando especialmente las conductas sociales, sus interrelaciones.

En este campo se observa, por ejemplo, como se pasó de la práctica poligámica más o menos generalizada en la antigüedad –lo que aseguraba el crecimiento demográfico frente a la ausencia de otra defensa ante guerras y pestes- a la monogámica, reteniendo solo los reyes la posibilidad de más de una mujer –quizá para asegurar la continuidad de la nobleza-.

Este proceso es de muchos siglos, varios milenios, suficientes para regular nuestra conciencia y llevar a los hombres a sentir el impulso instintivo de la copulación a la vez que el freno establecido por nuestra educación.

La monogamia es una respuesta represiva “civilizada” al instinto animal que, además, permite mostrar que el hombre, finalmente, también elige –bajo otros términos- una mujer por sobre las otras y que diferencia bien entre “sexo” (instinto) y “amor” (elección definitiva de una sola hembra).

Esos son los elementos que me llevan a amar y valorar, por encima de cualquier otra, a mi mujer. Es lo que me demuestra que no amé nunca antes, sino sólo ahora.

La práctica de la monogamia me lleva a determinar, a razonar libre del influjo del instinto, cual es la mejor de todas las hembras, la preferida, el adorno de mi corazón, mi reposo, mi manantial exclusivo.

El instinto me inclina a la hembra, la razón (educada para la civilización) me enseña y aconseja que elija a la mejor.

Esta situación por la cual selecciono como la sobresaliente a mi mujer, desatendiendo la calidad o superioridad de cualquier otra, servirá también para beneficiar con igual criterio a mis hijos.

Siendo como son el fruto nacido de la tierra (mujer) que yo elegí para mi siembra, resultan doblemente valiosos porque son parte de mí y de aquella que es la extensión de mi vida, mi esposa. Son el resultando de dos que se eligieron mutuamente; gozarán, por tanto, del mismo carácter especial que tiene mi esposa para mí y viceversa; ellos no pueden ser menos que “especiales”.

Por estos mecanismos, queda asegurada en cada familia la continuidad y protección de sus integrantes, por sí misma, afirmándose el propósito “natural” de la vida: el crecimiento de la especie.

 

Entonces, luego de toda esta larga exposición ¿Qué es el “amor” para mí?.

Se trata del camino edificado sobre el instinto y la razón por el cual se determina la persona o cosa a la que brindaremos todo nuestro esfuerzo en pos de brindarle todo bien que nos sea posible, porque encontramos en ello nuestra saciedad de entrega. 

Siendo como es un proceso que mezcla lo irracional con lo pensado, es entendible que no pueda ser visto apelando a la lógica.

Es esa compleja mezcla la que lo lleva a ser “por que sí”, a darse sin mayores explicaciones, a producirse y asemejar como un hecho mágico.

Algo dice al cuerpo y al cerebro, simultáneamente: ES ELLA o ES ÉL. Luego, si la situación es mutua nace un vínculo indisoluble, profundo, una fuerza arrolladora que nos impregna de un fanatismo por el ser amado y de una intolerancia a cualquier cambio que proponga el destino.

Cuando esto se da, la respuesta a las preguntas: ¿Qué pasa con el “amor” cuando el dinero no alcanza? o ¿Se resiente el “amor” cuando el dinero no alcanza?, siempre es NO.

El “Amor” no entiende otra razón ni otra ocupación que su propia existencia.

 

Daniel  Adrián  Madeiro

 

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¿QUIÉN ES EL GREGORIO SAMSA DE FRANZ KAFKA?

 

Dedicado a una excelente persona

llamada Manuel Santamaría.

 

Al despertar Gregorio Samsa una mañana,

tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama

convertido en un monstruoso insecto

 

La metamorfosis – Franz Kafka

 

Antes de que alguien ocupe su tiempo en averiguar si el presente título remeda el que fuera dado a una conferencia brindada por el filósofo alemán Martín Heidegger, “¿Quién es el Zaratústra de Nietzsche?”, doy fe que así es. Me pareció apropiado acomodar la forma de aquel a la intención de mostrar mis conclusiones sobre quién es el Gregorio Samsa de Franz Kafka.

Debo agradecer la relectura del relato “La metamorfosis” a un compañero de trabajo que, en algún momento, hablando del tema, me indicó su opinión de que el mismo trataba sobre la discriminación. Esa persona es el Sr. Manuel Santamaría al que hago referencia en la dedicatoria.

Yo no recordaba fielmente la narración y volver a leerla resultó ser un trabajo de revisión muy gratificante. No llegué a la misma conclusión que mi amigo; no considero que la discriminación sea el tema que motoriza sus páginas. Pero se descubrirá -eso espero- que la transformación que sufre Gregorio Samsa nos dice muchas cosas sobre el propio Kafka.

No me parece tampoco que yo haya descubierto algo no sospechado, intuido o quizá dicho con anterioridad sobre este relato.

Espero, no obstante, que el presente trabajo brinde algún elemento de interés que sea evaluado favorablemente por los amantes del escritor checoslovaco.

Me permitiré sugerir a quienes no lo leyeron o no recuerdan bien el relato, que tomen contacto con el mismo. Esto favorecerá la comprensión del presente análisis dado que, durante toda su extensión, aludiré a distintos pasajes que es preciso tener frescos en la memoria.  

“La metamorfosis” o “La transformación” de Kafka es una larga narración cuya base argumental podemos sintetizar con sus palabras iniciales: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”.

Luego sigue una extensa exposición de las diversas circunstancias que se derivan de esta inaudita situación, que culminará con su muerte.

Todo lector sabe que en aquello que lee puede encontrar elementos que reflejan el pensamiento, sentir o vida del autor.

Esto es así porque el artista no puede hacer otra cosa más que mostrar “su” visión de la realidad; “plasmar desde el propio yo” su concepción de los objetos a los que utiliza en el proceso de creación.

El libro religioso más popular de occidente, la Biblia, habla de un hombre hecho a la imagen y semejanza de Dios (pienso con interés en un ensayo que examine la veracidad de esta afirmación). Puede que no estemos en condiciones de afirmar lo precedente, pero si podemos asegurar que es aplicable con relación al artista: Sus obras están hechas a su imagen y semejanza.

El sello personal de cada texto está constituido por una ideología, por un sentimiento, un silencio, una necesidad, etc. que son el reflejo (a veces parcial) del artista.

¿Quién es Gregorio Samsa?. Quiero decir: ¿Representa a alguien?, ¿Es sólo un personaje de ficción desconectado de su autor?.

Este desventurado viajante de comercio, Samsa, deambula por su cuarto elaborando miles de conjeturas, repasando el pasado, haciendo planes, observando a su familia, mientras desarrolla un monólogo, no mediante la emisión de palabras sino de pensamientos. Su lenguaje, más específicamente su capacidad de comunicarse con los demás, ya no existe.

Esta es la historia de una persona que se ve a sí misma despreciable como un insecto y, técnicamente, incapaz de contarle a los otros lo que le pasa.

Como en el caso del muñeco de un ventrílocuo, la voz de este personaje no proviene de él mismo sino de ese otro que está detrás y, quizá, lo utiliza para hablarnos de “su” propia tristeza, de “su” angustiosa situación. Me refiero a Franz Kafka.

¿Leyeron ustedes la obra “Carta al padre”? Permítanme recomendarles que lo hagan. Verán allí a un hombre que no podía hablar de lo que le pasaba. Entonces escribe una carta pero nunca se la entrega a su destinatario.

Allí sabrán de una persona que se siente menospreciada, acosada por su estado enfermizo, que elige recluirse sin resolver, sin enfrentar la situación.

Pero, ahora, indaguemos desde el principio hasta el fin el texto de “La metamorfosis”.

La versión que utilizaré, o más bien la que leí, corresponde a la traducida por el escritor argentino Jorge Luis Borges (colección Biblioteca Clásica y Contemporánea, de Editorial Losada, Decimasexta edición).

La “Carta al padre” que leí es la traducida por la Sra. Gabriela Massuh, con un prólogo de todos los modos posibles excelente  firmado por el Sr. Rodolfo E. Modern - Editorial y Librería Goncourdt –  1974.

 

La primera cuestión que se plantea Gregorio Samsa ante su nuevo estado es:  -¿Qué me sucedió?-.

Es una reacción natural frente al inesperado escenario que se presenta ante sus ojos. Y resultaría aceptable si, acto seguido, se procurara la ayuda de un tercero, un auxilio para su problema. Esa también sería una actitud esperable; el mismo instinto de conservación parecería reclamarla.

Pero no es lo que sucede.

Dirige su mirada hacia la ventana, contempla el cielo nublado y oye el sonido de las gotas de lluvia sobre el alféizar, entrando en una “gran melancolía”.

Después se pregunta qué pasaría si siguiese durmiendo otro rato con la esperanza de superar esa fantasía.

El sujeto acepta el cielo gris, el repiqueteo de las gotas de lluvia, pero ofrece resistencia a ver lo que le pasa a él.

Y no es porque verdaderamente dude que se trata de un hecho concreto, verdadero.

Esto lo confirmamos, inmediatamente, cuando se lamenta ante su nueva conformación física que no le permite adquirir la postura acostumbrada en su cama, impidiéndole retomar el sueño.

Entonces, busca justificativos para no pensar en lo que le está sucediendo.

Piensa en lo agobiante de su profesión; en la buena vida que llevan algunos de sus pares; en que esto no le pasaría si no fuera por la deuda que sus padres tienen con su jefe.

Tan cierta es su conciencia de la nueva condición que, dándola por irremediable, su interés pasa a centrarse en levantarse como sea, para tomar el tren que sale a las cinco, tal como había proyectado la noche anterior.

Para su sorpresa advierte que ya son las seis y media. No entiende por qué no escuchó el despertador a las cuatro y lo atribuye a su sueño intranquilo.

Se alarma al comprender que debe alcanzar el tren de las siete y que, en tal caso, un empleado de su jefe lo verá e informará de su impuntualidad.

La voz de la madre suena desde el otro lado de su habitación, a las siete menos cuarto, preocupada por su tardanza.

Mientras Gregorio disfruta la dulce voz de la madre, se horroriza ante la propia que sale mezclada con un zumbido, por lo que decide contestarle brevemente.

Samsa no quiere que se revele su actual condición, a la que ahora debe agregar un nuevo descubrimiento: la mutación de su voz.

Ya no le pueden caber dudas de que no se trata de una fantasía.

Se suma el llamado del padre y de su hermana, inquietos porque advierten que él no partió como suponían.

A ambos les contesta que ya está listo.

Insisto: no pide ayuda. Ya sabe bien que lo que está viviendo es real pero se interesa en guardar la apariencia de una situación normal y controlada.

¿Por qué Samsa hace esto?

Ninguna de sus justificaciones ante su actual estado guardan la seriedad y reflexión apropiadas al caso: sólo buscan dilatar el enfrentamiento del problema.

El personaje quiere creer que puede hacer pasar desapercibido su conflicto.

Las dificultades que, por el momento, le impiden bajarse de la cama lo hacen admitir que todo sería más fácil si vinieran en su ayuda; pero no se resuelve a pedirla.

Pronto escuchará que llaman a la puerta, alarmándose al imaginar que sea alguien del almacén.

 

Como este trabajo no se trata de un análisis literario de “La metamorfosis” sino de develar qué es aquello que Gregorio Samsa, su personaje principal, es como reflejo de su creador, Kafka (si acaso fuera verdad esta sospecha), debemos preguntarnos: ¿Hay algún lector que, ante una situación similar, se preocuparía por su trabajo de este modo? ¿Acaso pensaría en ello? Podemos generalizar que: No. Entonces, ¿Qué refleja este comportamiento de Samsa? ¿Por qué al advertir que la visita es el mismísimo principal de la tienda se excita a tal punto que se arroja desde la cama al piso? ¿Cómo podríamos definir a la persona que tiene un comportamiento como el descrito en la narración?

Me permito dar una primera respuesta: Gregorio Samsa es “un hombre dominado por la mirada de los otros”; un dependiente de la opinión de terceros que, además, se siente atado a una obligación que sabe ajena pero que no considera digno en él dejar de cumplirla.

A esta altura, es dable enumerar algunas particularidades que definen su carácter: a) niega su problema; b) desvía su atención del asunto apelando a elementos como el estado del tiempo, la hora, el excesivo trabajo; c) no pide ayuda pese a la gravedad del hecho; d) la voz de la madre le da serenidad (voz dulce) no así la de su padre o la del principal (hombres); e) aun con todas las pruebas frente a sí que dan cuenta de su alarmante situación, solo está interesado en poder levantarse y tomar el tren como si su problema fuera menor; f) nuestro hombre resulta ser una persona que no sabe resolver ni pedir auxilio y sigue adelante hacia el mismísimo abismo. 

 

Samsa oye la voz del principal del negocio comentando que escuchó un ruido proveniente de la habitación.

Su hermana, desde la pieza contigua, también le informa la presencia de ese hombre en la casa.

El padre le pide que le abra la puerta de su cuarto al visitante.

El principal lo saluda tras la puerta amablemente.

La madre interviene para justificarlo aludiendo que, sin duda, no se siente bien.

El pulso de Samsa se acelera y responde que irá enseguida.

El padre se impacienta e insiste.

La voz del principal sonará retumbante: -¿Qué significa esto?- seguida de un discurso sobre el cumplimiento de sus obligaciones.

Gregorio, fuera de sí, olvidándose de la mutación de su voz, lanza una extensa justificación.

La situación comenzará a ser definida sólo gracias a este estado de presión que precipita a todos los personajes.

Kafka nos dice que, a esta altura, Gregorio deseaba poder abrir la puerta. Refiriéndonos la motivación para esto, nos cuenta que quería conocer cual sería la actitud del resto frente a él, en su nuevo estado: Si se asustaban se sentiría libre de toda responsabilidad; Si se mantenían tranquilos, solo era necesario darse prisa para tomar el tren de las ocho. 

Indudablemente, esta reducción del problema a esas dos posibilidades, sustentadas sobre el “hacer de los otros”, nos muestra a un sujeto que en ningún caso se considera parte activa en este conflicto sino sólo un elemento que actuará en función de lo determinado por terceros. Asimismo, da cuenta de la falta de justa valoración de su drama.

También nos muestra a un autor, Franz Kafka, que delinea asombrosamente bien a una persona de tales características. Desde luego, puede tomarse esto como una capacidad indiscutible del creador. Sin embargo, veremos que toda la narración nos llevará a un desenlace desagradable, frustrante, cargado de fracaso. Y entonces, me pregunto: ¿Por qué Kafka decide rematar los pesares de su personaje con la muerte?; ¿Qué lo lleva a pensar o determinar que la muerte es el final apropiado?; ¿Por qué no hay otra esperanza, otra oportunidad?  

Quiero comentar un suceso personal reciente, vinculado a este análisis.

Advierto esta mañana que mi inconsciente ha querido (o necesitado) meditar sobre estas cosas. Y es así que anoche soñé que Kafka había escrito el siguiente párrafo en su relato: -La locura se adueñó de la casa-. Verdaderamente, en ningún lugar de la obra el autor nos dice eso. Es una reflexión que me sugiere mi mente analizando en sueños los sucesos y actos de la narración. Pero me sirve para preguntarme: Cavilando sobre lo expuesto por Kafka ¿Dónde ha quedado la sensatez?; ¿Qué fuerza poderosa sumerge a Samsa en esta actitud disparatada, cruel hacia sí mismo?; En la descripción de ese comportamiento, tan ajeno a la lógica de la supervivencia o del amor propio,  ¿Estará Kafka confesando sus propios descuidos sobre sí?, ¿Su propio futuro?

“La metamorfosis” la escribió en 1912. Siete años después (1919) la “Carta al padre”. A mitad de camino entre ambas fue publicada una obra anterior a las citadas, “La condena”, relato donde el personaje escribe una carta a un amigo lejano, termina siendo condenado por su padre a “morir ahogado” y, tras exclamar en voz baja “Queridos padres, siempre los he querido”, se deja caer.

¿Serán los tres escritos uno sólo? Si así fuera, la muerte de Kafka ¿Estará de algún modo preanunciada por su propio puño y letra?, ¿Será una especial forma de suicidio?  

Habíamos llegado hasta el punto en que Gregorio, fuera de sí, olvidándose de la mutación de su voz, lanza una extensa justificación hacia el principal del negocio que está fuera del cuarto.

Ante ello el visitante le pregunta a los padres: -¿Han entendido ustedes una sola palabra?-, agregando después: -Es una voz de animal-.

La madre pedirá a la hermana que vaya urgente a buscar a un médico.

El padre le dirá a la criada que traiga un cerrajero.

Gregorio, desde el cuarto, escucha el correr de las jóvenes y advierte que no se produce ningún portazo por lo que deduce que dejaron la puerta de calle abierta “como suele suceder en las casas donde ha ocurrido alguna desgracia”.

Y así es en realidad. La tragedia, dentro de poco, se mostrará a todos los presentes como lo que es: un monstruo que devora la felicidad; un ser amorfo empecinado en destruir los naturales deseos de dicha de los hombres.

Acto seguido se nos cuenta que Gregorio está más tranquilo. ¿Por qué? Porque “los otros” (su familia) ya se han dado cuenta de que sucede algo extraño y marchan en su ayuda.

Hay en este acto un reconocimiento implícito por parte del personaje de que nada puede hacer por sí mismo. Esto que sucede ahora es fruto de su incontenible excitación ante la presencia del principal que lo llevó a hablar de manera irrefrenable. No resulta de la búsqueda de ayuda. Luego, es la intervención de “los otros”, que temen algo grave, la causa de su alivio.

Mientras espera, sigue imaginando sobre el “hacer” de los otros afuera. Conjetura que quizá estén alrededor de la mesa del comedor o con sus oídos pegados a la puerta.

La mirada y los pensamientos de Samsa se dirigen a la superficie más tosca de las cosas, jamás a la profundidad.

Alguien pudiera decir que la decisión de pedir: la madre un médico y el padre un  cerrajero, surge  luego  de  la  intervención  del  principal  cuando  dice:    -Es una voz de animal-. Antes de esto, nadie entre ambos pensó en médico o cerrajero alguno.

Pero aquí el caso es distinto. Se trata de dos personas entradas en edad que hasta ese momento no habían sospechado nada malo, solo una tardanza. Además, por esto y, porqué no, por su compromiso económico con el empleador de su hijo, se ven movidos a ser atentos al comentario del principal, mostrándolo en actos.  

Gregorio Samsa comenzará a desplazarse en dirección a la puerta con el objeto de girar la llave en la cerradura. Logrará hacerlo ayudado por sus mandíbulas.

Afuera advertirán su acción.

En su inquebrantable deseo de ser tenido en cuenta por los demás, él deseará que lo alienten –¡Adelante, Gregorio!- No sucederá.

Finalmente, la puerta se abre de modo tal que queda tapado por ella.

Esa será la puerta abierta que igualará esa casa a aquellas otras en “donde ha ocurrido alguna desgracia”.

El primero en entrar es el principal del negocio, luego la madre y después el padre.

Cada uno de ellos manifiesta una reacción diferente.

El principal lanza un -¡Oh!- que suena como el bramido del aire, tapa su boca y retrocede movido por el pánico de la visión.

La madre lo ve, avanza dos pasos y se desvanece.

El padre amenaza a Gregorio como empujándolo al interior de la habitación, sale hasta el pasillo, se tapa los ojos y llora profundamente.

La escena es terrible, horrorosa.

La actitud de los tres personajes se ajusta a lo prescripto para el caso.

Vemos al principal espantado y, sin pensar en el mal de Gregorio, movido a retroceder ante su presencia. Donde esperaba ver a un empleado lo sorprende un insecto espantoso.

La madre y el padre, en cambio, serán presas del dolor que provoca una situación impensable y trágica sobre un ser querido. Ella se desvanecerá; él llorará amargamente. Tras la puerta de la habitación esperaban encontrar a su hijo, quizá algo indispuesto, quizá pálido y ojeroso, pero humano, carne y sangre suya. En su lugar ven un monstruo, un insecto agitando sus patas.

Gregorio, lejos de toda realidad, queriendo pasarlo todo por alto, habla de cambiarse, tomar el muestrario y marchar al trabajo. Le dice al principal que si bien él ahora se encuentra en un grave aprieto trabajando saldrá del mismo y que no le cuente nada al dueño de la tienda. Que se ponga de su lado.

Es notorio que nuestro personaje es una persona fuera de sí. Pero este “fuera de sí” no nace con esta particular situación. Se trata de un “fuera de sí” añejo, anterior a su mal actual. ¿Cómo podría una persona actuar de esta manera si, previamente, durante largo tiempo, no viniera ocultándose a sí misma, sistemáticamente, sus cambios negativos, sus frustraciones? ¿No vemos en esta conducta cierto acostumbramiento al dislate? ¿Cómo puede decir que todo saldrá bien cuando se hace evidente que está en medio de la peor de las catástrofes? ¿Cómo entender que postergue la reflexión, el necesario reconocimiento del problema y la búsqueda de una solución? Por eso digo que el personaje es una persona “fuera de sí” en el sentido de “inconsciente de sí mismo”, resuelto a permanecer ajeno a su realidad.

Dejo pendiente una pregunta: ¿Hasta qué punto Franz Kafka, según veremos en “Carta al padre”, refleja un proceder similar al de Gregorio Samsa?

El principal se marchará espantado.

La madre lo volverá a ver y a desvanecerse.

El padre, valiéndose del bastón olvidado por el principal, intimidará a Gregorio hasta que este penetre en su cuarto.

Logrado esto, se cerrará la puerta.

Hay algo que me llama la atención en el remate que el autor hace de este episodio. Nos dice: “Luego, la puerta fue cerrada con el bastón, y todo volvió a la tranquilidad”.

¿Tranquilidad? ¿De qué habla el autor? ¿Cómo puede describir este cerrar la puerta como un volver a la tranquilidad? ¿Acaso no ha pasado nada? o lo que es peor ¿Acaso no es esto más bien algo que podríamos llamar el inicio de una “ampliación territorial de la desgracia”? ¿No es como tapiar la casa frente a la inundación sabiendo que inevitablemente se perderá todo bajo el agua?

Donde Kafka dice “y todo volvió a la tranquilidad”, yo diría “y todo el sabor de la desgracia, como una peste, comenzó a instalarse sobre cada miembro de la casa”.

 

 

 

A continuación se describe la soledad de Gregorio Samsa en su cuarto, sus pensamientos sobre como acomodarse a la nueva situación y, especialmente, la importante intervención de la hermana como nexo con su familia.

Será ella quien comprenda y acierte en entregarle alimentos no frescos, tras ver sin consumir el tazón con leche y trocitos de pan que había dejado a Gregorio mientras este dormía.

Queda fijado el tiempo de entrega de la comida diaria: A la mañana y poco después del mediodía; en otras palabras, aprovechando que los padres aún duermen o sestean. Nos enteramos, concordando con lo expuesto algo más arriba, que esto era para ahorrarles a sus progenitores “una pena más sobre lo que ya sufrían”.

Voy a hacer ue el resto para abarcar los hechos acaecidos durante los “es”

¿Por qué Kafka dedica mayor espacio a la descripción en detalle de las primeras horas? ¿Por qué, comparativamente, sintetiza el desenlace?

Repito, quizá esta observación no sea significativa pero, antes de seguir, quiero escudriñar esta cuestión.

Podemos compendiar de que trata esta primera parte del relato del siguiente modo: a) Un hombre “joven” despierta convertido en insecto; b) De diversas maneras muestra su negación a asumir que se encuentra frente a un gravísimo problema; c) No puede comunicarse con los otros, les habla pero no logra ser entendido; d) Se muestra obsesionado por sus obligaciones –trabajo, el principal, horarios- por encima de su propio bienestar; e) Depende del hacer de los otros; f) La voz de su madre lo conmueve; g) La actitud de su padre lo lleva a recluirse; h) constantemente se refugia en divagar sobre elementos menores para distraer el efecto adverso de la realidad sobre sí mismo.

Veamos si encontramos elementos en común con el propio Kafka.

El relato “La condena”, ya citado, cuyo tema es un muchacho (un hombre joven) que se va a comprometer, le escribe una carta a un amigo lejano y termina siendo condenado por su padre a morir ahogado (final trágico) y “La metamorfosis”, habrían sido escritas en 1912. Kafka tenía menos de treinta años.

La “Carta al padre” la elabora en 1919; ya tenía poco más de treinta años y dos compromisos matrimoniales disueltos. Se la envía adjunto en una correspondencia a su amiga la escritora Milena Jesenka. Kafka le pide que nunca la haga pública y le comenta que “La carta...” está llena de trucos aprendido durante su oficio de abogado.

Esto último es muy importante porque, tras escribir una carta que jamás entregará a su destinatario (lo que muestra por sí solo cuánto pesaba en su vida la figura paterna), la descalifica como un simple juego de palabras propio de abogados. Sin embargo, basta leerla para comprender su profundo y dramático contenido y la dolorosa experiencia de su hacedor.

Si ya han sumado a la lectura de “La metamorfosis” la de “La condena” y “Carta al padre” comprenderán que hay elementos en común entre Franz Kafka y Gregorio Samsa y también con Georg Bendemann, el joven comerciante de “La condena”.

Por mi parte, me permito adelantarles mis propias conclusiones. Hay mucho en común. Aquel que escribió la “Carta...” era un hombre joven, como los personajes de los dos cuentos; nunca había logrado comunicarse con el padre de manera efectiva; dice “yo perdí el don del habla” aludiendo a su mala relación; no asumió a tiempo (quizá nunca) el problema existente, lo digo en el sentido de tomarlo seriamente para intentar resolverlo; tal es así que vemos, por su comentario a Milena, cómo niega importancia a la misma “Carta...” al punto de quitarle mérito a su contenido; en la “Carta...” refiere su estado de reclusión (“ante tu presencia yo siempre me recluía en mi cuarto”);  se pinta a sí mismo como un insecto que puede ser aplastado (“me aplastarías bajo tus pies”); recuerda cuán terrible era escucharlo a su padre decir “Te voy a matar como se mata una mosca” (o una cucaracha); hace patente su sujeción a la opinión del “otro” al decir “cuando emprendía algo que no te gustaba... vaticinabas el fracaso de mis proyectos y, tan profunda era mi veneración de tu opinión que yo... daba por hecho el fracaso”; muestra dependencia del “hacer de los otros” (“perdí la confianza en mi propia obra”); las palabras de su madre son un recuerdo confortante (“mamá recurría a la bondad, a la conversación amable”); comenta la indiferencia del padre a sus escritos (“tus rechazos más certeros se dirigían hacia mis escritos”); pero sobre esto también dice, y es una de las dos cosas que considero más relevantes (al final diré la segunda): “Siempre escribía acerca de ti. Escribía los lamentos que no podía llorar en tu regazo. Era nuestra despedida que yo prolongaba intencionalmente”.

Franz Kafka le confiesa a su padre: “siempre escribía acerca de ti...”; luego, pienso que ya tenemos la respuesta al enigma que titula a este trabajo: “¿Quién es el Gregorio Samsa de Franz Kafka?”.

 

Como quedó dicho, el resto de la obra abarca un período de “meses” hasta la muerte de Gregorio.

Más que tratar detalles del personaje, apunta a informarnos sobre el desenvolvimiento familiar; el cómo se enfrenta la nueva situación.

Samsa se lamentaba porque si bien él no lograba hacerse comprender por nadie, no hubo quien supusiera que él sí podía comprender a los otros. Quizá ello habría provocado otro tipo de desenlace.

Y alguien pudiera ver aquí cierta indiferencia o desinterés. Es cierto. Pero es un elemento más del relato que nos pinta el comportamiento de una época. Como bien señala el escritor Jorge Luis Borges en el prólogo, y me parece que eso apoya de algún modo lo que digo: “La opresión de la guerra está en esos libros”. Sabemos bien que el tratamiento familiar con cierta aceptación de planos de igualdad entre los miembros, mutuo respeto y ayuda, es algo más común a nuestra época y que aún no está instalado en todo el planeta, ni siquiera en todas las familias de una misma sociedad. No se trata por tanto, en el relato, de desinterés. Vimos y veremos que la situación es dolorosa para el resto no solo por ellos mismos sino por la impotencia que sienten.

Sí podemos hablar de una postura habitual a ese tiempo (sostenida por el no cuestionamiento a la estructura y al manejo de las relaciones familiares) que provoca una involuntaria desatención a la profundidad de los hechos, una falta de estimulo para ver más allá.

La “Carta al padre” de Franz Kafka es, de algún modo, un antecedente del planteo que la sociedad occidental en su conjunto realizará sobre la mayor parte de sus valores establecidos luego del fin de las guerras mundiales.

Allí, en la “Carta...” ese cuestionamiento se ve acompañado con una serie de argumentos que propenden a un vedado objetivo conciliatorio.

 

Continuemos, aunque no estimo necesario extender este estudio mucho más, con lo que sigue al momento en que “la puerta fue cerrada con el bastón”, con el aislamiento de Samsa y el inicio de una desgracia familiar.

Para mantenerse conectado con el exterior Gregorio toma por costumbre estar atento a las conversaciones. Así advierte que él es tema central. De ese modo, escucha el pedido de la criada rogando ser despedida y prometiendo mantener todo en secreto. Así sucederá.

La madre y la hermana se ocuparán de cocinar aunque, comida y bebida, ya no es algo importante en la casa;  todos se muestran inapetentes e incluso el padre se desinteresa ante el ofrecimiento de beber cerveza.

Entre las charlas escucha la vinculada a la forma de subsistencia que en adelante deberán llevar. Vivirán de los ahorros reservados por el padre; apenas útiles para un par de años. También se verán obligados a conseguir trabajos.

Todo es pesar fuera del cuarto de Samsa y también dentro donde él, sumido en profunda “pena y vergüenza” ante la situación, decide dejar de escuchar y se arrastra hasta la ventana para perder su mirada en el horizonte.

En esta actitud descubre un nuevo y dramático cambio: su vista pierde claridad.

La hermana ingresará diariamente en el cuarto. La madre querrá hacerlo pero será persuadida en contrario por ésta y por el padre.

Más tarde, descubriendo que Gregorio utiliza paredes y techos para desplazarse, Grete se inclina a pensar que es necesario despojar la habitación de muebles para facilitarle los movimientos, además de ser innecesaria la presencia de los mismos para él. Le requerirá ayuda a la madre que asentirá con alegría. 

Durante la ausencia del padre, ambas mujeres ingresarán al cuarto.

Gregorio, que tras horas de esfuerzo dispuso una sábana que lo cubre por completo y que evita ser expuesto a la mirada de sus visitantes, está feliz aunque no vea a su madre, con solo saber de su presencia.

Sin embargo esta determinación de la hermana tendrá un final inesperado. A poco de iniciar la tarea, ambas mujeres expondrán una diferencia de criterios sobre los muebles. Para la hermana sacarlos dará mayor holgura para el desplazamiento de él, recalcando además que de nada le sirven; la madre sentirá que vaciar el cuarto es un equivalente a considerar a Gregorio como algo definitivamente separado de lo humano.

Las palabras que Kafka pone en boca de la madre me recuerdan su “mamá recurría a la bondad” que comenta en su “Carta al padre”; la hace decir: “¿No parecería entonces que, al retirar los muebles, indicáramos que renunciamos a toda esperanza de mejoría y que lo abandonamos... a su suerte?”.

Samsa, al oír este argumento asiente. Realmente, él mismo, sin ese cambio en su cuarto, ya había comenzado a olvidarse de su condición humana.

Pero la voluntad de la hermana se impondrá y las mujeres continuarán con la tarea.

En esto, desesperado, buscando aferrarse a algo que lo ligue a lo humano, se abraza a un cuadro en la pared.

Al volver la hermana lo ve,  procura impedir que entre la madre pero no lo logra. Ésta, tras un “¡Ay Dios mío!”, se desvanece al contemplar a su hijo transformado en una mancha negra sobre la pared.

Será la primera vez, desde la metamorfosis, que su hermana le dirija la palabra. Y será para amenazarlo: “¡Ojo, Gregorio!”.

Ella saldrá del cuarto en busca de medicamentos, él la seguirá provocando que se asuste al verlo y se le caiga un frasco. Con el pie Grete cerrará la puerta del cuarto de Gregorio. Todo quedará en silencio y él se llenará de remordimiento y de nerviosismo.

A poco llega el padre que advierte en el rostro de Grete que algo malo pasó. Ella contará el desmayo de la madre, su mejoría y que Gregorio se escapó de su cuarto.

No habrá por parte de la hermana otra cosa más que una catarata de palabras que no serán una adecuada referencia de lo acontecido; tampoco el padre efectuará una indagación que busque esclarecer lo que realmente ocurrió.

Así las cosas, el padre terminará por empujar a Gregorio hacia su cuarto valiéndose de manzanas a modo de proyectiles. Un golpe certero dará contra su cuerpo, clavándose en él. Samsa, presa de un intolerable dolor, se desvanece levemente. Con la vista nublada verá como su madre se abraza a su padre rogándole que perdone la vida a su hijo.

La herida tarda un mes en reponerse y a modo de compensación (¿remordimiento?) todas las tardes se abrirá la puerta del comedor para que, desde la sombra, sin ser visto por los demás, pueda ver a su familia en derredor de la mesa.

De todos modos esa manzana se pudrirá sobre su lomo, nadie se la sacará, y será la responsable de que pierda libertad de movimientos. La tendrá sobre sí cuando haya muerto.

Con el tiempo, Gregorio dejará de comer y una noche, luego de otro tristísimo episodio, sentirá que ha llegado la hora de desaparecer.

Poco después de que el reloj de la iglesia marque las tres de la madrugada, expirará.

 

Antes de finalizar quiero remarcar dos breves fragmentos de “La metamorfosis” en los que advierto que Franz Kafka habla, indudablemente, de sí mismo bajo la envoltura de Gregorio Samsa.

En alusión a su propio padre: “...ya sabía, desde el primer día de su nueva vida, que al padre la mayor severidad le parecía poco con respecto al hijo”.

Teniendo presente su propio mal, la tuberculosis: “Bien es verdad que tampoco en su estado anterior (humano) podía confiar mucho en sus pulmones”

Me preguntaba yo a mitad de este ensayo: “la muerte de Kafka ¿Estará de algún modo preanunciada por su propio puño y letra?, ¿Será una especial forma de suicidio?”. También el “¿Por qué... dedica mayor espacio a la descripción en detalle de las primeras horas?”.

Desde luego, no puedo presumir de tener la respuesta correcta. Pero me permito, una vez más, expresar otra sospecha o, más  bien, una inferencia.

Recuerdo un párrafo de su “Carta al padre” donde menciona cierta actitud de su progenitor para con un empleado; dice: “tu manera de hablar de aquel empleado tuberculoso: ¡Ojalá que ese perro enfermo reviente de una vez por todas!”.

Kafka, a sabiendas de su propia enfermedad, la tuberculosis, debe haber recordado muchas veces ese horrible comentario. Se habrá sentido como un perro para su padre; recordemos la escena en la que narra que a Gregorio Samsa le abren la puerta del comedor para que, desde la distancia, pueda observar a su familia en la mesa; eso remeda cierta imagen propia para un perro más que para un insecto.

Con un padre con el que siempre mantuvo una relación tormentosa; sintiendo a su progenitor por encima suyo; que sería aplastado bajo sus pies; que era como ese “perro enfermo” de tuberculosis; Kafka solo necesita hablar de cómo se inició el mal de Gregorio que no es otra cosa que hablar, encubiertamente, de su propia metamorfosis.

El final no podía guardar ninguna sorpresa.

Irremediablemente Kafka comprendió, mucho antes de escribir la carta a su padre que, como el empleado, como un perro, como una mosca, como un insecto, su destino inequívoco, “la condena” que, según supuso, su propio padre había fijado para él era: “reventar de una vez por todas”. 

 

Daniel  Adrián  Madeiro

 

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