"EL
RINCON DE LOS TROVADORES"
presenta
a :
"Daniel
Adrián Madeiro"
-escritor argentino-
su obra:
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13.700
MILLONES DE AÑOS
“Una
vida sin reflexión
no es vida
para un hombre”
(Platón)
El
12 de Febrero de 2003, en la sección Tecnología y Ciencia del portal de la CNN
en Español apareció una nota de José Perez Firmat titulada: “Científicos
determinan la edad y la composición exacta del universo”.
Con datos provenientes del
satélite WMAP, diseñado por la NASA y la Universidad de Princeton,
se constituyó una foto del universo reflejando el instante en que comenzó
a haber luz, 380 mil años después del Big Bang.
Este elemento y otros más,
permitieron a los científicos determinar que el universo tiene 13.700 millones
de años, con un margen de error no mayor al 1 por ciento.
Teniendo presente que los
datos obtenidos se refieren al momento del nacimiento del universo, se realizó
una proyección que calculara como se vería hoy. Se obtuvo una imagen
concordante con la realidad actual. Los datos son exactos.
También se sabe que el
destino del universo es seguir eternamente en expansión.
Por último, mi atención
se detuvo en la descripción de su estructura: 4% de materia conocida; 23% de
materia fría oscura, que no interactúa con la luz, sobre la cual se sabe muy
poco y se conoce su existencia sólo porque ejerce gravedad; y un 73%
de lo que se denomina “energía oscura” y sobre la que nada se sabe.
Entendí que, aún en la
inmensidad de conocimientos que conllevan disciplinas tales como la cosmología
moderna o la física cuántica, por ejemplo, es muchísimo más lo que resta por
saber que lo sabido.
No obstante, con la
información a la que tenemos acceso nos alcanza para comprender que: Somos
entidades formadas con la misma materia del universo y, de alguna forma,
existimos hace ya 13.700 millones de años.
Si bien conocer el 4% de
la materia total que compone el cosmos implica el manejo y comprensión de miles
y miles de datos, debemos reconocer que es una cifra menor frente al 96% que prácticamente
se desconoce.
Uno podría decir que
sabemos poco en cuanto a esto o que resta mucho por saber aun. Pero sin duda
coincidimos en que cuando la inteligencia y la constancia trabajan unidas, se
alcanzan logros maravillosos.
Hace alrededor de 2600 años
un viejo sabio, Lao Tse, escribió en el primer capítulo de su tratado lo
siguiente: “La no-existencia es anterior al cielo y a la tierra” (Tao
Te Ching). ¿Fruto de la casualidad o de una profunda reflexión?.
Antes del Big Bang ¿Qué
había?. ¿Dónde está DIOS en este asunto?. Más allá de la innegable
certeza, frente a esto, de estar ante un hecho natural, ¿Qué nos impediría
creer –no asegurar- que DIOS es lo anterior al Big Bang?.
Me parece que las
respuestas deben ser individuales, todas respetuosas y todas respetadas. Esta es
la vocación de mis palabras. Sólo una opinión dicha desde el respeto que
siento por la libertad de expresión.
A medida que los
conocimientos científicos van avanzando, la religión –al menos en occidente-
se muestra interesada en explicar sus enunciados sobre la creación frente a lo
hechos concretos y visibles de la ciencia.
¿Es necesario esto?. ¿Por
qué hay expositores dedicados a mostrar que lo que la ciencia dice hoy es lo
que su fe decía ayer de manera menos evidente?. Pensemos en la cita del Tao Te
Ching transcripta más arriba, para tomar un ejemplo no vinculado a las
religiones de occidente: ¿Por qué ocuparse en pretender que los dichos de Lao
Tse se muestran hoy cimentados por el conocimiento científico?. O ¿Por qué,
desde allí, afirmar que esto evidencia que el autor exponía perfectamente la
realidad del universo ya en su tiempo?. ¿Hace falta?. Aun podríamos preguntar
algo más: ¿El autor, querría eso?.
Ante esta última
proposición nos enfrentamos al hecho que los expositores a los que hago
referencia generalmente alegan que el autor de sus escritos es DIOS.
Pongamos por caso que así
fuera. Aun nos queda la pregunta: ¿Por qué justificar a DIOS?. Siendo DIOS un
autor altamente capacitado: ¿Cómo se explica que su mensaje no sea
irrefutable?. ¿Cómo comprender que como un anciano no avanza sin bastón, el
ser más perfecto del universo también necesite apoyarse de alguna forma en
nosotros?. Si de algún modo sus mensajes estuvieran cifrados, presentando a los
lectores contemporáneos a su manifestación una apariencia de las cosas que en
el futuro se descubrirían diferentes, ¿Por qué no ordenar que se escriban fórmulas
y enunciados ininteligibles para sus primeros destinatarios que hoy resultaran
clara e incuestionable muestra de un conocimiento superior imposible en su
tiempo de origen?.
¿Y si mañana todo ese
esfuerzo por encontrar coincidencias entre los escritos sagrados con los
conocimientos científicos se vieran afectados por descubrimientos opuestos, Qué
escucharemos decir?.
Los que creemos que DIOS
existe ¿Estamos buscando a DIOS o agotando explicaciones sobre la validez de
nuestros sistemas de creencias?.
DIOS nos libre de la
mentira.
Me parece que esto no
puede ser contestado verazmente sin honestidad.
Esto no significa en
absoluto un apoyo a tendencias cientificistas. No se trata de cambiar a DIOS por
la ciencia.
En cualquier extremo hay
un abismo.
Sin ninguna cuota de
vanidad, pienso que todos los avances científicos y tecnológicos de estos últimos
decenios, todo este inmenso aporte de la inteligencia humana a favor del
conocimiento del hombre y su entorno, tiene que permitirnos ver más allá de
nuestras propias narices.
Todas las personas pueden
reconocer sin dificultad la falta de sustento de muchas creencias en el pasado.
Ya no quedan adoradores de Atón o de Zeus. Y no nos resulta extraño.
Pero, ¡Ay!, ¡Qué difícil
es tener el valor de revisar nuestras propias certezas!.
¿Dónde hay un ferviente
simpatizante del equipo tal que no asegure que el arbitro cobro mal, que no hubo
suerte o que su equipo merecía ganar, por ejemplo?.
¿Qué quiero decir?. Lo
que diré sólo es válido para los que creen en DIOS, porque de eso estoy
hablando. Digo que DIOS es superior a cualquiera de nuestros sistemas de
creencia. Digo que DIOS está por encima de todas nuestras polvorientas
concepciones de divinidad y creación. Digo que DIOS vería con agrado que
reflexionemos sobre si deseamos ser sujetos que lo adoran o sujetos que lo
piensan profundamente antes de adorarlo.
Millones de años desde
que el mundo existe. Cientos de miles de años desde que existe el hombre y aun
DIOS sigue siendo, de algún modo, como ese 73% de energía oscura sobre la que
no sabemos nada.
DIOS nos libre de toda
forma de mentira.
Daniel
Adrián Madeiro
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© Daniel Adrián
Madeiro.
Todos los
derechos reservados para el autor.
Madeiro@Tutopia.Com
Demos_Amor_al_Mundo@Yahoo.Com.Ar
“Recibe
imparcialmente lo que te sobrevenga, sea
placer
o dolor, ganancia o perdida, victoria o derrota.
Prepárate
para la batalla, que tal es tu deber”.
Palabras
de Krishna a Arjuna - Bhagavad Guita
Desde
la menor contrariedad hasta el mayor desastre representan un desafío a nuestra
capacidad para enfrentar y resolver problemas.
Ellos son una herramienta
útil a la hora de saber hasta donde estamos realmente dispuestos a llegar.
La
historia que narra el Bhagavad Guita nos muestra a un hombre, Arjuna, a punto de
desistir de guerrear contra sus propios parientes, amigos y conocidos. Lo
escuchamos decir: “Mi corazón desfallece a la vista de mis parientes y
amigos dispuestos al combate. Mis piernas tiemblan, se me eriza el cabello, mi
cuerpo se estremece de horror y el arco se me escapa de las manos”.
Tú
y Yo hemos sentido eso alguna vez. Y no hizo falta una guerra. Bastó un
fracaso, un abandono, una muerte, una traición, un accidente, un robo, cientos
de cosas.
Pero
hay otras caras del infortunio que también nos llevan a la desesperanza, a
perder las fuerzas. Me refiero a la rememoración de errores o males de nuestro
pasado.
Conscientes
o no de ello, ¿Cuántas veces un pequeño malestar presente desata una catarata
de angustias?, ¿No nos vemos, en ocasiones, reaccionar irreflexivamente ante
males menores, insignificantes?.
Es
lo que solemos llamar “la gota que derrama el vaso”.
Allí, en ese momento,
nuestro verdadero problema pasa por no haber resuelto efectivamente los
problemas anteriores.
Quizá
no tuvimos oportunidad de solucionarlos por nuestra edad, experiencia o
simplemente, porque su magnitud era superior a nosotros. Pero puede haber otra
causa.
Cuando
bajamos los brazos (y solemos hacerlo), utilizamos todo lo malo que nos pasa
para justificar nuestro abatimiento.
Pero
si ahora estás leyendo esto es porque te encuentras suficientemente lejos de
las situaciones descriptas. Entonces te propongo que aprovechemos este tiempo
para una reflexión.
Uno
desea que su vida sea maravillosa. Pero sucede que no es así. Y me parece que
hasta el más feliz de los mortales encuadra en esta regla.
Como
no puedes contarme una experiencia personal, y quizá no lo desees, hablaré un
poco de mí sin mucho detalle. En la breve y escasa relación que te haré, ten
la seguridad de que digo la verdad.
Mi
infancia se desarrolló en una vieja casa de alquiler, con una cocina y un
dormitorio con goteras, separados por un patio. El baño era compartido con
otros inquilinos y quedaba a varios metros de distancia, cerca de una
caballeriza. Cuando llovía era necesario ir con un paraguas hasta allí.
Visitar otras casas “normales” me mostraba lo que yo no tenía.
Aunque
jamás fue moneda corriente la abundancia, aun hubo algunas épocas más duras
de lo acostumbrado en lo económico que me hicieron conocer la escasez.
Distintas
circunstancias provocaron la disolución momentánea del matrimonio de mis
padres, hecho que se recompuso más adelante volviendo a unirse. Sin embargo,
esa desunión y, especialmente, los acontecimientos que la originaron me
causaron un dolor grande e imborrable.
No
lo puedo precisar, pero creo que trabajé cerca de un año en un almacén de
comestibles, que también vendía forrajes y artículos de mercería.
Yo
cursaba la escuela primaria.
Hasta
aquí, parte de mi infancia.
La
adolescencia transcurrió sin recibir ninguna información sobre la vida de un
adulto. Antes los padres no acostumbraban a conversar sobre ello con sus hijos.
La
escuela secundaria fue para mí un verdadero espacio de aprendizaje, no sólo en
el sentido académico, también en mi formación como persona. Impulsado por el
entusiasmo de una profesora que me convenció que yo podía, estudié música
durante un par de años. Luego formé parte de un conjunto de rock y compuse mis
primeros temas –letra y música-.
Escribí
decenas de poemas para cada chica que conocí y otros vinculados a mis conceptos
de aquel entonces respecto de la vida. Todos terminaron destruidos por las
llamas.
La
nota de peso en ese período la marcó mi noviazgo, varias veces interrumpido,
con una chica tres años mayor. Yo contaba con quince. Cada separación de ella
me causó intensos sufrimientos que, vistos desde la distancia, me muestran,
entre otras cosas, cuanto miedo tenía de no encontrar a otra mujer que me
quisiera.
Me
casé con veinte y algo, inseguro de mis sentimientos. Tras cinco años de
matrimonio me animé a decirme la verdad a mí mismo: Nunca la había querido.
Y
lo dije y todo comenzó a ser distinto y mejor para mí.
Decidí
decirme toda la verdad, llorar todo lo necesario, cambiar paulatinamente lo que
debía, respetarme, aceptarme a mí mismo sin poner por delante la opinión que
los otros tendrían de mí. Fue muy triste, muy duro, tenía todos los fracasos
delante. Pero no hay nada que haya valido más la pena.
Conocí
a Claudia, la única mujer que amo. Desde entonces, soy feliz con ella y con mis
hijos: Natalia (del primer matrimonio) y Damián y Camila (del segundo).
Quizá
lo narrado no te diga mucho. Te amplío un poco más: hubo pasajes tristísimos
en mi infancia (peleas, inseguridad, violencia, sentimientos de desprotección,
de soledad, etc); en mi adolescencia una superficial tranquilidad y constantes búsquedas
de un rumbo; hasta los treinta, viví negándome a madurar, a ser yo.
Conociendo
ahora parte de mi historia, comprenderás sin mucho esfuerzo que cuando hablo de
los momentos en que sentimos “desfallecer a nuestro corazón, que nos
tiemblan las piernas, que el cuerpo se estremece de horror y que las fuerzas se
nos escapan de las manos”, no hablo de algo que me es ajeno.
A
mí también me pasa que algunas veces se me cae esa gota que derrama el vaso.
Y
si no fuera porque amo profundamente a DIOS, a mi esposa, a mis hijos y me fijé
para mi vida el firme propósito de vencer toda calamidad y ayudar humildemente
a otros a procurar ser verdaderamente felices, quizá no estaría escribiendo
esto, quizá ni siquiera estaría aquí.
¿Te
duelen las cosas que te pasan?. No te pasan sólo a Ti.
¿Te
sientes agobiado por los problemas?. No eres la única persona a la que le pasa.
¿Ves
mucho mal y poco bien?. Yo también lo veo.
¿Cada
fracaso te duele más?. Es razonable.
¿Quisieras
que tu dolor se acabara de una vez y para siempre?. Muchos queremos eso.
¿Ansias
profundamente poder disfrutar de una vida reposada?. Te lo mereces y te
entiendo.
Todo
lo que te pasa, me pasa y le pasa a otros.
Los
seres humanos sufrimos muchas angustias en nuestro constante enfrentamiento con
el mundo.
Sucede
que cuando éramos niños, nos protegían los mayores y las fantasías.
Ahora
solo queda DIOS (si es que crees en Él) y si no te responde, tendrás que
arreglártelas por ti mismo.
Y
eso es crecer: darse cuenta que el mundo es como es; que no hay nada nuevo bajo
el sol; aceptar que quizá no lo haya tampoco mañana.
Pero
crecer también debe ser entender que tenemos que luchar por nosotros, por
nuestros seres amados, por una Tierra mejor. Que no sirve de nada lamentarse
mientras otros disfrutan de nuestra derrota.
Que
tenemos todo lo necesario para salir a dar batalla y ganar; que la inteligencia
es útil cuando la utilizamos para pensar como vencer; que bajar los brazos es
descuidar la guardia; que, en definitiva, aunque sea duro entenderlo, la vida
también es una guerra y triunfan los valientes, los esforzados, los fuertes,
los que se entrenan, los que no tienen miedo, los que no se compadecen a sí
mismos.
El
texto del Bhagavad Guita dice: “Recibe imparcialmente lo que te sobrevenga,
sea placer o dolor, ganancia o perdida, victoria o derrota. Prepárate para la
batalla, que tal es tu deber”.
Y
es cierto, esa sería la postura adecuada: Darnos cuenta que los opuestos
placer-dolor, ganancia-perdida, victoria-derrota, forman parte de la vida. Y que
la cosa no pasa por la vulgaridad de regocijarse en las buenas y amedrentarse en
las malas.
Hay
que estar alerta pero sin perder los sueños, y trabajar por ellos.
Hay
que permanecer de pie.
Hay que valorar con
justicia lo que se tiene y pensar con la cabeza en lo que nos falta.
Hay
que decirse, todos los días, cada mañana, cada hora: “Estaré atento para
lograr vencer todos los obstáculos que se me presenten y para mantener el ánimo
siempre fuerte. Yo quiero eso para mí. Yo quiero eso para los que amo. No voy a
bajar los brazos. Mi obligación es vencer”.
Actuar
así, día a día, sin falsas expectativas, pensando cada paso con sensatez,
atendiendo a la razón, planificando para alcanzar el objetivo, es el único
modo de llegar. La otra forma es pura suerte y nadie sabe si llega.
Te
engañas cuando crees que los ídolos nacieron geniales, talentosos,
espectacularmente dotados. Te mientes. Cuando los desnudas ves que hay mucho
trabajo y constancia; no hay casualidad hay causalidad.
Tú
puedes. Muchísimas mujeres y hombres de este bendito planeta pueden llegar a
ser “altísimos”, “increíblemente maravillosos”.
Y
cuando hayas llegado, no olvides a los otros. Este es un trabajo en el que “si
ayudamos todos, todo ayuda”.
No
pensar sólo en ti es una herramienta milagrosa. Aprendes a dejar de ser la
excepción; a no sentirte el mejor de todos o el único que sufre. Hay otros
iguales o parecidos y te muestran que eres tan carnal como ellos.
Yo
deseo profundamente un mundo mejor, con seres humanos felices sin
artificialidad, felices desde adentro; sueño con verlo, ruego a DIOS por ese día.
Más
allá de mi sueño, me alcanzará, mientras espero la plenitud de su
cumplimiento, verte transformado en una parte de ese planeta, verdaderamente
feliz y en paz.
Cuando
lo hayas logrado, trabajemos juntos, cada uno en su lugar, con el mismo propósito.
Daniel
Adrián Madeiro
Copyright
© Daniel Adrián
Madeiro.
Todos los
derechos reservados para el autor.
Madeiro@Tutopia.Com
Demos_Amor_al_Mundo@Yahoo.Com.Ar
Es
de noche en el siglo.
Los
dioses emigraron
de
este tiempo imposible.
II
Tiempo Imposible (Frag.) – Andrés R. Blanco
La vida de todos los días a veces cambia o
termina inesperadamente.
Esto lo sabemos y lo aceptamos, no sin
resignación, ante un accidente o una enfermedad terminal repentina.
Pero hay otros cambios, otros cortes, que no
admitimos jamás.
Este siglo se nos presentó vertiginoso y trágico.
A poco de iniciarse, un 11 de septiembre de
2001, miles de personas murieron en el ataque terrorista a las torres gemelas
del World Trade Center, en Estados Unidos.
No era admisible responder a esto con la
resignación.
Herido por el terrorismo internacional el país
considerado como la mayor potencia mundial, la humanidad comprendió que ya
nadie estaba seguro.
Después vino Afganistán y Bagdad.
A dos años y seis meses del luctuoso
septiembre, exactamente un 11 de Marzo de 2004, tres atentados criminales simultáneos
dejan más de doscientos muertos y miles de heridos sobre Madrid, España.
Bombas colocadas en tres estaciones de trenes:
El Pozo, Atocha y Santa Eugenia, arrojaron a los rieles los sueños de la gente.
La matanza arrasó con bebés, escolares,
estudiantes, amas de casa, obreros, empleados. Gente común que iba a trabajar,
a estudiar, a vivir su rutina mientras el mundo gira.
Y más de doscientas almas le fueron
arrancadas a la vida.
Y miles de heridos no podrán borrar sus
visiones de espanto.
Y millones quedamos doloridos y aterrados.
Lágrimas de este marzo, sombras de aquel
septiembre, tienen que ser columnas a favor de la vida.
“Es de noche en el siglo”, seamos una
antorcha.
Se ha dicho, en una primera evaluación del
atentado, que se trataría de una acción perpetrada por la organización
separatista ETA.
Profundizada algo más la investigación,
informa la Inteligencia Nacional española que estima, en más de un 90%, que la
autoría corresponde al grupo fundamentalista Al Qaeda.
Sin duda esta última hipótesis es la más
verosímil, visto el urgente refuerzo de las medidas de seguridad en Estados
Unidos, Inglaterra, Francia e Italia. No ha de ser por ETA.
Haya sido uno u otro, o ambos, lo cierto es
que se ha ejecutado una matanza de personas indefensas que obliga a identificar
a los verdaderos asesinos y a ejercer justicia, por sobre cualquier otra acción.
Hay por estos días quienes hablan, con todo
derecho, sobre las culpas de este o aquel por la oleada de terrorismo, o sobre
el doble juego que ha llevado a esto, o sobre ciertas alianzas estratégicas que
serían irresponsables e inconsultas. Sin duda son elementos de juicio que no
hay que perder de vista y que habrá que atender.
Yo pienso que la suerte de cada país está
amarrada a la de la comunidad internacional de manera irremediable y
parcialmente ajena a algunas acciones. Esa es una parte inseparable de la
globalización y su acelerada marcha. Convengamos que la actual capacidad tecnológica
y económica de que disfrutan los extremistas para imponernos su ideología,
desde lo virtual (comunicados por Internet) hasta lo plenamente físico (el
veloz desplazamiento de los asesinos), todo bajo la protección de las
tinieblas, dificulta el determinar la mejor acción frente al enemigo común,
cosa que, en otras circunstancias (o épocas pasadas), sería notoriamente más
sencillo.
El tiempo corre mucho más rápido de lo que
desearíamos. En este marco, y sin que ello deslinde responsabilidades, cabe
esperar fallas en la toma de decisiones.
Nadie podría jurar, con una mano en el corazón,
que sabía todo lo que pasaría desde la caída del Muro de Berlín hasta hoy.
Nadie hay siquiera que pueda afirmar que pasará mañana en el mundo.
No quiero que se interprete esto como un
inmiscuirme en los asuntos internos de las comunidades, solo pretendo avalar las
razones que me llevan a considerar que hay acciones a tomar, o acciones tomadas,
que no siempre van de la mano con nuestros deseos.
11 de septiembre en Estados Unidos, 11 de
Marzo en España... y ahora ¿Quién sigue?. ¿Seguirá Inglaterra, Francia,
Alemania, Italia, el Vaticano, Argentina (donde ya sufrimos dos ataques en el
pasado: embajada de Israel y AMIA)?. ¿Por qué España fue elegida como primera
víctima europea?. ¿Qué evitó que Inglaterra, desde siempre aliada de Estados
Unidos, no haya ocupado ese lugar?. ¿Quién sigue y por qué?.
El mundo, desde sus orígenes, viene
resolviendo a los golpes los problemas de la existencia..
Quizá él o quizá nosotros mismos, no
estamos hechos a la medida de nuestros sueños.
Yo veo que sigue el fútbol, por ejemplo,
cuando en mi interior siento la firme convicción de que debiéramos parar el
mundo hasta arreglarlo.
Imagino que cuando en 1989 mi amigo, Andrés
R. Blanco, escritor nacido en Mérida, Extremadura, escribió los versos del
poema citado arriba, no sospechaba esta noche tan abismal. Aun estaba lejos este
siglo XXI y su dolor.
O quizá yo me equivoque y ha podido
profetizar con sus versos este triste presente: sin grandes idealistas que nos
guíen; con un torbellino de masacres sembrando muerte; con un mundo desierto de
voces alegres que festejen la vida; esperando que algún día un sueño sacie
nuestra angustia; mientras reinan las tinieblas y hemos quedado solos.
Es de noche en el siglo
y no hay estrellas vivas
cuya luz ilumine
los ojos de los hombres.
El viento es incesante;
suspira entre osamentas
que una vez respiraron.
En los bosques sin fronda
se acentúa el silencio,
ya que todos los pájaros
huyeron hacia arriba
para morir sin aire
en las alturas blancas.
Tan sólo el agua vive
como un sueño azulado
bajo infinitas curvas.
Es de noche en el siglo.
Los dioses emigraron
de este tiempo imposible.
Ruego que DIOS quiera y nosotros colaboremos
para ubicarnos por encima de nuestras diferencias ideológicas, sumándonos a
las filas de los que luchan, sin violencia y, por favor, sin descanso, por un
mundo mejor para todos. Comencemos por firmar nuestro compromiso para con las víctimas
de este 11 de marzo, sumadas a las provocadas por ETA, las de las torres
gemelas, las de AMIA, las de la Embajada de Israel en Buenos Aires, y también
de los inocentes de Afganistán, de Bagdad, de Israel, de Palestina, y de todos
los sufrientes indefensos del planeta.
Estamos globalizados y eso lo hace más urgente. Pero aun
si no fuera así debemos recordar que todos vivimos en la misma casa, se llama
Tierra.
No podemos escapar, no debemos escapar.
Yo he visto a mucha gente cargada de una
enorme emotividad frente a los muertos por atentados o guerras; mucha lágrima
corriendo en las mejillas; mucho grito de paz.
Después vi muchedumbres volviendo a sus
cosas; cruzando los brazos; bajando banderas; consumiendo polvo, hierba o
pastillas que los saquen del mundo; prestos a llorar cuando el horror vuelva.
Si tu deseo de una Tierra mejor no es
permanente, esto no lo escribí para Ti.
Si el dolor de las víctimas lo clasificas según
su procedencia, no vuelvas a leerme.
Si aun no comprendes que estamos todos juntos,
que la Tierra toda es un solo pueblo, vuelve cuando lo entiendas.
Hay muchas cosas que no nos gustan y sobre las
cuales tenemos marcadas diferencias. Sin duda hay distintas clases de enemigos y
de metodologías tendientes a dominar el mundo a favor de solo algunos. ¿Y qué
con eso?. Nuestro trabajo, el de una gran mayoría de casi seis mil millones de
habitantes, debiera ser unirnos en las causas comunes a todos hasta resolverlas.
Y debo repetirlo: Hasta resolverlas, porque siempre dejamos todo a medio hacer.
Hoy tenemos un dolor ya repetido en muchos
otros lugares del planeta.
Si los asesinos fueron motivados por las
culpas de otros, lo cierto es que no tienen derecho a apelar a la cobardía de
matar inocentes.
Sumémonos para ayudar a los familiares de
toda víctima; abracemos la paz hasta que sea realidad; no descansemos que los
asesinos no descansan; guardemos la vigilia porque los bandos que desean
controlar el mundo nos prefieren dormidos; desarrollemos la ambición de los
conquistadores pero a favor de un planeta con verdad y con justicia para todos.
Un fragmento del poema “Sepan lo sepan lo
sepan”, del premio Nóbel de literatura, el chileno Pablo Neruda, dice:
Ay la mentira que vivimos
fue el pan nuestro de cada día.
Señores del siglo veintiuno,
es necesario que lo sepan
lo que nosotros no supimos,
que se vea el contra y el por,
porque no lo vimos nosotros,
y que no coma nadie más
el alimento mentiroso
que en nuestro tiempo nos nutría.
Señores del siglo XXI, ¿Habremos tomado
debida conciencia de toda la mentira?; ¿Estaremos realmente deseosos de la
Verdad para siempre?.
Tan rápido como va todo, pronto, muy pronto
lo sabremos.
Si verdaderamente el dolor ayuda a madurar y
hacerse responsable del futuro, me quedaré tranquilo porque tenemos un
maravilloso porvenir por delante.
Si no fuera así, no tendrá sentido la vida
por no aprender la lección que nos da la muerte.
DIOS quiera que todos nos resolvamos a cambiar
la Tierra para siempre.
Daniel
Adrián Madeiro
Copyright
© Daniel Adrián
Madeiro.
Todos
los derechos reservados para el autor.
Al
excelente poeta: ALI AL HADED.
Ven sobre el verde césped,
dulce Amor,
reposa en mí tu frente
pensativa;
sólo nos resta una hora
fugitiva
de
descansar sobre esta hierba en flor.
Renovación – Omar Khayyam
Dos
posibles respuestas a la pregunta: ¿Se resiente el “amor” cuando el
dinero no alcanza?, pudieran ser: ¡Sí! o ¡No!.
A
primera vista se presentan simples y monosílabas.
Definido
el “Amor” como un sentimiento que encierra el deseo de bienestar de
la cosa amada, ambas respuestas resultarían ajustadas a este propósito.
El
“Sí” afirmaría que se afecta el “amor” dado que el bienestar deseado
se frustra ante la imposibilidad de darle el objetivo, en este caso, económico.
El
“No” sostendría que la mutua correspondencia necesaria entre los
vinculados a ese “amor” es sustento suficiente para su manutención.
Ampliadas
de este modo, las dos muestran un punto de vista contrario entre sí.
Extraña
paradoja resulta de este cuadro de opiniones disímiles, pues estamos
obligados a reconocer que el “Sí” tendría razón desde su óptica, tanto
como el “No” desde la suya: Si no se consigue el bien deseado para el
objeto del “Amor”, éste se ve afectado ante el fracaso. Pero, a la vez,
ese deseo de bienestar, visto con los ojos del otro miembro de la relación,
implicaría no afectar al que no alcanzó el objeto, relegando a un segundo
plano el propio bienestar para otorgarlo a favor del otro.
Si
cambiamos la forma a la pregunta original y decimos: ¿Qué pasa con el “amor”
cuando el dinero no alcanza?, más allá de que en este caso no estamos
sugiriendo una posibilidad –se resiente o no-, me parece que seguimos moviéndonos
dentro de los mismos términos, que nos encontramos con el mismo horizonte.
¿Qué
puede pasarle al “Amor” cuando el dinero no alcanza?, es una
pregunta que no presentaría demasiadas opciones. Se me ocurren tres: sigue
igual, se fortalece, se debilita.
Desde
luego, como se ve, continúo presentando respuestas simples que, para este
caso, me parecen suficientemente explicativas.
Pienso
que las dos primeras respuestas (sigue igual, se fortalece) hablan de
lo mismo.
En
cuanto el “Amor” sería un sentimiento que procura el bien de la
cosa amada, apoyado en ese fin, puede permanecer igual, sin variaciones,
disfrutando el viaje a su meta (esa motivación actuaría como primer y
suficiente bien alcanzado por el amor); también pudiera acontecer un gozar de
mayor bienestar ante la presencia de un bien adicional: la adversidad, que
cambiaría su rol negativo actuando como un motor que permite medir la fuerza
de ese “Amor”. Pero siempre sería, en definitiva, el “Amor”
disfrutando del bien, atado a su destino: la procura de un bien para lo amado
o la valoración de este “ir hacia el bien” frente a la adversidad.
No hay en realidad fortalecimiento. Hay más de lo mismo.
Por
otro lado, podemos sospechar que, si esto no se produce no hay debilitamiento,
hay ausencia de “Amor”.
Se
trata de respuestas del mismo estilo que las precedentes “Sí” y
“No”, con un sustento similar, que se apoyan en la definición
formal de la palabra “Amor”.
Ahora
bien, me parece un buen momento para presentar un nuevo interrogante: ¿Es el
“Amor”, como define el diccionario un “sentimiento que mueve a
desear que la realidad amada, otra persona, un grupo humano o alguna cosa,
alcance lo que se juzga su bien, a procurar que ese deseo se cumpla y a gozar
como bien propio el hecho de saberlo cumplido”?.
Me
atrevo a decir que esa definición sirve al fin de establecer un criterio
general para entender, sin pretender mayor profundidad sobre el asunto, de que
hablamos cuando hablamos de “Amor”.
¿Será
eso el “Amor”?. ¿Será así para todos?. ¿Qué hay en cuanto a lo
que es para mí?. ¿Qué elementos externos dan origen a ese sentimiento que
llamamos “Amor”?. ¿Pudiera ser que llamemos “Amor” al
resultado final de cierto tipo de “ecuaciones relacionales” cuando
ocurren dentro de la esfera humana, del mundo del hombre?.
Para
iniciar la búsqueda de estas “particularidades del Amor” y ver que
más hay aparte de su definición formal, hablaré de vivencias que me son
suficientemente conocidas para desarrollar este análisis.
Hablaré
del amor a mi esposa.
Sólo
procuraré definir lo que es el “Amor” para mí. Hablaré de “mi
amor”.
Como
casi todo hombre, vi a muchas mujeres antes de ver a mi esposa. Desde mi “primer
amor” hasta “mi esposa”, pasó suficiente agua bajo el
puente.
Dos
primeras cuestiones a responder serían: ¿Amé antes de amarla a ella? y ¿Por
qué la amo a ella por sobre todas las demás?.
Para
la primera pregunta se me antojan otras: ¿Se puede llamar “Amor”
al galanteo?; ¿Sigue de flor en flor la abeja satisfecha?.
Un
acto de apariencia amorosa no tiene porque ser necesariamente “amor”.
Podemos besar o tener relaciones sexuales y “no amar”. Aún más: es la
participación en estos procesos el elemento que nos permite, las más de las
veces, diagnosticar que no estamos enamorados sino encandilados, que no amamos
sino que gustamos de alguien ocasionalmente.
Hay
otra pregunta por hacerse: Si fueron “amor” mis relaciones
anteriores, ¿Por qué ya no me importan y hoy cuido exclusivamente a mi
actual “amor”?.
Lejos
de todo romanticismo, siento con convicción la siguiente respuesta: el “Amor”
se da una sola vez y de manera contundente; con una fuerza arrolladora que lo
impregna de un fanatismo por el ser amado y de una intolerancia
a cualquier cambio que proponga el destino.
Pero,
para abordar un análisis medianamente desapasionado, diré que en el proceso
de racionalización del “amor”, en el pensar como llegué a “amar
a alguna persona o cosa”, colocamos una serie de elementos ajenos a la
realidad de su naturaleza; provocamos la idealización del “amor”,
adentrándonos en el terreno de lo idílico.
No
hacemos lo mismo con nuestras mascotas cercanas, cuyas conductas vinculadas a
lo que llamamos “relaciones amorosas” sabemos observar libres de
subjetividad.
Decimos,
con fingida inocencia, que nuestros canes se han enamorado, en alusión a su
mutuo mirarse y olfatearse. Desde luego, sabemos bien que solo se trata de la
respuesta que brindan los machos al período de celo de las hembras, que los
llevará –si no lo impedimos- a copular para propagar la especie.
Nuestra
conducta amorosa está basada, en primera instancia, en parámetros similares.
El hombre busca a la mujer, y viceversa, para disfrutar de una cierta
continuidad en los hijos que nacerán de esa futura relación.
Desde
luego, en nuestro caso, no es el único propósito. Así como hemos sabido
desarrollar el arte y encontrar en él un elemento de deleite para nuestro espíritu,
del mismo modo supimos ver en el compartir nuestro cuerpo con el de nuestra
pareja una fuente de gozo que no nos obliga a un fin ulterior vinculado a la
procreación.
Pero
obsérvese en esto que, muy especialmente, la mujer acostumbra condicionar su
entrega a la actividad sexual a un hombre que considere “apropiado”.
No es frecuente que corra a entregarse a todos los hombres sin restricción,
excepto en casos patológicos o en ejercicio de la prostitución femenina.
Para
la mujer, el varón deberá reunir ciertos requisitos que justifiquen para
ella su participación en un acto sexual. Hay una elección del sujeto y
veremos luego cual pudiera ser la razón.
Esto
no es igual en el hombre que, en líneas generales, y aquí se presenta muy
similar a los otros machos del reino animal, está dispuesto a copular con
diferentes mujeres, en un espectro de edad y de formas que no requieren más
que contar con la aprobación de la dama.
Si
centramos nuestra atención en el innegable instinto maternal de las mujeres,
hecho que se presenta en la gran mayoría de ellas desde la más temprana edad
y se hace visible en su incontenible encantamiento frente a un bebé,
encontramos una repuesta a su selección de un varón apropiado. Se trataría
de un acto instintivo, con base en su intrínseca función maternal, por la
cual se procura el mejor espécimen para la “eventual” procreación. Téngase
presente que solo desde el siglo XX, en particular su segunda mitad, hay métodos
efectivos de anticoncepción, razón por la cual la actividad sexual femenina
creció. Recién ahora la mujer puede permitirse tener sexo con algún hombre
que no considere del todo apropiado para padre pero que si presente un momentáneo
atractivo. Esto ya no compromete su “instintiva responsabilidad maternal”.
Pero desde la más remota antigüedad, en tanto le fuera posible, procuró
ejercer una maternidad responsable, esto es: elegir el mejor padre para sus
hijos.
El
varón tiene el comportamiento de todos sus pares de otras especies. En tal
sentido sólo procura el mayor número de cópulas con el objeto, “genéticamente
instalado”, de asegurar la continuidad de su género.
De
este modo la Señora Naturaleza nos entrega dos individuos que reúnen, cada
uno por su lado, las características apropiadas para el objetivo central de
la evolución de las especies: asegurar la continuidad. El macho copulará
todo lo necesario para fertilizar la mayor cantidad de hembras posible,
asegurando el resultado buscado: más humanos; la hembra cuidará no incluir
entre los machos que la fecundarán a aquellos que presenten apariencia “débil”
o “defectuosa”, para asegurar la “calidad de producción”.
Luego, este sistema desarrollará, en distintos períodos de la larga historia
de la evolución de la humanidad, cierto tipo de “control de calidad”
que calificará de “normal” o “anormal” a los recién
nacidos. Los “anormales” o “defectuosos” serán
declarados “malditos” o “endemoniados” y purificados con
la muerte o la exclusión total. Recuérdese el tratamiento sufrido por:
negros, locos, enanos, enfermos Down y tantas otras víctimas.
Ahora
hay más elementos para dar respuesta a: ¿Por qué amo a mi mujer por sobre
todas las demás? y si fueron “amor” mis relaciones anteriores, ¿Por
qué ya no me importan y hoy cuido exclusivamente a mi actual “amor”?.
Si,
como expongo, todos los machos humanos están dispuestos a copular con
distintas hembras, ¿Qué me lleva a preferir a mi mujer por sobre otras?.
Una
cosa es nuestro instinto y otra muy diferente nuestra razón y el proceso
civilizador al cual ella ha sido sometida.
La
humanidad gestó una serie de normas de comportamiento conducentes a manejar
eficientemente el crecimiento de las comunidades, apuntalando especialmente
las conductas sociales, sus interrelaciones.
En
este campo se observa, por ejemplo, como se pasó de la práctica poligámica
más o menos generalizada en la antigüedad –lo que aseguraba el
crecimiento demográfico frente a la ausencia de otra defensa ante guerras y
pestes- a la monogámica, reteniendo solo los reyes la posibilidad de más
de una mujer –quizá para asegurar la continuidad de la nobleza-.
Este
proceso es de muchos siglos, varios milenios, suficientes para regular nuestra
conciencia y llevar a los hombres a sentir el impulso instintivo de la
copulación a la vez que el freno establecido por nuestra educación.
La
monogamia es una respuesta represiva “civilizada” al instinto
animal que, además, permite mostrar que el hombre, finalmente, también elige
–bajo otros términos- una mujer por sobre las otras y que diferencia bien
entre “sexo” (instinto) y “amor” (elección definitiva
de una sola hembra).
Esos
son los elementos que me llevan a amar y valorar, por encima de cualquier
otra, a mi mujer. Es lo que me demuestra que no amé nunca antes, sino sólo
ahora.
La
práctica de la monogamia me lleva a determinar, a razonar libre del influjo
del instinto, cual es la mejor de todas las hembras, la preferida, el adorno
de mi corazón, mi reposo, mi manantial exclusivo.
El
instinto me inclina a la hembra, la razón (educada para la civilización) me
enseña y aconseja que elija a la mejor.
Esta
situación por la cual selecciono como la sobresaliente a mi mujer,
desatendiendo la calidad o superioridad de cualquier otra, servirá también
para beneficiar con igual criterio a mis hijos.
Siendo
como son el fruto nacido de la tierra (mujer) que yo elegí para mi siembra,
resultan doblemente valiosos porque son parte de mí y de aquella que es la
extensión de mi vida, mi esposa. Son el resultando de dos que se eligieron
mutuamente; gozarán, por tanto, del mismo carácter especial que tiene mi
esposa para mí y viceversa; ellos no pueden ser menos que “especiales”.
Por
estos mecanismos, queda asegurada en cada familia la continuidad y protección
de sus integrantes, por sí misma, afirmándose el propósito “natural”
de la vida: el crecimiento de la especie.
Entonces,
luego de toda esta larga exposición ¿Qué es el “amor” para mí?.
Se
trata del camino edificado sobre el instinto y la razón por el cual se
determina la persona o cosa a la que brindaremos todo nuestro esfuerzo en pos
de brindarle todo bien que nos sea posible, porque encontramos en ello nuestra
saciedad de entrega.
Siendo
como es un proceso que mezcla lo irracional con lo pensado, es entendible que
no pueda ser visto apelando a la lógica.
Es
esa compleja mezcla la que lo lleva a ser “por que sí”, a darse
sin mayores explicaciones, a producirse y asemejar como un hecho mágico.
Algo
dice al cuerpo y al cerebro, simultáneamente: ES ELLA o ES ÉL. Luego, si la
situación es mutua nace un vínculo indisoluble, profundo, una fuerza
arrolladora que nos impregna de un fanatismo por el ser amado y de una intolerancia
a cualquier cambio que proponga el destino.
Cuando
esto se da, la respuesta a las preguntas: ¿Qué pasa con el “amor”
cuando el dinero no alcanza? o ¿Se resiente el “amor” cuando el dinero
no alcanza?, siempre es NO.
El
“Amor” no entiende otra razón ni otra ocupación que su propia
existencia.
Daniel
Adrián Madeiro
Copyright
© Daniel Adrián
Madeiro.
Todos
los derechos reservados para el autor.
Madeiro@Tutopia.Com
Demos_Amor_al_Mundo@Yahoo.Com.Ar
¿QUIÉN
ES EL GREGORIO SAMSA DE FRANZ KAFKA?
Dedicado
a una excelente persona
llamada
Manuel Santamaría.
Al despertar
Gregorio Samsa una mañana,
tras un sueño
intranquilo, se encontró en su cama
convertido en un
monstruoso insecto
La metamorfosis –
Franz Kafka
Antes
de que alguien ocupe su tiempo en averiguar si el presente título remeda el
que fuera dado a una conferencia brindada por el filósofo alemán Martín
Heidegger, “¿Quién es el Zaratústra de Nietzsche?”, doy fe que así es.
Me pareció apropiado acomodar la forma de aquel a la intención de mostrar
mis conclusiones sobre quién es el Gregorio Samsa de Franz Kafka.
Debo
agradecer la relectura del relato “La metamorfosis” a un compañero de
trabajo que, en algún momento, hablando del tema, me indicó su opinión de
que el mismo trataba sobre la discriminación. Esa persona es el Sr. Manuel
Santamaría al que hago referencia en la dedicatoria.
Yo
no recordaba fielmente la narración y volver a leerla resultó ser un trabajo
de revisión muy gratificante. No llegué a la misma conclusión que mi amigo;
no considero que la discriminación sea el tema que motoriza sus páginas.
Pero se descubrirá -eso espero- que la transformación que sufre Gregorio
Samsa nos dice muchas cosas sobre el propio Kafka.
No
me parece tampoco que yo haya descubierto algo no sospechado, intuido o quizá
dicho con anterioridad sobre este relato.
Espero,
no obstante, que el presente trabajo brinde algún elemento de interés que
sea evaluado favorablemente por los amantes del escritor checoslovaco.
Me
permitiré sugerir a quienes no lo leyeron o no recuerdan bien el relato, que
tomen contacto con el mismo. Esto favorecerá la comprensión del presente análisis
dado que, durante toda su extensión, aludiré a distintos pasajes que es
preciso tener frescos en la memoria.
“La
metamorfosis” o “La transformación” de Kafka es una larga narración
cuya base argumental podemos sintetizar con sus palabras iniciales: “Al
despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró
en su cama convertido en un monstruoso insecto”.
Luego
sigue una extensa exposición de las diversas circunstancias que se derivan de
esta inaudita situación, que culminará con su muerte.
Todo
lector sabe que en aquello que lee puede encontrar elementos que reflejan el
pensamiento, sentir o vida del autor.
Esto
es así porque el artista no puede hacer otra cosa más que mostrar “su”
visión de la realidad; “plasmar desde el propio yo” su concepción de los
objetos a los que utiliza en el proceso de creación.
El
libro religioso más popular de occidente, la Biblia, habla de un hombre hecho
a la imagen y semejanza de Dios (pienso con interés en un ensayo que examine
la veracidad de esta afirmación). Puede que no estemos en condiciones de
afirmar lo precedente, pero si podemos asegurar que es aplicable con relación
al artista: Sus obras están hechas a su imagen y semejanza.
El
sello personal de cada texto está constituido por una ideología, por un
sentimiento, un silencio, una necesidad, etc. que son el reflejo (a veces
parcial) del artista.
¿Quién
es Gregorio Samsa?. Quiero decir: ¿Representa a alguien?, ¿Es sólo un
personaje de ficción desconectado de su autor?.
Este
desventurado viajante de comercio, Samsa, deambula por su cuarto elaborando
miles de conjeturas, repasando el pasado, haciendo planes, observando a su
familia, mientras desarrolla un monólogo, no mediante la emisión de palabras
sino de pensamientos. Su lenguaje, más específicamente su capacidad de
comunicarse con los demás, ya no existe.
Esta
es la historia de una persona que se ve a sí misma despreciable como un
insecto y, técnicamente, incapaz de contarle a los otros lo que le pasa.
Como
en el caso del muñeco de un ventrílocuo, la voz de este personaje no
proviene de él mismo sino de ese otro que está detrás y, quizá, lo utiliza
para hablarnos de “su” propia tristeza, de “su” angustiosa situación.
Me refiero a Franz Kafka.
¿Leyeron
ustedes la obra “Carta al padre”? Permítanme recomendarles que lo hagan.
Verán allí a un hombre que no podía hablar de lo que le pasaba. Entonces
escribe una carta pero nunca se la entrega a su destinatario.
Allí
sabrán de una persona que se siente menospreciada, acosada por su estado
enfermizo, que elige recluirse sin resolver, sin enfrentar la situación.
Pero,
ahora, indaguemos desde el principio hasta el fin el texto de “La
metamorfosis”.
La
versión que utilizaré, o más bien la que leí, corresponde a la traducida
por el escritor argentino Jorge Luis Borges (colección Biblioteca Clásica y
Contemporánea, de Editorial Losada, Decimasexta edición).
La
“Carta al padre” que leí es la traducida por la Sra. Gabriela Massuh, con
un prólogo de todos los modos posibles excelente
firmado por el Sr. Rodolfo E. Modern - Editorial y Librería Goncourdt
– 1974.
La
primera cuestión que se plantea Gregorio Samsa ante su nuevo estado es: -¿Qué me sucedió?-.
Es
una reacción natural frente al inesperado escenario que se presenta ante sus
ojos. Y resultaría aceptable si, acto seguido, se procurara la ayuda de un
tercero, un auxilio para su problema. Esa también sería una actitud
esperable; el mismo instinto de conservación parecería reclamarla.
Pero
no es lo que sucede.
Dirige
su mirada hacia la ventana, contempla el cielo nublado y oye el sonido de las
gotas de lluvia sobre el alféizar, entrando en una “gran melancolía”.
Después
se pregunta qué pasaría si siguiese durmiendo otro rato con la esperanza de
superar esa fantasía.
El
sujeto acepta el cielo gris, el repiqueteo de las gotas de lluvia, pero ofrece
resistencia a ver lo que le pasa a él.
Y
no es porque verdaderamente dude que se trata de un hecho concreto, verdadero.
Esto
lo confirmamos, inmediatamente, cuando se lamenta ante su nueva conformación
física que no le permite adquirir la postura acostumbrada en su cama, impidiéndole
retomar el sueño.
Entonces,
busca justificativos para no pensar en lo que le está sucediendo.
Piensa
en lo agobiante de su profesión; en la buena vida que llevan algunos de sus
pares; en que esto no le pasaría si no fuera por la deuda que sus padres
tienen con su jefe.
Tan
cierta es su conciencia de la nueva condición que, dándola por irremediable,
su interés pasa a centrarse en levantarse como sea, para tomar el tren que
sale a las cinco, tal como había proyectado la noche anterior.
Para
su sorpresa advierte que ya son las seis y media. No entiende por qué no
escuchó el despertador a las cuatro y lo atribuye a su sueño intranquilo.
Se
alarma al comprender que debe alcanzar el tren de las siete y que, en tal
caso, un empleado de su jefe lo verá e informará de su impuntualidad.
La
voz de la madre suena desde el otro lado de su habitación, a las siete menos
cuarto, preocupada por su tardanza.
Mientras
Gregorio disfruta la dulce voz de la madre, se horroriza ante la propia que
sale mezclada con un zumbido, por lo que decide contestarle brevemente.
Samsa
no quiere que se revele su actual condición, a la que ahora debe agregar un
nuevo descubrimiento: la mutación de su voz.
Ya
no le pueden caber dudas de que no se trata de una fantasía.
Se
suma el llamado del padre y de su hermana, inquietos porque advierten que él
no partió como suponían.
A
ambos les contesta que ya está listo.
Insisto:
no pide ayuda. Ya sabe bien que lo que está viviendo es real pero se interesa
en guardar la apariencia de una situación normal y controlada.
¿Por
qué Samsa hace esto?
Ninguna
de sus justificaciones ante su actual estado guardan la seriedad y reflexión
apropiadas al caso: sólo buscan dilatar el enfrentamiento del problema.
El
personaje quiere creer que puede hacer pasar desapercibido su conflicto.
Las
dificultades que, por el momento, le impiden bajarse de la cama lo hacen
admitir que todo sería más fácil si vinieran en su ayuda; pero no se
resuelve a pedirla.
Pronto
escuchará que llaman a la puerta, alarmándose al imaginar que sea alguien
del almacén.
Como
este trabajo no se trata de un análisis literario de “La metamorfosis”
sino de develar qué es aquello que Gregorio Samsa, su personaje principal, es
como reflejo de su creador, Kafka (si acaso fuera verdad esta sospecha),
debemos preguntarnos: ¿Hay algún lector que, ante una situación similar, se
preocuparía por su trabajo de este modo? ¿Acaso pensaría en ello? Podemos
generalizar que: No. Entonces, ¿Qué refleja este comportamiento de Samsa? ¿Por
qué al advertir que la visita es el mismísimo principal de la tienda se
excita a tal punto que se arroja desde la cama al piso? ¿Cómo podríamos
definir a la persona que tiene un comportamiento como el descrito en la
narración?
Me
permito dar una primera respuesta: Gregorio Samsa es “un hombre dominado por
la mirada de los otros”; un dependiente de la opinión de terceros que, además,
se siente atado a una obligación que sabe ajena pero que no considera digno
en él dejar de cumplirla.
A
esta altura, es dable enumerar algunas particularidades que definen su carácter:
a) niega su problema; b) desvía su atención del asunto apelando a elementos
como el estado del tiempo, la hora, el excesivo trabajo; c) no pide ayuda pese
a la gravedad del hecho; d) la voz de la madre le da serenidad (voz dulce) no
así la de su padre o la del principal (hombres); e) aun con todas las pruebas
frente a sí que dan cuenta de su alarmante situación, solo está interesado
en poder levantarse y tomar el tren como si su problema fuera menor; f)
nuestro hombre resulta ser una persona que no sabe resolver ni pedir auxilio y
sigue adelante hacia el mismísimo abismo.
Samsa
oye la voz del principal del negocio comentando que escuchó un ruido
proveniente de la habitación.
Su hermana,
desde la pieza contigua, también le informa la presencia de ese hombre en la
casa.
El
padre le pide que le abra la puerta de su cuarto al visitante.
El
principal lo saluda tras la puerta amablemente.
La
madre interviene para justificarlo aludiendo que, sin duda, no se siente bien.
El
pulso de Samsa se acelera y responde que irá enseguida.
El
padre se impacienta e insiste.
La
voz del principal sonará retumbante: -¿Qué significa esto?- seguida de un
discurso sobre el cumplimiento de sus obligaciones.
Gregorio,
fuera de sí, olvidándose de la mutación de su voz, lanza una extensa
justificación.
La
situación comenzará a ser definida sólo gracias a este estado de presión
que precipita a todos los personajes.
Kafka
nos dice que, a esta altura, Gregorio deseaba poder abrir la puerta. Refiriéndonos
la motivación para esto, nos cuenta que quería conocer cual sería la
actitud del resto frente a él, en su nuevo estado: Si se asustaban se sentiría
libre de toda responsabilidad; Si se mantenían tranquilos, solo era necesario
darse prisa para tomar el tren de las ocho.
Indudablemente,
esta reducción del problema a esas dos posibilidades, sustentadas sobre el
“hacer de los otros”, nos muestra a un sujeto que en ningún caso se
considera parte activa en este conflicto sino sólo un elemento que actuará
en función de lo determinado por terceros. Asimismo, da cuenta de la falta de
justa valoración de su drama.
También
nos muestra a un autor, Franz Kafka, que delinea asombrosamente bien a una
persona de tales características. Desde luego, puede tomarse esto como una
capacidad indiscutible del creador. Sin embargo, veremos que toda la narración
nos llevará a un desenlace desagradable, frustrante, cargado de fracaso. Y
entonces, me pregunto: ¿Por qué Kafka decide rematar los pesares de su
personaje con la muerte?; ¿Qué lo lleva a pensar o determinar que la muerte
es el final apropiado?; ¿Por qué no hay otra esperanza, otra oportunidad?
Quiero
comentar un suceso personal reciente, vinculado a este análisis.
Advierto
esta mañana que mi inconsciente ha querido (o necesitado) meditar sobre estas
cosas. Y es así que anoche soñé que Kafka había escrito el siguiente párrafo
en su relato: -La locura se adueñó de la casa-. Verdaderamente, en ningún
lugar de la obra el autor nos dice eso. Es una reflexión que me sugiere mi
mente analizando en sueños los sucesos y actos de la narración. Pero me
sirve para preguntarme: Cavilando sobre lo expuesto por Kafka ¿Dónde ha
quedado la sensatez?; ¿Qué fuerza poderosa sumerge a Samsa en esta actitud
disparatada, cruel hacia sí mismo?; En la descripción de ese comportamiento,
tan ajeno a la lógica de la supervivencia o del amor propio,
¿Estará Kafka confesando sus propios descuidos sobre sí?, ¿Su
propio futuro?
“La
metamorfosis” la escribió en 1912. Siete años después (1919) la “Carta
al padre”. A mitad de camino entre ambas fue publicada una obra anterior a
las citadas, “La condena”, relato donde el personaje escribe una carta a
un amigo lejano, termina siendo condenado por su padre a “morir ahogado”
y, tras exclamar en voz baja “Queridos padres, siempre los he querido”, se
deja caer.
¿Serán
los tres escritos uno sólo? Si así fuera, la muerte de Kafka ¿Estará de
algún modo preanunciada por su propio puño y letra?, ¿Será una especial
forma de suicidio?
Habíamos
llegado hasta el punto en que Gregorio, fuera de sí, olvidándose de la
mutación de su voz, lanza una extensa justificación hacia el principal del
negocio que está fuera del cuarto.
Ante
ello el visitante le pregunta a los padres: -¿Han entendido ustedes una sola
palabra?-, agregando después: -Es una voz de animal-.
La
madre pedirá a la hermana que vaya urgente a buscar a un médico.
El
padre le dirá a la criada que traiga un cerrajero.
Gregorio,
desde el cuarto, escucha el correr de las jóvenes y advierte que no se
produce ningún portazo por lo que deduce que dejaron la puerta de calle
abierta “como suele suceder en las casas donde ha ocurrido alguna
desgracia”.
Y
así es en realidad. La tragedia, dentro de poco, se mostrará a todos los
presentes como lo que es: un monstruo que devora la felicidad; un ser amorfo
empecinado en destruir los naturales deseos de dicha de los hombres.
Acto
seguido se nos cuenta que Gregorio está más tranquilo. ¿Por qué? Porque
“los otros” (su familia) ya se han dado cuenta de que sucede algo extraño
y marchan en su ayuda.
Hay
en este acto un reconocimiento implícito por parte del personaje de que nada
puede hacer por sí mismo. Esto que sucede ahora es fruto de su incontenible
excitación ante la presencia del principal que lo llevó a hablar de manera
irrefrenable. No resulta de la búsqueda de ayuda. Luego, es la intervención
de “los otros”, que temen algo grave, la causa de su alivio.
Mientras
espera, sigue imaginando sobre el “hacer” de los otros afuera. Conjetura
que quizá estén alrededor de la mesa del comedor o con sus oídos pegados a
la puerta.
La
mirada y los pensamientos de Samsa se dirigen a la superficie más tosca de
las cosas, jamás a la profundidad.
Alguien
pudiera decir que la decisión de pedir: la madre un médico y el padre un
cerrajero, surge luego de
la intervención
del principal
cuando dice:
-Es una voz de animal-. Antes de esto, nadie entre ambos pensó en médico
o cerrajero alguno.
Pero
aquí el caso es distinto. Se trata de dos personas entradas en edad que hasta
ese momento no habían sospechado nada malo, solo una tardanza. Además, por
esto y, porqué no, por su compromiso económico con el empleador de su hijo,
se ven movidos a ser atentos al comentario del principal, mostrándolo en
actos.
Gregorio
Samsa comenzará a desplazarse en dirección a la puerta con el objeto de
girar la llave en la cerradura. Logrará hacerlo ayudado por sus mandíbulas.
Afuera
advertirán su acción.
En
su inquebrantable deseo de ser tenido en cuenta por los demás, él deseará
que lo alienten –¡Adelante, Gregorio!- No sucederá.
Finalmente,
la puerta se abre de modo tal que queda tapado por ella.
Esa
será la puerta abierta que igualará esa casa a aquellas otras en “donde ha
ocurrido alguna desgracia”.
El
primero en entrar es el principal del negocio, luego la madre y después el
padre.
Cada
uno de ellos manifiesta una reacción diferente.
El
principal lanza un -¡Oh!- que suena como el bramido del aire, tapa su boca y
retrocede movido por el pánico de la visión.
La
madre lo ve, avanza dos pasos y se desvanece.
El
padre amenaza a Gregorio como empujándolo al interior de la habitación, sale
hasta el pasillo, se tapa los ojos y llora profundamente.
La
escena es terrible, horrorosa.
La
actitud de los tres personajes se ajusta a lo prescripto para el caso.
Vemos
al principal espantado y, sin pensar en el mal de Gregorio, movido a
retroceder ante su presencia. Donde esperaba ver a un empleado lo sorprende un
insecto espantoso.
La
madre y el padre, en cambio, serán presas del dolor que provoca una situación
impensable y trágica sobre un ser querido. Ella se desvanecerá; él llorará
amargamente. Tras la puerta de la habitación esperaban encontrar a su hijo,
quizá algo indispuesto, quizá pálido y ojeroso, pero humano, carne y sangre
suya. En su lugar ven un monstruo, un insecto agitando sus patas.
Gregorio,
lejos de toda realidad, queriendo pasarlo todo por alto, habla de cambiarse,
tomar el muestrario y marchar al trabajo. Le dice al principal que si bien él
ahora se encuentra en un grave aprieto trabajando saldrá del mismo y que no
le cuente nada al dueño de la tienda. Que se ponga de su lado.
Es
notorio que nuestro personaje es una persona fuera de sí. Pero este “fuera
de sí” no nace con esta particular situación. Se trata de un “fuera de sí”
añejo, anterior a su mal actual. ¿Cómo podría una persona actuar de esta
manera si, previamente, durante largo tiempo, no viniera ocultándose a sí
misma, sistemáticamente, sus cambios negativos, sus frustraciones? ¿No vemos
en esta conducta cierto acostumbramiento al dislate? ¿Cómo puede decir que
todo saldrá bien cuando se hace evidente que está en medio de la peor de las
catástrofes? ¿Cómo entender que postergue la reflexión, el necesario
reconocimiento del problema y la búsqueda de una solución? Por eso digo que
el personaje es una persona “fuera de sí” en el sentido de
“inconsciente de sí mismo”, resuelto a permanecer ajeno a su realidad.
Dejo
pendiente una pregunta: ¿Hasta qué punto Franz Kafka, según veremos en
“Carta al padre”, refleja un proceder similar al de Gregorio Samsa?
El
principal se marchará espantado.
La
madre lo volverá a ver y a desvanecerse.
El
padre, valiéndose del bastón olvidado por el principal, intimidará a
Gregorio hasta que este penetre en su cuarto.
Logrado
esto, se cerrará la puerta.
Hay
algo que me llama la atención en el remate que el autor hace de este
episodio. Nos dice: “Luego, la puerta fue cerrada con el bastón, y todo
volvió a la tranquilidad”.
¿Tranquilidad?
¿De qué habla el autor? ¿Cómo puede describir este cerrar la puerta como
un volver a la tranquilidad? ¿Acaso no ha pasado nada? o lo que es peor ¿Acaso
no es esto más bien algo que podríamos llamar el inicio de una “ampliación
territorial de la desgracia”? ¿No es como tapiar la casa frente a la
inundación sabiendo que inevitablemente se perderá todo bajo el agua?
Donde
Kafka dice “y todo volvió a la tranquilidad”, yo diría “y todo el
sabor de la desgracia, como una peste, comenzó a instalarse sobre cada
miembro de la casa”.
A
continuación se describe la soledad de Gregorio Samsa en su cuarto, sus
pensamientos sobre como acomodarse a la nueva situación y, especialmente, la
importante intervención de la hermana como nexo con su familia.
Será
ella quien comprenda y acierte en entregarle alimentos no frescos, tras ver
sin consumir el tazón con leche y trocitos de pan que había dejado a
Gregorio mientras este dormía.
Queda
fijado el tiempo de entrega de la comida diaria: A la mañana y poco después
del mediodía; en otras palabras, aprovechando que los padres aún duermen o
sestean. Nos enteramos, concordando con lo expuesto algo más arriba, que esto
era para ahorrarles a sus progenitores “una pena más sobre lo que ya sufrían”.
Voy a hacer ue
el resto para abarcar los hechos acaecidos durante los “es”
¿Por
qué Kafka dedica mayor espacio a la descripción en detalle de las primeras
horas? ¿Por qué, comparativamente, sintetiza el desenlace?
Repito,
quizá esta observación no sea significativa pero, antes de seguir, quiero
escudriñar esta cuestión.
Podemos
compendiar de que trata esta primera parte del relato del siguiente modo: a)
Un hombre “joven” despierta convertido en insecto; b) De diversas maneras
muestra su negación a asumir que se encuentra frente a un gravísimo
problema; c) No puede comunicarse con los otros, les habla pero no logra ser
entendido; d) Se muestra obsesionado por sus obligaciones –trabajo, el
principal, horarios- por encima de su propio bienestar; e) Depende del hacer
de los otros; f) La voz de su madre lo conmueve; g) La actitud de su padre lo
lleva a recluirse; h) constantemente se refugia en divagar sobre elementos
menores para distraer el efecto adverso de la realidad sobre sí mismo.
Veamos
si encontramos elementos en común con el propio Kafka.
El
relato “La condena”, ya citado, cuyo tema es un muchacho (un hombre joven)
que se va a comprometer, le escribe una carta a un amigo lejano y termina
siendo condenado por su padre a morir ahogado (final trágico) y “La
metamorfosis”, habrían sido escritas en 1912. Kafka tenía menos de treinta
años.
La
“Carta al padre” la elabora en 1919; ya tenía poco más de treinta años
y dos compromisos matrimoniales disueltos. Se la envía adjunto en una
correspondencia a su amiga la escritora Milena Jesenka. Kafka le pide que
nunca la haga pública y le comenta que “La carta...” está llena de
trucos aprendido durante su oficio de abogado.
Esto
último es muy importante porque, tras escribir una carta que jamás entregará
a su destinatario (lo que muestra por sí solo cuánto pesaba en su vida la
figura paterna), la descalifica como un simple juego de palabras propio de
abogados. Sin embargo, basta leerla para comprender su profundo y dramático
contenido y la dolorosa experiencia de su hacedor.
Si
ya han sumado a la lectura de “La metamorfosis” la de “La condena” y
“Carta al padre” comprenderán que hay elementos en común entre Franz
Kafka y Gregorio Samsa y también con Georg Bendemann, el joven comerciante de
“La condena”.
Por
mi parte, me permito adelantarles mis propias conclusiones. Hay mucho en común.
Aquel que escribió la “Carta...” era un hombre joven, como los personajes
de los dos cuentos; nunca había logrado comunicarse con el padre de manera
efectiva; dice “yo perdí el don del habla” aludiendo a su mala relación;
no asumió a tiempo (quizá nunca) el problema existente, lo digo en el
sentido de tomarlo seriamente para intentar resolverlo; tal es así que vemos,
por su comentario a Milena, cómo niega importancia a la misma “Carta...”
al punto de quitarle mérito a su contenido; en la “Carta...” refiere su
estado de reclusión (“ante tu presencia yo siempre me recluía en mi
cuarto”); se pinta a sí mismo
como un insecto que puede ser aplastado (“me aplastarías bajo tus pies”);
recuerda cuán terrible era escucharlo a su padre decir “Te voy a matar como
se mata una mosca” (o una cucaracha); hace patente su sujeción a la opinión
del “otro” al decir “cuando emprendía algo que no te gustaba...
vaticinabas el fracaso de mis proyectos y, tan profunda era mi veneración de
tu opinión que yo... daba por hecho el fracaso”; muestra dependencia del
“hacer de los otros” (“perdí la confianza en mi propia obra”); las
palabras de su madre son un recuerdo confortante (“mamá recurría a la
bondad, a la conversación amable”); comenta la indiferencia del padre a sus
escritos (“tus rechazos más certeros se dirigían hacia mis escritos”);
pero sobre esto también dice, y es una de las dos cosas que considero más
relevantes (al final diré la segunda): “Siempre escribía acerca de ti.
Escribía los lamentos que no podía llorar en tu regazo. Era nuestra
despedida que yo prolongaba intencionalmente”.
Franz
Kafka le confiesa a su padre: “siempre escribía acerca de ti...”; luego,
pienso que ya tenemos la respuesta al enigma que titula a este trabajo: “¿Quién
es el Gregorio Samsa de Franz Kafka?”.
Como
quedó dicho, el resto de la obra abarca un período de “meses” hasta la
muerte de Gregorio.
Más
que tratar detalles del personaje, apunta a informarnos sobre el
desenvolvimiento familiar; el cómo se enfrenta la nueva situación.
Samsa
se lamentaba porque si bien él no lograba hacerse comprender por nadie, no
hubo quien supusiera que él sí podía comprender a los otros. Quizá ello
habría provocado otro tipo de desenlace.
Y
alguien pudiera ver aquí cierta indiferencia o desinterés. Es cierto. Pero
es un elemento más del relato que nos pinta el comportamiento de una época.
Como bien señala el escritor Jorge Luis Borges en el prólogo, y me parece
que eso apoya de algún modo lo que digo: “La opresión de la guerra está
en esos libros”. Sabemos bien que el tratamiento familiar con cierta
aceptación de planos de igualdad entre los miembros, mutuo respeto y ayuda,
es algo más común a nuestra época y que aún no está instalado en todo el
planeta, ni siquiera en todas las familias de una misma sociedad. No se trata
por tanto, en el relato, de desinterés. Vimos y veremos que la situación es
dolorosa para el resto no solo por ellos mismos sino por la impotencia que
sienten.
Sí
podemos hablar de una postura habitual a ese tiempo (sostenida por el no
cuestionamiento a la estructura y al manejo de las relaciones familiares) que
provoca una involuntaria desatención a la profundidad de los hechos, una
falta de estimulo para ver más allá.
La
“Carta al padre” de Franz Kafka es, de algún modo, un antecedente del
planteo que la sociedad occidental en su conjunto realizará sobre la mayor
parte de sus valores establecidos luego del fin de las guerras mundiales.
Allí,
en la “Carta...” ese cuestionamiento se ve acompañado con una serie de
argumentos que propenden a un vedado objetivo conciliatorio.
Continuemos,
aunque no estimo necesario extender este estudio mucho más, con lo que sigue
al momento en que “la puerta fue cerrada con el bastón”, con el
aislamiento de Samsa y el inicio de una desgracia familiar.
Para
mantenerse conectado con el exterior Gregorio toma por costumbre estar atento
a las conversaciones. Así advierte que él es tema central. De ese modo,
escucha el pedido de la criada rogando ser despedida y prometiendo mantener
todo en secreto. Así sucederá.
La
madre y la hermana se ocuparán de cocinar aunque, comida y bebida, ya no es
algo importante en la casa; todos
se muestran inapetentes e incluso el padre se desinteresa ante el ofrecimiento
de beber cerveza.
Entre
las charlas escucha la vinculada a la forma de subsistencia que en adelante
deberán llevar. Vivirán de los ahorros reservados por el padre; apenas útiles
para un par de años. También se verán obligados a conseguir trabajos.
Todo
es pesar fuera del cuarto de Samsa y también dentro donde él, sumido en
profunda “pena y vergüenza” ante la situación, decide dejar de escuchar
y se arrastra hasta la ventana para perder su mirada en el horizonte.
En
esta actitud descubre un nuevo y dramático cambio: su vista pierde claridad.
La
hermana ingresará diariamente en el cuarto. La madre querrá hacerlo pero será
persuadida en contrario por ésta y por el padre.
Más
tarde, descubriendo que Gregorio utiliza paredes y techos para desplazarse,
Grete se inclina a pensar que es necesario despojar la habitación de muebles
para facilitarle los movimientos, además de ser innecesaria la presencia de
los mismos para él. Le requerirá ayuda a la madre que asentirá con alegría.
Durante
la ausencia del padre, ambas mujeres ingresarán al cuarto.
Gregorio,
que tras horas de esfuerzo dispuso una sábana que lo cubre por completo y que
evita ser expuesto a la mirada de sus visitantes, está feliz aunque no vea a
su madre, con solo saber de su presencia.
Sin
embargo esta determinación de la hermana tendrá un final inesperado. A poco
de iniciar la tarea, ambas mujeres expondrán una diferencia de criterios
sobre los muebles. Para la hermana sacarlos dará mayor holgura para el
desplazamiento de él, recalcando además que de nada le sirven; la madre
sentirá que vaciar el cuarto es un equivalente a considerar a Gregorio como
algo definitivamente separado de lo humano.
Las
palabras que Kafka pone en boca de la madre me recuerdan su “mamá recurría
a la bondad” que comenta en su “Carta al padre”; la hace decir: “¿No
parecería entonces que, al retirar los muebles, indicáramos que renunciamos
a toda esperanza de mejoría y que lo abandonamos... a su suerte?”.
Samsa,
al oír este argumento asiente. Realmente, él mismo, sin ese cambio en su
cuarto, ya había comenzado a olvidarse de su condición humana.
Pero
la voluntad de la hermana se impondrá y las mujeres continuarán con la
tarea.
En
esto, desesperado, buscando aferrarse a algo que lo ligue a lo humano, se
abraza a un cuadro en la pared.
Al
volver la hermana lo ve, procura
impedir que entre la madre pero no lo logra. Ésta, tras un “¡Ay Dios mío!”,
se desvanece al contemplar a su hijo transformado en una mancha negra sobre la
pared.
Será
la primera vez, desde la metamorfosis, que su hermana le dirija la palabra. Y
será para amenazarlo: “¡Ojo, Gregorio!”.
Ella
saldrá del cuarto en busca de medicamentos, él la seguirá provocando que se
asuste al verlo y se le caiga un frasco. Con el pie Grete cerrará la puerta
del cuarto de Gregorio. Todo quedará en silencio y él se llenará de
remordimiento y de nerviosismo.
A
poco llega el padre que advierte en el rostro de Grete que algo malo pasó.
Ella contará el desmayo de la madre, su mejoría y que Gregorio se escapó de
su cuarto.
No
habrá por parte de la hermana otra cosa más que una catarata de palabras que
no serán una adecuada referencia de lo acontecido; tampoco el padre efectuará
una indagación que busque esclarecer lo que realmente ocurrió.
Así
las cosas, el padre terminará por empujar a Gregorio hacia su cuarto valiéndose
de manzanas a modo de proyectiles. Un golpe certero dará contra su cuerpo,
clavándose en él. Samsa, presa de un intolerable dolor, se desvanece
levemente. Con la vista nublada verá como su madre se abraza a su padre rogándole
que perdone la vida a su hijo.
La
herida tarda un mes en reponerse y a modo de compensación (¿remordimiento?)
todas las tardes se abrirá la puerta del comedor para que, desde la sombra,
sin ser visto por los demás, pueda ver a su familia en derredor de la mesa.
De
todos modos esa manzana se pudrirá sobre su lomo, nadie se la sacará, y será
la responsable de que pierda libertad de movimientos. La tendrá sobre sí
cuando haya muerto.
Con
el tiempo, Gregorio dejará de comer y una noche, luego de otro tristísimo
episodio, sentirá que ha llegado la hora de desaparecer.
Poco
después de que el reloj de la iglesia marque las tres de la madrugada,
expirará.
Antes
de finalizar quiero remarcar dos breves fragmentos de “La metamorfosis” en
los que advierto que Franz Kafka habla, indudablemente, de sí mismo bajo la
envoltura de Gregorio Samsa.
En
alusión a su propio padre: “...ya sabía, desde el primer día de su nueva
vida, que al padre la mayor severidad le parecía poco con respecto al
hijo”.
Teniendo
presente su propio mal, la tuberculosis: “Bien es verdad que tampoco en su
estado anterior (humano) podía confiar mucho en sus pulmones”
Me
preguntaba yo a mitad de este ensayo: “la muerte de Kafka ¿Estará de algún
modo preanunciada por su propio puño y letra?, ¿Será una especial forma de
suicidio?”. También el “¿Por qué... dedica mayor espacio a la descripción
en detalle de las primeras horas?”.
Desde
luego, no puedo presumir de tener la respuesta correcta. Pero me permito, una
vez más, expresar otra sospecha o, más
bien, una inferencia.
Recuerdo
un párrafo de su “Carta al padre” donde menciona cierta actitud de su
progenitor para con un empleado; dice: “tu manera de hablar de aquel
empleado tuberculoso: ¡Ojalá que ese perro enfermo reviente de una vez por
todas!”.
Kafka,
a sabiendas de su propia enfermedad, la tuberculosis, debe haber recordado
muchas veces ese horrible comentario. Se habrá sentido como un perro para su
padre; recordemos la escena en la que narra que a Gregorio Samsa le abren la
puerta del comedor para que, desde la distancia, pueda observar a su familia
en la mesa; eso remeda cierta imagen propia para un perro más que para un
insecto.
Con
un padre con el que siempre mantuvo una relación tormentosa; sintiendo a su
progenitor por encima suyo; que sería aplastado bajo sus pies; que era como
ese “perro enfermo” de tuberculosis; Kafka solo necesita hablar de cómo
se inició el mal de Gregorio que no es otra cosa que hablar, encubiertamente,
de su propia metamorfosis.
El
final no podía guardar ninguna sorpresa.
Irremediablemente
Kafka comprendió, mucho antes de escribir la carta a su padre que, como el
empleado, como un perro, como una mosca, como un insecto, su destino inequívoco,
“la condena”
que, según supuso, su propio padre había fijado para él
era: “reventar de una vez por todas”.
Daniel
Adrián Madeiro
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