Entonces
el discípulo atravesó el país en busca del maestro predestinado. Sabía su
nombre: Tilopa; sabía que era imprescindible. Lo perseguía de ciudad en
ciudad, siempre con atraso.
Una
noche, famélico, llama a la puerta de una casa y pide comida. Sale un borracho
y con voz estrepitosa le ofrece vino. El discípulo rehúsa, indignado. La casa
entera desaparece; el discípulo queda solo en mitad del campo; la voz del
borracho le grita: Yo era Tilopa.
Otra
vez un aldeano le pide ayuda para cuerear un caballo muerto; asqueado, el discípulo
se aleja sin contestar; una burlona voz le grita: Yo era Tilopa.
En
un desfiladero un hombre arrastra del pelo a una mujer. El discípulo ataca al
forajido y logra que suelte a su víctima. Bruscamente se encuentra solo y la
voz le repite: Yo era Tilopa.
Llega,
una tarde, a un cementerio; ve a un hombre agazapado junto a una hoguera de
ennegrecidos restos humanos; comprende, se prosterna, toma los pies del maestro
y los pone sobre su cabeza. Esta vez Tilopa no desaparece.
Alexandra
David-Neel:
Parmi les Mystiques et les Magiciens du Tibet (1929).