RYUNOSUKE
AGUTAGAWA (1892-1927), escritor japonés. Antes de quitarse la vida, explicó
fríamente las razones que lo llevaban a tal decisión y compuso una lista de
suicidas históricos, en la que incluyó a Cristo. Entre sus obras citaremos Cuentos
grotescos y curiosos, Los tres tesoros, Kappa, Rashomon, Cuentos breves
japoneses. Tradujo obras de Browning al japonés.
Un
hombre que quería emplearse como sirviente llegó una vez a la ciudad de Osaka.
No sé su verdadero nombre, lo conocían por el nombre de sirviente, Gonsuké,
pues él era, después de todo, un sirviente para cualquier trabajo.
Este
hombre —que nosotros llamaremos Gonsuké— fue a una agencia de colocaciones
para cualquier trabajo, y dijo al empleado que estaba fumando su larga
pipa de bambú:
—Por
favor, señor Empleado, yo desearía ser un sennin1.
¿Tendría usted la gentileza de buscar una familia que me enseñara el
secreto de serlo, mientras trabajo como sirviente?
El
empleado, atónito, quedó sin habla durante un rato, por el ambicioso pedido de
su cliente.
—¿No
me oyó usted, señor Empleado? —dijo Gonsuké—. Yo deseo ser un sennin.
¿Quisiera usted buscar una familia que me tome de sirviente y me revele el
secreto?
—Lamentamos
desilusionarlo —musitó el empleado, volviendo a fumar su olvidada pipa—,
pero ni una sola vez en nuestra larga carrera comercial hemos tenido que buscar
un empleo para aspirantes al grado de sennin. Si usted fuera a otra
agencia, quizá...
Gonsuké
se le acercó más, rozándolo con sus presuntuosas rodillas, de pantalón
azul, y empezó a argüir de esta manera:
—Ya,
ya, señor, eso no es muy correcto. ¿Acaso no dice el cartel colocaciones
para cualquier trabajo? Puesto que promete cualquier trabajo,
usted debe conseguir cualquier trabajo que le pidamos. Usted está mintiendo
intencionalmente, si no lo cumple.
Frente
a un argumento tan razonable, el empleado no censuró el explosivo enojo:
—Puedo
asegurarle, señor Forastero, que no hay ningún engaño. Todo es correcto —se
apresuró a alegar el empleado—, pero si usted insiste en su extraño pedido,
le rogaré que se dé otra vuelta por aquí mañana. Trataremos de conseguir lo
que nos pide.
Para
desentenderse, el empleado hizo esa promesa y logró, momentáneamente por lo
menos, que Gonsuké se fuera. No es necesario decir, sin embargo, que no tenía
la posibilidad de conseguir una casa donde pudieran enseñar a un sirviente
los secretos para ser un sennin. De modo que al deshacerse del visitante,
el empleado acudió a la casa de un médico vecino.
Le
contó la historia del extraño cliente y le preguntó ansiosamente:
—Doctor,
¿qué familia cree usted que podría hacer de este muchacho un sennin, con
rapidez?
Aparentemente,
la pregunta desconcertó al doctor. Quedó pensando un rato, con los brazos
cruzados sobre el pecho, contemplando vagamente un gran pino del jardín. Fue la
mujer del doctor, una mujer muy astuta, conocida como la Vieja Zorra, quien
contestó por él al oír la historia del empleado.
—Nada
más simple. Envíelo aquí. En un par de años lo haremos sennin.
—¿Lo
hará usted realmente, señora? ¡Sería maravilloso! No sé cómo agradecerle
su amable oferta. Pero le confieso que me di cuenta desde el comienzo que algo
relaciona a un doctor con un sennin.
El
empleado, que felizmente ignoraba los designios de la mujer, agradeció una y
otra vez, y se alejó con gran júbilo.
Nuestro
doctor lo siguió con la vista; parecía muy contrariado; luego, volviéndose
hacia la mujer, le regañó malhumorado:
—Tonta,
¿te has dado cuenta de la tontería que has hecho y dicho? ¿Qué harías si el
tipo empezara a quejarse algún día de que no le hemos enseñado ni una pizca
de tu bendita promesa después de tantos
años?
La
mujer, lejos de pedirle perdón, se volvió hacia él y graznó:
—Estúpido.
Mejor no te metas. Un atolondrado tan estúpidamente tonto como tú, apenas podría
arañar lo suficiente en este mundo de te comeré o me comerás, para mantener
alma y cuerpo unidos.
Esta
frase hizo callar a su marido.
A
la mañana siguiente, como había sido acordado, el empleado llevó a su rústico
cliente a la casa del doctor. Como había sido criado en el campo, Gonsuké se
presentó aquel día ceremoniosamente vestido con haori y hakama, quizá
en honor de tan importante ocasión. Gonsuké aparentemente no se diferenciaba
en manera alguna del campesino corriente: fue una pequeña sorpresa para el
doctor, que esperaba ver algo inusitado en la apariencia del aspirante a sennin.
El doctor lo miró con curiosidad, como a un animal exótico traído de la
lejana India, y luego dijo:
—Me
dijeron que usted desea ser un sennin, y yo tengo mucha curiosidad por
saber quién le ha metido esa idea en la cabeza.
—Bien
señor, no es mucho lo que puedo decirle —replicó Gonsuké—. Realmente fue
muy simple: cuando vine por primera vez a esta ciudad y miré el gran castillo,
pensé de esta, manera: que hasta nuestro gran gobernante Taiko, que vive allá,
debe morir algún día; que usted puede vivir suntuosamente, pero aun así volverá
al polvo como el resto de nosotros. En resumidas cuentas, que toda nuestra vida
es un sueño pasajero... justamente lo que sentía en ese instante.
—Entonces
—prontamente la Vieja Zorra se introdujo en la conversación—, ¿haría
usted cualquier cosa con tal de ser un sennin?
—Sí,
señora, con tal de serlo.
—Muy
bien. Entonces usted vivirá aquí y trabajará para nosotros durante veinte años
a partir de hoy y, al término del plazo, será el feliz poseedor del secreto.
—¿Es
verdad, señora? Le quedaré muy agradecido.
—Pero
—añadió ella—, de aquí a veinte años usted no recibirá de nosotros ni
un centavo de sueldo. ¿De acuerdo?
-Sí,
señora. Gracias, señora. Estoy de acuerdo en todo.
De
esta manera empezaron a transcurrir los veinte años que pasó Gonsuké al
servicio del doctor. Gonsuké acarreaba agua del pozo, cortaba la leña,
preparaba las comidas y hacía todo el fregado y el barrido. Pero esto no era
todo, tenía que seguir al doctor en sus visitas, cargando en sus espaldas el
gran botiquín. Ni siquiera por todo este trabajo Gonsuké pidió un solo
centavo. En verdad, en todo el Japón, no se hubiera encontrado mejor sirviente
por menos sueldo.
Pasaron
por fin los veinte años y Gonsuké, vestido otra vez ceremoniosamente
con su almidonado haori como la primera vez que lo vieron, se presentó
ante los dueños de casa.
Les
expresó su agradecimiento por todas las bondades recibidas durante los pasados
veinte años.
—Y
ahora, señor —prosiguió Gonsuké—. ¿quisieran ustedes enseñarme hoy,
como lo prometieron hace veinte años, cómo se llega a ser sennin y
alcanzar juventud eterna e inmortalidad?
—Y
ahora ¿qué hacemos? —suspiró el doctor al oír el
pedido. Después de haberlo
hecho trabajar durante veinte largos años por nada, ¿cómo podría en nombre
de la humanidad decir ahora a su sirviente que nada sabía respecto al secreto
de los sennin? El doctor se desentendió diciendo que no era él
sino su mujer quien sabía los
secretos.
—Usted
tiene que pedirle a ella que se lo diga —concluyó el doctor y se alejó
torpemente.
La
mujer, sin embargo, suave e imperturbable, dijo:
—Muy
bien, entonces se lo enseñaré yo, pero tenga en cuenta que usted debe hacer lo
que yo le diga, por difícil que le parezca. De otra manera, nunca podría ser
un sennin; y además, tendría que trabajar para nosotros otros veinte años,
sin paga, de lo contrario, créame, el Dios Todopoderoso lo destruirá en el
acto.
—Muy
bien, señora, haré cualquier cosa por difícil que sea —contestó Gonsuké.
Estaba muy contento y esperaba que ella hablara.
—Bueno
—dijo ella—, entonces trepe a ese pino del jardín.
Desconociendo
por completo los secretos, sus intenciones habían sido simplemente imponerle
cualquier tarea imposible de cumplir para asegurarse sus servicios gratis por
otros veinte años. Sin embargo, al oír la orden, Gonsuké empezó a trepar al
árbol, sin vacilación.
—Más
alto —le gritaba ella—, más alto, hasta la cima.
De
pie en el borde de la baranda, ella erguía el cuello para ver mejor a su
sirviente sobre el árbol; vio su haori flotando en lo alto, entre
las ramas más altas de ese pino tan alto.
—Ahora
suelte la mano derecha.
Gonsuké
se aferró al pino lo más que pudo con la mano izquierda y cautelosamente dejó
libre la derecha.
—Suelte
también la mano izquierda.
—Ven,
ven, mi buena mujer —dijo al fin su marido atisbando las alturas—. Tú sabes
que si el campesino suelta la rama, caerá al suelo. Allá abajo hay una gran
piedra y, tan seguro como yo soy doctor, será hombre muerto.
—En
este momento no quiero ninguno de tus preciosos consejos. Déjame tranquila.
¡He! ¡Hombre! Suelte la mano izquierda. ¿Me oye?
En
cuanto ella habló, Gonsuké levantó la vacilante mano izquierda. Con las dos
manos fuera de la rama ¿cómo podría mantenerse sobre el árbol? Después,
cuando el doctor y su mujer retomaron aliento, Gonsuké, y su haori se
divisaron desprendidos de la rama, y luego... y luego... Pero ¿qué es eso? ¡Gonsuké
se detuvo! ¡se detuvo! en medio del aire, en vez de caer como un ladrillo, y
allá arriba quedó, en plena luz del mediodía, suspendido como una marioneta.
—Les
estoy agradecido a los dos, desde lo más profundo de mi corazón. Ustedes me
han hecho un sennin —dijo Gonsuké desde lo alto.
Se
le vio hacerles una respetuosa reverencia y luego comenzó a subir cada vez más
alto, dando suaves pasos en el cielo azul, hasta transformarse en un puntito y
desaparecer entre las nubes.
Ryunosuke
Agutagawa
1
Según
la tradición china, el Sennin es un ermitaño sagrado que vive en el
corazón de una montaña, y que tiene poderes mágicos como el de volar cuando
quiere y disfrutar de una extrema
longevidad.