Manuel
Swedenborg, teólogo,
hombre de ciencia y místico sueco. Autor de: Daedalus Hyperboreus (1716);
Economia Regni Animalis (1704); De Caelo et Inferno (1758); Apocalysis
Revelata (1766); Thesaurus Bibliorum Emblematicus et Allegoricus (1859-68).
En dieciocho idiomas orientales y occidentales hay versiones de Swedenborg.
Los
ángeles me comunicaron que cuando falleció Melanchton le fue suministrada en
el otro mundo una casa ilusoriamente igual a la que había tenido en la tierra.
(A casi todos los recién venidos a la eternidad les ocurre lo mismo y por eso
creen que no han muerto.) Los objetos domésticos eran iguales: la mesa, el
escritorio con sus cajones, la biblioteca. En cuanto Melanchton se despertó en
ese domicilio, reanudó sus tareas literarias como si no fuera un cadáver y
escribió durante unos días sobre la justificación por la fe. Como era su
costumbre, no dijo una palabra sobre la caridad. Los ángeles notaron esa
omisión y mandaron personas a interrogarlo. Melanchton les dijo: "He
demostrado irrefutablemente que el alma puede prescindir de la caridad y que
para ingresar en el cielo basta la fe." Esas cosas las decía con soberbia
y no sabía que ya estaba muerto y que su lugar no era el cielo. Cuando los ángeles
oyeron este discurso, lo abandonaron. A las pocas semanas, los muebles empezaron
a afantasmarse hasta ser invisibles, salvo el sillón, la mesa, las hojas de
papel y el tintero. Además, las paredes del aposento se mancharon de cal, y el
piso, de un barniz amarillo. Su misma ropa ya era mucho más ordinaria. Seguía,
sin embargo, escribiendo, pero como persistía en la negación de la caridad, lo
trasladaron a un taller subterráneo, donde había otros teólogos como él. Ahí
estuvo unos días y empezó a dudar de su tesis y le permitieron volver. Su ropa
era de cuero sin curtir, pero trató de imaginarse que lo anterior había sido
una mera alucinación y prosiguió elevando la fe y denigrando la caridad. Un
atardecer, sintió frío. Entonces recorrió la casa y comprobó que los demás
aposentos ya no correspondían a los de su habitación en la tierra. Alguno
contenía instrumentos desconocidos; otro se había achicado tanto que era
imposible entrar; otro no había cambiado, pero sus ventanas y puertas daban a
grandes médanos. La pieza del fondo estaba llena de personas que lo adoraban y
que le repetían que ningún teólogo era tan sapiente como él. Esa adoración
le agradó, pero como alguna de esas personas no tenía cara y otras parecían
muertas, acabó por aborrecerlas y desconfiar. Entonces determinó escribir un
elogio de la caridad, pero las páginas escritas hoy aparecían mañana
borradas. Eso le aconteció porque las componía sin convicción.
Recibía
muchas visitas de gente recién muerta, pero sentía vergüenza de mostrarse en
un alojamiento tan sórdido. Para hacerles creer que estaba en el cielo, se
arregló con un brujo de los de la pieza del fondo, y éste los engañaba con
simulacros de esplendor y de serenidad. Apenas las visitas se retiraban
reaparecían la pobreza y la cal, y a veces un poco antes.
Las
últimas noticias de Melanchton dicen que el brujo y uno de los hombres sin cara
lo llevaron hacia los médanos y que ahora es como un sirviente de los
demonios.
De
Arcana Caelestia (1749), de Manuel
Swedenborg.