Buenos Aires sin techo 

 Con la crisis económica crece el número de gente que duerme en la calle. Cada vez hay más de la clase media y disminuye el promedio de edad. En la Capital 80 por ciento de los "sin techo" son hombres.

ALBERTO GONZALEZ TORO. De la Redacción de Clarín.

SIN ABRIGO. Cada vez más argentinos con estudios secundarios y oficios calificados viven en las calles de Buenos Aires. (Foto: Roberto Ruiz) 

 

 Están en las calles, en las veredas, en las plazas, en algún recoveco, cerca de las grandes estaciones de ómnibus y de trenes. Recoleta, Palermo, Belgrano, Barrio Norte, Once, Constitución, Retiro, son sus hogares más visibles. Hombres y mujeres que han perdido su identidad, su autoestima, sus vínculos familiares y amorosos. Algunos son crónicos, casi irrecuperables. Otros ocultan con vergüenza su condición de ex clase media, que tuvieron casa, empleo, pareja, y que ahora prefieren perderse en el anonimato. Todos ellos son personas sin techo, o deambulantes, según el término que utilizan los psicólogos y asistentes sociales que intentan reinsertarlos en la sociedad.

La licenciada Silvia Villarroel —a cargo del Hogar de Tránsito de la calle Monteagudo 435, en Parque Patricios— define el perfil que el deambulante tenía a principios de la década del noventa, según un estudio realizado en una de las iglesias del Servicio Interparroquial de Ayuda Mutua (SIPAM), una ONG de origen cristiano. "Mayor de 40 años, varón, argentino o de países limítrofes, documentado. Sus trabajos son temporarios, construcción, gastronomía o peón de carga; pasa largos períodos desocupado", se subraya en el informe. "Tiene su escuela primaria terminada, vive en la calle hace varios años, con períodos de ingreso a Hogares de Tránsito y hoteles baratos. No fueron chicos de la calle, se criaron con familiares, aunque no conservan contactos con éstos. Las mujeres mayores no se diferencian de las características anteriores, aunque su estado de deterioro físico y mental es grande. En el caso de las más jóvenes, tratan de tener un proyecto familiar por sus hijos".

Diez años después, Villarroel constata que el "sin techo" de hoy ya no es el mismo de los años noventa. Una encuesta realizada en trece de las instituciones que participan de la SIPAM, sintetiza su nuevo perfil: "Varón de entre 30 y 49 años, argentino, alto porcentaje de solteros, alfabetizados, con mayor porcentaje de escolaridad secundaria y con oficios mejor calificados. Generalmente se crió con su familia y los que tienen hijos aún se relacionan con ellos. Está desocupado hace menos de dos años, y en general hizo aportes jubilatorios. Su salud la atiende en los hospitales municipales, y sus enfermedades más comunes son bronquitis, afecciones circulatorias, visuales, traumatológicas debido a accidentes, y HIV. Le cuesta reconocer sus adicciones y alcoholismo. Se encuentra viviendo en la calle y Hogares de Tránsito, y este tipo de vida la está llevando desde hace menos de cinco años. El deambulante de hoy no acepta este estilo de vida y le gustaría vivir acompañado".

En la Capital Federal existen cinco Hogares oficiales, cuatro para hombres y uno para mujeres, más una decena de hoteles que también alojan a los "sin techo" por cuenta del Gobierno de la Ciudad. Hay, además, varios Hogares solventados por ONGs. En los últimos tiempos aumentó el porcentaje de personas de clase media. Y también es verdad que disminuye cada vez más la edad de los que duermen en la calle. Yo diría que el promedio está entre los 45 y 55 años, dice la psicóloga Patricia Malanca, coordinadora del programa Buenos Aires Presente(BAP), del gobierno porteño.

De los centenares de personas que deambulan sin destino por Buenos Aires, el 80 por ciento son hombres, y el 20 porciento, mujeres. Ellas, por lo general, sufren problemas de origen psiquiátrico. Hay menos mujeres en las calles porque siempre están más contenidas, por sus familias, por amigas, y porque tratan de no desprenderse de sus hijos. Los hombres, en cambio, rompen con más facilidad sus vínculos. Cuando se quedan sin trabajo, se avergüenzan, dejan de ser el sostén de la casa, pierden su autoestima, y empiezan a deambular hasta que terminan en una plaza, reflexiona Malanca.

El alcohol es su peor enemigo. De acuerdo con cifras del BAP, un 70 por ciento es alcohólico. El alcoholismo también aumentó, precisa Malanca. Hace tres años, el porcentaje orillaba el 65%. Los "nuevos pobres", que abandonaron sus hogares empujados por la crisis económica y social, son los menos afectos al alcohol. Además, intentan diferenciarse de los "otros". Al principio, tímidamente, se acurrucan en un lugar y tratan de que nadie los vea. Todavía tienen buena ropa y el pelo bien cortado. Después de abandonar su hogar, a su mujer y a sus hijos, suelen terminar en la pieza de un hotel. Pero como no consiguen trabajo también tienen que dejarla. Su único destino es la calle.

Los psicólogos y asistentes sociales que trabajan para el BAP y las ONG coinciden en opinar que la mayoría de los "sin techo" tuvo alguna vez un oficio, una profesión y que a diferencia del homeless de otros países, el argentino no sólo se tapa con el diario, sino que también lo lee y se informa. Está orientado temporespacialmente, sabe qué pasa con el país, con la política, con la economía, conoce el ''rebusque'' de los comedores parroquiales, el ''cuento del tío'' como defensa y como mecanismo de supervivencia para el ''mangueo'', dice Malanca.

En los Hogares, pueden dormir, ducharse, comer, y son asistidos por psicólogos, asistentes sociales y médicos. En casi todos ellos, ingresan a las seis de la tarde y deben retirarse a las seis de la mañana. Se supone que durante el día, deben buscar trabajo. Algunos consiguen changas, pero ahora hasta esta posibilidad se hace difícil, lamenta la asistente social Mónica Martínez, coordinadora del Centro de Admisión Costanera, un Hogar oficial de Tránsito situado frente a la ex Ciudad Deportiva de Boca Juniors. Este Centro está rodeado de un inmenso parque y recibe luz todo el día. Por eso nadie quiere irse, apunta Martínez.

Después de los 60 años, las personas que viven a la intemperie tienen otro problema: deberían ir a los Hogares para la Tercera Edad, pero en este caso la vacante sólo se consigue cuando muere uno de los viejos: la muerte de uno es la vida del otro.

En Moreno 2472, en el Once, en el Hogar de San José, de la Compañía de Jesús, el padre Diego Fares también reconoce que en los últimos años aumentó el número de personas de clase media que buscan una cama y un plato de comida. No hay trabajo, y esto lo sabe todo el mundo, se indigna el sacerdote. Pero un fiel seguidor de San Ignacio de Loyola cumple a conciencia con una de las máximas del fundador de la Orden: "En todo, amar y servir, a mayor gloria de Dios". Una hilera de hombres espera, en silencio, respetuosamente. Vienen por el almuerzo, explica el padre Fares. Algunos ocultan la cabeza, avergonzados.

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 Vidas y obras: de Ushuaia a Resistencia 

 Desde 1999, catorce barrios muy pobres de todo el país cuentan con luz, gas, agua y cloacas gracias a un plan de la secretaría de Políticas Sociales del Ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente

PILAR FERREYRA. Periodista.

 

El barrio El Bosquecito, en Ushuaia, antes (arriba) de ser reconstruido por el programa de Mejoramiento de Barrios. (Foto: Ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente) 

 Marcela Cabral (32) interrumpe la charla que sostiene con unas vecinas bajo el tórrido sol chaqueño. Vence la timidez e invita a Zona a entrar a su casa, una de las 140 viviendas modestas del barrio Villa Libertad II en la zona sur de Resistencia, Chaco. Contiguo a un ambiente, aún precario, que algún día transformarán en living, hay un baño chico pero completo. En el fondo de la casa un montículo de ladrillos demolidos cubre lo que hasta hace un tiempo era una letrina.Iba a llevarnos un montón de tiempo acondicionar la casa y la calle tampoco estaba en condiciones; ahora puede entrar una ambulancia y hay más seguridad porque hay iluminación. Antes sacábamos agua de una canilla, ahora la recibimos en nuestras casas. Eso es más higiénico para los chicos del barrio, señala.

Para familias que llevan más de tres generaciones sumergidas en la pobreza o que son de la clase media pauperizada, el programa Mejoramiento de Barrios de la secretaría de Políticas Sociales del Ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente les da infraestructura social y urbana básica. Un requisito es vivir en barrios de ciudades con más de 20 mil personas excepto Capital Federal y GBA. El plan abarca construcción de calles, alumbrado público, conexiones domiciliarias de electricidad, gas, agua y redes cloacales. Sólo en las casas donde hay letrinas se construyen baños. También regulariza la situación nominial de los vecinos. Hasta el momento se entregaron 5.050 títulos de propiedad. Muchas de estas familias utilizaban luz o agua ilegalmente. Con el programa pasan a una situación de legalidad que debemos ayudarlos a sostener. Es clave del programa capacitar a los vecinos en la autogestión. Sólo de esa manera aseguramos la sustentabilidad de las nuevas condiciones finalizada la intervención, explica el arquitecto Carlos Pisoni, Coordinador Ejecutivo del programa.

Debido a problemas burocráticos, el programa se activó recién en 1999, pese a que el Banco Interamericano de Desarrollo había firmado el contrato de crédito en 1997. El plan tiene previsto 170 millones de dólares para su financiamiento (60 por ciento prestado por el BID a 20 años con 5 de gracia. El resto son fondos estatales). De cada 100 pesos, 94 pesos se invierten en infraestructura y seis en operación y asistencia técnica, indica Pisoni.

 La organización consta de unidades de coordinación nacional (UCN) que trabajan conjuntamente con las unidades ejecutoras provinciales (UEP) durante el tiempo de la intervención. De 1999 a noviembre de 2001 se mejoraron 14 barrios, se capacitaron a 27 organizaciones vecinales y fueron construidos 4.250 baños completos. Hasta el momento 15 mil familias han sido subsidiadas. El programa tiene previsto ayudar a 40 mil familias en total.

La pobreza de los barrios carenciados de Tierra del Fuego no puede compararse con la de los barrios de Chaco. Mientras los ingresos medios de las familias de Ushuaia y Río Grande oscilan entre los 500 y los 200 pesos, los de las de Resistencia apenas si llegan a los 200. La mayoría de estos barrios tienen tasas de desocupación superiores al 80 por ciento por lo que, tanto en el norte como en el sur, las mujeres logran algunos pesos cuidando chicos o empleándose en el servicio doméstico. Los varones fueguinos sobreviven con changas de carpintería y albañilería; los del Chaco también, pero además se la rebuscan arreglando jardines o vendiendo frutas y verduras como carreros.

En el Bosquecito, barrio fueguino, la madera de lenga recubre las paredes y los pisos de la casa donde María Elena (32), una cordobesa que abandonó la Docta once años atrás, convive con su esposo y sus dos hijos. El invierno y el viento patagónico dejaron rastros de su hostilidad en el escenario ciudadano: no hay árboles, no hay plantas. Ni una flor. Las cloacas desagotaban en el chorrillo que cruzaba de punta a punta nuestro barrio. Mis hijos siempre estaban enfermos de diarrea y vómitos. Ahora se enferman menos y vivo en un barrio sano y limpio a pesar de que todos los perros siempre vienen a sentarse junto a mi puerta, cuenta.

El programa también desarrolla talleres. Algunos son sobre seguridad y cuidado del medio ambiente. Otros, sobre violencia familiar y comunicación entre padres e hijos. En el centro vecinal del barrio fueguino, Aeroposta, un cartel en papel afiche rosa, colgado cerca de la entrada reza: "Planificación participativa: una serie de pasos realizados entre todos que nos permite lograr los objetivos que nos propusimos para solucionar algún problema común, aprovechando los recursos con los que contamos".

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