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» LA NOCHE EN QUE USHUAIA SUBIO SU TEMPERATURA

A cielo abierto y con entrada gratuita, fueron 12 mil personas, algo más del 20 % de la población. Con un García eufórico y dispuesto a repasar sus mejores hits, el show duró más de tres horas. Y fue una fiesta.

Pueblo chico, historia grande. Tan grande, que todos los pronósticos quedaron cortos: que irán unas 6 mil personas, que cantará una hora y pico, que será un buen show. Ningún buen show. Una fiesta, en todo sentido, el paso de Charly García por Ushuaia: tocó al aire libre durante más de tres horas, repasando buena parte de su carrera, frente a 12 mil almas. Algo así como que al menos uno de cada cinco habitantes de la ciudad más austral del mundo quiso estar cerca de la revolución. ¿Si hacía frío? Muchísimo, pero la magia del músico fue capaz de poner en duda los 2 grados de temperatura.
Remeras al viento, torsos desnudos, calor humano. Atrás, ahí nomás, la cadena montañosa imponente, nevada. Más adelante, las aguas tan dulces como heladas de la Bahía encerrada. En el medio, el playón del Polideportivo Augusto Laserre. Y en el medio de ese medio, el 22 % de la población de cara al escenario que sostenía la fina estampa del hombre que pisaba por primera vez la capital fueguina.
Organizado por la Municipalidad de Ushuaia y con el apoyo de la Secretaría de Cultura de Presidencia de la Nación, el show del viernes a la noche fue gratuito y a cielo abierto. Ni las tímidas gotas de la tarde lograron hacerle sombra a la excitación urbana. "Nos vemos ahí", fue la vana frase que más se oyó durante el día. Lo de vana viene a cuento de la multitud: a medida que se acercaba la hora del concierto (previsto para las 22, pero largó 30 minutos después), resultaba imposible encontrarse. Tanto, que, como la explanada desbordaba de gente, se armó una suerte de superpullman a más de 600 metros, en una calle elevada, con el alumbrado público y un eco lejano como mejor compañía. Todo valía en la noche fueguina que iba ser testigo de un largo repaso por la carrera del músico que acaba de cumplir 53 años.
Si bien el eje central del concierto sería la presentación de Rock and Roll, yo —su último disco, el 19º como solista—, el recital tuvo más del espíritu de una que sepamos todos que de material nuevo. Entonces sonaron clásicos como Popotitos, Perro andaluz, Nos siguen pegando abajo y Ethileda, en medio de un show que superó los 30 temas. Aunque la lista inicial, pegada en los teclados de García y al pie del sector de las cuerdas, hablara de 18.
En realidad, de la lista inicial, poco y nada: ni empezó, como ahí indicaba, con Demoliendo hoteles ni cerró con No voy en tren. Nadie, convengamos, se sorprendió. Se sabe, el universo García todo lo contempla. Y, entonces, los seis músicos que lo acompañan desde hace unos meses (tres chilenos y tres argentinos) sólo esperan que él arremeta con lo que quiera, para seguirlo sin cuestionamientos ni dramatismo. La impronta de la improvisación es parte del su sello.
Así, a las 22.38, a poco de haber aterrizado —en el último vuelo del día, proveniente de Buenos Aires— y previa visita por el hotel (ver Antes del...), salió a escena enfundado en pantalones rojos, pullover negro, tapado rojo y un gorro de lana que uso por encima de los auriculares. Eligió el vestuario con la certeza del frío del caso. De todos modos, en el escenario —de 8 por 14 metros— que la Municipalidad montó especialmente para el concierto había ocho caloventores a gas y querosén y seis estufas. Quizás, haya sido necesario tanto calor ahí arriba, aunque con el correr de la noche, la fiesta había logrado su propia temperatura, suficiente como para que más de un fan se quedara con el torso desnudo y la remera al viento.
Remeras, bufandas, gorros, buzos, todo lo que era revoleable, se revoleaba siguiendo el tentador rocanroll que desgranó García, montado a una alegría envidiable. Custodiado por dos muñequitas Barbie que acababa de comprar en el free shop, uno de sus teclados echó a correr los primeros acordes de la noche: Dileando con un alma abrió el repertorio, que siguió con Rehén, con Loco, con Rock and roll yo... Charly tiraba las primeras notas y la gente se subía al tema que fuera con el rito correspondiente: baile furioso si pintaba para el rock, encendedores para las melodías más suaves, brazadas enérgicas para Nos siguen pegando abajo.
Más allá de que haya implementado hacer un intervalo en cada una de las presentaciones de esta gira patagónica (comenzó el 26 en Trelew, anoche fue el turno de Río Gallegos, el jueves tocará en Bariloche y el viernes, en Neuquén), el corte de 15 minutos en el show del viernes lo ameritaba más aún, porque la fiesta tiraba para larga.
Ya entrada la madrugada del sábado, se refugió un ratito en el camarín que le montaron en el gimnasio del Polideportivo (ver Después del...), donde tomó unos tragos y se cambió la ropa, para luego reaparecer con un jean, una camisola blanca y zapatillas azules. Y un pasamontañas. Y una barba finita dibujada con delineador de ojos marrón. Con la alegría de un niño en el día de su cumpleaños, se sentó en la punta de la tarima de los teclados, se acomodó el saco esperando que se reabriera el telón, para desde ahí abajo, con las piernas cruzadas, saludar al público con la mano abierta. Y el alma también.
Conocedor del perfil de sus seguidores, supo en qué momento potenciar la seducción, modificando la letra de Vicio: Soy un vicio más, en Ushuaia soy un vicio más. Y todo se volvió euforia. Hasta el Intendente, Jorge Garramuño, soltó la ovación a un costado del escenario. Tanto como cuando le avisaron por celular que estaba todo bajo control en los alrededores. El operativo policial había contemplado a 150 efectivos, que se dedicaron más a disfrutar que a operar, porque la fiesta solo devino en fiesta.
Después de cumplir con pedidos de temas de Serú Girán, de Sui Géneris, de La máquina de hacer pájaros, la segunda parte —que abrió con Cerca de la revolución— lo mostró más movedizo, yendo de una punta a otra del escenario, bromeando con sus músicos, quitándose y poniéndose el saco, haciendo uso de su histrionismo para delirio ajeno. Cerca de las 2 de la mañana, levantó el brazo derecho, dio las gracias, y partió. Volvió, regaló dos bises, una de las Barbie y se instaló por un rato en el camarín. Ya era el otro día, pero para él, la noche recién empezaba. Faltaban todavía la cena con centollas y una zapada en un bar del centro hasta el amanecer. Fue el día en que Ushuaia tuvo sensación térmica propia. Esa que no sabe de vientos, pero sí de brisas.

  » ANTES DE LA FIESTA
           Ya a la tarde, durante la prueba de sonido, varios fans se acercaron al Polideportivo Laserre para asegurarse un buen lugar frente al escenario. De todos modos, la mayoría comenzó a llegar alrededor de las 21, todos juntos, como si se hubieran abierto las puertas que no hay. Dicen los lugareños que, para evitar chupar mucho frío, el público patagónico asoma casi siempre sobre la hora.

            Para ese entonces, mientras la gente saltaba para entrar en calor o se tomaba los cafecitos que se vendían a un peso, García aterrizaba en el Aeropuerto de Ushuaia, en un vuelo directo desde Aeroparque. Antes de subirse a la combi que lo llevó al hotel cuatro estrellas, recorrió el free shop, se compró unas muñecas Barbie, unas bebidas y un par de souvenirs. Su agenda marcaba que se instalaba en la suite presidencial, elegía qué ropa ponerse para el show y partía como para asomar, subir y gustar.

            En el gimnasio del lugar donde se haría el show, los músicos ajustaban sus instrumentos y comían milanesas con puré. En un camarín improvisado al lado del de García, los seis tenían a su disposición, también, dos fuentes de fiambres, una canasta con bananas, peras y manzanas rojas, unas botellas de tinto, café caliente, gaseosas y sandwichitos de miga.

            Entre bocado y bocado, los tres músicos argentinos (Alejandro Terán, Javier Weintraub y Julián Gándara) afinaban sus cuerdas y brindaban por los 26 años que ese día cumplía Julián. La banda se completa con los chilenos Tonio Silva (batería), Kiuge Hayashida (guitarra) y Carlos González (bajo). Hubo una zapada (mini concierto íntimo, más lúdico y para unos pocos) y unas demostraciones de malabarismos con dos manzanas y una naranja.

            García estaba al llegar. Adentro, los músicos sólo esperaban la orden para subir. Afuera, la gente se movía al ritmo del reggae de Bob Marley que desgranaban los parlantes. En un ratito se agotaron las remeras con el logo de Say no more que se vendían a 15 pesos.

            A las 22.29, el chofer de la combi anunció que ya estaba en el lugar. La banda subió, García apareció, se corrió el telón y el antes le cedió al durante.

  » DESPUES DE LA FIESTA
           Ya a la tarde, durante la prueba de sonido, varios fans se acercaron al Polideportivo Laserre para asegurarse un buen lugar frente al escenario. De todos modos, la mayoría comenzó a llegar alrededor de las 21, todos juntos, como si se hubieran abierto las puertas que no hay. Dicen los lugareños que, para evitar chupar mucho frío, el público patagónico asoma casi siempre sobre la hora.

            Para ese entonces, mientras la gente saltaba para entrar en calor o se tomaba los cafecitos que se vendían a un peso, García aterrizaba en el Aeropuerto de Ushuaia, en un vuelo directo desde Aeroparque. Antes de subirse a la combi que lo llevó al hotel cuatro estrellas, recorrió el free shop, se compró unas muñecas Barbie, unas bebidas y un par de souvenirs. Su agenda marcaba que se instalaba en la suite presidencial, elegía qué ropa ponerse para el show y partía como para asomar, subir y gustar.

            En el gimnasio del lugar donde se haría el show, los músicos ajustaban sus instrumentos y comían milanesas con puré. En un camarín improvisado al lado del de García, los seis tenían a su disposición, también, dos fuentes de fiambres, una canasta con bananas, peras y manzanas rojas, unas botellas de tinto, café caliente, gaseosas y sandwichitos de miga.

            Entre bocado y bocado, los tres músicos argentinos (Alejandro Terán, Javier Weintraub y Julián Gándara) afinaban sus cuerdas y brindaban por los 26 años que ese día cumplía Julián. La banda se completa con los chilenos Tonio Silva (batería), Kiuge Hayashida (guitarra) y Carlos González (bajo). Hubo una zapada (mini concierto íntimo, más lúdico y para unos pocos) y unas demostraciones de malabarismos con dos manzanas y una naranja.

            García estaba al llegar. Adentro, los músicos sólo esperaban la orden para subir. Afuera, la gente se movía al ritmo del reggae de Bob Marley que desgranaban los parlantes. En un ratito se agotaron las remeras con el logo de Say no more que se vendían a 15 pesos.

            A las 22.29, el chofer de la combi anunció que ya estaba en el lugar. La banda subió, García apareció, se corrió el telón y el antes le cedió al durante.

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