La
Larga Marcha, por
Osvaldo Bayer (pagina12. 18/11/01)
Hace
ochenta años, por las inmensidades patagónicas se escuchaba el eco de balazos.
Se estaba fusilando a gente humilde. Los fusiladores eran soldados de Buenos
Aires. Eran tiempos de Yrigoyen. A las peonadas se las fusilaba por
huelguistas. Querían hacer cumplir un convenio firmado
meses antes por el propio militar que ahora las fusilaba.
Los huelguistas eran trabajadores de la lana. Exigían cien
pesos por mes, que las instrucciones del botiquín estuvieran en castellano y
no en inglés, que se les diera un paquete de velas por mes para iluminarse de
noche, y otras pequeñeces. El año anterior, el teniente coronel Varela había
venido y firmado el primer convenio rural de la Patagonia, aceptando el
petitorio de la gente de la tierra. Pero el convenio no fue cumplido en nada
por los patrones. Y las peonadas volvieron a dejar el trabajo y a formar
emblemáticas columnas exigiendo justicia; columnas que recorrían el
interminable horizonte de las tierras frías
pobladas de animales de blanca lana. Es aquí donde se produce el
derrumbamiento de toda moral, de toda irracionalidad, del más mínimo
principio de ética. Varela vuelve con su 10 de Caballería y en vez de
castigar a los estancieros que no habían cumplido, fusila concienzudamente
a las peonadas, por huelguistas. No hay escapatoria, todo huelguista sea
gaucho, chilote o anarquista europeo es castigado duramente y luego
fusilado. Sin juicio ni acta. Por orden del comandante.Santa Cruz quedará
para siempre con montículos llenos de muertos. Las llamadas tumbas masivas.
Ahí permanecerán para siempre, en el silencio del desierto y de las cobardías
humanas. Nadie hablará. Sólo en voz baja. Ni los salesianos las marcarán
con una cruz de palo ni nunca una mano de mujer colocará una flor. Los
gauchos vuelven al corazón de la tierra. Esta es tierra de obediencias
debidas. De fusilamiento y desaparición. Las ovejas son para los ingleses y
para los señores de las sociedades rurales. Y nada más. Ese es el orden
establecido. A los cuales jamás una jeta de negro vendrá a imponerles
algo. La comunidad británica de Santa Cruz despedirá al comandante con un
emocionado "porque eres un buen camarada". Hay lágrimas en esos
hombres gordos y colorados. El comandante ha cumplido con las órdenes de la
Casa Rosada. ¿O no?
Porque ahora vendrá la cosa. El balurdo es demasiado
grande. En Buenos Aires se ha seguido fusilamiento por fusilamiento. La
oposición pregunta con voz tonante: ¿quién ordenó matar? Los sindicatos
ocupan las calles en protesta.
Fusilar en la lejanía había sido cosa fácil. Pero
ahora, a esta opinión pública informada, ¿qué se le dice? ¿Cómo es
esto que en la Argentina no hay pena de muerte, pero para con los peones
huelguistas sí, y sin juicio previo?
Se va sabiendo que cuando se declaró la segunda huelga,
el presidente Yrigoyen estaba en una situación difícil. El gobierno británico
le había enviado un conceptuoso mensaje que si no defendía las propiedades
de los súbditos de S.M., Londres enviaría dos buques de guerra que estaban
en Malvinas al territorio de Santa Cruz para guardar el orden. Y todos saben
que Gran Bretaña no deja solos a sus súbditos en ninguna parte del mundo.
También Yrigoyen pasaba un mal momento con el partido
dividido, con problemas en Mendoza, con huelgas rurales en la pampa
bonaerense, etc. Y se estaba a corto plazo de las próximas elecciones
presidenciales.
El hilo se cortó por lo más delgado. La orden
presidencial al comandante Varela fue terminar con las huelgas patagónicas,
y para siempre. El comandante cumplió con toda ferocidad el deber
encomendado. Total, los muertos habían quedado lejos, y eran nada más que
pobres ovejeros, gente de campo, y algunos anarquistas que proclamaban un
paraíso futuro sobre la base de la libertad y el antiautoritarismo. La
tragedia oculta llegó al Congreso Nacional. Y ahí quedó todo en claro.
Los fusilamientos masivos. La actitud criminal de Varela y sus oficiales
Anaya, Viñas Ibarra, Campos, Schweitzer.
La oposición pidió el esclarecimiento de todo. Una
comisión investigadora que concurriera ya a las latitudes sureñas para
hacer un relevamiento del crimen. Pero la bancada radical votará en contra.
No quiere saber la verdad.
Ejerce el poder de su número para tapar el crimen.
La primera víctima ha sido la democracia.
El comandante Varela justificará su conducta ante sus
superiores en el ejército elevando un escrito en el que señala: "El
Excelentísimo Señor Presidente de la Nación me ha manifestado su
conformidad con el procedimiento empleado por las tropas a mi mando en el
movimiento sedicioso de la Patagonia, no permitiendo que se efectuara
investigación alguna sobre el proceder de las tropas".
Obediencia debida y Punto Final. Y no se habló más. La
Justicia se calló la boca pese a lo público del caso. Miró para otro
lado.
Los únicos que no se conformaron fueron los anarquistas.
Habían esperado que se hiciera justicia. Como todos se lavaron las manos,
decidieron que la justicia la iba a hacer el pueblo. El anarquista alemán
Kurt Gustav Wilckens hizo uso del "sagrado derecho de matar al
tirano". Lo esperó a Varela en la calle, le arrojó una bomba -que
expresaba la explosión de la ira del pueblo- y le fue perforando el cuerpo
con cinco balazos. Wilckens fue asesinado en la cárcel y será el momento
en que el pueblo salga a la calle a enfrentar a la policía y a declarar el
paro general. Fueron días de lucha a brazo partido. Las publicaciones
proletarias llorarán la muerte del vengador. Poco después los anarquistas
pondrán punto final a la trágica sucesión de muertos y matarán al
carcelero que había asesinado a Wilckens.
El radicalismo siempre guardó silencio ante la tragedia
de las peonadas rurales. El autor de estas líneas se dirigió por escrito a
todos los presidentes del Comité Nacional de ese partido. Les pedía una
autocrítica y, el 7 de diciembre, fecha de los fusilamientos en la estancia
"La Anita", ir personalmente a depositar una flor allí. Jamás me
contestó ningún titular del máximo cuerpo del radicalismo. Les recordé
el gesto de Willi Brandt, el primer ministro alemán quien -en su primera
acción de gobierno- se puso de rodillas ante el monumento al Holocausto y
pidió perdón en nombre del pueblo alemán. Tampoco la CGT jamás hizo un
acto recordativo porque temía enemistarse con el ejército.
Pero, desde abajo, se ha ido rompiendo el silencio. Después
de décadas, hoy, muchos lugares recuerdan a los héroes obreros. La tumba
de la estancia "La Anita" ha sido marcada con un templete; una
calle de Río Gallegos se llama Antonio Soto; la escuela
secundaria de Gobernador Gregores lleva el nombre de José Font ("Facón
Grande") por el voto de los docentes, de los alumnos y de los
padres de los alumnos. En Galicia, la tierra natal de
Antonio Soto, hay una calle con su nombre en El Ferrol, y una placa recuerda
su nacimiento en esa ciudad.
Y en Jaramillo se levanta la estatua al gaucho
entrerriano José Font, fusilado por Varela en ese lugar, un hermoso
monumento en medio del desierto patrocinado por UATRE, la Unión de
Trabajadores Rurales y Estibadores. Y, en este ochenta aniversario, la
organización rural pondrá el nombre de José Font al hotel para sus
afiliados que se encuentra en Buenos Aires.
El silencio ha sido roto. La falta de coraje civil ha
sido vencida. Las peonadas fusiladas por el miedo y la crueldad, se han
levantado de sus tumbas y han comenzado a recorrer sus queridas tierras
santacruceñas. Allí donde alguna vez soñaron vivir con dignidad y gozar
de sus horizontes interminables.