Aquel sueño

   

                Sonó el despertador. Ya eran más de las ocho, otra vez había tenido el mismo sueño. Desde hacía mas de un mes soñaba siempre la misma cosa. Y encima parecía tan real. Había consultado con varios psicólogos y hasta con espiritistas y curanderos, pero nadie había podido darle una razón del porqué de aquel sueño y de quién era ella con la que él siempre soñaba. Siempre igual, siempre en el mismo lugar. En aquel bosque dorado de flores púrpuras y aquel lago de plata. Siempre la misma frase - ¿Cómo puede ser que no me recuerdes? - Era una mujer hermosa, de cabellos dorados y de ojos de un azul más profundo que mil océanos. Pero quién era. Eso era lo que él deseaba saber.

                Se levantó todo transpirado. Otra vez había olvidado cerrar las persianas y el sol recalentaba todo el aire de la habitación. La atmósfera era agobiante e imposible de respirar. Con mucho esfuerzo llegó hasta el baño y abrió la ducha. Un chorro de agua helada le cayó  en la cara y otra vez se sintió revivir. Trató de recordar algo más de su sueño, pero las imágenes eran muy borrosas. Se quedó así un rato, con la mente confusa y cansada, respirando. ¿Quién era? ¿La conocía? o ¿La iba a conocer?; y encima ese lugar, tan extraño. Cuanto más lo pensaba, más raro le parecía todo y, sin embargo, tan familiar que... Sonó el timbre. Se cambió rápido y salió a ver quién era. En el apuro se tragó la mesita de luz del vestíbulo y se lastimó la rodilla. Cuando llegó al balcón la sangre que le manaba de la rodilla ya le llegaba al tobillo. -¿Quién es? - preguntó, pues no lograba ver a nadie. De un rincón oculto por los árboles de la acera salió una anciana. Iba vestida con trapos viejos y bajo el brazo llevaba un bulto que él no llegaba a distinguir -¿No le interesaría comprar un libro señor?- le preguntó. Le dijo que no y estuvieron un rato discutiendo, pues la anciana era muy insistente y no quería renunciar tan pronto a la venta de unos de sus libros. Al fin logro deshacerse de ella diciéndole que otro día, cuando tuviera algo más de dinero, le compraría alguno; y volver al baño a lavarse la herida.

                Se sentó en el bidé molesto consigo mismo. Por un momento había creído que había sido ella la que había tocado el timbre. -¡Que estúpido!- pensó - por Dios, si sigo así dentro de poco no voy a poder distinguir entre un sueño y la realidad.- Se curó la herida con un poco de agua oxigenada y unas gasas, y salió al vestíbulo.

                Volvió a entrar a la habitación. El lugar ya era un infierno. Abrió las ventanas y cerró las persianas para que se ventilase un poco, y luego salió a la calle para ir a la confitería de la esquina a desayunar.

                Era un hermoso día de verano y el sol recalentaba la acera ya desde temprano. De vez en cuando una pequeña brisa se levantaba para refrescarle la cara a los pasantes pero era tan leve que era muy difícil siquiera notarla. Pero igual, ni el sol ni la brisa habían logrado engañar al otoño, que ya se preparaba para llegar dorando las primeras hojas.

                Entró en la confitería y en seguida pudo sentir el cambio de atmósfera. Habían encendido el aire acondicionado. Se sentó en su lugar de siempre y pidió, como todas las mañanas, un jugo de naranja exprimido y tres medialunas. - Después me pregunto porqué los sueños se me repitén - pensó - si mi vida es siempre la misma.- y se propuso empezar a cambiar a partir del día  siguiente, al menos en el desayuno. Claro que eso era también lo que se prometía todos los días.

                El jugo helado lo refresco un poco y le ayudo a despejar la mente, que aún se empeñaba en recordar y repasar, una y otra vez, aquel sueño que se repetía. Trató de distraerse viendo a la gente que pasaba por la vereda de enfrente. Una niña le hacía caprichos a su madre y se negaba a seguir avanzando. Estaba tirada en el suelo, sobre el césped de un cantero, gritando y sacudiéndose, y ya se había ensuciado todo el uniforme con el pasto. La madre, con el rostro rojo a causa de la vergüenza y la rabia, jalaba  del brazo de su hija en un intento por levantarla y seguir caminando.

                De repente notó en la vereda de enfrente a una mujer que lo observaba de una manera muy extraña. Era una muchacha de cabellos rubios. Unos preciosos ojos celestes centellaban en sus rostro hipnotizándolo. Era ella, la mujer de sus sueños. Estaba seguro. No sabía cómo, pero lo estaba. La vió entrar en una galería de arte, invitándolo con la cabeza a que la siguiera.

                Pagó apresuradamente y salió de la confitería, dando traspiés y llevándose a un montón de gente por delante. En la desesperación por alcanzarla, casi lo pisa un coche que estaba intentando estacionar. Mientras corría se preguntaba: ¿Sería realmente ella o se lo habría imaginado todo? Pero, ¿cómo podía ser? Él la había visto, estaba seguro. Entró en la galería.

                Cuando entró la gente se volteó a verlo. Seguramente no había dado una buena impresión al entrar tan desesperadamente. Trató de disimular, y comenzó a buscarla con la mirada, esquivando a la gente que se aglomeraba en los distintos pasillos. Cuando estaba a punto de darse por vencido, y aceptar que todo había sido un producto de su imaginación, la vió. Estaba allí, en el fondo. Tan real, tan tangible. Sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo. La mujer observaba el cuadro de una playa. Intentó abrirse pasó entre la gente apresuradamente, pero para cuando llegó al otro lado la chica había vuelto a desaparecer. Desesperado buscó a su alrededor, tratando de encontrarla; pero era inútil, ya no estaba

                Salió de la galería, confundido y cansado. ¿Qué había sido aquello? Acaso su mente le había querido jugar una mala pasada, o realmente había estado ella allí?

                Miró su reloj. El tiempo se le había pasado volando, ya eran más de las diez. Por primera vez en su vida llegaría tarde a su oficina.

                Trabajaba de psicólogo desde hacía diez años. La verdad era que a él jamás le había interesado la psicología, no al menos desde un punto de vista profesional. Pero sus padres, y hasta sus abuelos, habían insistido en ello, diciendo que era lo mejor para él, que era una buena carrera y que con ella se aseguraría un buen futuro. En verdad lo que él siempre había deseado era ser escritor, y en el armario de su casa guardaba un montón de manuscritos que jamás se había atrevido a publicar, por miedo a la crítica.

                Paró al primer taxi que vió y se fue a la oficina aún zumbándole en la mente lo que acababa de ocurrir. Mientras viajaba, se puso a repasar una vez más, el sueño de aquella noche. Por más que lo intentara, no podía alcanzar a recordar el rostro de esa mujer. Solo sus ojos perduraban en su mente, como dos estrellas inextinguibles, con una luz y un brillo que lo consumían y obsesionaban. Pero, ¿quién era? ¿Por qué le reclamaba de aquella forma el que no la recordase? ¿Es que acaso la había visto alguna vez fuera de sus sueños? No podía ser, en ese caso tendría que recordarla sin ninguna dificultad. Pero allí estaba ella, reclamándole, sin saber él por qué. ¿Existiría aquel bosque dorado y una laguna de aquel color? ¿Ese tipo de flores crecerían en algún lado? Todo parecía demasiado fantástico, aunque, desde la primera vez que había tenido aquel sueño, la sensación de realidad y de haberlo vivido, no lo habían abandonado. Y es que aquella sensación de realidad era lo que volvía todo tan confuso. No podía ser solo un sueño, no de aquella manera, no de esa forma. Tenía, por más que pareciese imposible, que ser verdad. Y encima ahora, no solo aparecía en sus sueños, sino que se presentaba en el mundo real. Lo llamaba.

                El chofer lo distrajo de sus pensamientos avisándole que ya habían llegado. Se bajó y entró en el edificio. Era una construcción de forma cilíndrica, bastante antigua, con azulejos celestes en las paredes. Su oficina ocupaba todo el piso 11 y, por ende, también era circular. Cuando entró en la oficina, al principio no pudo ver nada pues la habitación se encontraba en plena oscuridad. A medida que sus ojos se fueron acostumbrando pudo distinguir los escasos muebles que adornaban su despacho. En el fondo, casi contra la pared, había un escritorio de caoba todo desordenado y con un montón de papeles desparramados por todos lados. Junto al escritorio se encontraba una cómoda silla giratoria, ya un poco desvencijada y estropeada por el paso del tiempo. Un sofá cama ocupaba el centro del despacho, y a su lado había una mesita ratona en la que generalmente se depositaba el café que se le servía al cliente. Como único adorno tenía colgado en la pared un cuadro que representaba a una naturaleza muerta.

                Se dirigió al escritorio y abrió el enorme ventanal que se encontraba detrás de este, con el fin de lograr iluminar un poco más aquella habitación. Era un ventanal muy lindo pero lamentablemente la vista que tenía  era horrible, pues daba a un edificio en construcción y, encima, por esta misma causa, la luz que procuraba era muy escasa.

                Ese día atendió a varios pacientes pero no consiguió  prestarle atención a ninguno pues su mente se distraía y alejaba, tratando de encontrar una respuesta coherente a lo sucedido aquel día. Más de uno se fue muy ofendido, diciendo que no era para eso para lo que le pagaban. Al final del día había decidido volver a la galería y echarle un vistazo a aquel cuadro, para ver si podía ayudarle a esclarecer un poco más las cosas. No era lo que acostumbraba hacer, normalmente se dirigiría a su casa para cenar tranquilo y luego tener un par de horas para escribir. Normalmente hubiese dejado cualquier salida u asunto, por más importante que fuere, para el fin de semana. Pero esto escapaba a cualquier circunstancias común, no podía dejar pasar tanto tiempo.

 

...

 

 

                Entró a la galería sintiéndose fatigado. Este había sido el día más extenso y extraño de toda su vida. Y aún no había terminado. En aquel momento hubiese dado cualquier cosa por jamás haber seguido a aquella mujer o, mejor aún, por no recordar jamás cualquiera de sus sueños. Había llegado media hora antes de que cerraran así que debía apurarse. Por suerte ahora no había tanta gente como aquella mañana y le resultaba más fácil movilizarse. Estuvo un rato buscando el cuadro, y al fin lo localizó en uno de los pasillos del ala derecha. Se dirigió hacia él y se dió cuenta de que se había confundido. No era una playa lo que en él se representaba, sino una laguna. Estaba rodeada de árboles y, por el color de las hojas, era otoño. Se puso a analizarlo tratando de hallar algo que lo orientase un poco más. Entonces, al observar con mayor detenimiento la laguna, se dió cuenta. ¿Cómo pudo ser tan ciego y no haberlo notado antes? Esa pintura, representaba al paisaje de su sueño. La laguna, con el reflejo de la luna, era su lago de plata; el bosque dorado, eran los árboles en otoño; y, junto a la laguna, crecían unas hermosas flores púrpuras.

                Se quedó mirándolo un largo rato. Era como si la pintura lo atrapara y no lo dejara irse. Entonces todo se obscureció y, de golpe, ya no pudo oír más nada. Se sintió caer, y , a lo lejos, se escuchó un grito. Un grito que le heló la sangre. Alguien necesitaba de su ayuda, pero quién. Y entonces todo se desvaneció.

 

...

 

                Cuando despertó la cabeza le pesaba mucho. Un hombre que trabajaba allí le dijo que se había desmayado y lo ayudó a incorporarse. Aparentemente, por lo que decía, no había escuchado ningún grito.  Le consiguió un taxi y lo ayudó a subir. Para cuando llegó a su casa aún le dolía la cabeza. Aunque supuso que sería por el golpe que se había dado al desmayarse.

                Cenó algo y se acostó a dormir temprano. No pudo dormir bien pues ahora, cuando aparecía la mujer, reclamándole el que no la recordase, se podía oír un grito helado de fondo. Un grito de desesperación. Alguien sufría. Se despertó a las 5:00 hs. de la mañana. Fue al baño y se miró al espejo. Un rostro cansado por la edad se reflejo en él. Detrás del marco de los anteojos los ojos de un color verde apagado y sin vida lo miraban. Trató de peinarse el pelo negro azabache que se erguía indomable desde el cuero cabelludo. Cuarenta años, - pensó - cuarenta años y parece que fuera a cumplir setenta.- La boca se le torció en una triste y amarga sonrisa. - Patético - pensó y volvió a la cama para intentar dormir un poco más.

                Cuando despertó al día siguiente el dolor de cabeza se le había pasado. Se levantó muerto de calor y con el sudor recorriéndole la frente, medio mareado por el ambiente sofocante de la habitación. Se dirigió al baño y abrió la ducha. Había pasado una noche espantosa y no había logrado dormir bien. En su sueño la mujer aún le reclamaba que no la recordase. Pero ahora no era eso solo, también estaba aquel grito. ¿Sería la mujer quien gritaba así? No había parado de preguntárselo desde que había visto aquel cuadro y se había desmayado. No estaba seguro de que fuere un grito de mujer el que escuchaba. Pero tampoco estaba seguro de lo contrario.

                Salió de la ducha y volvió a su habitación. Abrió las ventanas, cerrando las persianas, para  ventilar, se cambió despacio, y fue al living a prepararse una taza de café. Ese día no iría a la confitería a desayunar, no se sentía con ánimos. Se sentó a beber su desayuno, mientras trataba de entender algo de lo sucedido. Estaba seguro de  haber oído en algún sitio, mientras estudiaba para recibirse, de casos en los que, cuando algo terrible le sucedía a una persona, esta podía sufrir un shock tan grande que su subconciente le obligase a olvidar todo lo sucedido. ¿Sería acaso esto lo que le había sucedido? ¿Acaso aquella mujer y aquel sueño serían parte de un pasado olvidado que ahora su mente estaría  tratando de recuperar? Cuanto más lo pensaba más se convencía de aquello. De repente todo parecía encajar. El sueño, que se repetía; el grito; y el que se hubiese desmayado, lo cual debía ser alguna secuela del shock. Seguramente, la mujer que había visto el otro día, había sido un esfuerzo de su mente por recordar algo. Pero entonces, el lugar que aparecía en el cuadro, ¿sería el de su recuerdo? ¿Y aquel grito? ¿Qué significaba? Estaría acaso en problemas aquella mujer. O ... , un escalofrío le recorrió el cuerpo,  ¿Estaría muerta? Alejó esa idea de su mente y terminó su desayuno. Salió al balcón a tomar aire. No iría a trabajar aquel día. No se sentía con ganas.

                Regresó al living y lavó la vajilla distraídamente. Se le calló una taza y se hizo añicos. Por suerte no se corto. De mal humor recogió los pedazos y los depósito en el fregadero, más tarde los recogería. Se tiró en el sofá aún recriminándose por su torpeza.- No puedo dejar de pensar en lo que sucedió. Debo regresar a la galería.- pensó - Debo regresar y averiguar a que lugar pertenecía aquel cuadro.- Se levantó, tomó su saco y salió a la calle atiborrada de gente. El viento soplaba con fuerza aquel día. - Como si estuviera tratando de impedir que llegue.- pensó - Ya me estoy volviendo paranoico - se dijo y sonrió. Entró en la galería y se dirigió a información. La secretaria que lo atendió parecía no tener idea de a dónde pertenecía aquel cuadro, pero entonces encontró un cuaderno con los detalles de cada uno. En el decía claramente que pertenecía a un paisaje de Miramar, una ciudad costera, pero que el autor era anónimo y que, por lo tanto, no se sabía nada sobre él.

                Anotó la dirección exacta en un papel y salió de la galería. No sabía exactamente para que había hecho eso. ¿Para qué quería la dirección del lugar? Entonces se dió cuenta de que todo este tiempo en lo único en lo que había estado pensando había sido en ir a aquel lugar. En visitarlo y lograr así poner su mente en claro.- Y, ¿porqué no?- pensó - Si así voy a lograr volver a dormir tranquilo no veo por que no haya de hacerlo. Y, aparte, no voy a poder vivir con esta duda y este sueño toda mi vida. En algún momento le voy a tener que hacer frente y poner fin. ¿Por qué no ahora? - Totalmente convencido volvió a su casa a hacer las maletas y llamó al aeropuerto para que le reservaran un pasaje.

 

...

 

 

                Se había hospedado en una hostería cercana a la laguna. Acababa de cenar y se estaba preparando para salir a investigar. Por fin lograría aclarar todo, o, al menos, eso era lo que pensaba. La única razón por la cual no lo había echo antes había sido el miedo. De golpe, en dos días, había pasado de llevar, una vida totalmente tranquila y rutinaria, a estar corriendo de un lado para el otro y finalmente viajar a Miramar. Había actuado precipitadamente y, ahora que ya había viajado y se encontraba allí, se daba cuenta de la locura que todo esto representaba. Ahora que se había calmado y podía ver las cosas con más claridad comenzaba a arrepentirse. Pero bueno, ya estaba allí y no había vuelta que darle. Se abrigó bien, tomó coraje, y salió.

                Era una noche obscura, pues estaba nublado. Un viento fuerte anunciaba tormenta. No le importó, debía ir a ver. Ahora que estaba allí una simple llovizna no le haría echarse atrás. Caminó un rato en silencio, atravesando el bosque. Unos bùos ululaban en la lejanía. De golpe llegó a un claro, algo brillaba en el centro. Era el lago. Se acerco con pasos lentos y luego se quedó paralizado, sin saber qué hacer. Era tan parecido a su sueño. Pasó unas cuantas horas tratando de recordar algo, pero no lograba que nada le viniese a la mente. Caminó entre el follaje buscando, aunque no sabía exactamente qué era lo que buscaba. Unas gotas comenzaron a caer con insistencia. Estaba a punto de darse por vencido y volver a la hostería, y, entonces, oyó un grito. Fue un grito largo y profundo. No lo pensó dos veces, corrió hacia donde había salido la voz. Volvieron a gritar, estaba cerca, ya casi llegaba. Entonces se paró en seco. En el jardín trasero de una cabaña, unos niños jugaban a la mancha y gritaban mientras corrían. Se había dejado llevar por la emoción. Decepcionado volvió a la laguna.

                No había nada allí. Al menos, nada con sentido para él. Se sentó sobre una piedra, fatigado por haber corrido. Se sentía tonto ahí sentado, solo. No podía evitar sentir que todo había sido una completa pérdida de tiempo. Estuvo un rato así en silencio, meditando. Luego se levantó lentamente y echó una mirada al lago, estático, sin sentido. Regresó a la hostería con una tormenta ya azotándole la cara. Cuando entro decidió empacar, volvería al día siguiente. Se acostó desanimado. No había logrado aclarar nada.

 

...

 

 

                Cuando llegó ya era de noche. Se dirigió a su cama cerró las persianas y se acostó. Entonces se dió cuenta: esta vez había recordado cerrarlas. Después de todo lo que había sucedido ya no deseaba hacer siempre lo mismo. Lo que era más, al día siguiente tomaría el desayuno en su casa y en vez de ir en taxi, como siempre, se tomaría un colectivo. Si, decididamente, ya no haría siempre lo mismo. - Es demasiado aburrido - pensó. Y, apoyando la cabeza en la almohada, se quedó dormido.

                A la mañana siguiente cuando se despertó, sin transpirar y respirando tranquilamente, trató de recordar que era lo que había soñado, pero no pudo. Sin darle demasiada importancia salió de la habitación para prepararse la ducha.