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Borradores de poesía de Andrés Bello La poesía de Bello en sus borradores No sería exagerado decir que la mayor sorpresa que aguardaba tanto a los editores como a los lectores de la presente colección de las Obras Completas de Bello, era quizás la del material literario reservado para el presente volumen. Ha sido laboriosísima la lectura y la transcripción de los interesantes manuscritos que ahora salen a luz por primera vez; los cuales han sido considerados, con sobrada razón, de incalculable valor para el estudio cabal de la personalidad y de la obra literaria del Maestro. La rebusca más afortunada de los últimos años, entre el variado material impreso e inédito, salido de la pluma de Bello, condujo a los editores de las Obras Completas al hallazgo de los manuscritos de poesía que ahora nos toca estudiar. Los biógrafos de Bello, y más aún los estudiosos de su producción literaria, se han lamentado siempre del extravío y de la pérdida irreparable que en el transcurso de los años, han sufrido, por diversas causas, algunos valiosos o interesantes papeles inéditos de nuestro ilustre polígrafo. Pero afortunadamente se experimenta una sustancial compensación, además de una intensa complacencia, ante el hecho de haberse preservado, y haberse tenido a mano para esta [XIV] edición, los manuscritos que integran el presente volumen II de las Obras Completas. Podemos afirmar que los borradores que ahora hemos de analizar y comentar, forman parte sustancial del material más valioso e importante de cuanto corresponde a la obra poética de Bello. Y la razón es muy clara. Porque las «silvas» Alocución a la Poesía y La Agricultura de la zona tórrida sabemos que es lo mejor que el vate caraqueño escribió como poeta original; y de tal calidad fue esa producción dentro del género descriptivo, que se la considera como la mejor no sólo de la literatura americana, sino también de la española, a juicio de crítico tan autorizado e insospechable como Menéndez Pelayo. Y es este mismo crítico quien por otra parte afirma a voz llena, que la obra maestra de Bello como versificador es la traducción (incompleta) que hizo del poema Orlando enamorado, de Boyardo, según la refundición de Berni. Conocidos estos datos, se comprende que será de sumo interés e importancia conocer y estudiar los manuscritos borradores que nos ponen en contacto directo con el proceso de elaboración, y con la labor minuciosa que siguió Bello en esos dos admirables productos de su talento literario y poético. Borradores de las «silvas» Escasa y de importancia muy relativa habla sido la obra poética de Bello durante el período de su juventud en Caracas y de sus primeros años de vida londinense. De hecho los estudios biográficos y bibliográficos realizados en los últimos años por los más acuciosos y devotos bellistas, no han logrado aportar ningún dato nuevo que modifique sustancialmente esta apreciación. En todas las biografías del Maestro suele relatarse con toda precisión, cuán duras experiencias lo acompañaron en aquellos primeros años de su vida allá en Londres, tierra para él tan extranjera por tan diversas razones -lengua, [XV] costumbres, clima, etc.-; y en situación tan oscura e indecisa para quien como él se encontraba allí al servicio del precario y zozobrante gobierno republicano de una patria que de momento casi existía sólo en la mente y en el corazón de un puñado de audaces y decididos soñadores. Nada de extraño tendría que en tales circunstancias la musa morigerada y poco gárrula de Bello, apenas hallase ocasión propicia, ni tiempo holgado, para entregarse a los deleites de la creación poética. Pero a medida que el joven caraqueño, al correr de los años, iba organizando su vida de trabajo y de intenso estudio, y podía ir contando -aun en medio de graves aprietos- con una modesta bien que insuficiente base económica, su espíritu tornaba a sentir el llamado de la poesía; pero ahora quizás con más intensidad que nunca hasta entonces, dado que los años de ausencia de la tierra nativa se le prolongaban con angustiosa demora hacia un futuro cargado de incertidumbres. Y por otra parte, las noticias cada vez más importantes y frecuentes que le llegaban de la Patria lejana, referentes a los triunfos, al heroísmo, y a las perspectivas de la obra de sus hermanos libertadores allende el Atlántico, no podían menos de templar su ánimo, y despertarle asimismo nuevos entusiasmos poéticos. Así fue cómo, dócil al llamado de las musas, debió empezar aquella redacción lenta y cuidadosa de largas tiradas de versos, de aquilatada sustancia poética, que sin él sospecharlo habrían de constituir más adelante la base inconmovible del juicio unánime con que los críticos de todos los tiempos iban a consagrarlo con el título del mejor poeta descriptivo de Hispanoamérica, y aun tal vez de toda la literatura española. Lo publicado por Bello El año 1823 da comienzo Bello en Londres, en unión de Juan García del Río, y otros americanos de la Sociedad de Americanos, a la publicación de su entusiástica revista [XVI] Biblioteca Americana o Miscelánea de Literatura, Artes y Ciencias. El primer tomo constaba de 472 páginas de texto; y de éstas, las catorce primeras contenían una larga composición, en silva, bajo el título de Alocución a la Poesía, «en que se introducen las alabanzas de los pueblos e individuos americanos, que más se han distinguido en la guerra de la independencia (Fragmentos de un poema inédito, titulado 'América')». Este primer fragmento alcanza hasta el verso 447. Un segundo fragmento, del verso 448 al 834, aparece en la única entrega parcial del segundo y último tomo, que consta solamente de 60 páginas. La corta vida de la Biblioteca Americana, interrumpida -según dijeron sus editores- a causa de «obstáculos que no pudieron prever ni suponer», parecería haber privado a Bello del medio publicitario de que entonces disponía para la publicación de otros fragmentos del que él llamaba «poema inédito». La preocupación y el celo cultural de Bello, no se daba -sin embargo- punto de reposo. Podría decirse que el fracaso inicial de la Biblioteca no le sirvió sino para tomar nuevo impulso, y repuesto de lo pasado, lanzarse por segunda vez a la misma tarea de publicista. Y así el año 1826 recomienza su trabajo, y saca de las prensas londinenses la revista Repertorio Americano, publicación que está casi bajo su exclusiva responsabilidad. Esta nueva revista es hermana espiritual de la Biblioteca de 1823, aunque su característica, según el propio editor, es la de ser «obra más rigurosamente americana» que aquélla. En su primera voluminosa entrega, de 320 páginas, aparecida en octubre de 1826, encontramos en las páginas 7 a 18 otra composición, también en silva, con la que se abre la sección titulada «Humanidades y Artes liberales». Bajo el enunciado general de «Silvas Americanas», se lee el siguiente título: «Silva I. La agricultura de la zona tórrida». Pero es de advertir que aquel enunciado general de «Silvas Americanas», trae una nota marginal que dice textualmente: [XVII] «A estas silvas pertenecen los fragmentos impresos en la Biblioteca Americana bajo el título 'América'. El autor pensó refundirlas todas en un solo poema; convencido de la imposibilidad, las publicará bajo su forma primitiva, con algunas correcciones y adiciones. En esta primera apenas se hallarán dos o tres versos de aquellos fragmentos». De esta manera, pues, aparecen en los años 1823 y 1826, respectivamente, en Londres, las dos «silvas» tan justamente alabadas por la crítica; las cuales, sin sospecharlo seguramente su autor, vinieron a fundamentar e inmortalizar su nombre de extraordinario poeta descriptivo. La voz inapelable de crítico literario tan calificado como Menéndez Pelayo, señaló muy atinadamente que el juicio más certero y profundo que se había hecho de la obra poética de Bello, era el de M. A. Caro, escrito para prólogo de la colección de poesías del vate venezolano, que publicó en 1881 la Colección de Escritores Castellanos, de Madrid. Apoyados en la autoridad de Caro, tan acatada por Menéndez Pelayo, creemos oportuno citar las siguientes palabras de aquel prólogo del insigne humanista colombiano: «La Alocución a la Poesía y la Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida, la primera por largos trozos que presenta de noble pensamiento y esmerado estilo, la segunda como obra acabada e incomparable en conjunto y pormenores, constituyen, a nuestro juicio, el mejor título de Bello como poeta». Y seguidamente añade, con frase categórica: «Cuando adelantos progresivos de la ciencia y una legislación más perfecta hayan oscurecido los trabajos a que consagró Bello lo más de su existencia como filólogo y como jurista, todavía vivirá en la posteridad más remota el cantor de la zona tórrida». Si pues la gloria más duradera y actual del sabio polígrafo [XVIII] de Caracas habrá de ser, andando los años, la de poeta americanista; y esta gloria, esencial e indiscutiblemente estriba en aquellas dos notables «silvas», bien se comprenderá que resulta de un interés fuera de toda discusión conocer un poco al pormenor cuál y cómo fue la labor literaria y poética del autor de esas inmortales composiciones. Aun cuando publicadas, como se acaba de ver, en los años 1823 y 1826, no sabemos a ciencia cierta cuándo empezó a trabajar en ellas el poeta, mas parece lógico suponer que les dedicó un especial interés en los días inmediatos que precedieron a su publicación. Toda otra conjetura al respecto, creemos que carece de datos precisos y claros. Pero dado lo lenta y aun premiosa que en ocasiones aparece en los borradores la redacción de Bello; y dada la tenacidad con que el poeta sometía casi cada verso a dura labor de forja, es también lógico suponer que el material que entregó luego para la imprenta, reducido a las ya conocidas «silvas», hubo de ser inicialmente redactado varios años antes de 1823, fecha de publicación de la primera de aquellas revistas.
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