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CAPÍTULO TRES
LA
VIDA RELIGIOSA COMO SIGNO
¿En
que Sentido es Signo la Vida Religiosa?
En
varios pasajes de los Documentos del Concilio Vaticano II sobre la Vida
Religiosa se nos dice de ella que es signo:
“La
profesión de los consejos evangélicos aparece como signo que puede y debe
atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin
desfallecimientos los deberes de la vocación cristiana” (LG 44).
“manifiesta...
a todos los creyentes... los
bienes celestiales... la vida
nueva y eterna conseguida por... , Cristo...
la resurrección futura... y
la gloria del reino celestial” (LG 44).
“muestra
a todos los hombres... la
magnitud del poder de Cristo y la potencia infinita del Espíritu Santo”.
El
P. Codina[1]
formula esta pregunta en su enumeración de interrogantes que ha dejado el
Concilio:
“¿En
que sentido la vida religiosa es signo?”
¿Debemos
entender que se trata de un signo testimonial
con los que muchos cristianos comprometidos con su fe interpelan a la Iglesia
y el mundo? Sin duda, la Vida Religiosa es también signo en este sentido.
Pero este sentido no es exclusivamente aplicable a la Vida Religiosa.
Nos
proponemos mostrar en este capítulo, cómo puede entenderse la Vida Religiosa
como signo a la luz de los signos de victoria en las Guerras de Yahveh y a la
luz del signo de la Victoria de Dios que es Cristo mismo.
Signos de la Victoria de Yahveh en las Guerras del Antiguo Testamento
Si
acudimos a los textos del Antiguo Testamento relativos a las Guerras de
Yahveh, encontramos frecuentemente
signos que Dios da al pueblo o a su jefe carismático, para asegurarles de
que El les dará la victoria, en la guerra que han de emprender por orden de
Yahveh.
En
ese contexto de guerra, el signo, tiene por objeto motivar el seguimiento, la
obediencia voluntaria y exclusiva. Pero sobre todo, el signo quiere remover y
alejar el temor, que es uno de los grandes impedimentos que hace impuro a un
guerrero para entrar en la guerra. El miedo es un defecto de la fe en el poder
de Dios para dar la victoria. Con ese fin, el signo:
1)
hace visible la asistencia divina;
2)
hace visible una victoria que aun es invisible por ser futura: es promesa y
garantía de victoria.
3)
hace visible la presencia invisible del Espíritu Santo que ha bajado sobre el
líder carismático y que lo asiste;
4)
es garantía de la voluntad de Dios de entregar a los enemigos en manos de su
elegido y de su pueblo.
Términos técnicos de la Guerra de Yahveh
El
signo resume y expresa en forma visible lo que los exégetas del Antiguo
Testamento llaman
1)
la Fórmula de Asistencia: “Dios
está contigo” y
2)
la Fórmula de Entrega: “Dios
entrega o entregará a tus enemigos en tus manos”.
Signo
y Fórmulas van destinados a dejar bien en claro que es Dios quien da la
victoria. o, como también se dice en otros textos, que la victoria es suya.
El la da a quien quiere.
En
este punto, Dios se muestra celoso. Con un celo comparable al que manifiesta
por la exclusividad de la obediencia y del culto. El pueblo y el ejército
deben reconocer que la victoria es de Yahveh. Y si alguien se la atribuyera, o
pensara que se debe a la multitud del ejército o a la fuerza de las armas,
estaría robandole la gloria que le pertenece sólo a Yahveh.
Advirtamos
que no siempre se explicita en los textos cada uno de los aspectos de esta
teología de la guerra de Yahveh, pero en el conjunto de los textos, son
infaltables.
Abraham Guerrero y Dios guerrero: sus motivos
La
bendición que pronuncia el sacerdote Melquisedec, en ocasión de la campaña
de Abraham contra los cuatro reyes que habían llevado prisionero a Lot,
incluye un reconocimiento de que es el
Dios altísimo quien entregó
en manos de Abraham a sus enemigos (Génesis
14,20). Abraham ha ido a la guerra exclusivamente para cumplir con sus
obligaciones de piedad familiar, cumpliendo religiosamente una obligación de
parentesco, para rescatar a su pariente Lot caído en esclavitud. Esa obligación
es parte de los deberes que impone la institución familiar del goelato,
en el Antiguo Testamento[2].
Que esa ha sido la única finalidad de Abraham, lo muestra el hecho de que, a
su regreso de la campaña, no acepta parte alguna de botín.
En
el texto encontramos:
1)
el reconocimiento de que es Dios quien da la victoria,
2)
combinado con una fórmula de entrega. La fórmula de asistencia queda implícita
en la expresión “Bendito sea Abraham del Dios Altísimo”.
Esa
fórmula de pertenencia, implica la relación de Alianza de Abraham con Dios y
contiene el motivo de la asistencia
divina. No sólo el motivo de la intervención divina en este caso, sino en
todos los casos en los que Dios da la victoria a los suyos.
Este
es el móvil, el motivo de la liberación de Egipto. Dios libera al pueblo de
Egipto porque al oír sus gemidos en la esclavitud, recuerda la Alianza con
Abraham, Isaac y Jacob (Éxodo 6, 5‑6). La Alianza establece un
verdadero vínculo de parentesco entre Dios e Israel y Dios guerreará, como
verdadero Goel, como Dios‑pariente en favor de su parentela. Abraham, al
salir en defensa de su pariente Lot, imita el modo de proceder de su
Divino‑Pariente.
La Fórmula de Asistencia en el Antiguo y Nuevo Testamento
La
fórmula de asistencia: “Yo estoy contigo” expresa no sólo la presencia física,
la cercanía, sino más bien el favor, la actividad en
pro de alguien. El “estar con”,
no se opone al estar ausente, sino al estar en
contra. Porque Dios está a favor de su aliado, está cerca, está con
el, acude en su auxilio y asistencia.
El
nombre de Cristo: Emmanuel = Dios con
nosotros, es por lo tanto una fórmula de asistencia divina y tiene su
explicación en la teología de la Guerra de Yahveh. El Evangelio de Mateo se
lo aplica a Cristo casi al comienzo, citando la profecía de Isaías 7, 14, y
se cierra ‑con una inclusión‑ con la promesa de Cristo: “Yo
estará con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 1,23:
28,20). Igual sentido de fórmula de asistencia tiene el saludo del Ángel
a María: “Alégrate, llena de
gracia, el Señor es contigo” (Lucas 1, 28). Este saludo nos recuerda,
espontáneamente la vocación del juez Gedeón: “...el
Ángel de Yahveh se le apareció y le dijo: 'Yahveh está contigo, valiente
guerrero'” (Jueces 6,12).
En
los textos del Nuevo Testamento, por lo tanto,
la fórmula de asistencia “Dios contigo, Dios con nosotros, Yo con
vosotros”, que es propia de los contextos de guerra Santa del Antiguo
Testamento, vuelve a aparecer. Y aparece, significativamente, asociada al
misterio de la concepción y al nacimiento virginal de Cristo. Aparece además,
según Mateo, en explícita relación con el signo
de Isaías 7,14, un neto contexto de guerra, donde se da para anunciar una
victoria de Dios.
La fórmula de Entrega
La
Asistencia de Dios se manifiesta en que Dios “Entrega”,
“pone a los enemigos en tu mano”. Veamos algunos ejemplos.
Cuando
el juez Ehud, libertador suscitado por Dios, toca el cuerno en la montaña de
Efraín, convocando a los israelitas a la guerra, los arenga en estos términos:
“Se puso al frente de ellos y les dijo: `Seguidme porque Yahveh ha entregado
a Moab, vuestro enemigo, en vuestras manos. Bajaron tras el......” (Jueces
3,27‑28).
En
este texto encontramos la Fórmula de
Entrega como motivación para el seguimiento a la guerra. El único
elemento que nos hace pensar aquí en un signo o señal, es el sonido del
cuerno de guerra que sopla el carismático. Este signo no tiene aquí el
relieve milagroso que va a cobrar en el relato de Josué
6. Allí, las trompetas, tocadas en el contexto de una liturgia
minuciosamente prescrita por Yahveh, logran un efecto desproporcionado: hacen
caer las murallas de Jericó. En este episodio, el autor quiere subrayar que
es la obediencia a las prescripciones divinas y no la fuerza de las armas, la
que trae, da la victoria. También en ese pasaje tropezamos con fórmulas de
entrega: “Yahveh dijo a Josué:
“Mira, yo pongo en tus manos a Jericó y a su rey” (Josué 6,2): “Josué
dijo al pueblo: Lanzad el grito de guerra, porque Yahveh os ha entregado la
ciudad” (6,16).
También
encontramos la fórmula de entrega en la guerra de Débora y Baraq (Jueces
4). La profetisa Débora le trasmite a Baraq la orden de Dios, que lo
constituye en líder carismático: “¿Acaso
no te ordena esto Yahveh, Dios de Israel? : Vete y en el monte Tabor recluta y
toma contigo diez mil hombres de los hijos de Neftalí y de los hijos de Zabulón.
Yo atraeré hacia ti al torrente Quison a Sísara, jefe del ejército de
Yabin, con sus carros y sus tropas y los pondré en tus manos” (Jueces
4,6‑7).
Signos ‑ Persona
Baraq
le ruega entonces a Débora que lo acompañe. En este pedido se dibuja
veladamente el elemento de signo de victoria:
“Si vienes conmigo, voy. Pero si no vienes conmigo, no voy, porque no sé en
que día me dará la victoria el Ángel de Yahveh” (4, 8). No es que
Baraq dude de la Victoria de Dios. Ignora el Día. Débora accede y su compañía
es, para Baraq, motivo de confianza. Dios está con Débora. Y si Débora está
con Baraq, Dios está con Baraq. La compañía de la mujer carismática es
para el guerrero un signo visible de la asistencia divina. Aquí el signo, es
una persona.
También
en el Nuevo Testamento, en Jesucristo, se nos da un signo de ese tipo. Los
angeles darán a los pastores, como signo, al niño envuelto en pañales. A
los que le piden una señal, Jesucristo les recusará cualquier otro signo que
no sea el mismo. En el Apocalipsis, San Juan contemplará otro signo, que, en
este caso, es la Iglesia: “Una gran
señal amareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol......” (Apoc 12,1 ),
y es, como los anteriores, de naturaleza personal.
Por Mano de Mujer
Volvamos
a la historia de Baraq. En ella tenemos un caso de victoria de Dios
por mano de mujer, El hecho es precursor de la victoria de Cristo, de la
que participa en forma privilegiada María, su madre pero también la Iglesia.
Y de modo particular, dentro de ella, las vírgenes y mujeres consagradas, las
religiosas, marcadas con el signo de la castidad.
Débora
le predice a Baraq que si ella lo acompaña, la gloria no será de Baraq,
porque: “Yahveh entregará al enemigo
en manos de una mujer” (4,9). Aquí advirtamos dos cosas: 1) que Baraq
se aviene con facilidad, demostrando que no tiene ambiciones de gloria
personal; 2) que Dios elige con soberana libertad su propia estrategia, y que
dentro de ella calza el vencer con instrumentos débiles, que no dejen lugar a
duda acerca de quién es acreedor al honor y la gloria del triunfo, La
historia de Gedeón es un claro exponente de este último aspecto: “Demasiado
numeroso es el pueblo que te acompaña para que ponga yo a Madián en sus
manos; no se vaya a enorgullecer de ello a mi costa diciendo: `Mí propia mano
me ha salvado” (Jueces 7,2). El ejército de Gedeón se reduce de
treinta y dos mil, a trescientos hombres. Dios aparta primero, como ineptos, a
los temerosos. Luego a los remolones para el combate. Pero aun los trescientos
decididos, que cruzan el torrente sin detenerse a hacer provisión del agua,
alanzarán la victoria sin usar espada, sólo haciendo ruido. En el terror y
confusión que Dios infunde a los madianitas, ellos mismos se matan a espada
entre sí.
El Credo del Guerrero
Los
mismos rasgos nos ofrece el relato de la victoria de David sobre Goliat (I,
Samuel 17, 32‑54). Allí Dios se complace en dar la victoria por medio
de un pastorcito que no resiste el peso de las armas y sale al encuentro del
enemigo con su honda y cinco cantos lisos del torrente. David profesa en la
ocasión el credo del guerrero: “Tu
vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en
nombre de Yahveh Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a los que has
desafiado. Ahora mismo te entrega Yahveh en mis manos...
y sabrá toda la tierra (¡signo!) que
hay Dios para Israel. Y toda esta asamblea sabrá (¡signo!)
que no por la espada ni por la lanza, salva Yahveh, porque de Yahveh es esta
guerra y (es El quien) os entrega
en nuestras manos” (I Samuel 17, 45‑47).
Humilló a los Soberbios
La
campaña de Baraq culmina de modo igualmente raro y milagroso. Sísara, el
jefe enemigo, muere en manos de Yael, mujer de Jéber el quenita, una
extranjera ajena a la contienda, pues Jéber estaba en paz con los enemigos de
Israel. Yael da muerte a Sísara atravesándole las sienes con una clavija de
la carpa. Este género de muerte es indigno de un guerrero y Yahveh lo elige
para humillarlo pero también para signar de tal modo el desenlace de la campaña,
que ningún israelita pueda dudar acerca de quién es el que da la victoria,
ni caiga en la tentación de atribuirla a factores ajenos a la intervención
de Yahveh. Sisara muere en manos de una mujer, no muere a espada y ni siquiera
en manos de sus enemigos: “Así
humilló Dios aquel día a Yabín, rey de Canan, ante los israelitas”
(Jueces 4, 23). El carácter raro y milagroso de estos desenlaces
guerreros es un signo y va
destinado a poner fuera de duda el protagonismo de Yahveh en la victoria.
La
misma convicción resuena en la arenga de Judas Macabeo a sus tropas, cuando
Apolonio sube contra El con una potente tropa:
“Al ver éstos (los pocos hombres de Judas) el ejército que se les venía
encima, dijeron a Judas: ¿Cómo podremos combatir, siendo tan pocos, con una
multitud tan grande y tan fuerte? Además estamos extenuados por no haber
comido hoy en todo el día. Judas respondió: Es fácil que una multitud caiga
en manos de unos pocos. Al Cielo le da lo mismo salvar con muchos que con
pocos; que en la guerra no depende la victoria de la muchedumbre del ejército,
sino de la fuerza que viene del Cielo” (I Macabeos 3, 1 7‑19).
Esta
misma fe en el protagonismo de Dios para vencer y entregar a los enemigos, se
refleja en el Magníficat y el Benedictus: “Desplegó
la fuerza de su brazo... derribó
a los poderosos” (Lucas l,51‑52); “Nos
ha suscitado una fuerza salvadora... nos
salvaría de nuestros enemigos y de las manos de los que nos odiaban...
guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lucas l, 69. 71. 79). Y
el protagonismo divino culmina en la Victoria alcanzada por Dios mismo: “Yo
he vencido al mundo” (Juan 16, 33).
A
esta luz debemos comprender la predilección de Dios por “lo débil de este
mundo” que se nos revela en el Nuevo Testamento. Pablo explicará que, en
Cristo crucificado, se manifiesta no sólo la sabiduría sino también la
fuerza de Dios. Porque “la debilidad
divina es más fuerte que la fuerza de los hombres” (I Corintios l, 25).
La victoria de Dios brilla en el poder de la predicación del Apóstol y en la
condición despreciable de los miembros de la comunidad de Corinto. Esta
realidad eclesial estaba prefigurada en la Predicación de Jesús y en los
milagros de Cristo en favor de los cojos, ciegos, mudos y paralíticos.
Ejército de Rengos: para humillar al Enemigo
Esos
defectos físicos hacían al hombre impuro para acercarse al altar e inepta
para participar en la guerra. Cuando los jebuseos de Jerusalén ven llegar a
David con su tropa para atacarlos, le dicen: “No
enterarás aquí, porque hasta los ciegos y los cojos bastan para
rechazarte” (II Samuel 5, 6). Esta fanfarronada nos alerta para
comprender el sentido bélico de los diferentes oráculos de Isaías que Jesús
combina para responder a los enviados del Bautista (Mt. 11, 2‑6; Lc. 7,
18‑23). En las obras de Cristo se esta reflejando el mismo modo de
proceder del Dios de los ejércitos: “El
derroca a los habitantes de las alturas, a la ciudad inaccesible; la hace
caer, la abaja hasta la tierra, la hace tocar el ; polvo; la pisan pies, pies
de pobres, pisadas de débiles” (Isaías 26, 5); “Oirán aquel día los
sordos... los ojos de los ciegos
verán... los pobres se alegrarán
de nueve en Yahveh... porque se
habrán terminado los tiranos’‘ (Isaías
29, 18‑20); “Mirad que vuestro Dios viene como .vengador...
El vendrá y os salvara. Entonces se desapegarán los ojos de los
ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como
ciervo y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo” (Isaías 35,
4‑‑6); “El espíritu del Señor Yahveh esta sobre mi, porque me
ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado. a
vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación y a los
reclusos la libertad; a pregonar... día
de venganza de nuestro Dios” (Isaías 61, 1‑2).
Basándose
en las leyes de pureza ritual del Antiguo Testamento, la
Regla de la Guerra de la secta de Qumran, excluía de participar en la
guerra de Yahveh a las mujeres y niños, y a todos los defectuosos, cojos,
ciegos, mudos o cualquiera que tuviera cualquier defecto físico[3],
reservándola para los hombres entre cuarenta y cincuenta años. La relectura
cristiana, a la luz de Cristo, de sus palabras y de sus obras, iba a ser más
fiel a otros aspectos del Antiguo Testamento, que escaparon a la meditación.
de los sabios esenios.
Con la Doncella y su Bebé
Esos
aspectos son principalmente derivados del carácter “raro y milagroso” de
las victorias de Dios: Yael, Judith, Ester, prefiguran a María y son “victorias
por mano de mujer”. A esa misma categoría de “signos” pertenece el
signo de la doncella de Isaías 7, 14: “El
Señor mismo va a darnos un signo: He aquí que la doncella ha concebido y va
a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre “Dios‑‑con
nosotros”. Antes de que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo mejor, ser
a abandonado el territorio cuyo dos reyes te dan miedo”.
En
el signo de Isaías 7, 14, se excluye toda intervención de fuerza o vigor
humano. El signo de la niña virgen que concibe, sin intervención de varón,
excluye, como se desprende del prólogo del evangelio según San Juan, la
intervención de todo factor humano que pudiera ser título de gloria para la
carne: “ni de la voluntad de la
carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios” (Juan l, 13).
Signos para Gedeón
Pero
vayamos a la historia de Gedeón. En ella tenemos dos signos y uno de ellos
doble. Esta historia nos ofrece, por lo tanto, una mayor elaboración del
elemento signo de victoria en el contexto de la guerra de Yahveh.
Al
Ángel de Yahveh, que lo saluda con una formula de Asistencia (Jueces 6, 12),
le responde Gedeón con una pregunta que nos recuerda la escena de la
Anunciación del Ángel a María: “Perdón,
Señor mio. Si Yahveh esta con nosotros ¿por qué nos ocurre todo esto? “
(6, l3).
El
asombro de Gedeón tiene dos motivos: 1) Que Dios haya abandonado ahora en
manos de sus enemigos al pueblo que antes salvó de Egipto (6, l3) y 2) su
propia pequeñez y debilidad: “¿cómo
voy a salvar yo a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo el último
en la casa de mi padre” (6, l4‑l5).
Dios
responde a esta perplejidad con la fórmula de asistencia: “Yo
estará contigo y derrocará a Madián” (6,16). Entonces Gedeón le pide
el primer signo. Este signo ha de manifestar “que
eres tu el que me hablas”. Es decir, que ese Yo que promete asistencia,
es realmente Yahveh, el Dios de los Ejércitos. El primer signo que Dios le da
a Gedeón, es un fuego que devora la ofrenda de Gedeón (6,21).
Fuego que sale de la roca, fuego que como en la ofrenda de Abraham y como el
de la zarza de Moisés, no se nutre de ningún combustible. En la historia de
Elías (I Reyes 18,38) volvemos a
encontrar este fuego que devora una ofrenda, transformando en holocausto el
sacrificio de comunión ofrecido. Fuego de ordalía. Signo
que permite discernir cuál es el verdadero Dios: Baal o Yahveh; quienes
son los verdaderos profetas del Dios vivo: los de Baal o Elías. Hasta los
discípulo de Jesús conocen este fuego que baja del cielo
(Lucas 9,24). Fuego, Columna de fuego, fuego devorador, son casi nombres
divinos. Tienen, probablemente, algo que ver con la costumbre de destruir por
el fuego aquellas cosas que, en la guerra santa, son declaradas anatema,
o sea: botín de guerra de Dios.
El Signo del Vellón
Cuando
sobreviene la invasión conjunta de todos los enemigos: Madián, Amalec y los
Hijos de Oriente, el Espíritu de Yahveh reviste a Gedeón (6,
33‑34). Es una consagración, una unción, para un sacerdocio bélico.
Gedeón no tiene fuerza propia. Pero le reviste la fuerza de Dios. De manera
semejante bajará el Espíritu Santo sobre María para cubrirla con su sombra.
Una vez revestido por el Espíritu, Gedeón toca el cuerno convocando al
pueblo para la guerra. El pueblo lo sigue. Y en este momento, Gedeón le pide
a Dios un segundo signo, que será doble. Este signo ya no es, como el
primero, una prueba de la identidad del que lo llama. Es propiamente, un signo
de victoria: “Si verdaderamente vas a
salvar por mi mano a Israel, como has dicho. Yo voy a tender un vellón sobre
la era; si hay rocío solamente sobre el vellón y todo el suelo queda seco,
sabrá que tu salvarás a Israel por mi mano, como has prometido. Así sucedió.
Gedeón se levantó de madrugada, estrujó el vellón y exprimió su rocío,
una copa llena de agua. Gedeón dijo a Dios: No te irrites contra mi si me
atrevo 'a hablar de nuevo. Por favor, quisiera hacer por última vez la prueba
del vellón: que quede seco sólo el vellón y que haya rocío por todo el
suelo. Y Dios lo hizo así aquella noche, Quedó seco solamente el vellón y
por todo el suelo había rocío” (6,36‑40).
El
carácter raro y milagroso de este signo doble, espeja y anticipa el modo raro
y milagroso cómo Dios dará la victoria. Los signos
y prodigios caracterizan y acompañan las campañas de Dios, desde la
liberación de Egipto. Y naturalmente, no estarán ausentes cuando venza
definitivamente en Cristo, o cuando quiera mostrarse acompañando a la Iglesia
en sus combates.
Signo Simbólico
El
signo doble que Dios da a Gedeón tiene una significación simbólica. Esto es
común en los signos de victoria, como lo será en las acciones simbólicas de
los profetas.
El
significado simbólico del signo doble del vellón, no es visible a primera
vista. Reposa principalmente en juegos de palabras que sólo pueden apreciarse
en el texto hebreo. El nombre propio Gedeón,.
deriva de la raíz hebrea gadac,
que significa la acción de cortar. Sobre todo: cortar en dos, partir o cortar
al medio. Pero también, en algún caso, tiene el significado de afeitar,
cortar rasurando. La palabra vellón
en hebreo, deriva de otra raíz homófona de la anterior: gazáh
o gazaz, que significa esquilar,
rapar, trasquilar.
Entre
el nombre Gedeón (hebreo: guidec
ón) y la palabra vellón (hebreo: guizáh) existe una cierta homofonía,
pues la d y la z (letras dálet y dsáyin
hebreas) sonaban muy parecidas en hebreo y hasta eran confundibles e
intercambiables. También existe homofonía entre la palabra seco,
(hebreo: jóreb) y la palabra
espada, (en hebreo: jéreb).
Si
queremos señalar un rumbo orientador para comprender el sentido del juego de
palabras y de ideas que subyacen al signo del vellón, podemos pensar en el
dicho castellano: venir por lana y
salir trasquilado. Siendo el rocío un conocido símbolo de la gracia y el
favor divino y lo seco, símbolo, por oposición, de no gozar de ese favor,
Gedeón leerá, en el signo, de parte de quien esta Dios. Con quien esta. A
quien asiste. Resulta entonces claro que este signo es una representación plástica,
en forma visible de la fórmula de asistencia. Siendo la sequedad signo del
abandono de Dios, y homófono de espada, se comprende que el signo, además de
doble, es múltiple y expresa un mismo mensaje de muchas maneras. En la
primera noche, Dios manifiesta que 1) su
favor-rocío esta con el vellón =Gedeón, el Israel que los enemigos
trasquilan y 2) su espada‑lo seco
sobre, y contra los madianitas que ocupan la tierra, el suelo. En la segunda
noche, Dios significa que 1) su
espada‑lo seco estará con el vellón‑‑Gedeón y 2) su
gracia‑rocío volverá a posarse sobre la Tierra Prometida.
Este
ejemplo muestra claramente que el signo de guerra puede tener una significación
simbólica, equivalente a una revelación divina. Y que además, el signo de
victoria, visibiliza en forma plástica, tanto la fórmula de asistencia como
la fórmula de entrega, elementos típicos de la teología de la guerra de
Yahveh y de los géneros literarios que le son propios. Y ya estamos sobre una
pista segura hacia el sentido de la Vida Religiosa como signo de la victoria
de Cristo para la Iglesia.
No
pensamos nada nuevo si ponemos en conexión este signo doble del vellón con
el signo de la Encarnación. Ya los Santos Padres lo interpretaron figurada o
tipológicamente en esa perspectiva. Para ellos, el Rocío es el Verbo,
anhelando cuya venida, la Iglesia canta en Adviento
“Rorate coeli desuper, et nubes pluant Justum”. El vellón es figura
de María, o también de la Humanidad asumida por el Verbo. Otros interpretan
que el Verbo encarnado, es el Cordero que se reviste del vellón, que sería
la carne o la Humanidad.
Más
que discutir la justeza de estas interpretaciones, nos interesa señalar aquí
que los Santos Padres, por seguro instinto teológico y por ciencia espiritual
de las Escrituras, vieron que se trataba de una comparación entre dos signos:
el de Gedeón y el del Misterio de la Encarnación virginal. Otro argumento
mas, tomado ahora de la tradición de los Padres, para afirmar que la Iglesia
interpretó el Misterio de la Encarnación virginal de Cristo como un signo
de victoria. Su contexto o Sitz im Leben es, por lo tanto, el de la guerra
de Dios. Y lo que quiere visibilizar es una promesa de asistencia y la entrega
de los enemigos. Y otro argumento más para interpretar en este mismo sentido
el carácter de “signo” que el Concilio atribuye a la Vida Religiosa.
+ Signos falsos y funestos.
Estos
signos de victoria eran muy apreciados por los reyes de Israel. En II Reyes
13,14 ss se nos narra cómo Joas baja llorando a ver al profeta Eliseo,
enfermo de muerte. Eliseo lo invita a tomar un arco y flechas y a disparar. El
número de flechas que dispara el rey es signo del número de veces que batirá
a su enemigo. Y Eliseo se irrita porque el' Rey sólo disparó tres veces. El
I Reyes 22, se narra una historia que nos muestra que el aprecio de estos
signos era tan grande, que en un caso en que Dios se resiste a dárselos al
impío rey Ajab, uno de sus jefes de tropa se fabrica su propio signo, que
resultará naturalmente ineficaz y lo precipitará a un desastre militar. Hay
en la Escritura, por fin, no sólo signos de victoria, sino positivos signos
de desastre y derrota, como por ejemplo en I Reyes 11 ,30.
Resumiendo:
los ejemplos de signos de victoria que hemos alegado, muestran que existe una
íntima relación entre el signo de victoria en los contextos de guerra de
Yahvéh, con fórmulas característica de la misma, como son la de asistencia
y la de entrega. El signo de victoria suele ser, como el modo mismo de la
victoria, raro y milagroso. Y este
hecho tiene su razón de ser en el celo de Yahvéh por su gloria, para evitar
que nadie se atribuya, antes de la guerra, presuntuosamente, la capacidad de
vencer por sus propias fuerzas, ni después de ella, se pueda atribuir a si
mismo la victoria alcanzada.
El
signo también va dirigido a combatir un impedimento mayor para la guerra de
Yahvéh, la desconfianza o el miedo, que provienen obviamente de falta de fe
en el poder de Dios. Para mostrar mejor este poder y hacerlo brillar, Dios se
complace en valerse de los instrumentos más débiles: mujeres, pequeños, débiles,
grupitos poco numerosos, desarmados, o armados con hondas o cántaros, que sólo
sirven para hacer ruido. Cuanto más ineptos los instrumentos, más relieve
cobra la fuerza de Dios en su‑victoria y más claro queda su exclusivo
protagonismo. Sin embargo, Dios no quiere prescindir completamente de esas
mediaciones en apariencia prescindibles e ineficaces. Su victoria viene
regularmente por mediación de esos instrumentos desproporcionados, como
esbozando de antemano la teología sacramental, que se apoya en el signo de la
Encarnación.
El Signo de la Doncella de Isaías 7,14
Hemos
aludido varias veces a este signo. Ahora nos vamos a ocupar algo más
extensamente de él. La razón de hacerlo así, es que, entre todos los signos
de guerra de Yahvéh en el Antiguo Testamento, Éste es un eslabón
privilegiado para conectarnos con el Nuevo Testamento, a través del misterio
de la Encarnación virginal de Cristo.
Todo
el contexto del capítulo séptimo de Isaías, es claramente un contexto de
guerra. Una guerra que Yahvéh está empeñado en declarar santa, propia. Pero
que el impío descendiente de David, indigno de la promesa hecha a su padre,
incrédulo, que no merecería que Dios le fuera aún fiel, se empeña en no
querer emprender por ningún motivo, ni como propia ni como santa. Contra Ajaz
suben los arameos, aliados con los Israelitas. El pequeño estado de Judá no
tiene muchas perspectivas de poder rechazar un enemigo tan poderoso. Ajaz y su
gente están aterrorizados: “se estremeció el corazón del rey y el corazón
de su pueblo, como se estremecen los árboles del bosque movidos por el
viento”. Sólo podrían superar ese temblor y encontrar firmeza en la fe:
“Si no os apoyáis en mi, no estaréis firmes”.
Dios,
en un extremo alarde de fidelidad a la casa (dinastía) de su siervo David,
está dispuesto a darle la victoria hasta a ese puñado de cobardes, cerrando
los ojos ante su temor. Con el fin de exorcizarlos de su miedo les envía a
Isaías, con el ofrecimiento de un signo. Cualquiera, 'el que pidan, “en lo
profundo del sheol, o en la más alta cima”. Es decir, allí donde no quepa
lugar a confusión con interferencias humanas casuales de ninguna Índole y
donde sólo se pueda interpretar como obrado por Dios. Pero Ajaz, falto de fe,
no lo quiere pedir. El ofrecimiento divino no lo tranquiliza. Al contrario, le
hace pensar en una guerra que El querría olvidar.
Ajaz
es un hombre que no quiere dejarse investir de la condición de líder carismático,
ni siquiera para una guerra de Dios con todas las garantías. Por eso rechaza
el cargo y el encargo negándose a pedir el signo. Con fingida humildad dice:
“no tentará al Señor! “. No es el primero en la larga historia de
Israel, que rehúsa “venir en ayuda de Yahvéh”. Y se hace acreedor del
improperio de Deborah: “Maldecid a Meroz, dice el Ángel de Yahvéh,
maldecid, maldecid a sus moradores, pues no vinieron en ayuda de Yahvéh”
(Jueces 5, 23).
Pero
Dios se acrecienta en este contexto extremo, para dar el signo de la doncella
y su bebé. Su poder brillará. No sólo gracias a la debilidad de la carne.
Sino triunfando aún a pesar de este prototipo de la debilidad en la fe. Sobre
este abismo quiere anunciar una salvación que ya no puede venir, ni siquiera
de un heredero según la carne, de la Promesa hecha a David.
“Escucha,
Casa de David: no tenéis pequeño combate con los hombres porque Dios os
otorga el combate. El Señor mismo va a daros una señal. He aquí que la
doncella ha concebido y va a dar a luz un hijo, y le pondrás por nombre
Emmanuel” (Isaías 7, l3‑l4)[4].
Jesús: Signo de contradicción
Mateo
releyó esta profecía y la comprendió de Cristo. El es El Signo de la
Victoria definitiva de Dios. El signo de que Dios está con nosotros los
creyentes. A los incrédulos no se le dará otro (Mc 8, l2; Mt 12, 39; Lc 11,
29). Simeón ilustrado proféticamente, saludará al niño Jesús que toma en
brazos, cómo: “signo de contradicción”, señal de combate. Y preverá la
espada de una guerra que atravesará el alma de la Madre (Lucas
2,34‑35). La generación perversa que pide signos estará contra El. Los
creyentes lo tomarán por signo. Y El estará y se sentirá en medio de unos y
otros: “El que no está conmigo está contra mi” (Mt 12,30). “El que no
está contra nosotros, está por nosotros” (Mc 9, 40). Las dos expresiones
parecen contradictorias. Pero en algo coinciden, son lenguaje de guerra. Y
ante Cristo no cabe una tercera posición: a favor o en contra. Con El o
contra. El.
Divino Contagio
Cristo
mismo es la señal, el signo de la victoria de Dios. Y Cristo, que fue
concebido, nació y vivió virginalmente, hijo de la doncella virgen,
comunicará a su Cuerpo místico, que es la Iglesia, como por divino contagio
y junto con su Espíritu Santo, ese mismo signo de su victoria: el carisma de
la castidad por el Reino de los Cielos (Mt 19,12). Signo de guerra y victoria,
signo raro y milagroso, como lo es el modo de esta victoria de Dios. Signo
extraño, que sólo entiende el que puede.
El
consejo, el carisma, el voto de castidad, constituyen, como reconocía incluso
Lutero una cosa “rara y milagrosa”. Y aunque los tres votos participan del
carácter de signo, aunque el conjunto de la Vida Religiosa es signo, la
castidad es la parte más significativa y que tiene mayor carácter de señal,
por ser la más prodigiosa e imposible para el hombre, sin una gracia y
carisma especial.
Podemos
todavía preguntarnos, acerca del signo de la castidad, cuál es el sentido y
la coherencia que tiene. ¿Por qué Cristo fue concebido virginalmente de María
virgen, por obra del Espíritu Santo? ¿Por qué vivió virginalmente y no
engendró descendencia según la carne? ¿Por qué el Espíritu Santo continúa
obrando en el Cuerpo Místico al carisma de la castidad consagrada? La
respuesta a esta pregunta corresponde darla, en parte, en el próximo capítulo.
Pero hay un aspecto que podemos adelantar y corresponde tratar aquí. Este
aspecto nos remite nuevamente al contexto de la guerra de Yahvéh.
Simbolismo de la Castidad
“El
campamento de
guerra debe ser cosa sagrada”, ordena el Deuteronomio (Dt 24,15). Es
como un recinto sagrado, como el templo. Por analogía, se le aplican, al que
habita en él, las mismas exigencias legales de pureza ritual. El soldado que
lucha la guerra santa de Yahvéh, es como un sacerdote levita en funciones. Ha
de estar puro, sin impedimentos para acercarse a Dios. Y Dios está cerca,
puesto que en la guerra está con
el ejército. La guerra santa es una situación de comunión, de cercanía. Y
es impuro lo que impide acercarse a Dios.
Entre
los múltiples motivos de impureza ritual se enumeran las impurezas sexuales
(Dt 23, l0; Nm.5,1‑4; Lev.15). Se exige del guerrero la pureza sexual.
No se trata, extiéndase bien, de
pureza en sentido moral, sino en sentido ritual. Ritualmente pueden hacer
impuro a alguien las relaciones permitidas y legítimas del matrimonio. Al
guerrero le están prohibidas. Dos pasajes del Antiguo Testamento sirven para
ilustrar esto.
El
primer ejemplo lo encontramos en I Samuel
21. David llega hambriento y en busca de comida para el y su tropa a Nob,
donde el sacerdote Ajimélek cuida un santuario de Yahvéh. David le pide
alimento, pero el sacerdote no tiene a mano “pan profano, sino sólo pan
consagrado”, es decir ofrecido al santuario, reservado para los sacerdotes y
que sólo podía ser consumido en condiciones de pureza ritual. De ahí que el
sacerdote Ajimélek le confíe a David un escrúpulo y le ponga ciertas
condiciones antes de hacerle entrega de ese pan: “si
es que tus hombres se han abstenido al menos del tra to con mujer”. Es
decir: si están cultualmente puros, aunque sea sólo en ese aspecto.
David
lo tranquiliza. Ellos son gente piadosa, que se atienen a las prácticas y
leyes de la guerra santa. Inclusive en casos como éste, en que se trata de
una expedición profana. Están limpios para la guerra y esa misma pureza les
pone en condiciones de comer del pan del santuario sin profanarlo. “Respondió
David al sacerdote: “Ciertamente que la mujer nos está prohibida, como
siempre que salgo a campaña, y los cuerpos de mis hombres están puros;
aunque es un viaje profano, cierto que hoy sus cuerpos están puros” (I
Samuel 21,6).
El
segundo ejemplo es el de Urías, que leemos en
II Samuel 11. Urías es un extranjero, hitita, de los valientes de David.
David está interesado en hacerlo unirse con su esposa para ocultar su
adulterio. Pero Urías está en Jerusalén, sólo de paso entre dos episodios
de la guerra. Y aunque es extranjero, observa las leyes de pureza bélica. Por
solidaridad con el Arca de Dios y con sus compañeros del campamento se
abstiene de bajar a su casa: “El arca
de Israel y Judá habitan en tiendas; Joab mi señor y los siervos de mi señor
acampan en el suelo ¿y voy a entrar yo en mi casa para comer y beber y
acostarme con mi mujer? por tu vida y la vida de tu alma, no hará tal cosa!
“ (II Sam 11,11 ).
La Virginidad de Cristo: Signo Sacrificial y Agonístico
La
castidad, por lo tanto, nos remite a las exigencias del culto. Tanto en el
Templo como en la Guerra santa, que es igualmente culto de Yahvéh. Ya en el
Antiguo Testamento hay algo común ,entre ambas situaciones. El campamento del
desierto tiene algo de santuario y algo de campamento de guerra. En Cristo
confluirán ambas vertientes la sacrificial y la agonística‑Cristo es
Sumo Sacerdote y Primer combatiente. Su combate se libra en su sacrificio, de
tal manera, que su sacrificio es su combate. Por ambos títulos le convenía
la pureza permanente de la
virginidad y no sólo la castidad temporaria de los levitas o de los militares
en campaña.
Eterno
Rey victorioso, en su calidad de Eterno y Sumo Sacerdote, y por la Victoria
alcanzada, una vez para siempre, en el sacrificio que no necesita repetirse.
Sacerdote y guerrero desde el primer momento de su entrada en este mundo:
“Por
eso, al entrar en este mundo, dice: `Sacrificio y oblación no quisiste; pero
me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te
agradaron. Entonces dije: he aquí que vengo ‑ pues de mi está escrito
en el rollo del libro ‑‑ a hacer, oh Dios, tu voluntad' “
(Hebreos 1 0, 5‑7).
Esta
cita del Salmo 40 recogida en la Carta a los Hebreos, recuerda la admonición
de Samuel al Saúl desobediente: “¿Acaso
se complace Yahvéh en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a
la palabra de Yahvéh? Mejor es obedecer que sacrificar” (I Samuel 15,22). La
frase pone las palabras de
Cristo, Siervo Obediente, a la luz de su contexto de guerra de Yahvéh, en un
culto que es combate y en un combate que es culto.
Esta
convergencia e identificación de ambos aspectos en Jesucristo, la manifiesta
también el Misterio de la Eucaristía, que vivimos los cristianos en su doble
aspecto: 1) de Sacrificio y 2) de Presencia real. Sacerdotal y agonístico.
Por
eso, convenía que el triunfador eterno y el sacerdote eterno, estuviera
marcado, desde el momento de su concepción, de una virginidad permanente.
Expresión de su ininterrumpida comunión con el Padre y el Espíritu Santo. Y
así, conviene que este marcado su Cuerpo Místico por el mismo signo. El cual
brilla de modo particular en la Vida Religioso por el voto de castidad, y por
el carisma vivido y profesado en forma permanente.
Ambos
signos son obra del Espíritu Santo: 1 ) la Concepción de María la Virgen y
el nacimiento virginal, 2) la existencia de: carisma de la castidad
consagrada. Ambos signos son también signos de contradicción y objeto de
frecuentes impugnaciones. Y como el misterio de la Vida Religiosa tiene su
clave de sentido en el misterio de la Concepción Virginal, nos vamos a
permitir ahondar algo más en los datos que el Espíritu Santo quiso darnos en
las Sagradas Escrituras, seguir considerando el misterio de la Encarnación
virginal, para comprender mejor el sentido del carisma y el voto de castidad.
Nada
en apariencia más alejado de la guerra que los evangelios de la infancia. Y
sin embargo, allí encontramos ya elementos que nos la recuerdan. La profecía
de Isaías 7, con el signo de la virgen y el Emmanuel, los cánticos de María,
Zacarías y Simeón. Queremos agregar aún algunas consideraciones más.
Primero acerca del nombre de Jesús. Segundo acerca de la escena lucana del
nacimiento. Esperamos que ellas contribuirán a fundamentar mejor nuestra
presentación del tema.
Ya
vimos que el nombre Emmanuel es
inequívocamente un nombre de guerra que expresa la fórmula de Asistencia.
Examinemos ahora el nombre de Jesús.
Jesús, deriva de la raíz hebrea yashac,
que significa salvación, salvar. En los textos de guerra de Yahvéh, la
salvación es lo que se busca: la salvación de los suyos de las manos del
enemigo.
Acerca
del nombre de Jesús, nos dice Pablo que “Dios
le dio a Jesús un nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de
Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra, y en Los abismos, y
toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor” (Filipenses 2,
10‑11).
Pablo
alude al parecer, al pasaje de Isaías, donde Dios reclama para sí el
homenaje que se rendía comúnmente en la antigüedad a los reyes vencedores:
doblar la rodilla ante ellos, en gesto de sumisión, rendición y
reconocimiento de sobejanía. “Volveos
a mi y seréis salvados, confines todos de la tierra...
Yo juro por mi nombre; de mi boca sale palabra verdadera y no será
vana: Que ante mi se doblará toda rodilla y toda lengua jurará diciendo: sólo
en Yahvéh hay victoria y fuerza!... Por
Yahvéh triunfará y será gloriosa toda la raza de Israel” (Isaías 45,
22‑24). Esta profecía se cumple en Jesús, ante quien se dobla la
rodilla en todo el universo y a quien se le da el título de Señor,
Kyrios, que era un título imperial de la antigüedad.
Orígenes,
en el comienzo de su Comentario al libro de Josué, establece la ecuación
entre este nombre y el de Jesús. En efecto, a partir del hebreo, pueden
considerarse sinónimos. Jesús, en
hebreo yeshuac, es un
nombre propio de la misma raíz yashac
(:salvar, salvación) que el nombre Josué, en hebreo yehoshúac.
Dice
Orígenes en su comentario:
“La
primera vez que encuentro en la Escritura el nombre de Jesús es en el libro
del Éxodo (11,3). Y quiero considerar en que circunstancias lo encuentro
'atribuido por primera vez: Amalec vino ‑dice la Escritura‑ y
combatió contra Israel y Moisés dijo a Jesús (Josué) en Raphidim...
He ahí la primera mención del nombre de Jesús...
elÝgete hombres fuertes entre los hijos de Israel, sal y combate mañana
contra Amalec. Moisés confÝesa queél no puede conducir el ejército, que no
lo puede mandar, aunque es él quien lo ha hecho salir de Egipto. Es por eso
que la Escritura dice que hizo llamar a Jesús (Josué) y le dijo que saliera
a luchar contra Amalec.
En
el primer pasaje en que encuentro el nombre de Jesús, allí mismo descubro el
misterio de su significado simbólico: Jesús, en efecto, conduce un ejército”
(Orígenes, Hom. in Josué 1, 1; 5.C.71, p. 97) “. . .la finalidad del libro
de Josué, no es tanto la de hacernos conocer los hechos de Jesús (Josué)
hijo de Navé, cuanto el de describirnos los misterios de Jesús, mi Señor.
Es El en efecto, el que, después de la muerte de Moisés ha asumido el mando,
El quien conduce el ejército y combate contra Amalec; y lo que estaba
figurado sobre las montañas por las manos extendidas, El lo realiza,
“clavando en su cruz los principados y potestades, sobre los cuales triunfa
(Colosenses 2, 14) en su propia persona” (Ibid.,1, 3; p. 101).
Navidad y Guerra de Dios
En
la escena del Nacimiento de Jesús, como nos la relata Lucas 2, 1‑20,
vamos a considerar, poniéndolos a la luz del contexto de la guerra de Yahveh,
cuatro elementos: 1) la Noche; 2) el Grito; 3) El Canto de los ángeles 4) la
adoración de los pastores.
La Noche
Un
Antiguo Tárgum Palestinense dice que hay cuatro grandes noches en que Dios
actuó: 1) La noche de la Creación, en medio de la cual dijo: hágase la luz;
2) La noche de la Promesa y Alianza con Abraham: cuando le dijo `cuenta si
puedes las estrellas (Gn. 15, 5); 3) La noche de la liberación de Egipto y de
la Pascua, cuando Yahveh dijo `Yo pasaré esta noche' (Ex. 12, l. 29‑31.
42) y 4) La noche de la Consolación de Israel o del Mesías[5].
El Grito
Este
Tárgum palestinense, datado en tiempos de Jesús, testimonia que se esperaba
que el Mesías llegara de noche. La misma convicción parece reflejarse en el
libro de la Sabiduría 18, 14, que la Iglesia retoma en la liturgia de la
Navidad y que nos orienta, como una clave, para penetrar en el misterio de
aquella noche: “Cuando un sosegado
silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera,
Tu‑Palabra Omnipotente, como un implacable guerrero, saltó del cielo,
del trono real, en medio de una tierra condenada al exterminio, empuñando
como cortante espada, tu decreto irrevocable” (Sab. 18, l4‑15).
La
palabra de Dios parece haber tenido predilección por hacerse oír en la
noche. Quizás porque a esa hora', los hombres callan. Como palabra creadora,
como palabra de Promesa y Alianza, como palabra liberadora de la esclavitud de
Egipto, como palabra o grito mesiánico de victoria definitiva.
Naturalmente,
en esa noche de la Navidad, el hombre sólo oye el primer vagido de un niño
recién nacido. Pero la madre Iglesia (las Madres saben comprender el
significado del llanto de los niños) nos explica que se trata de un grito de
guerra, de un grito de victoria de Dios. Y aquí comprobamos que, otra vez, la
victoria de Dios y el signo del parto virginal, van juntos.
Y
no somos nosotros los que desdoblamos, por arbitraria iniciativa propia, el
misterio de la Encarnación virginal en dos misterios: concepción y parto
virginales. San Ignacio de Antioquía da propio relieve al misterio del parto,
al misterio de la Navidad, incórporándolo a una terna, que es una trilogía
de signos de victoria:
Y
quedó oculta al príncipe de este mundo la virginidad de María y el parto de
ella del mismo modo que la muerte del Señor: tres misterios sonoros que se
cumplieron en el silencio de Dios” (Ad. Ef. XIX, 1 ).
+ El Canto de los Angeles
En
el momento en que el Verbo de Dios se abalanza como un guerrero hacia la
Ciudad de los hombres, un coro de Angeles se aparece a unos pastores, con un
mensaje de Paz. ¿Es esto, acaso, coherente con una escena de guerra santa?
Lo
es. Leemos en el libro del Deuteronomio
20, 10, en el contexto de un Reglamento
de Guerra: “Cuando te acerques a
una ciudad para atacarla, le prepondrás la paz. Si ella te responde con la
paz y te abre sus puertas, todo el pueblo que en ella se encuentre te deberá
el tributo y te servirá. Pero si no hace la paz contigo y te declara la
guerra, la sitarás” (Dt. 20, 10‑12).
Durante
su vida pública, Jesús envió a sus discípulos a predicar, con un
Reglamento del Apóstol muy semejante: anunciar la paz, comer lo que le den,
sacudir sus sandalias donde no los reciben.
Pero
al mundo al que llega Jesús recién nacido todavía infante, incapaz' de
hablar, al mundo que ha . cerrado las puertas de las posadas a sus padres y
les somete al tributo del César, Jesús‑Rey no puede aún conminarle el
ultimatum prescrito. En su nombre, los angeles, según el ritual de la guerra
de Dios, nos ofrecen la paz.
La Adoración de los Pastores
A
la conminación de los Angeles, los pastores, responden con el tributo
correspondiente. La piedad cristiana los representa, en los pesebres, trayéndole
al niño sus dones humildes: corderitos, leche de cabra u oveja. El texto de
Lucas no habla de dones materiales. Nos refiere el pago de un tributo que es más
importante para Dios. ¿Qué le ha quitado a Dios el hombre, que deba
devolverle y darle como tributo debido al Soberano? Exactamente lo que los
pastores le dan, aceptando el ofrecimiento de la paz y del beneplácito
divino: se volvieron glorificando y
alabando a Dios”.
Es
que en el pesebre, habían encontrado El
Signo, La Señal que les anunciaran los angeles: “y
esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
reclinado en un pesebre “.
La
Humanidad del Hijo de Dios recién nacido, sirvió de señal para un grupito
de pastores que bien poco contaban dentro del gran imperio. Puede estar
satisfecha la Iglesia, y en particular la Vida Religiosa, que hoy parece
inquietarse en búsqueda de su identidad, si sirve de señal para unos
pastorcitos de buena voluntad. Pero es, como decía el Concilio, algo más: Es
Señal para los creyentes, de las realidades invisibles de la fe. Y para los
no creyentes, nada menos que signo del poder de Cristo y de la infinita
potencia del Espíritu Santo.
El Signo de la Cruz
Quien
haya meditado el misterio del nacimiento habrá podido encontrar en la escena,
el triple misterio de la pobreza, la obediencia y el nacimiento virginal. Y
habrá podido considerar que aquí comienza en realidad el Vía Crucis. Este
niño es signo en el pesebre. Pero será signo en la Cruz.
“La
Señal del cristiano es la Santa Cruz”
nos enseñaron a responder en el catecismo. Es nuestro signo. Y como
religiosos, a título especial de consagrados. Signo de la victoria de Cristo.
Signo oculto al enemigo, príncipe de este mundo. San Ignacio pone el signo de
la Cruz en una relación de triada con los de la concepción y el parto
virginal. Y tenía para ello una profunda razón.
Cristo
no podría haber triunfado en la Cruz, si no hubiera asumido nuestra carne. Y
eso sucedió por la Encarnación y el Nacimiento. Según observa San Hilario
de Poitiers, comentando el combate de Jesús con el demonio, en la escena de
las Tentaciones en el Desierto:
“El
diablo debía ser vencido, no por Dios, sino por la carne, y a³n a esa carne
no habría osado tentarla, si no hubiera reconocido en ella lo que es propio
del hombre: la debilidad del hambre” (Comm. in Matt. 3, 2. 2; SC. 254, p.
115).
La
carne de Cristo, parece ser el elemento unificador, mediante el cual San
Ignacio de Antioquia asocia en terna los tres misterios, y también en honor
de esa carne existe la Vida Religiosa: “los
que pueden permanecer en castidad en honor de la carne del Señor” (Ad.
Polic. V, 2).
Muchas
veces, los dichos de los Santos Padres, nos encaminan para una mejor comprensión
de las Escrituras. La carne de Cristo es el Gran Signo, es el Signo primordial
de todas las realidades divinas. El que lo ve, ve al Padre, el que lo escucha,
escucha al Padre, el que lo desprecia, desprecia al Padre. La carne de Cristo
es también el Signo que visibiliza al Espíritu Santo, el cual está en
plenitud en El. La carne de Cristo es el Templo que es morada visible de la
Divinidad. La carne de Cristo es el estandarte de la discordia (signo de
contradicción).
Los
cristianos siguen a Cristo en su
carne, hoy glorificada. Y es su carne la que les permite ponerse en su
seguimiento. Quizás así deban explicarse las afirmaciones enigmáticas de
San Ignacio de Antioquía “convertíos
en nuevas creaturas por la fe, que es la carne del Señor, y por la caridad
que es la sangre de Jesucristo” (Ad. Tral. VIII, 1).
Esa
carne de Cristo está signada. Siendo el Gran Signo, está marcada
principalmente por su origen y su condición virginal, expresión de su unión
con Dios. Dios signa lo que asume .
Hablar
de la Vida Religiosa como signo, implica considerarla como obra de Dios, al
estilo de los signos de guerra y victoria que da Dios, y de la carne de Cristo
que asume el Verbo. De la Vida Religiosa puede decirse glosando la Carta a los
Hebreos 5, 4: “nadie se arroga por si
mismo esa condición, sino el llamado por Dios”. las discusiones acerca
de lo diferencial entre el cristiano y el religioso no tienen solución si se
la busca por el lado de lo que unos y otros hacen. La solución está por el
lado de lo que Dios hace con ellos.
Y, naturalmente, esa iniciativa divina, motiva respuestas diferenciales. A los
religiosos Dios los pone como signos, marcándolos en su carne con una
particular semejanza carismática con la carne de Cristo. Los religiosos
responden a esa iniciativa divina con el consentimiento de los votos. Que su
Vida Religiosa sea un signo de combate y Victoria, es consecuencia de su
condición especular, que refleja la carne del Señor.
Hacer visible la victoria
La
Iglesia canta con fe la victoria de Cristo: “Christus
vincit, Christus regnat, Christus imperat”. Pero la victoria de Cristo,
por la cual es Rey, está “oculta con
Cristo en Dios” (Col. 3, 3). No es una victoria que podamos experimentar
al exterior de la fe. Y precisamente, en reconocerla está el combate y la
victoria del creyente. El cristiano que duda de ella, ha sido derrotado.
Y
la victoria de Cristo no es evidente fuera de la fe, porque aún perdura el
combate de los creyentes: “En este
mundo tendréis tribulación, pero tened fe, yo he vencido al mundo” (Jn.
16, 33).
La
Vida Religiosa pone a los ojos de la Iglesia militante un signo manifiesto de
la asistencia de Cristo y de su Espíritu: Yo estoy con vosotros, actuante. Un
signo de su poder y de la infinita potencia de su Espíritu. No se ha acortado
el brazo del Señor.
La
más terrible tentación para el cristiano es creer que el mal es más fuerte
que el bien. Que el príncipe de este mundo pueda ser más poderoso que Cristo
Rey. Y esa tentación lo acecha especialmente cuando lo asalta la tribulación.
Cuando no sólo ve, sino que experimenta en carne propia, el asalto del mal.
El espectáculo del mundo y del abismo del corazón humano, propio o ajeno, es
a menudo motivo de vértigo ¿cómo es
que Cristo ha triunfado? Frente a esos anti-signos, el Espíritu Santo
obra, en la Iglesia, como un signo visible de la victoria de Cristo, el
milagro de la Vida Religiosa. Esta no es un testimonio que puedan fabricar y
mantener los hombres por propia ocurrencia e iniciativa, sino un signo de
Dios.
Manipularlo
como factura de hombres, sería injuriar al Señor y atribuirse esta victoria
suya.
[1]
Codina,
o. c., p. 183.
[2]
Esas
obligaciones son: 1) Venganza de sangre; 2) levirato; 3) rescate de las
personas caídas en esclavitud; 4) compra o rescate de tierras de la heredad
familiar. Las dos primeras tocan a la promesa de descendencia, protegiendo
la vida del individuo y su descendencia. Las dos siguientes tocan a la
promesa de la Tierra y al derecho de habitarla en libertad y como
propietarios. Sobre el Goelato: R. DE VAUX, Instituciones del Antiguo
Testamento, (Herder, Barcelona 1964) pp. 29‑37; 49‑54. Sobre la
Guerra Santa, en la misma obra, pp. 346‑355. Sobre Dios como Goel: H.
BOJORGE, Goel: Dios libera a los suyos, en: Revista BÍBLICA 32 (1971)
8‑12, con Bibliografía. Sobre Dios‑pariente W. F. ALBRIGHT, De
la Edad de Piedra al cristianismo, Sal Terrae, Santander 1959, pp.
193‑197.
[3]
"Ningún
niño menor de edad, ni mujer vendrá a sus campamentos después de su
salida de Jerusalén para ir a la guerra hasta su retorno. Nadie que este
lisiado o ciego o Que tenga algún defecto permanente en su cuerpo, o
padezca alguna impureza corporal, irá a la guerra. Todos deberán ser
voluntarios, sin defecto espiritual o físico y preparados para el día de
la venganza" lReyla de la GuerTa. IX (Col. VII) 3‑ 5; Ed. Carmign
Guilbert (Paris 1961) T I. pp. 102‑103).
[4]En
vez de "¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a
Dios? " que es la traducción que hoy predomina, hemos preferido la
lectura "hoy comúnmente preterida a pesar de que cuenta en su favor el
testimonio de la Natividad de María (:Protoevangelium Jacobi), Actus Petrus
cum Simone, Ireneo, Tertuliano S. Cipriano y otros": "No tenéis
pequeño combate con los hombres porque Dios otorga el combate". A.
Orbe ha demostrado que sobre esta antigua lectura se fundamenta el título
de Cristo como Gran Luchador (megas agonistes). Ver: A. ORBE, Cristología
Gnóstica, (BAC, Madrid 1976) T.l pp. 134‑‑153, más en especial
143‑‑149; nuestra cita entrecomillada: p. I 52.
[5]
Tárgum
Neophyti Éxodo I2, 42. Los
Targumes son traducciones arameas del Antiguo Testamento hebreo que se ofrecían
en la sinagoga a los judíos que ya no entendían la lengua hebrea. El Tárgum
Neophyti, descubierto por el P. Diez Macho y publicado por El contiene una
traducción datable en Palestina y contemporánea de Cristo. Es lo que los
judíos contemporáneos oían en la Sinagoga. De ahí la importancia de sus
glosas, para iluminar aspectos del Nuevo Testamento.