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CAPITULO
PRIMERO
VIDA
RELIGIOSA Y SAGRADAS ESCRITURAS
Principios
para la Teología de la Vida Religiosa[1]
El
tema de la relación entre Vida Religiosa y Sagradas Escrituras es un tema muy
debatido entre los teólogos. Un conocido especialista en la teología de la
Vida Religiosa, el jesuita español Víctor Codina, afirmaba hace unos años
que: "La teología de la vida
religiosa todavía está por hacerse”[2]
, y que "a pesar de todos los
avances positivos, el Concilio Vaticano II
ha dejado algunos interrogantes sobre la vida religiosa”[3].
Entre esos interrogantes, que él enumera, son varios los que parecen
aguardar respuesta desde una consideración de las Escrituras:
"¿En
qué consiste lo peculiar de la Vida Religiosa? ¿Cuál es este nuevo título
por el que el religioso se consagra a Dios? ¿qué relaciones existen entre
los consejos evangélicos y los impedimentos posibles al fervor de la caridad?
¿qué distingue el seguimiento de Cristo de los religiosos del seguimiento e
imitación de todos los cristianos? ¿En qué sentido la Vida Religiosa es
signo? ¿Qué significa esta mayor plenitud de la gracia bautismal que se da
en la Vida Religiosa? ¿Qué relación hay entre el seguimiento de Cristo, la
consagración, los consejos, la renuncia, la escatología, el aspecto
significativo, la liberación de los impedimentos de la caridad? ¿Cuál es la
noción primera de la cual derivan las demás? El Concilio no ha querido
zanjar cuestiones discutidas entre los teólogos y a veces ha buscado fórmulas
de compromiso. Todo esto nos demuestra que la teología de la Vida Religiosa
todavía está por hacerse”[4].
¿Pueden
ofrecernos las Sagradas Escrituras respuestas, o por lo menos los elementos
que nos permitan dar respuesta, a éstas y otras preguntas semejantes, que
tocan tan hondamente a la esencia y al sentido de la Vida Religiosa?
Un recorrido
por estudios de autores de teología de la Vida Religiosa que tratan de ésta
a la luz de las Sagradas Escrituras, arroja resultados más bien
decepcionantes y que inclinarían a dar una respuesta pesimista o negativa.
Oigamos algunas frases que documentan esa impresión:
"La
letra de la Escritura no contiene ninguna palabra del Señor ni testimonio
apostólico, suficientemente directos y diáfanos, como para poder ver en
ellos la expresión de una voluntad de Cristo, aplicable explícitamente a la
Vida Religiosa”[5]
"No es posible encontrar en la Escritura la afirmación inmediata
y explícita de la doctrina de los “tresconsejos evangélicos” y ni
siquiera “la afirmación inequívoca del único consejo del celibato por el
Reino de los Cielos”[6]
"No
se encuentra (en los textos evangélicos) lo que parece ser la enseñanza común
sobre la naturaleza de la Vida Religiosa”[7].
“La
Biblia no conoce una ‘vida religiosa”[8]
"Ni
el Antiguo ni el Nuevo Testamento conocen la existencia de una categoría
particular de creyentes, a los cuales le estarían reservadas exigencias éticas
particulares”[9]
"La
distinción entre los preceptos y los consejos y la teoría de la Vida
Religiosa que se apoya en ella, ha sido ciertamente impugnada primero por la
ciencia bíblica y a continuación por teólogos de la talla de un Rahner,
Congar, y Tillard”[10]
Retomando
las tesis del P. Tillard, el P. Carlos Palmés afirma :
"No
es difícil mostrar que en el Nuevo Testamento no se habla directamente de la
Obediencia propia de la Vida Religiosa”[11]
“El
desprendimiento de los bienes no se consideraba como propio de un grupo
selecto sino que era una invitación a todos los creyentes”[12]
"Sobre
la virginidad no parece que se pueda hablar de un consejo evangélico
propiamente tal”[13]
"No
se halla en el Nuevo Testamento la afirmación directa, explícita, de la
doctrina de los consejos evangélicos”[14]
"Aceptando
plenamente la opinión del P. Tillard, afirmamos con él que la Vida religiosa
no procede de alguna frase concreta ni de ideas abstractas, pero brota del
conjunto del Evangelio, como una llamada al radicalismo exigido por el
seguimiento de Cristo”[15]
En
efecto, estos teólogos no niegan todo fundamento escriturístico a la Vida
Religiosa, sino solamente un fundamento directo
y explícito en determinados textos particulares. Admiten la posibilidad
de una fundamentación en las Escrituras, pero a nuestro parecer dicha
fundamentación queda muy vaga. Y llegado el momento de precisarla, no todos
están tan de acuerdo con el P. Tillard, como lo está el P. Palmés.
La
nueva definición propuesta por el P. Tillard, a partir del radicalismo evangélico
es resistida, por ejemplo, por el P. Th. Matura, porque:
“Monopoliza el radicalismo
como norma permanente, en provecho de una clase de cristianos, dispensando de
un plumazo a los otros de su práctica, que debería ser igualmente permanente
para ellos (celibato aparte)”[16]
A
Juzgar por las afirmaciones de estos teólogos de la Vida Religiosa que hemos
citado con cierta profusión, no parecería que pudiéramos esperar mucho de
las Sagradas Escrituras para iluminar el sentido de la Vida Religiosa y para
llevar a término esa empresa de teología de la Vida Religiosa que ‑según
el P.Codina‑“todavía está por
hacerse”.
No
es fácil por lo tanto, despejar el terreno en un tema como éste, donde la
investigación teológica de autores prestigiosos y muy difundidos, que gozan
de mucha autoridad, parece más bien haber amontonado escombros y abierto
zanjas, con la promesa de un futuro edificio.
¿Tendremos
que quedar mientras tanto a la intemperie? Tendremos que conceder que la
Escritura no puede ofrecernos mayores luces para iluminar el sentido de la
Vida Religiosa con una claridad y una evidencia, capaces de concitar, por si
mismas la unanimidad de los teólogos?
Divulgación errónea
Simultáneamente,
algunos divulgadores, han irrumpido en nuestro tema, sobre las huellas de los
teólogos. Han transformado en tesis algunas hipótesis de los teólogos y han
propalado en forma de afirmaciones lo que algunos de ellos formulaban en forma
de preguntas.
Como
resultado, los religiosos hemos podido oír proclamar, en cursos, pláticas,
retiros, conferencias; por vía oral, escrita o en casette, que:
"Lo de los tres votos no está en el Evangelio”.”La Vida
Religiosa no tiene fundamento en la Escritura”. "La Vida Religiosa es
el resultado de contaminaciones, estoicas, maniqueas, paganas o judías,
sufridas tardíamente por la Iglesia”. "Jesucristo no la instituyó ni
la quiso”. "No puede ni debe definirse por los tres consejos ni los
tres votos, pues lo que importa es la consagración y la entrega total”.
Las
consecuencias más diversas se sacan naturalmente de afirmaciones como éstas.
Si ni los consejos ni los votos están en las Escrituras, puede
haber ‑se dice‑ una
Vida Religiosa sin pobreza, sin castidad y sin obediencia. Puede haberla en el
futuro. Y si en el futuro ¿por qué no ya? Si ni los consejos ni los
votos se fundan en las Escrituras;
ellos no pertenecen a la esencia de la Vida Religiosa.. Además, de hecho,
nuevas formas surgen en la Iglesia en forma por lo menos experimental y que
reclaman para si el nombre de Vida Religiosa con pleno derecho: Comunidades
sin superior (sin obediencia); comunidades donde cada uno vive de su trabajo y
de su sueldo y dispone de su dinero (sin pobreza); comunidades mixtas (de
solteros y casados, de hombres y mujeres, incluso de matrimonios) y por lo
tanto sin castidad.. La Congregación podría admitir miembros laicos,
solteros y/o casados. Los votos no deben ser necesariamente perpetuos y uno
puede abandonar la Congregación sin dejar por ello su Consagración.
La
proliferación y difusión de estas equivocadas opiniones, que se dan a veces
como doctrinas teológicas serias y fundadas y que estarían fuera de discusión,
ha causado ‑sobre todo en
la década del setenta‑ y sigue causando daños graves. Esto hace que
sea urgente salir del impasse al
que parecen haber llegado los teólogos, si no todos, por lo menos los que
hasta ahora han logrado más audiencia y difusión en estos temas.
¿Buscar el Fundamento?
Pienso
que ese impasse se debe en gran
parte al planteo teológico
mismo de la relación entre Vida Religiosa y Sagradas Escrituras.
En
efecto, ese problema se plantea en términos de buscar
el fundamento de la Vida Religiosa en las Sagradas Escrituras. En mi
modesta opinión y salvo mejor juicio, ese planteo es el que impuso Lutero y
si se lo acepta sin crítica, nos aboca a un callejón sin salida.
En
el año 1521, Martín Lutero, entra en el terreno del tema que nos ocupa con
un opúsculo titulado "De Votis
Monasticis”[17].
La primera tesis de este libro de Lutero, es que los
votos religiosos no se apoyan en la Sagrada Escritura.
"No
hay duda de que los votos monásticos son peligrosos porque no reposan ni en
la autoridad ni en el ejemplo de la Escritura, y porque tanto la Iglesia
primitiva como el Nuevo Testamento ignoran totalmente la costumbre de hacer
voto respecto de ninguna cosa, ni aprueban esta clase de voto de castidad, la
cual es cosa rarísima y milagrosa”[18].
Lutero
admitía que el proferir un voto es cosa lícita y reconocida por la
Escritura, que dice: "Haced votos
y cumplidlos” (Salmo 75, 12). La evidencia textual era tan clara que no
podía negarla. Pero afirmaba que hay que distinguir los votos "piadosos,
buenos y agradables a Dios”, de los
"impíos, malos y desagradables a Dios”. Su embestida contra los
votos religiosos, estuvo, pues, dirigida a mostrar que son malos y
desagradables a Dios. Y lo hizo sosteniendo que ellos son ajenos y contrarios
a la Escritura; contrarios y opuestos a la fe; a la libertad evangélica, a
los preceptos de Dios; a la caridad y a la razón natural.
En
esta obra de Lutero encontramos muchos tópicos (temas recurrentes) que con
pocas variantes se vuelven a escuchar en nuestros días acerca de la Vida
Religiosa:
"Los
votos religiosos y la Vida Religiosa no tienen fundamento en las Escrituras”
"La distinción entre preceptos y consejos no es evangélica, no puede
ser fundamento de la Vida Religiosa”.
"Los
votos religiosos no pueden agregar nada que no esté en la consagración
bautismal (exceptuada la castidad)”. "Introducen una falsa e infundada
diferencia entre los religiosos y el común de los cristianos”.
"No
se ve por qué los religiosos hacen voto sólo respecto de tres de los muchos
consejos que dio Cristo”.
"Aún
San Francisco, que pretende tener como regla al puro Evangelio, hace con ello,
del Evangelio que es para todos los cristianos, una regla para unos pocos”.
Por poco que se preste atención a los problemas que se debaten en
muchas obras actuales sobre teología de la Vida Religiosa, podrá reconocerse
la presencia tenáz de estos tópicos, que siguen resonando en nuestros días.
Replantear
el problema
Pero
no son sólo los tópicos de Lutero los que persisten. La mayor parte de
ellos, naturalmente, son demasiado abiertamente opuestos al sentir católico
como para que puedan ser mantenidos o retomados sin modificación. La tesis
luterana de que los votos son opuestos a la razón natural -por ejemplo‑
aparecerá en nuestros días bajo una forma actualizada: impiden la realización
y la madurez de la persona.
No
son sólo los tópicos los que perduran sin embargo. Es la impostación de
fondo, metódica, de manejar la relación entre Vida Religiosa y Escrituras.
Esta relación es un caso particular de la relación más amplia entre Iglesia
y Escritura, en la que se pone de manifiesto también la típica aversión
de Lutero hacia “la mediación” salvífica de la Iglesia, los sacramentos,
las instituciones, la autoridad.
Y
es esa repugnancia de Lutero por las mediaciones, la que subyace a veces en
nuestros días en las aproximaciones al tema de la Vida Religiosa. En
particular respecto de su relación con las Sagradas Escrituras. Subyace, más
que en las afirmaciones, en lo que se insinúa, mediante el planteo mismo, en
el ánimo del que escucha. San Ignacio nos ha enseñado a no temer tanto los
ataques frontales y abiertos, las impugnaciones violentas, como las de Lutero,
cuanto las presentaciones a lo Erasmo, no desprovistas de sugestión devota y
revestidas de un espiritualismo de apariencia inobjetable[19]
Queremos
preguntarnos acerca de la relación o conexión entre Vida Religiosa y
Sagradas Escrituras. Pero queremos hacerlo de modo que no se de lugar al tipo
de frases de divulgación a que nos venimos refiriendo, ni a que se esgrima la
Escritura contra la Vida Religiosa.
La
aproximación al tema desde el ángulo del fundamento
escriturístico de la Vida Religiosa, como lo muestra la experiencia
notoria de estos años, parece ser, en este sentido, un planteo poco feliz. A
juzgar por los resultados, lo menos que podemos decir de Él, es que se ha
prestado para que, amparándose en su autoridad, se divulgaran planteos y
revivieran tesis que, como vimos, coinciden en gran parte con las de Lutero. Y
que, además, no dan respuesta ni refutan en modo inequívoco y claro sus
impugnaciones.
La Escritura en la Iglesia
Si
nos preguntamos cuál es el lugar que ocupan las Sagradas Escrituras, en la fe
católica, no puede dejar de llamarnos la atención el silencio del Credo
acerca de ellas. En ningún lado del Credo, profesamos los católicos “Creo
en las Sagradas Escrituras” en, forma directa, explícita e inmediata.
Sin
embargo, no se nos ocurre dudar de que, de alguna manera, les prestamos fe y
las tenemos ciertamente por inspiradas. Esa convicción fue también en la
Historia de la Iglesia, anterior a su explicitación dogmática en Trento.
Pero lo que no está en forma explícita e inmediata en el Credo, lo sabemos
por la Tradición y el Magisterio. El Concilio Vaticano II, en la Constitución
Dei Verbum, nos ha enseñado nuevamente y con mayor claridad, acerca del lugar
propio de las Escrituras en nuestra fe[20].
De modo que no se nos ocurre dudar de ellas.
Dos antiguos credos griegos
Pero
nos parece útil recordar aquí, algunos antiguos credos griegos que nos
ilustran, más directa y explícitamente que los hoy usuales, acerca del lugar
que tienen las Sagradas Escrituras en nuestra fe. Se trata del credo de
Epifanio en su forma larga y del Credo de la Iglesia Armenia.
En
ellos se presenta a las Sagradas Escrituras, enumerándolas entre las obras
propias de nuestra fe en la Persona del Espíritu Santo, junto con la
Encarnación, (como es tradicional), con el Bautismo de Cristo en el Jordán y
con la inhabitación en la Iglesia. Estos credos nos muestran de qué modo la
Iglesia profesa en su fe que las Escrituras son obra del Espíritu Santo.
“Y creemos en el Espíritu
Santo, el que habló en la Ley y anunció en los Profetas y descendió sobre
el Jordán, el que habla en los Apóstoles y habita en los Santos” (Credo
de S. Epifanio, Forma extensa. Denzinger‑Sch. 44).
"Creo en el Espíritu Santo que habló en la Ley y en los Profetas
y en los Evangelistas, que descendió en el Jordán y habita en los Santos”
(Credo de la Iglesia Armenia. Denzinger‑Sch. 48).
Notemos
cómo se atribuye al Espíritu Santo, en estas fórmulas, en forma explícita:
el haber hablado por las Sagradas Escrituras (Ley‑Profetas;
Ley‑Profetas‑Evangelios) y el habitar en la Iglesia[21]
.
La Coherencia del Espíritu Santo. Sentido Escriturístico.
Si
el Espíritu Santo habló en las
Sagradas Escrituras (con verbos en pasado) y habita
en la Iglesia (con verbos en presente), no puede haber contradicción
entre lo que dijo y lo que hace. No
hay mentira en el Espíritu de Verdad. No puede haber oposición entre lo que dijo
en la Escritura y lo que obra
en la Iglesia. Tampoco cuando suscita en ella la Vida Religiosa, como un
Don, un signo, un
carisma. Pues eso es lo que dice el Concilio Vaticano de ella[22].
Y aún quien no acepte la autoridad del Concilio, deberá admitir que la
existencia del carisma de la virginidad o castidad consagrada es, como admitía
incluso Lutero: "rara y
milagrosa” y sólo explicable por una intervención y como una obra
divina.
Pues
bien, debe haber una coherencia, propia del Espíritu Santo entre ambas obras
suyas: la Escritura y la Vida Religiosa. Es al interior de esta convicción de
fe, que nos preguntamos acerca de esa coherencia. Admitido que la Vida
Religiosa tiene su fundamento en la
acción del Espíritu Santo, estamos persuadidos de que lo que el Espíritu
Santo habló en la Ley, los
Profetas y los Evangelistas, ha de manifestar el sentido de esa acción suya
en la Iglesia, la Vida Religiosa.
Lo
que el Espíritu Santo dijo en la Escritura, nos lo interpreta, gracias a su
asistencia[23],
el Magisterio, el cual a su vez recoge las luces de la Tradición eclesial.
No todo está por hacerse
Si
bien es verdad que el Concilio no ha querido zanjar cuestiones discutidas
entre los teólogos, eso no significa que no nos ofrezca, ya, un núcleo de
teología de la Vida Religiosa, que está por encima de toda posible discusión
entre los teólogos. En ese sentido, puesto que el Concilio ofrece una
doctrina teológica, sería equivocado pensar que la teología de la Vida
Religiosa está “todavía por hacerse en
su totalidad”, ya que el Concilio, recoge lo que, de la teología del
pasado, considera válido para todos los tiempos.
La
teología no consta sólo de las cuestiones disputadas entre los teólogos.
También la doctrina, adquirida e indiscutible, la doctrina
común es parte integral de la Teología. Y es la parte principal. Tanto
en los textos Conciliares sobre la Vida Religiosa, como en la doctrina común
y tradicional acerca de ella, hay elementos de indiscutible raigambre escriturística,
que se siguen empleando en su descripción. Ellos ofrecen un firme punto de
partida para todo nuevo intento teológico, y principios de los cuales se
puede extraer aún lo que queda en su reserva de sentido.
Hacia el Sentido de la Vida Religiosa
No
tememos pues, remontarnos desde el Magisterio, por la Tradición, hacia la
Escritura, no en búsqueda de fundamento,
sino en búsqueda de sentido y de coherencia.
En busca de la lógica del Espíritu Santo. Del sentido de sus palabras
inspiradas y de la coherencia con su operación carismática.
A
la teología le compete pensar y hablar rectamente acerca de las Tres Personas
de la Trinidad, acerca de Dios y de las obras de Dios. Siendo la Vida
Religiosa una obra del Espíritu Santo en la Iglesia, cuando la teología se
aboca a hablar de ella, está en juego la rectitud de su pensamiento acerca
del Espíritu Santo y en particular acerca de la
realidad, de la consistencia,
de su obra de inhabitación.
Sentir con el Espíritu, Sentir con la Iglesia
Es
la Persona del Espíritu Santo ‑el Espíritu Santo en Persona‑
quien nos asegura la coherencia y la continuidad de la Vida Religiosa en la
vida de la Iglesia; su perenne novedad y consiguientemente, su renovación. Su
nombre es Don. Por lo tanto,
siempre nuevo, siempre renovado, siempre distinto.
Pero
siempre con una novedad fiel a sí misma, es decir, con una auténtica originalidad.
Originalidad, dice, en efecto, una novedad que es a su vez fiel a un Origen,
a la propia historia.
Una
atenta consideración creyente del fenómeno de la Vida Religiosa y de su
historia, da testimonio de una vitalidad inagotable. Si superamos el
encandilamiento de los males, que por provenir del hombre pecador, no podemos,
a pesar de lo que parece suceder a veces, constituir en principios de reflexión
teológica, habrá que conceder que esa vitalidad es obra del Espíritu Santo.
El cual, opera, y renueva el carisma triple constantemente, bajo múltiples
formas particulares, en las más diversas familias religiosas. La Vida
Religiosa es un signo perenne sobre la frente de la Iglesia de Cristo. Un
signo visible de la asistencia operosa del Espíritu Santo y de su presencia
activa en esta Iglesia.
El
Espíritu Santo es el que, mediante la inspiración de una
Renovación Acomodada de la Vida Religiosa, ha invitado en nuestros días
a la Iglesia, a secundarlo en su obra de gracia, con docilidad y generosidad.
Toda consideración de la Vida Religiosa que quiera ser realista, tiene que
mantener en primer plano la conciencia viva y despierta de éste protagonismo
del Espíritu Santo como autor de la Vida Religiosa.
Sentir bien del Espíritu: sentir bien de su obra.
Esto
es necesario, no sólo para pensar rectamente sobre la Vida Religiosa, sino, y
eso es aún más importante, para sentir rectamente acerca del Espíritu Santo
mismo. Porque es sintiendo mal de sus obras, como se puede faltar más comúnmente
al recto sentir respecto de la Persona.
El
Concilio Romano del año 382, bajo el Papa San Dámaso, en su canon 23 advertía:
"Si alguno sintiere bien del Padre
y del Hijo, pero no se hubiere rectamente acerca del Espíritu Santo, es
hereje. Porque todos los herejes, sintiendo mal del
Hijo de Dios y del Espíritu Santo, se hallan en la perfidia de los judíos
y de los paganos” (Magisterio de la Iglesia 81).
Sentir
bien
es pensar bien, rectamente. No se
trata sólo de profesar que el Espíritu Santo es Dios, sino de pensar
rectamente acerca de las obras que se le atribuyen como propias. Este canon
parece referirse más bien a los que no creían en la Encarnación virginal
del Hijo, por obra del Espíritu Santo, la cual es proverbial herejía
conjunta de judíos y paganos.
Sentir bien de la Vida Religiosa
Pero
lo que vale para esa obra del Espíritu
Santo, vale para las demás. Y acerca de todas se ha de sentir
bien si se quiere sentir bien acerca de la Persona. Así: acerca de la
Escritura y del Carisma de la Vida Religiosa, que son, ambas, obras suyas. Así:
acerca de la relación justa entre ambas. También si en esta materia nos
aparatáramos del sentir católico, nos apartábamos del recto y buen sentir
acerca del Espíritu Santo. También a nosotros podría aplicársenos el canon
del Concilio Romano. O se nos podría aplicar, como reproche, aquella frase
del Papa Dámaso: "El Espíritu
Santo Creador, no merece que lo injurie una creatura suya”. Sería
injuria, y mayormente lo sería en un religioso, errar o inducir a errar a
otros, en la materia que nos ocupa, no reconociendo el sentido de la Vida
Religiosa inscrito en las Sagradas Escrituras. Sería injuria tener por tan anticuadas
a las Escrituras (interpretadas por los Padres y por el Magisterio) que
consideráramos que nada tienen ya para
decirnos de nuevo acerca de la Vida Religiosa. Acerca de su sentido
perenne.
Considerar
que nada tienen que pueda inspirarnos ‑ya que nadie soñará con ir a
buscar en ellas recetas prácticas- u orientarnos en la solución de los
nuevos problemas que plantea su renovación y su acomodación a las siempre
nuevas circunstancias históricas.
Vida Religiosa y Guerra Santa
Por
eso nos volvemos confiadamente a las Sagradas Escrituras, guiados por el
Magisterio y la Tradición eclesial para buscar en ellas el sentido de nuestra
Vida Religiosa. Nuestro propósito es colocar la Vida Religiosa a la luz y
sobre el trasfondo de un gran capítulo de la teología bíblica:
La Guerra Santa. Un tema que ha sido, tradicionalmente, casi un lugar común
de la teología de la Vida Religiosa. Pensamos que esa veta está lejos de
haberse agotado como principio y fuente de inspiración para este capítulo de
la teología. Pensamos, en efecto, que de la consideración de la Vida
Religiosa a la luz de ese tema y de sus textos escriturísticos, surge una
respuesta orgánica, capaz de responder los interrogantes del P. Codina que
citábamos al comenzar esta exposición.
Pero
antes de emprender la exposición de ese tema, quiero advertir que no
pretendemos que él, por sí solo, de cuenta cabal de toda la compleja
realidad de la Vida Religiosa. Ningún tema de teología bíblica aislado,
agota por sí solo, la plenitud de sentido de las obras de Dios. En el Nuevo
Testamento, todos los temas del Antiguo Testamento, confluyen y se combinan,
complementándose y explicándose mutuamente, en Cristo. El es la clave que
unifica lo que en el Antiguo Testamento parece aún inconciliable: justicia y
misericordia, elección de Israel y voluntad universal de salvación.
En
Cristo, en la Iglesia (y en la Vida Religiosa) confluyen y se combinan los
temas de la Guerra Santa y los del Culto o Servicio divino. Comunión y
holocausto. Guerra y Paz.
La
palabra de Dios, es, a la vez, pan y espada. El combate de Cristo es oración
del Huerto y su arenga a los suyos exhorta a la vigilia y la oración, a la
vez que remite el hierro de Pedro a su vaina.
Aproximación a la Vida Religiosa desde otro tema: La Alianza.
Quiero
señalar, para terminar, la existencia de un hermoso ejemplo de ensayo de
teología bíblica de la Vida Religiosa. Se trata del artículo del P. M. A.
Fiorito "Alianza Bíblica y Regla
Religiosa” [24]
. El artículo se subtitula: "Estudio
histórico‑salvífico de las Constituciones de la Compañía de Jesús”.
Pero su interés no se limita a los jesuitas. Interesa a todo religioso que
quiera comprender cuál es el sentido de su Regla o de sus Constituciones, a
la luz de las Escrituras, desde el tema
de la Alianza.
Me
limito a transcribir aquí la tesis central de este estudio de mi querido
Maestro, a quien tanto debo en lo intelectual y lo espiritual, como ejemplo de
lo mucho que pueden contribuir la teología bíblica y la exégesis bíblica,
aplicadas con sentido católico, para una comprensión cada vez más rica, más
profunda y más espiritual de la Vida Religiosa a la luz de las Sagradas
Escrituras. El estudio ofrece conclusiones que pueden ser útiles para
comprender y alcanzar un justo equilibrio entre la fidelidad a la regla y la
flexibilidad para adaptarla.
He
aquí la tesis central del artículo del P. Fiorito, tesis que aparece, como
refrendada por el Magisterio, en un discurso varios años posterior del Papa
Pablo VI[25]:
“Considero
la vocación religiosa como una alianza
especial de Dios con el fundador de la Orden o Congregación religiosa, y
con todos los que lo siguen, de modo que tal alianza forma parte de la Alianza
bíblica, y se diferencia de otras alianzas especiales por
la Regla o Constitución religiosa
que el Fundador ‑y sus sucesores autorizados‑, con autorización
de la Iglesia, deja como herencia salvífica
y a la vez como condición sine qua non
de pertenencia a tal orden o congregación religiosa”[26]
“.
. La vocación religiosa es un caso
especial de la Alianza bíblica que no compromete ‑como ella‑
a todo el pueblo de Dios, sino a una porción del mismo: o sea, en primer término
al Fundador y sus primeros compañeros; y luego a todos los que, en el decurso
del tiempo, vayan optando por la misma vocación religiosa. Y tal compromiso o
alianza se expresa en la Regla o Constitución religiosa . . . como expresión
jurídica de este caso especial de Alianza bíblica"[27].
[1]Los
cuatro capítulos de que consta este libro reproducen con ligeros retoques
para su publicación, cuatro conferencias pronunciadas en el Colegio Máximo
San José, San Miguel (Buenos Aires), el día 14/XI/1982 en unas Jornadas de
Superioras Religiosas. Este primer capítulo se publicó, en el Boletín
de Espiritualidad Nº 79 (Febrero 1983) págs. 1‑15
[2]Víctor
CODINA, Teología de la Vida
Religiosa, Razón y Fe, Madrid 1968, p. 184.
[3]
Codina, o. c. p. 183.
[4]
Codina, o. c. pp. 183‑184.
[5]J.
M. R. TILLARD, El proyecto de Vida de
los Religiosos, Publ. del Instituto Teológico de Vida Religiosa, Madrid
(1974' ) 19783, p. 184. Las páginas de este estudio referentes a
nuestro tema recogen sustancialmente lo que el autor ya había publicado en
su artículo: Le fondement évangélique
de la Vie religieuse, en: Nouvelle
Revue Théologique 91‑2 (1969) pp. 916‑955.
[6]
Tillard, o. c. p. 179.
[7]Th.
MATURA Le radicalisme évangélique
et la Vie religieuse en: Nouvelle
Revue Théologique 103 (1981) p. 1 74. Este artículo se apoya en las
conclusiones del estudio del autor: Le
Radicalisme évangélique, Du Cerf, París 1978 (Cell. Lectio Divina 97)
que ha sido traducido y publicado en la misma serie que la obra del P.
Tillard, por el Instituto Teológico de Vida Religiosa, Madrid.
[8]
Matura, art. cit. p., 176
[9]
Matura, art. cit. p. 176
[10]
Matura, art. cit. p. 181
[11]
Carlos PALMES, Teología Bautismal y
Vida Religiosa, Secretariado General de la CLAR, Bogotá 1974, p. 29.
[12]
Palmés, o. c. p. 28.
[13]
Palmés, o. c. p. 31
[14]
Palmés, o. c. p. 32.
[15]
Palmés, o. c. p. 32.
[16]
Matura, art. cit., p. 183.
[17]
: R Martín Luther, WERKE (Weimarer Kritische Gesamtausgabe) Tomo VIII, pp.
577‑669. Sobre
el De Votis Monasticis, síntesis de su contenido y apreciación crítica,
puede verse GARCIA‑VILLOSLADA, Martín Lutero, Vol. II: En lucha
contra Roma, Cap. 2, en esp. pp. 45‑55.
[18]
Lutero, o. c., p. 578
[19]
San Ignacio redactó las Reglas para
sentir con la Iglesia, teniendo en vista, no tanto la crasa herejía,
cuanto contra el enemigo solapado y
transfigurado que engañaba a incautos generosos, y parece que al
hacerlo tenía presente el Enchiridion
Militis Christiani de Erasmo. Así lo ha mostrado el P. Pedro de Leturia
S. J. en Estudios Ignacianos, T.
II: Estudios Espirituales, Inst.
Historicum Soc. Jesu, Roma 1957, pp. 151‑163. Observación y
referencia que agradecemos al P. Martín Morales.
[20]
El
Concilio nos ha reiterado y aclarado cuál es el puesto que ocupan las
Sagradas Escrituras en nuestra fe junto a la Tradición, el Magisterio y la
Iglesia (Ver: Vat. 11, Const Dei Verbum, Nos. 8‑10) y cuáles son las
normas de su interpretación (Dei Verbum, Nos. 11‑12). Es claro para
nosotros que "La Iglesia no toma de la sola Sagrada Escritura su
certeza acerca de las cosas reveladas" (Dei Verbum 9). Tradición y
Escritura son como un sólo depósito de la palabra de Dios (Dei Verbum 10)
y como un solo espejo en quien la Iglesia contempla a Dios, de quien todo lo
recibe (Dei Verbum 7). Todo: también la Vida Religiosa como Don de Dios.
[21]
Inhabitar. El verbo griego empleado oikein deriva de oikía : casa. Sugiere
una conmoración familiar, pero también sacral. El Espíritu Santo está en
los Santos como “en su casa”. Los santos son templo del Espíritu Santo.
Los santos: los creyentes, la Iglesia.
[22]
“Signo clarísimo del Reino de los cielos” (Perfectae Charitatis 1, cfr.
Lumen Gentium 44: distintivo especial) “Un Don divino que la Iglesia
recibió del Señor” (Lumen Gentium 43). “Carismas: variedad de dones”
(Perf. Charit,1).
[23]
Dei Verbum, 10.
[24]
M. A. FIORITO, Alianza Bíblica y
Regla Religiosa, Estudio histórico-salvífico de 1as Constituciones de
la Compañía de Jesús, en: Ciencia y Fe 21 (1965) pp. 291‑324.
[25]
SS. PABLO VI, 29 set 1974, Ossrv. Rom.,
n. 300 dijo: “... toda la vida de
!a Iglesia se basa en una Alianza que Dios establece con los hombres desde
los orígenes de la humanidad (con Adán, en el Gn. 2,4b ss. donde la creación
se relata en un esquema de “alianza”, o sea, creación como elección,
paraíso como promesa, y “código de alianza”; con Noé, representante
de todos los pueblos después del diluvio en Gn. 9‑10; con Abraham,
con Moisés . . . y las sucesivas renovaciones). Así también vosotros
(religiosos) estáis llamados en la Iglesia a guardar una “alianza”
especial que Dios por su infinita misericordia sancionó con vuestro
fundador y con vuestra familia . . .”
[26]
Fiorito, Art. cit., p. 297.
[27]
Fiorito, Art. cit., p. 297‑298.