APOLO, EL ARCO Y LA LIRA
Jerónimo Brignone - Junio 2000
Apollwon tad hn, Apollwn, filoi,
o kaka kaka telwn ema tad ema paqea
“¡Apolo fue, Apolo, amigos,
quien funestos, sí, funestos
infortunios hizo míos, muy míos!”
(Edipo Rey, Sófocles)
Quisiera abordar un tema que me
resultó sorprendente, de hecho racionalmente incomprensible, y que es el de la
adjudicación característica a un mismo dios, Apolo, de dos objetos
contrapuestos en su uso, el arco y la lira, y cuyo único parentesco pareciera
darse, sugestivamente, en la similitud de sus componentes: un puente sólido y
cuerda tensada. Quizás con el fin de esclarecerme algo al recorrer la
bibliografía referente, o al mero reflexionar sobre el asunto. De más está
decir que no encontré ninguna respuesta satisfactoria, fuera de haber
desplegado para mí mismo algunos símbolos e ideas que naturalmente rodean a
este tema, dando apenas una mayor solidez a la comprensión a medias con la que
lo abordé inicialmente.
Quizás una primera explicación
fuera la de las dos "etapas" o desarrollo histórico que se le supone
al dios, comenzando por un origen asiático, más exactamente de Licia, al sur
de Asia Menor (Britannica, 1971), evidenciado para algunos en su no presencia en
los dioses mencionados en el lineal B micénico descifrado en 1952 (Parker,
1980); en su nombre no griego; en el apelativo "Letoides" (hijo de
Leto, práctica -derivar del nombre materno- jamás llevada adelante por los
griegos, y en cambio muy común en Asia y especialmente en Licia); en que peleó
a favor de Troya en la Ilíada homérica, junto a Ares y Afrodita, otros dos
dioses de claro origen asiático; en que, si bien la tradición más aceptada es
la de su mítico nacimiento en la Delos egea, Licia es la otra patria que se
disputaba su origen, y Leto, su madre, era proveniente de Asia Menor, su nombre
probablemente derivado de "Lada" ("mujer", en el dialecto
local); que su apelativo "Licio" apoya la tesis de ser Licia su cuna
(las otras dos son la, según Alfonso Reyes, influida por la corriente antropológica
totémica (Reyes, 1966), históricamente bastante superada, que lo asocia a
"Lykos", "lobo", y su relación con su patronazgo sobre los
rebaños, pastores, etc., y la otra, el significado alternativo de
"Lykio", (Mavromataki, 1997) "luz del amanecer", es decir la
claridad que irrumpe y deja atrás la noche); en que, pese a las probables raíces
hititas y hasta babilónicas, también hay teorías de su origen nórdico (su
ida anual al "País de los Hiperbóreos", la rubia complexión, y que
el cisne, su animal, es más característicamente noreuropeo, recordando, dicho
sea de paso, al Lohengrin wagneriano), sea de uno u otro modo, no griego; en su
llegada posterior al santuario de Delfos, a él consagrado, tal como lo
testimonia el mito de la muerte de Pitón y el supuesto previo culto a Gea; que
la profecía extática -tal como la de la pitonisa de su santuario- se
practicaba desde fecha muy antigua en la Asia occidental (Dodds, 1999), previa a
la colonización jónica (se sabe de fenicios e hititas); en las diversas
indicaciones de que fue adoptado por los dorios del Peloponeso recién alrededor
del 1000 A.C.; etc.
De esta primera procedencia asiática
parecieran venir sus características mas cruentas y temibles: su voz retumba
como el trueno y hace que la humanidad se estremezca cuando él habla (Ramírez,
1987). Mortífero y terrible, ningun dios, fuera de su padre, fue tan temido, y
ninguno tratado con tanto respeto por poetas y mitógonos (Britannica, 1971): sólo
Zeus y su madre Leto podían soportar su presencia, así como es difícil mirar
al sol, su principal emblema. Y así como el distante sol puede quemar con sus
rayos, la distancia, la muerte, el terror y el dolor se unían en su arco simbólico,
con el cual "el Poderoso de la Flecha" dio muerte en accesos de fría
cólera vengativa y ayudado por su hermana gemela arquera Artemisa a su amada
Coronis (la infiel madre de Asclepio), a los hijos de la imprudente Niobe por
haber ésta osado compararse con él y su hermana en belleza, a la armada aquea
y animales varios en el principio de "La Ilíada" por una afrenta a la
hija de un sacerdote suyo (Homero, 1998), sin olvidar su tratamiento
refinadamente cruel para con Casandra por no haber cumplido con su palabra (podía
profetizar pero nadie podría creerle), y peor todavía, con el sátiro Marcias,
al cual desolló vivo y colgó su piel de un pino sólo porque llegó a sus oídos
que su flauta podía competir con su lira (Ramírez, 1987).
Estas características mal
parecen compadecerse con su asociación emblemática al principio de equilibrio
y armonía evidenciados en la lira y el arte a él asociados, así como a las
leyes de convivencia ciudadana de las cuales era patrono, la temperancia de las
pasiones, la pureza, la purificación y la suave luminosidad de las apariencias
(Montoya, 1982), características particularmente subrayadas por Nietzsche.
"Pan métron áriston"
("Todo en su medida es excelente") y "Gnóthi sautón" ("Conócete a ti mismo") son dos
lemas fundamentalmente vinculados a él, y diversos posteriores apólogos de la
temperancia, tales como los órficos, Pitágoras y Platón, sin contar quizás a
la Atenas toda del siglo del oro, se cobijaron en su áureo patronazgo. Otro de
sus nombres, Febo (de "Phoibos", de hecho, posteriormente su nombre
romano), significa "sacro" y "puro", además de emplearse
también para referirse a los rayos del sol (Ramírez, 1987).
Una posible interpretación (mía,
aunque no creo particularmente original) es que, una vez que los griegos fueron
incorporando en su organización cotidiana la idea de la conveniencia de un
orden pluralista y equilibrado, tal como el de la polis (contrapuesto a las
rigideces de los grandes estados egipcio y mesopotámico), esta noción,
bastante "ecológica" en el sentido moderno, de coexistencia de la
diversidad de las partes del todo bajo, al mismo tiempo, un cierto principio
unificador que le de cohesión a ese todo pero que no anule a la parte (en gran
medida, la lengua griega, y en segundo lugar el panteón olímpico, contenedor
por naturaleza de otras divinidades), se volvió inmensamente característica,
sino central, de su modo de vida, y este rasgo esencial no sólo se ve
posteriormente en la gesta helenizadora de Alejandro y "la Gran Idea",
o en la ecumene cristiana, sino todavía hoy mismo en la Grecia moderna, con su
natural coexistencia pacífica de corrientes y estratos culturales harto
diversos.
Los posibles motivos de esta
característica "ecológica" que devino históricamente en símbolo de
pluralismo, democracia, humanismo y, por todo ello, libertad (tal como lo
considerara el Renacimiento y, luego, el Iluminismo), han sido, básicamente,
según distintos autores (y, creo, según el sentido común), la profunda
diversidad geográfica que caracteriza cada pequeña zona de este país, las
sucesivas y variadas oleadas y mezclas inmigratorias, y las influencias de
potentes y sofisticadas culturas vecinas (sobre todo egipcia, fenicia y mesopotámica),
con las cuales tomaba contacto sobre todo desde la libre y desapegada vía del
comercio marítimo al cual invitaba tanta isla y tanto mar. Indicaciones
probablemente muy válidas todas ellas, pero quisiera poner el acento en otra
característica casi única de esta zona, también varias veces mencionada, y
que es la cualidad de su luz, tan evidente como sutil, y particularmente
relevante al tema, dado el patrocinio de Apolo sobre el sol y la luz de la
conciencia.
El poeta y premio nobel griego
Odysseas Elytis fue uno de los muchos mediterráneos que señaló que, a
diferencia de las culturas nórdicas, en las cuales lo trágico y terrible se
asocia con la oscuridad, tanto en sentido real como figurado, en el Mediterráneo
es la luz omnipresente la que se encarga de simbolizar esos conceptos. Y sobre
el carácter particularmente revelador e individualizador de
la luz en esa zona, paso a citar a algunos autores de renombre,
"enthusiasmados" por su experiencia personal al respecto (Gage, 1987):
"Quienquiera
que haya visto alguna vez a Grecia llevará por siempre en su corazón la
remembranza de un milagro de la luz."
Walter F.Otto, 1949
"En
todo paisaje griego, la luz es el héroe protagonista."
Nikos Kazantzakis
"El
pais esta bañado en una luz tal que el ojo nunca antes contemplara, y en la
cual se regocija como si recién despertara al don de la vista. Esta luz es, si
bien suave, indescriptiblemente penetrante... Uno no puede compararla a cosa
alguna más que al Espíritu."
Hugo von Hofmannsthal, 1923
"En
la resplandeciente luz del sol el detalle se destaca con una exactitud
estremecedora, tal como aquella que uno ve en la pintura de los muy grandes o
los locos. Todo está delineado, esculpido, bocetado... Ves todo en su unicidad
característica: UN hombre sentado en UN camino bajo UN árbol... Cualquier cosa
que mires es como si la miraras por primera vez... Cada cosa individual
existente, sea hecha por Dios o por el hombre, sea fortuita o planeada, se
destaca como una nuez en la aureola de la luz, del tiempo y del espacio."
Henry Miller, 1941
Esta característica
definidora, propia de la luz solar, se asocia históricamente a Apolo en cuanto
dios que desde la distancia señala al hombre cuál es su lugar (Bustos, 2000),
su Moira (es decir "la parte que le tocó"), su límite y, sobre todo,
su diferencia con los dioses. "Quién es". Así, "a cada cual, lo
suyo", y "cada uno es como es" (el "Tat twam asi" védico, "Tú eres eso", el "Yo
soy el que soy" hebreo). ¿Tendrá que ver con el "hombre del
norte" que le señala al residente dominado "cuál es su lugar"?
Hay hipótesis convencidas al respecto (Reyes, 1966). El "orden" de la
polis, patriarcal, impuesto gradualmente desde la guerra y en guerra constante
con sus vecinos, necesita como referente hijos obedientes (al jefe). No
casualmente, como tales, Apolo y Atenea son, no sólo predilectos de su padre
Zeus, sino del ciudadano griego en general. Representan ambos bastante bien a la
combatividad militar puesta al servicio del señor mediante la mesura del
intelecto. La psicóloga junguiana Jean Shinoda Bolen señala que las características
de Apolo son las ideales para triunfar en una sociedad patriarcal (Shinoda
Bolen, 1989), aunque éso no sea sinónimo de felicidad: a Apolo no le iba nada
bien en el amor (Dafne, Coronis, Jacinto...), ya que no había entrega, sino
dominio, y lejano (el triste destino de Icaro, e inclusive el de Faetón, son un
claro símbolo de "qué parte le tocaba" al que se le acercara o
pretendiera reemplazarlo).
Este dominio queda muy bien
expresado en la muerte de Pitón (Robert Graves [Ramírez, 1987] lo considera un
arribista que fue escalonando puestos hasta implantarse por la fuerza en el oráculo
de Delfos), y mi sensación personal es que en el acto por parte del ciudadano griego de tomar a este guerrero asiático
y "convertirlo" en símbolo de mesura e ícono "nacionales"
(exactamente como, hicieran luego los romanos "domesticando" al
salvaje y pendenciero Ares y convirtiéndolo en el noble y recio Marte como
espejo de su "ideal del yo"), se refleja a sí mismo en la imagen o
idea de Apolo venciendo a ese símbolo ctónico (antes de su llegada era según
la tradición un oráculo
dependiente de Gea, de la Tierra Madre, y su estructura telúrica ctónica se
vinculaba con el camino del descenso al mundo subterráneo), erigiéndose así
en el símbolo luminoso del espíritu y del ideal que se eleva por encima de las
sombras de las antiguas creencias. Acto plenamente apolíneo, el de la creación
de un símbolo que tanto devela como oculta. Todavía hoy en Grecia sigue
teniendo fuerza tal imagen a través de la reverenciada omnipresencia del ícono
ortodoxo de San Jorge matando al dragón, como pareja apolínea de la Virgen María,
patrona actual de Grecia, y continuadora como tal del patronazgo que la diosa
virgen Atenea supo tener sobre su capital y su Partenón ("parthénos"
= virgen).
Pero lo más interesante es que
Apolo, luego de matar a Pitón, evalúa
-ayudado por su padre- como negativo diccho acto, e instaura rituales de expiación,
simbolizando de aquí en adelante para los griegos la purificación de la mácula
("miasma") de la propia
falta, sobre todo el asesinato, aunque también de la "hubris"
en general (algo parecido hay en la referencia que hace Kitto (Kitto, 1993) a la
"absorción" de un culto pre-apolíneo local, simbolizado en el
asesinato involuntario de su amante Jacinto). De allí, símbolo de pureza, de
temperancia, del autodominio ideal para la convivencia ciudadana, y al que, de
distintos modos y cada vez más hasta llegar a los estoicos, irán apuntando los
filósofos, guiados por la luz esclarecedora del dios. Pan metron ariston: la
armonía de los opuestos evidenciada luego en la "inclusión" en su
propio santuario de Delfos de su, por varios motivos, opuesto polar Dyonisio y
las distintas síntesis que irá logrando respecto de éste, su hermano,
representadas en su máxima expresión en la tragedia, el orfismo (aunque el
culto es básicamente dionisíaco en su origen, Orfeo era hijo de Apolo y la
musa Calíope) y, más tarde, el cristianismo (también influido éste por el
culto a Asclepio, Mitra y Orfeo). Se irán acentuando cada vez más sus
parecidos: el mismo padre, los mismos rizos dorados, la misma eterna
adolescencia, las mater tan dolorosas Leto y Semele, las tribulaciones del
infante perseguido, el sol que muere y renace -hiperbóreamente siempre igual a
sí mismo en Apolo, oscuramente destrozado como Osiris en Dyonisio-, la cualidad
inspirada del arte y la música en particular, o el ritual mistérico. Y todo
ello sin terminar de disolver los clásicos opuestos tan referidos (por
Nietzsche en particular, aunque sin agotarlos): Apolo el disco solar siempre
igual a sí mismo, y Dyonisios, con varias referencias a ritos agrícolas
matriarcales, su muerte y transformaciones referibles al simbolismo lunar y sus
fases (Ramírez, 1987); Apolo imagen, Dyonisio contenido; Apolo el actor,
Dyonisio el coro (Nietzsche, 1984); la plástica y la música; la armonía bien
temperada de la lira platónica versus el éxtasis peligroso y embriagador de
los vientos carnavalescos; la pitonisa, medium de Apolo, con su trance
esclarecedor (Dodds, 1999), y la disolución nocturna de la ménade dionisíaca;
la purificación "por expulsión" -por ejemplo, la costumbre del
"phármakos"- de Apolo "kathartés", y la otorgada por
transformación en Dyonisio (Bustos, 2000); la olímpica lejanía uránica de
uno y la ctónica cercanía del otro; lo aristocrático versus lo
homogeneizadoramente popular; la religión ciudadana civilizadora inculcada vía
masculina versus la inculcada en la primera infancia por la mujer, primitiva,
"inculta", "preverbal" y "arcaica" (Russell,
1984); la muerte indolora de las flechas de Apolo, y las agónicas convulsiones
y sufrimientos -garantía de resurrección- de su par; la mesura y el
descontrol; el respeto y la comunión; sacrificio de una parte de la carne de la
víctima en el festín ceremonial de encuentro y pacificación con lo divino por
un lado, y holocausto total de la víctima, o vegetarianismo a secas, por el
otro (Vegetti, 1991); amores desgraciados (ya mencionados) y amores felices
(Ariadna); etc. y etc.
Dice el psiquiatra C.G.Jung
(Jung, 1982): "El sol, como hace observar Renan, es en verdad la única
imagen "razonable" de dios, tanto si nos colocamos en el punto de
vista primitivo como en el de la moderna ciencia de la naturaleza: siempre es el
dios-padre que anima a todo ser viviente, el fecundador y el creador, la fuente
de energía de nuestro mundo. En el sol, como cosa natural que no conoce escisión
interna alguna, puede resolverse armónicamente la contradicción en que ha caído
el alma del hombre. Y no sólo es benéfico, puesto que también puede destruir;
de ahí que la imagen zodiacal del verano ardiente sea el león devorador de
rebaños al cual da muete el héroe judío Sansón para redimir de esa plaga a
la desfalleciente tierra. Pero la naturaleza peculiar del sol es que queme, y al
hombre le parece natural que así sea. También alumbra por igual al justo y al
injusto, y hace crecer igual al ser útil que al nocivo. ... esta reducción y
simplificación psicológicas corresponden al esfuerzo histórico de las
civilizaciones por unir y simplificar sincretísticamente el número infinito de
dioses. Ya intentóse hacerlo en el antiguo Egipto, donde el ilimitado politeísmo
de los distintos demonios locales impuso una simplificación. Se identificó a
todo los diversos dioses locales con Ra, el dios del sol: verbigracia Amon de
Tebas, Horus de oriente, Horus de Edfu, el Knum de Elefantina, el Atum de
Heliopolis. ... Un destino semejante tuvo el politeismo helénico y romano a
consecuencia de las tendencias sincréticas de los siglos posteriores. ... esos
esfuerzos para reducir a unas pocas unidades los arquetipos, que según su
multiplicación politeísta y sus divsiones hallábanse desparramados en
innumerables variantes y personificados en dioses aislados, ponen de manifiesto
el hecho de que ya en tiempos primitivos las analogías se habían impuesto
materialmnete. ... Frente al afán de imponer la unidad, encontramos siempre una
tendencia, si cabe mas fuerte aun, a restablecer de nuevo la pluralidad, de
suerte que incluso en las religiones llamadas estrictamente monoteístas, por
ejemplo en el cristianismo, la tendencia politeísta demostró ser
irreprimible."
En el siglo V A.C. y en boca de
Píndaro (Píndaro, 1995), los dardos de Apolo ya no matan ("...y tus
dardos embelesan tambien las alas de los dioses, gracias a la pericia del hijo
de Leto y de las Musas de apretada cintura"). Belleza, orden y armonía
celeste, pitagórica, de los astros danzando alrededor del sol, cada uno
"en la esfera que le corresponde". Para realizar este suave concierto
hubo una larga cadena de crímenes, como en la saga de los atridas, pero ya no
reinan las Erinias, sino el toque purificador del laurel. El idealmente
admirable mundo de Pericles, Alejandro, Augusto, Adriano, Marco Aurelio y
Juliano, con sus valores inclusivos, y por tales, deseables, son la base de crímenes
futuros, tal como bien lo viera Nietzsche: en la fábula hipnotizante del
"Rey León" de Disney, se nos enseña que el "orden ecológico",
el "nuevo orden" basado en "leyes arquetípicas", marca un
lugar de privilegio para el león, y que es su función en "la cadena ecológica"
morfarse alegremente al resto de los animales y reinar sobre ellos, porque sino
las sucias hienas destruirán el sistema. Fábula bellamente contada, dotada de
la magia de la persuasión del arte y la propaganda que, homéricamente,
"se ve" por todos lados. Pero será que ya no somos tan ingenuos como
entonces: mientras el protagonista, tirado en el pasto, mira reflejarse en las
estrellas su destino, otro Rey músico, de dorada cabellera y nacido bajo el
signo astrológico del León, lanza sus dardos lejanos y mortíferos sobre
Kosovo y Kwait ("el que hiere de lejos"), mientras las imágenes del
productor por antonomasia de imágenes, la televisión, nos hace creer que
mueren sin dolor y con una sonrisa en los labios (¿pero es que alguien muere
bajo el sol del "pensamiento único"?). Y sin embargo, la lúcida
denuncia de Nietzsche a lo peor de nuestros valores "apolíneos" no lo
exime, tampoco, de haber sido -aunque distorsionado- un óptimo receptáculo de
valores quizás más atroces, tal como fueron los del nazismo alemán, o de que,
según mi experiencia personal (básicamente en el ámbito teatral), quienes más
he visto llenarse la boca clamando -como él- por "lo dionisíaco"
para la sociedad, son personas que en sus modos y estilo de vida parecieran
representar, por lo general, exactamente lo contrario.
Quizás justamente el valor
para mí más atrapante y profundo de la cultura helénica y de su cifra
(Bustos, 2000), Apolo, sea el carácter abarcativo de lo ambiguo y paradojal,
arco y al mismo tiempo lira. Contemporáneo a Pitágoras, precursor del
patronazgo que le supondría Apolo a la filosofía griega, se halla en la India
el Buda Gautama. En la posterior evolución que tuvo su doctrina en el extremo
oriente, en el Zen, es central la noción del arquero y el arco como vía de
iluminación (Herrigel, 1982), y es, por otro lado, tradicional la anécdota por
la cual un hito fundamental de la realización del propio Buda se dio cuando
escuchó a un músico decirle a su discípulo respecto de la cuerda de la lira:
"Si la tensas mucho, se rompe; y si no la tensas, no suena". Como con
la Diotima de Platón, el meollo pareciera estar en "algo intermedio entre
los dos". Esta, no ambiguedad, pero sí delicadísimo equilibrio que
comporta el verdadero entendimiento, evidenciado en la sutileza y el heroico
"riesgo" (Bustos, 2000) inherentes a la adecuada interpretación de
los oráculos délficos, se me presentan como característicos de todo símbolo,
mundo del cual Apolo se ofrece como "símbolo" principal: símbolo del
símbolo, la cultura como síntesis creadora de lo natural, despojándola de su
naturaleza original (y por lo tanto "matándola", desde el punto de
vista dionisíaco), pero otorgándole nuevas dimensiones, no por ello menos
sagradas (en la Ilíada se asienta culturalmente la fluida unión helénica -y
sobre todo apolínea- entre arte y religión).
Mundo deseable por ecológico y porque supo contener a su opuesto Dyonisio sin matarlo de nuevo, y que muestra descaradamente sus defectos y limitaciones bajo la luz del sol y mediante la clara pátina ocultadora del símbolo. Es lo que es. Si el único rasgo "moral" del dios homérico es la consecución a ultranza del rasgo que lo caracteriza ("Todo cuanto existe desea persistir en su ser", Spinoza), y, por emulación, en el hombre "superior", el mostrar su Areté, ser él mismo aceptando su Moira gracias a la revelación del adivino, quien lo instala en el campo heroico (y trágico) del que conoce, del filósofo (Bustos, 2000); si conocer es re-conocer, como creía Platón, y la verdad, un mero desandar los meandros del Leteo (a-lhtheia [Bustos, 2000]), la maternidad de Mnemosinh sobre las nueve musas de Apolo, es decir, la facultad de la memoria a la cual invocaban los aedos al comenzar su lírica (Dodds, 1999) y que el artista homérico se encargó de personificar para los griegos, el principio de identidad que pervive recreándose en el tiempo, se me aparece evidenciada en la cultura helénica como un todo, y ésto respecto de la modernidad. Y en Apolo, su númen tutelar, como un arquetipo todavía hoy, y por todo lo dicho, tan temible como deseable. Personalmente, y como dijera otro poeta griego (también premio nobel), Giorgos Seferis, "Ópu kian páo, i Eláda me pligóni" ("Vaya a donde vaya, Grecia me hiere"). Como Apolo.
Jerónimo Brignone (Junio 2000)
Bibliografía referida:
BUSTOS, Carlos, apuntes tomados
de sus clases, materia Filosofía, cátedra Abraham, marzo a mayo 2000
DODDS, E.R., Los
griegos y lo irracional, Alianza Editorial, 1999, Cap. III
Enciclopeadia Britannica, Edición
1971, "Apollo"
GAGE, Nicholas, Hellas,
a portrait of Greece, Editorial Efstathiadis, 1987. Cap. I "Land of
Light"
HERRIGEL, Eugene, Zen
en el arte del tiro con arco, Editorial Kier, 1982
HOMERO, La Ilíada, Editorial Alba, 1998, trad. Juan Manuel Rodríguez,
Canto I, verso 37 y ss.
KITTO, H.D.F., Los
Griegos, Eudeba, 1993, Cap. XI "Mito
y Religión"
JUNG, Carl Gustav, Símbolos
de transformación, C.G.Jung, Paidós, 1982, Parte I, Cap. V; Parte II, Cap.
I
MAVROMATAKI, Maria, Mitología
Griega, Ed. Xaitali, 1997
MONTOYA, Pedro F., Grecia:
El Despertar de la Inteligencia, Editorial Argenta Sarlep, 1992, Cap. IV
"Mitología"
NIETZCHE, Friedrich, El
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religión griega, 1980, (fotocopia)
PINDARO, Odas, Pítica I (470 A.C.), Ed.Planeta 1995, trad. Alfonso Ortega,
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RAMIREZ, Amalia, Dioses
y Planetas, Arbor Edit., 1987
REYES, Alfonso, Obras
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Cap "Hipócrates y Asclepio"
RUSSELL, Bertrand, Historia
de la Filosofía Occidental, Bertrand Russell, Espasa-Calpe, 1984, Tomo I
SHINODA BOLEN, Jean, Gods
in Everyman, Jean Shinoda Bolen, M.D., Harper &
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SOFOCLES, Oidípous Tyrannos, Kaktos, 1993, estrofa 1330
SOFOCLES, Las Siete Tragedias, “Edipo Rey”, traducción de Angel Ma.
Garibay, Editorial Porrúa, 1994
VEGETTI,
Mario, Cap. VIII, "El hombre y los dioses", El Hombre Griego, Jean-Pierre Vernant y otros, Alianza Editorial,
1991