ONCE
SIGLOS DEL IMPERIO ROMANO DE ORIENTE,
TAMBIÉN
LLAMADO «IMPERIO BIZANTINO»
En
la historia universal (entendida, no como la historia en sí, sino como la «enseñanza»
de la misma) quizás no exista un ejemplo mayor de mezcla deliberada de confusión,
ocultamiento y tergiversación, que la historia de Bizancio. Hasta se podría
decir, que estamos frente a un típico caso de «leyenda negra». Para poder
superar tal estado de cosas, en aras de la verdad científica (con rigor y
radicalmente, como pedía en casos semejantes José Ortega y Gasset),
evidentemente, es necesario efectuar una triple tarea: 1. Revelar, por lo menos,
los casos más importantes de dichos ocultamientos y tergiversasiones, causantes
de la confusión existente. 2. Proponer una hipótesis de las causas principales
de tales actitudes. 3. Esbozar una correcta y verídica estructura de la
historia de Bizancio, en el marco de la historia universal. Lógicamente, puede
haber varias metodologías para dicha tarea, que no es demasiado difícil, pero
sí, muy voluminosa.
En
el presente caso, es inevitable constreñirse a la tercera tarea, que es la
principal: esbozar una correcta y verídica
estructura de la historia de los once siglos de Bizancio, en el marco de la
historia universal.
Con
esta enunciación ya se ha efectuado una de las acotaciones preliminares de
mayor importancia: efectivamente, la historia de Bizancio es de una excepcional
duración; inclusive, es 40 años mayor que la historia de Roma como capital del
Estado Romano. Desde la fundación de Roma en el año 753 AC, hasta el traslado
de la Capital del Estado Romano a Constantinopla en el año 330 DC, tenemos un
lapso de 1083 años. Sin embargo, Constantinopla fue capital del Estado Romano
hasta el año 1453, cuando fue tomada por los turcos, lo que nos da una
duración de 1123 años, o sea algo más de once siglos.
La
segunda acotación preliminar importante puede parecer asombrosa: el llamado «Imperio
Bizantino» nunca fue llamado así durante su existencia de once siglos por
nadie, ni por sus ciudadanos ni por ningún extranjero. Este nombre es posterior
en más de cien años a la caída del Imperio. Fue acuñado por primera vez por
un autor alemán en el año 1562 («Corpus Historiae Bizantinae», de Wolf), con
el pretexto de que, en el lugar de la fundación de la
Nueva Roma por el emperador
San Constantino el Magno en el año 330 DC, existía anteriormente una pequeña
población griega llamada Bizantión, fundada en la primera mitad del siglo VII
AC por los emigrantes de Megara, acaudillados por el jefe de la expedición,
Byzas (Buzas), de quien, al parecer, se deriva su nombre.
En
la época de los viajes misioneros de los Apóstoles, San Andrés llega también
a Bizantión y designa allí un obispo. Es casi lo único que conserva la Nueva
Roma de la vieja Bizantión: la misma sede episcopal. Por eso, San Andrés es
patrono del Imperio Bizantino, igual que posteriormente lo sería del Ruso. La
Nueva Roma pronto es llamada Constantinopla, o simplemente «Polin», «la Ciudad», y también “sthn polhn”,
Stin Polin, (que los turcos luego tergiversarían en «Estambul»). Sin embargo,
todavía en los siglos XI y XII los Patriarcas Ecuménicos de Constantinopla
usan sellos oficiales con el nombre de «Patriarcas de la Nueva Roma». Los
ciudadanos del Imperio se llaman a sí mismos «romeos»,
o sea «romanos», aún después la caída del mismo en el siglo XV. Y hasta el
idioma griego, que prevaleció sobre el latín en forma definitiva a partir del
Emperador Justiniano (527 - 565), era llamado «idioma romano» («romeko»),
pero nunca «bizantino».
Lo
que hoy llamamos Imperio Bizantino era, en realidad, el Estado Romano (res publica, imperium). El estado romano existió 2.206
años, de los cuales durante 1.083 años
tuvo su capital en Roma y durante 1.123 años,
en Constantinopla. (Con breves e insubstanciales interrupciones en ambos casos).
Este estado era considerado un solo estado, aunque con varias subdivisiones,
desde el Emperador Diocleciano, desde fines del siglo III DC. Recién es
subdividido en dos imperios (Oriental y Occidental) por el Emperador de origen
español Theodosio el Magno, en el año 395 DC, entre sus hijos Arcadio y
Honorio. Pero aún después de esta división, el Imperio Romano es considerado
teóricamente un solo estado, con preeminencia del Emperador de Oriente sobre el
Emperador de Occidente.
Para
una mejor ubicación de la historia bizantina conviene esbozar previamente la
siguiente
Estructura
cronológica de la historia universal:
Prehistoria:
hasta aprox. 3000 antes de Cristo.
Edad
antigua:
3000 AC —
476
DC
Edad
media:
476 DC —
1453 DC
Edad
moderna:
1453 DC —
1789 DC
Edad
contemporánea: 1789 DC
— sigue.
De
tal manera, tenemos cuatro grandes períodos o «edades» de la historia humana,
con tres fechas divisorias entre ellos. Dos de estas tres fechas divisorias
pertenecen a la historia bizantina: 476, año de la caída de Roma, capital de
la parte occidental del Imperio Romano (estando la capital principal desde el año
330 en Constantinopla), y 1453, año
de la caída de Constantinopla. Quiere decir, que el Imperio Bizantino existió
durante un siglo y medio durante la Edad antigua, y luego, sin solución de continuidad, prosiguió existiendo durante la
totalidad de la Edad media.
Ahora
conviene esbozar la estructura cronológica total de la historia del Estado
Romano.
Estructura
cronológica del Estado Romano:
Fundación
de Roma (como monarquía):
753 AC
Institución
del consulado:
510 AC
Institución
del imperio:
30 AC
Traslado
de la capital a Constantinopla:
330 DC
Total de años de Roma como capital: 1.083
División
del Imperio (Arcadio y Honorio):
395 DC
Ravena
es Capital del Imperio de Occidente:
400 DC
Caída
de Roma y del Imperio Occidental
(Rómulo Augústulo):
476 DC
Pérdida
de Cartago:
697
DC
Saqueo
y profanación de Constantinopla:
1204 DC
Toma
de Constantinopla por los turcos:
1453 DC
Total
de años de Constantinopla
como
capital :
1.123
Total
de años del Estado Romano:
2.206
Ya
en la habitual invocación permanente de cultura
greco-romana, tenemos la indicación principal de dualidad de la civilización
del Imperio Romano, a partir de la incorporación de Grecia al mismo, en el
siglo II AC, dualidad luego reforzada con la incorporación de los estados helenísticos
de Siria y de Egipto. El pensador ruso Alexis Jomiakov subraya la falta de
estudios sobre la dualidad de esta civilización, y José Ortega y Gasset habla
de la Italia bilingüe hasta el siglo V DC. Esta dualidad se hace más visible
desde la subdivisión del Imperio en cuatro partes por Diocleciano (la famosa
tetrarquía), que en realidad era una subdivisión en dos partes.
Estos
procesos convierten al Estado Romano también en un estado helenístico, a
partir del Imperio. Es evidente la influencia de las monarquías paganas helenísticas
sobre el Imperio tardío, aunque no haya sido suficientemente estudiada. Tampoco
fue suficientemente estudiada la evidente influencia del Egipto helenístico en
la civilización del Imperio, incluso en muchos aspectos políticos y
administrativos. Una de las consecuencias de estos procesos es la creciente
divinización de la figura del Emperador, que resulta absolutamente incompatible
con las concepciones cristianas, cada vez más importantes, debido al proceso
simultáneo de la cristianización del Imperio, sobre todo en el seno del Ejército
Imperial.
Todo
ello lleva a la inevitable necesidad histórica de una transfiguración, de una
nueva atmósfera histórica. Entonces, se produce una «renuncia providencial al
intento de una imposible renovación total cristiana de la antigua Roma». (Prof.
K. Saizef). La
visión histórica de Constantino el Magno descubre entonces la necesidad de una
nueva capital del Imperio, porque «el vino nuevo no se echa en odres viejos».
Estas
causas culturales e ideológicas son preponderantes. Sobre la línea divisoria
lingüístico-cultural existente dentro del Imperio se traza también una línea
divisoria político-administrativa, pero no de una manera exacta, sino más bien
arbitraria, sobre todo en la Península Balcánica.
La
línea divisoria no toma en cuenta ningún accidente geográfico ni étnico:
parte desde la actual Belgrado, sobre el Danubio, y se dirige al sur, hacia
Africa, pasando entre Italia y Albania, coincidiendo aproximadamente con el
meridiano 19 al este de Greenwich. (Esta es una de las causas, quizás cronológicamente
la primera, de los problemas actuales en los Balcanes).
Lógicamente,
existen también causas geopolíticas, como, por ejemplo, una mayor densidad de
población y una mayor riqueza económica en la parte oriental del Imperio.
También se debe tener en cuenta la posición geopolítica y comercial de la
nueva capital elegida, que era un inmejorable cruce de rutas comerciales entre
Asia y Europa y, a la vez, un lugar con defensas naturales también
inmejorables.
Ya
desde los mismos inicios del Imperio, los emperadores romanos habían
manifestado muchas veces su intención de trasladar a Oriente la capital del
Estado Romano. Según Suetonio (I, 79), ya Julio César proyectaba trasladar la
capital a Alejandría (capital intelectual del Imperio) o a Ilión (la antigua
Troya). Los emperadores de los dos primeros siglos de la era cristiana
abandonaban a menudo Roma durante largos períodos. Diocleciano (284 - 305)
prefería la ciudad bitinia de Nicomedia, en Asia Menor, que embelleció con
magníficas construcciones. Constantino el Magno decidió definitivamente
trasladar la capital a Oriente. Según algunos autores, al principio quizás
pensaba en Naisos (Nisch, ex Yugoslavia), donde había nacido, o en Sárdica
(Sofía, actual Bulgaria), o en Tesalónica (Grecia). Pero, sobre todo, centraba
su atención en el lugar de la antigua Troya, de donde, según la leyenda, había
partido hacia Italia Eneas, el antepasado mítico de los fundadores de Roma. El
emperador visitó el lugar y trazó personalmente los límites de la ciudad
proyectada. Se llegaron a construir las puertas de la ciudad, cuyas ruinas podían
verse todavía en el siglo V. Pero luego, San Constantino fijó definitivamente
su elección en Bizancio.
Bizancio
aún no se había repuesto de la gran devastación que sufriera a fines del
siglo II, por parte del emperador Septimio Severo, durante la campaña contra su
rival Pescenio Niger. Todavía tenía el aspecto de un pequeño poblado sin
importancia. La leyenda refiere que en el año 324 ó 325, el emperador en
persona fijó los límites de la ciudad. Se reunieron mano de obra y materiales
de construcción procedentes de todas partes del Imperio. Se trajeron los más
bellos monumentos de Atenas, de Alejandría, de Antioquía, de Efeso, para
embellecer la nueva capital. Cuarenta mil soldados godos («foederati» del
Imperio) participaron en los trabajos de la construcción.
En
la primavera del año 330 los trabajos ya estaban tan adelantados, que
Constantino decidió inaugurar la nueva capital. La inauguración se celebró el
11 de mayo del año 330, y los festejos duraron cuarenta días. El emperador, la
corte imperial y el Senado Romano se trasladaron a la Nueva Roma. Para la nueva
capital se copió la organización municipal de Roma y fue dividida en 14 «regiones»,
dos de ellas extramuros. También se concedieron diversos privilegios fiscales y
comerciales, para atraer a una población numerosa.
No
hay datos para calcular exactamente la población de Constantinopla en el siglo
IV, su primer siglo de vida. Quizás ya excediese las 200.000 almas. Los datos
supuestos para el siglo siguiente oscilan alrededor de 700.000 y 800.000
habitantes.
ESTRUCTURA
CRONOLÓGICA DE LA HISTORIA DE BIZANCIO
330 —
476: 146
años del Imperio universal, con dos capitales, hasta la caída de Roma;
476 —
697: 221
años del Imperio universal con una capital, hasta la caída de Cártago;
697 — 1054:
357
años del Imperio griego en sinfonía con la Iglesia Universal;
1054
— 1453: 399
años del Imperio griego con el Cisma en la Iglesia Cristiana.
TOTAL:
1.123 años
del Imperio Romano de Oriente.
Las
cuatro etapas de la defensa de Europa por el Imperio,
durante once siglos: 1. Contra los persas hasta la mitad del siglo VII. 2.
Contra los árabes hasta el siglo XI. 3. Contra los turcos selyúcidas: siglos
XI y XII. 4. Contra los turcos osmanlíes: siglos XII - XV.
El desarrollo de las relaciones con el Occidente:
1.
Unidad y armonía hasta el siglo VIII. (Primeras monedas papales con la
efigie del Papa en lugar de la, hasta entonces habitual, efigie del Emperador,
en el año 781).
2.
Problemas desde el siglo VIII hasta el siglo XI. Ruptura entre la
Iglesia Occidental y las Iglesias Orientales en el año 1054, formalmente, por
el agregado en la Iglesia Occidental en el año 1015 de la palabra «Filioque»
al Credo (que había sido establecido en el año 325 en el Primer Concilio Ecuménico,
convocado por San Constantino en la ciudad de Nicea, casi frente a la entonces
ya proyectada Constantinopla).
3.
Beligerancia desde la toma y el saqueo de Constantinopla por
los «cruzados» en el año 1204. Últimos
intentos de reconciliación en el siglo XV.
La
estructura cronológica y la constitución política y jurídica de Bizancio
eran romanas. Era la caparazón, la corteza, la cáscara exterior de Bizancio,
pero el contenido cultural era griego y helenístico y la religión y la
cosmovisión eran cristianas. También puede decirse que, en Bizancio, la religión
cristiana era de origen judío, la lengua y la cultura eran helenísticas y el
estado y el derecho romanos.
También
es importante tener presente que Bizancio es una gran síntesis cultural y, a la vez, una estafeta cultural. Esta estafeta cultural funciona como una serie de
ampliaciones sintetizadoras y tiene la siguiente estructura:
La
cultura helénica se convierte en helenística (helenismo + orientalismo), a
partir de las conquistas de Alejandro Magno (336 - 323 AC) y luego en bizantina
(estado romano + Cristianismo), a partir de Constantino el Magno (312 - 337 DC).
Según
Werner Jaeger, el elemento catalizador
de la primera ampliación son las palabras de Platón: «Dios es pedagogo del
universo» (Leyes, X, 897 b), con la ayuda de las cuales la filosofía griega
encuentra un puente de compatibilidad y comunicabilidad con la espiritualidad
semita y camita. El elemento catalizador y transfigurador
de la segunda ampliación es el Cristianismo, que aporta cuatro nuevas
ideas-fuerzas fundamentales:
1.
Dios es Creador, además de
Legislador y Pedagogo del Cosmos.
2.
El hombre es una persona, además de
ser un individuo (ser vivo individual) y además de ser un «animal social». El
hombre es un ser irrepetible, que posee
derechos inalienables. Es un ser
libre, que posee libre albedrío, y
es co-creador. De esta premisa nace la idea-fuerza de libertad. Además, «in interiore homini habitat Veritas» (San
Agustín).
3.
Todos los hombres son hijos de Dios,
por lo tanto son hermanos. De esta premisa nacen las ideas-fuerzas de fraternidad
y solidaridad humanas.
Si Dios es Creador del Cosmos y del Hombre, la historia humana tiene un
principio (y va a tener un fin). Por lo tanto, con ello se supera la idea de una
historia cíclica, entendida como un «eterno retorno», en forma de una
espiral. La historia es lineal,
aunque esta línea no sea recta. De esta última idea nace la concepción del progreso.
Pero
todas estas nuevas ideas cristianas son manejadas en Bizancio de acuerdo con la
mentalidad básica helena: Todo en su
medida, nada en exceso.
Bizancio es la continuidad de la Antigüedad,
de la cultura helenística, del derecho romano y de la lengua griega, sin quiebres ni amputaciones. Constantinopla
es el centro del mundo griego, dentro de las formas del Estado Romano.
El papel vital de la cultura
(no separada de la religión ni del estado), se hace evidente con la creación
de la primera universidad del mundo:
la universidad de Constan-tinopla, fundada por el emperador Constantino en el año
340, ochocientos años antes que las primeras universidades en Europa
Occidental. (La universidad de Salerno fue fundada en el año 1150
aproximadamente, la de Bologna en 1158, la de París en 1150-1170, la de Oxford
en 1214).
La
universidad de Constantinopla fue reformada en el año 425 por Teodosio II El
Joven (408 - 450), quien publicó en dicho año un edicto imperial a tal efecto.
El número de profesores se fijaba en treinta y uno. Debían enseñar gramática,
retórica, derecho, filosofía, matemática, astronomía y medicina. La enseñanza
debía impartise parte en latín y parte en griego. Además de las cátedras de
ciencia, se crearon cátedras de gramática latina, de gramática griega, de retórica
latina y de retórica griega. La teología no se enseñaba en la universidad,
sino en las escuelas especiales de la Iglesia.
La
universidad de Constantinopla fue instalada en un edificio especial, dotado de
vastas salas de conferencias. Los profesores debían consagrar todo su tiempo y
atención a la enseñanza en la universidad y no tenían derecho de dar
lecciones particulares. Los candidatos para los cargos de profesores debían
rendir exámenes ante el Senado. Al principio, muchos procedían de la
Universidad de Alejandría. Los profesores recibían altos sueldos, premios para
Navidad y vestidos de seda, para exteriorizar su alta jerarquía. Luego de
veinte años de cátedra, recibían una pensión, el título de «condes (komes)
de primera clase» y altos cargos en el estado. (El cuerpo de condes, o sea de
miembros de la más alta «comitiva» imperial, se componía de ex profesores
universitarios y de altos jefes militares, que se habían distinguido en
funciones militares y administrativas). La universidad de Constantinopla fue
nuevamente reformada en el año 1045 por el Emperador Constantino Monomaco,
abuelo del Gran Príncipe de Kiev, Vladimiro Monomaco y bisabuelo del fundador
de Moscú, Gran Príncipe de Kiev, Jorge Dolgorukiy.
El
emperador Heraclio (610-641) fundó en Constantinopla la Academia Patriarcal de
Teología, que luego de la caída de Constantinopla fue reorganizada como una
universidad, con el nombre de «Gran Escuela Patriarcal de la Nación», y que
existió, sin interrupción, hasta el siglo pasado. El nuevo foco de enseñanza
superior cristiana en Constantinopla iba a revelarse como un rival muy poderoso
para la Escuela pagana de Atenas, que progresivamente caía en decadencia.
Cuando la misma perdió los subsidios estatales, algunos de sus últimos
profesores intentaron obtener empleo en Persia.
Además
de Constantinopla, en los primeros siglos del Imperio Bizantino, hubo numerosos
focos de cultura en varios otros lugares del mismo. El más famoso fue la
Universidad de Alejandría, llamada Mouseion. Fundada por Ptolomeo I en el año
295 AC, en ella se enseñaban filosofía, matemática, zoología, astronomía,
medicina y filología. Entre las contribuciones de esta universidad a la ciencia
se pueden señalar la teoría heliocéntrica, el cálculo de la circunferencia y
los aportes a la medicina de Galeno. La primer mujer filósofa, la neoplatonista
Hipatia (ca. 370 - 415 DC) también era una bizantina de la Universidad de
Alejandría. En el siglo II DC se fundó en Alejandría una Escuela de
Catecismo, que se convirtió en una universidad cristiana. De la misma egresaron
Clemente de Alejandría, San Justino el Filósofo, Orígenes de Alejandría y
otros grandes pensadores. Ambas instituciones académicas alejandrinas
convirtieron a Alejandría en el «cerebro del Cristianismo», según algunos
autores. Durante los primeros siglos de Bizancio (hasta las conquistas persas y
luego árabes en el siglo VII), había centros importantes de cultura también
en Capadocia (Asia Menor), en Antioquía y en Beirut (Siria), y en Cesarea
(Palestina).
Junto
con la universidad, en Bizancio desempeñaron un papel importante las
bibliotecas, sobre todo la de Constantinopla, situada entre los palacios
imperiales y la Catedral de Santa Sofía. Su importancia se acrecentó después
de la pérdida en el siglo VII de la gran biblioteca de Alejandría, la mayor de
Bizancio. San Cirilo, creador junto con su hermano San Metodio del alfabeto cirílico
en el año 862, era bibliotecario imperial, antes
de que el emperador y el patriarca le encomendaran el trabajo misionero
entre los eslavos, por pedido del rey de Moravia.
En
Bizancio no se desarrolló la escolástica, entendida como un enfoque de la
filosofía y de las ciencias, que supedita toda discusión a una autoridad
previamente aceptada. Por lo tanto, el tan usado giro de «discusiones
bizan-tinas» es falso, ya que en Bizancio no hubo tales discusiones, ni filosóficas
ni políticas, como las hubiera en Europa Occidental. (En Bizancio hubo muchas
luchas por el poder, entre
distintos pretendientes al trono, pero, en once siglos, no
hubo un solo intento de cambio del sistema político). Lo que sí hubo,
fueron disputas teológicas, que se
fueron zanjando en los Siete Grandes Concilios Ecuménicos. (El Primero, de
Nicea, en el año 325, y el Séptimo, de Constantinopla, en el año 787). Pero
la teología no sofocaba a la filosofía ni a la ciencia. También es necesario
señalar, que no predominaba Aristóteles, sino que coexistían la gran
influencia de Platón (en primer lugar), con la de Aristóteles.
Las
ciencias eran consideradas libres y no supeditadas en forma directa a la teología
y a la Fe, porque se consideraba que, en definitiva, ellas mismas convergerían
con la Verdad, si eran verdaderas. Ello se refleja muy bien en los textos de los
múltiples himnos a Cristo y a la Virgen y a las distintas festividades, en los
cuales son evidentes las referencias a distintas teorías cosmogónicas. (Por
ejemplo, Cristo es comparado con el sol, que es el «centro del mundo»). La
coexistencia libre y fértil de distintas hipótesis y teorías científicas es
atestiguada además por algunos mapas geográficos bizantinos, que representaban
a la tierra redonda, alguno de los cuales, se supone, habría llegado a
conocimiento de Colón.
Teodosio
II, el emperador que reformó y reglamentó la Universidad de Constantinopla,
concibió la idea de compilar por orden cronológico todos los decretos
imperiales desde Constantino el Magno. Tras ocho años de trabajo, la comisión
convocada por el emperador publicó en el año 438, en lengua latina, el «Codex
Theodosianus». Esta compilación puede considerarse como un resumen de la
legislación romana desde la conversión cristiana del Imperio. Además, sirvió
de base para la confección del Código de Justiniano.
El
Código teodosiano, introducido en Occidente en la época de las invasiones germánicas,
ejerció una gran influencia sobre la legislación bárbara en particular y de
la Europa Occidental en general. La famosa «Ley romana de los visigodos»,
llamada «Breviario de Alarico», es, principalmente, una abreviación del Código
teodosiano. Hasta la época de Carlomagno inclusive, la legislación de Europa
Occidental fue influida por el Breviario de Alarico, que se convirtió en la
fuente principal de derecho romano en Occidente.
Un
siglo más tarde, el emperador Justiniano (527 - 565) ordena recopilar todo el
derecho romano, desde sus orígenes. En el año 528 DC se crea una comisión de
diez grandes juristas (evocando así a los «decemviros» romanos, que
confeccionaron casi mil años antes, en el año 451 AC, las famosas «Doce
tablas»).
Ya
en el año siguiente (en el 529 DC) estaba listo el famoso Codex Justinianus, con la recopilación de todas las leyes desde el
emperador Adriano. En el año 533 fueron publicadas las Pandectae, que son un resumen de casi dos mil antiguos libros jurídicos
romanos, y las Instituciones, que es
un manual de derecho civil para los estudiantes. Como complemento, Justiniano
compuso algunas leyes nuevas, por ello llamadas Novellae leges, algunas escritas, por primera vez, en griego. En el
siglo XII, el Código, las Pandectas, las Instituciones y las Novelas fueron
reunidas en un solo Corpus juris civilis.
En
su Sexta Novela, el emperador Justinino promulga la famosa «Doctrina de la Sinfonía», que puede ser considerada una especie de
Macroconstitución Cristiana, que tenía
vigencia legal en el Estado y vigencia canónica en la Iglesia, tanto en el
Imperio Bizantino, como en el Imperio Ruso.
La
Sexta Novela afirma, que «los máximos dones Divinos, dados a los hombres por
la suprema benignidad, son el sacerdocio y el imperio». Ambos dones «proceden
de una misma fuente» y ambos tienden a un mismo fin: «adornar la vida humana».
Para
que estos dones «sean beneficios para el género humano», entre ellos debe existir una buena
sinfonía (las palabras griegas kalh sumfvnia son
traducidas en una variante latina como «bonus concentus» y, en otra, como «consonantia
bona»). Pero, para que haya sinfonía, ambas
instituciones deben ajustarse a determinadas condiciones. La Sexta Novela
enumera estas condiciones: El sacerdocio debe ser íntegro, honesto y fiel
a Dios, y el estado debe tener un «régimen
recto» («recte rempublicam») y debe ser decente
(decenter) y competente
(competenter).
De
tal manera, esta Ley de la Sinfonía sintetiza (a la manera típicamente
bizantina), con precisión jurídica romana, dos grandes cumbres del pensamiento
político de la Antigua Hélade. Porque la exigencia y la definición de «regímenes rectos» y las palabras «ortos politian» son de Aristóteles
(Política, 1289 a, etc.), y las exigencias de decencia y de integridad
son de Platón (principalmente en la Carta VII).
Los
principios políticos de Bizancio son mayormente ignorados, ocultados por la
leyenda negra, pero no están agotados, como lo han sido las circunstancias en
que nacieron. Siguen siendo modernos y
actuales: repúblicas (estados) rectos, estado de derecho, decencia y
competencia gubernamentales, subordinación a la ética, flexibilidad de formas confederales para la convivencia
multiétnica.
Estos
principios pueden ser, aún hoy, un
programa para muchos casos difíciles, sobre todo en territorios con herencia
bizantina. En estos principios pervive Bizancio.
Bizancio
es un puente que une la modernidad con la antigüedad. Bizancio no tuvo
Renacimiento, porque el mundo antiguo y la cultura clásica nunca murieron en su
estado. Por lo tanto, en cierto sentido tampoco tuvo Medioevo.
Bizancio
contribuyó en forma directa al Renacimiento de Europa Occidental desde la
Calabria Bizantina, y luego con la emigración bizantina, provocada por el yugo
turco. Más aún: esta contribución fue decisiva e imprescindible.
Lamentablemente,
su herencia no sólo fue ocultada, sino en parte tergiversada en Occidente, que
sufre, en este caso, una especie de complejo de Caín. Porque la cultura
bizantina, o la cultura de Europa Oriental, es hermana gemela de la cultura de Europa Occidental, según Arnold
Toynbee.
Tampoco debe ser ignorado, que la cultura bizantina de ninguna manera murió, pues pervive en la cosmovisión, en el arte, en el pensamiento, en las tradiciones y en los símbolos de Grecia, de Rusia, de Serbia y de otros países de cuna bizantina.
(Publicado
en la «Revista Antártica Siglo XXI.
Metafísica, ciencias, arte», de la «Fundación Cultural
A. Castex Siglo XXI», Buenos Aires. Número 10, Octubre de l998.)