Tradicionalmente,
la crítica literaria, la filosofía y el pensamiento político vieron en el
“Discurso Fúnebre” de Pericles la mejor y más genuina descripción de los
valores y los ideales de la democracia ateniense, como si el orador Pericles o
el historiador Tucídides, adelantándose a su tiempo, se hubieran propuesto
dejarle al mundo occidental un fiel testimonio de la vida política de uno de
los momentos históricos más significativos y fundantes para Occidente. Es
verdad que no debe olvidarse la ambición histórica con la cual Tucídides
escribió su Historia de la Guerra del
Peloponeso y con la cual Pericles, en este mismo discurso, se dirigió a los
ciudadanos de Atenas: “y sin que nos falten los testigos, seremos admirados
por nuestros contemporáneos y por las generaciones futuras, y no tendremos
ninguna necesidad ni de un Homero que nos haga el elogio ni de ningún poeta que
deleite de momento con sus versos...” (Tucídides, II, 41,4). De todas
maneras, tampoco debe olvidarse la pregunta acerca del motivo por el cual
Pericles, ante un auditorio conformado por ciudadanos atenienses quienes no sólo
conocían sino también tomaban parte activamente en los mecanismos de
administración pública y en los espacios de decisión política de la ciudad,
tuvo la necesidad, en ese preciso momento histórico, de hacer explícitos y
enfatizar los principios políticos del régimen vigente.
El
“Discurso Fúnebre” es un discurso de género epidíctico pronunciado por
Pericles al finalizar el primer año de la Guerra del Peloponeso en honor a los
soldados atenienses muertos en combate. Es necesario hacer una importante
aclaración: este discurso no es un fiel testimonio del discurso que el mismo
Pericles pronunció en aquella situación concreta de enunciación sino que es
una reconstrucción del historiador Tucídides para incluirlo en su obra con la
pretensión de introducir la “realidad” para crear un efecto de objetividad.
Si tenemos en cuenta que este discurso es una reconstrucción del historiador,
nos enfrentamos con el insalvable problema de pensar hasta qué punto estamos
analizando estrategias discursivas de Pericles o de Tucídides, quien no
disimula en absoluto la admiración que sentía por el estratega ateniense al
cual ve como paradigma de hombre político. Para poder llevar a cabo nuestro análisis,
vamos a situarnos dentro de la construcción del discurso y, por supuesto, del
acontecimiento histórico que nos propone Tucídides y a partir de allí
trataremos de ver los rasgos polémicos del discurso que se filtran a
pesar de la mediación de un historiador que admira a este personaje histórico.
Nuestro trabajo se va a limitar a analizar el discurso que nos ofrece Tucídides
acordando una “credulidad momentánea” con el historiador, pues el análisis
de la construcción de Pericles y de sus sucesivos discursos incluidos en la Historia
de la Guerra del Peloponeso puede ser objeto de estudio de otro trabajo.
En
este discurso se enlaza el recuerdo de los soldados muertos con el elogio a la
ciudad por la cual lucharon. Una lectura inocente de este discurso podría
analizar el elogio de Atenas en su valor estético y verlo como una “digresión”
literaria cuya función es describir la ciudad por la cual murieron aquellos que
combatieron contra Esparta. Siguiendo la opinión de Perelman en su Tratado
de la Argumentación acerca de la función argumentativa del género epidíctico,
podríamos analizar este discurso en su dimensión polémica contextualizándolo
en el momento histórico-político en el cual fue pronunciado y tratando de
identificar las tensiones políticas e ideológicas que estaban en juego en la
sociedad ateniense al finalizar el primer año de guerra entre la Liga de Delos
y la Liga del Peloponeso. Otra posibilidad interesante es el análisis, a partir
de las propuestas teóricas descriptas por Ruth Amossy y Anne Herschberg Pierrot
en Estereotipos y Clichés, de las
representaciones cristalizadas de atenienses y espartanos que se están
activando en el discurso y analizar el rol que cumplen en este contexto
discursivo polémico. Un tercer objetivo es tratar de identificar lo que, en términos
de Marc Angenot en La parole pamphletaire,
son ideologemas que puedan estar operando en el discurso con la ayuda de
otros testimonios escritos de la época debido a la distancia temporal que nos
separa de la sociedad ateniense en tanto lectores modernos. Estos testimonios
escritos provienen del ámbito del teatro griego, tanto de la tragedia como de
la comedia política, espacio por excelencia en el que se plasma la opinión pública
contemporánea y en el cual tenía lugar el cuestionamiento institucional,
social y político de esta sociedad.
El
historiador griego Tucídides es el responsable de la construcción del
acontecimiento histórico “Guerra del Peloponeso”. Bajo este nombre, Tucídides
recorta y relata minuciosamente los continuos enfrentamientos entre las dos
potencias detrás de las que se alinearon todas las ciudades griegas luego de
las Guerras Médicas: la Liga de Delos y la Liga del Peloponeso. En el momento
en que empieza la guerra, Atenas es gobernada por Pericles, quien había
delineado la doctrina democrática ateniense y se esforzó por llevarla a cabo
durante casi 30 años. Pericles decide enfrentar a la potencia rival mediante la
siguiente táctica: Atenas, que poseía el dominio sobre el mar, debía librar
la guerra sobre el mar y despreocuparse por el territorio conservando
exclusivamente la ciudad y el puerto. Esta estrategia implicó un éxodo
interior, pues los atenienses debieron abandonar sus campos y entrar dentro de
los muros de la ciudad. Esta táctica fue aplicada no sin generar ciertas
resistencias en la población que rápidamente comenzaba a sentir el
hacinamiento urbano y veía sus propios campos destrozados por el ejército
peloponeso. A los jóvenes les fue difícil tolerar el espectáculo de ver sus
tierras asoladas ante sus propios ojos y oponían resistencia a la táctica de
Pericles incitándose los unos a los otros a salir a luchar contra los enemigos.
La sociedad ateniense se encontraba bajo un clima de excitación y de irritación
contra Pericles porque lo consideraba el máximo responsable de sus males y pérdidas.
Pericles tuvo que sostener con firmeza su táctica y convenció al consejo y a
los otros estrategos para que se suspendieran las asambleas ordinarias y
extraordinarias alegando que los ciudadanos iban a deliberar con más cólera
que juicio. Este clima de hostilidad hacia la guerra comenzaba a ser
capitalizado por los adversarios de la democracia en Atenas quienes veían la
oportunidad de derribar este régimen, instaurar la oligarquía y pactar la paz
con Esparta, ciudad en la que estaba instaurado el régimen oligárquico. Estos
grupos aristocráticos deseaban aprovechar este tiempo para ganar adeptos de las
clases medias y bajas descontentas con las pérdidas económicas a las cuales
habían sido empujados gracias a las decisiones políticas de Pericles.
Esta
situación de descontento es bien reflejada por Aristófanes en su comedia Los
Acarnienses donde el protagonista,
Diceópolis, es un campesino que padece todas las incomodidades del hacinamiento
urbano, ve la destrucción de sus campos y culpa por ello a Pericles y “a los
belicistas”. En la comedia La Paz, Aristófanes
pone en boca de uno de sus personajes: “Sapientísimos campesinos, prestad
atención/ a mis palabras, si queréis enteraros de cómo ésta [la vida
campesina] se perdió./ (...) Luego Pericles, temiendo participar de su
infortunio,/ asustado de vuestra manera de ser y de vuestro carácter que
muerde,/ antes que sufrir ningún mal él mismo, incendió la ciudad:/ le echó
encima la pequeña chispa del decreto megárico/ y sopló una guerra tan grande
que con el humo/ todos los griegos lloraron, los de allí y los de aquí."
[1]
Perelman
sostiene que el discurso epidíctico no era visto en su dimensión argumentativa
puesto que se lo pensaba como un discurso emitido por un orador solitario frente
a meros espectadores cuyos temas y valores en absoluto eran dudosos y no perseguían
un fin práctico. La función argumentativa de este género de discurso pasa
desapercibida en la medida en que los valores a cuya adhesión promueve son
analizados aisladamente de aquellos otros valores con los cuales entra en
conflicto (Perelman, 1989: 99). Tal es el problema que encontramos en la recepción
del “Discurso Fúnebre” de
Pericles, como ya anunciamos en la
Introducción. Nuestra hipótesis de trabajo es que el objetivo de este
discurso, si bien en superficie la finalidad es rendir homenaje a los soldados
muertos, es polemizar con los atenienses partidarios de la oligarquía, reforzar
los valores democráticos en la ciudadanía ante la creciente influencia del
partido oligarca y disipar de los ciudadanos las resistencias a las tácticas
adoptadas durante la guerra. En la comparación entre atenienses y espartanos,
el fin no es sólo polemizar con los enemigos de la guerra, los espartanos, sino
también con los enemigos políticos dentro de Atenas.
Luego
de la captatio benevolentiae, el
orador comienza su elogio a la ciudad recordando el valor de los antepasados
atenienses: “Ellos habitaron siempre esta tierra y, en el sucederse de las
generaciones, nos la han transmitido libre hasta nuestros días gracias a su
valor” (36,1). Es decir, los antepasados eran valerosos y
por ello la ciudad gozó de libertad hasta la actualidad. En el momento
de enunciación de este discurso, los atenienses comenzaban a cuestionarse la
guerra y había sectores que pedían la paz. Pericles trae el ejemplo de los
antepasados como ejemplo de valor cuya consecuencia es la libertad de la ciudad.
En esta alusión a los antepasados puede ser entendido el siguiente mensaje: si
vosotros también actuáis con valor, la ciudad se mantendrá libre y así
continuaréis la obra de nuestros antepasados. Con este ejemplo, el orador
se propone hacer sentir responsables de la libertad de Atenas a los actuales
ciudadanos y que, por lo tanto, dejen de cuestionar las tácticas oficiales de
guerra. El orador también recuerda que los antepasados siempre habitaron en
este lugar. Los atenienses se consideraban a sí mismos habitantes autóctonos
de su tierra, hecho que era un motivo de orgullo. Esta proposición subyacente,
que puede ser considerada una máxima ideológica, también la encontramos en
los versos 825-26 de la Medea de Eurípides:
“Los hijos de Erecteo desde antiguo fueron prósperos e hijos de dioses
felices, de una tierra santa y no devastada, nutridos de la sabiduría más
ilustre,”
Luego
de la descripción de los antepasados, Pericles pasa al elogio del régimen político
de Atenas: “Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros
pueblos y, más que imitadores de los demás, somos un modelo a seguir. Su
nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría,
es democracia” (37,1). Pericles
enfatiza que Atenas no es imitadora de otros pueblos sino que es más bien un
ejemplo. Esta afirmación puede aclararse si pensamos que los oponentes políticos
de Pericles eran los partidarios de la oligarquía y que la oligarquía era el régimen
político espartano. Los oligarcas son, entonces, quienes proponen “emular las
leyes de otros pueblos” olvidando que en realidad el régimen ateniense es
visto como modelo. La explicitación de que el régimen ateniense es la
democracia no debe entenderse más que como un énfasis frente a otra propuesta
política que comenzaba a tener influencia en ese momento. Pericles se dirige a
ciudadanos atenienses que conocen muy bien el funcionamiento político de la
ciudad y la “obvia” afirmación de que los atenienses viven en democracia sólo
puede entenderse en la medida en que se recuerden las formaciones ideológicas
en competencia (Maingueneau, 1987). El orador continúa: “(...) en la elección
de cargos públicos no anteponemos las razones de clase al mérito personal,
(...) y tampoco nadie, en razón de su pobreza, encuentra obstáculos debido a
la oscuridad de su condición social si está en condiciones de prestar un
servicio a la ciudad” (37,1). El blanco de esta afirmación es el régimen
oligarca, régimen que se basa en la riqueza y la clase para el acceso a la
actividad política. Las dos afirmaciones arriba citadas se proponen
intensificar la adhesión del auditorio a los valores y a los modos de
participación política democráticos y compartidos en un momento donde existe
la posibilidad de que irrumpan nuevas propuestas. El historiador Claude Mossé
en su libro Historia de una democracia:
Atenas sostiene que hacia el año 431 a.C. circuló en Atenas un panfleto de
autor desconocido que describía al régimen ateniense como un régimen que
favorecía a los malvados y a sus intereses y que perjudicaba especialmente a
los “hombres de bien”. Según Mossé, de esta manera comenzó a elaborarse
una propaganda que reclamaba la vuelta a la antigua constitución y que se
rehusaba a aceptar la soberanía del pueblo, es decir, se declaraban adversarios
del principio de la democracia. La fecha de publicación de este panfleto
coincide con la fecha de nuestro discurso, que fue pronunciado en el invierno
del 431-430 a.C.
La psicología social mostró
que las representaciones colectivas cristalizadas juegan un importante rol en la
construcción de las identidades colectivas y en la cohesión de un grupo. Estas
representaciones estereotipadas se desempeñan como un instrumento categorizador
que permite la distinción de un “nosotros” frente a un “ellos” en donde
la uniformidad se logra a través de la exageración de las similitudes del
grupo (Amossy-Pierrot, 2001: 49). En momentos de conflictos bélicos el contacto
entre miembros de grupos distintos es mayor y más problemático por lo cual la
funcionalidad de los estereotipos colectivos se acentúa a modo de instrumento
de distinción de los “otros”. En el “Discurso Fúnebre” son exaltados
los valores y el modo de vida atenienses en comparación con Esparta. En la
descripción de ambos grupos, se activan representaciones
fosilizadas de atenienses y espartanos, estereotipos que han perdurado y
sobrevivido en el imaginario cultural occidental: Esparta es una ciudad que
expulsa a los extranjeros frente a Atenas que es una ciudad abierta a todo el
mundo; la educación espartana consta de un duro entrenamiento para alcanzar la
fortaleza viril frente a los atenienses que gozan de una vida cultural sin dejar
de ser valientes ante los peligros. Dice Pericles: “(...) nos distinguimos
en cuanto a que somos extraordinariamente audaces a la vez que hacemos nuestros
cálculos sobre las acciones que vamos a emprender, mientras que a los otros la
ignorancia les da coraje, y el cálculo, indecisión” (40,3).
En esta visión estereotipada de sí mismos, los atenienses se presentan
como los amantes de la palabra, el saber y el cálculo frente a los espartanos
que son vistos como ignorantes y poco amantes del discurso. El propio Tucídides
pone en boca del general espartano Estenelaidas: “No llego a entender los
largos discursos de los atenienses” (I, 86, 1). En esta caracterización de
los atenienses como un grupo especialmente hábil para los discursos, dice
Pericles: “en nuestra opinión, no son las palabras lo que supone un perjuicio
para la acción, sino el no informarse por medio de la palabra antes de proceder
a lo necesario mediante la acción” (40,2). La dicotomía palabra
y acción es un lugar común de la retórica
griega y, en este contexto, es interesante preguntarse hasta qué punto no
constituye sólo un lugar común si no olvidamos el detalle de que, debido al
clima de irritación que se vivía en Atenas contra Pericles, el estratega
ateniense decidió suspender las asambleas ordinarias y extraordinarias por que
consideraba que el demos, quien
comenzaba a cuestionar sus decisiones políticas, no estaba en condiciones de
deliberar. Y cuando el orador dice:
“no confiamos tanto en los preparativos y estratagemas como en el valor que
sale de nosotros mismos en el momento de entrar en acción” (39,1) cabría
preguntarse qué otra cosa fue su táctica de librar la guerra en el mar y
someter al pueblo ateniense a un éxodo y hacinamiento urbano sino una
estratagema. Además del clásico tópico griego, vemos tensiones y
contradicciones entre palabra y acción en el discurso que pronuncia Pericles ante sus
conciudadanos.
“Nosotros
no nos afligimos antes de tiempo por las penalidades futuras y, llegado el
momento, no nos mostramos menos audaces que los que andan continuamente atormentándose;”
(39,4). En esta afirmación no vemos un único blanco de ataque. Según el
contexto discursivo, esta afirmación continúa en la línea de la comparación
entre atenienses y espartanos: unos son valientes y por lo tanto no se preocupan
de antemano, los otros son cobardes y esto los lleva a volverse quejosos. Pero
de acuerdo con el contexto de enunciación y el clima de descontento ciudadano,
podemos pensar que quienes “andan continuamente atormentándose” son las
masas campesinas atenienses que se vieron privadas de su economía rural, viven
hacinadas dentro de los muros de la ciudad y empiezan a reclamar una tregua.
Pero si pensamos en el campo discursivo contemporáneo, el blanco polémico son
aquellos quienes tienen otra propuesta política frente a la oficial. Estos últimos
adversarios discursivos nos pueden dar la pauta de la función polémica de la
dicotomía atenienses-espartanos. Pericles divide el mapa político en dos
polos: los atenienses y los espartanos, división obvia en ese contexto de
guerra declarada. Podemos agregar predicados a los núcleos de esta dicotomía:
los atenienses democráticos y los espartanos oligárquicos. La estrategia de
Pericles para apuntar a sus enemigos políticos dentro de su ciudad consiste en
identificarlos con los enemigos declarados. La identificación surge por la
afinidad política: en Esparta regía el régimen oligárquico y los enemigos
políticos de Pericles son los grupos aristocráticos atenienses que pretendían
derribar la democracia, instalar la oligarquía y pactar con la ciudad enemiga.
La visión cristalizada que Pericles construye de los espartanos también afecta
a sus adversarios políticos, por lo tanto aquellos que no son democráticos
también son toscos, ignorantes, cobardes, poco amigos de la palabra y los
esparcimientos culturales. Pericles en ningún momento menciona a sus
adversarios políticos pero es claro que no todos los atenienses entran dentro
del predicado “democráticos”, por lo tanto aquellos atenienses que no lo
eran son identificados con el enemigo.
El
mantenimiento del régimen democrático ateniense estaba sujeto al
funcionamiento del Imperio. Si bien la Liga de Delos, constituída luego de las
Guerras Médicas, en principio se trataba de una alianza militar que reunía a
las ciudades jónicas en torno al santuario de Delos, no pasó mucho tiempo para
que el resto de las ciudades jónicas pasaran del estatuto de aliados al de
sometidos de la ciudad de Atenas. La prosperidad de esta ciudad dependía del
dominio que ejercía sobre el Egeo y su abastecimiento económico dependía del
tributo que pagaban los “aliados”. La
Guerra del Peloponeso comenzó por un conflicto
entre atenienses y corintios, que formaban parte de la Liga del Peloponeso, por
la posesión de la colonia de Potidea. Atenas, una vez que había dominado el
Egeo, ahora deseaba extender su imperio hacia occidente. Es interesante ver cómo
Pericles se refiere a los “aliados” de Atenas con los eufemismos del
imperialismo: “la amistad”, “la libertad”: “También en lo relativo a
la generosidad somos distintos de la mayoría, pues nos ganamos los amigos no
recibiendo favores, sino haciéndolos.(...) Somos los únicos, además, que
prestamos ayuda confiadamente, no tanto por efecto de un cálculo de la
conveniencia como por la confianza que nace de la libertad” (40, 4-5). A la
lucha por la dominación de colonias y ciudades, Pericles la denomina “ganarse
amigos” y “una ayuda amistosa no por conveniencia sino por la confianza
propia de la libertad”.
“Afirmo
que nuestra ciudad es, en su conjunto, un ejemplo para Grecia, y que cada uno de
nuestros ciudadanos individualmente puede, en mi opinión, hacer gala de una
personalidad suficientemente capacitada para dedicarse a las más diversas
formas de actividad con una gracia y habilidad extraordinarias” (41, 1). En
este fragmento, el orador está empleando el tópico aristotélico de lo posible
e imposible en cuanto a las partes y el todo: aquello que es posible en el todo,
también lo es en las partes (Aristóteles, Retórica,
II, 19, 29-30). Es decir, si Atenas es virtuosa en diversas actividades, también
lo son los atenienses individualmente. El empleo de este tópico le permite al
orador abreviar el elogio de los soldados muertos que, en principio, era el fin
de este discurso. Esto lo dice el
propio orador una vez finalizado el elogio de la ciudad: “lo principal de este
elogio ya está dicho, dado que las excelencias por las que he ensalzado nuestra
ciudad son el ornamento que le han procurado las virtudes de estos hombres y de
otros hombres como ellos” (42, 2). Esta observación es una argumento
plausible para sostener nuestra hipótesis de que, si bien en principio el fin
de este discurso es elogiar a los muertos de la guerra, la verdadera finalidad,
entre otras, es intensificar la adhesión a los valores democráticos
atenienses. El elogio a los muertos y el consuelo a sus familiares es
desproporcionadamente breve y “frío” en comparación con el elogio de la
ciudad. Cuando el orador nos anuncia que pasará al elogio de los soldados caídos,
podemos ver que el elogio a los muertos en realidad es una exhortación a los
vivos: “Ninguno de estos hombres se acobardó prefiriendo seguir con el goce
de sus riquezas ni trató de aplazar el peligro con la esperanza de su pobreza,
de que conseguiría librarse de ella y se haría rico. Al contrario,
considerando más deseable el castigo al adversario que aquellos bienes...”
(42, 4) y más adelante: “Tratad, pues, de emular a estos hombres, y estimando
que la felicidad se basa en la libertad y la libertad en el coraje, no miréis
con temor los peligros de la guerra” (43,4).
En
42, 4 encontramos el fragmento más emotivo: “pensaron que era más hermoso
resistir hasta la muerte que ceder para salvar la vida; evitaron así la vergüenza
del reproche, afrontaron la acción a costa de su vida, y en un instante
determinado por el destino, en un momento culminante de gloria, que no de miedo,
nos dejaron.” En este fragmento, el orador se propone movilizar el pathos
del auditorio y el recurso que encontramos es la acumulación intensiva de
conceptos en gran medida significativos para el imaginario griego más
tradicional (muerte, vida, vergüenza, acción, destino, gloria, miedo) para
finalizar con una expresión eufemística (“nos dejaron”) en lugar de la
“patética” mención de la muerte. También
es utilizado el recurso de la amplificación para caracterizar el momento de la
muerte de los soldados: “en un instante determinado por el destino, en un
momento culminante de gloria”. Pericles
se propone provocar en el auditorio una admiración tal de los hechos descriptos
como para movilizarlo hacia la imitación de estas acciones.
Pericles
exhorta a resistir en la guerra a ciudadanos atenienses que se quejaban por
haber sido perjudicados económicamente y que comenzaban a pensar en una tregua.
El orador se sirve del elogio para postular ejemplos a los ciudadanos:
“Así es como estos hombres se mostraron dignos de nuestra ciudad; y es
menester que los que quedan hagan votos por tener frente al enemigo una
disposición que apunte a un destino más seguro sin consentir por ello ninguna
pérdida de audacia. No debéis considerar la utilidad de esta actitud (...) sólo
a través de las palabras de un orador que exponga todos los beneficios que
derivan de defenderse contra el enemigo; debéis contemplar, en cambio, el poder
de la ciudad en la realidad de cada día y convertiros en sus amantes” (43,
1). Además de la exhortación a los ciudadanos, en este fragmento encontramos
otros elementos interesantes. Pericles le dice al auditorio que tenga una
actitud audaz frente a la guerra “no (...) sólo a través de las palabras de
un orador”. Esta referencia a sí mismo es interesante pensarla en el contexto
de fuerte cuestionamiento ad hominem
contra Pericles. El orador dice al auditorio acerca de Atenas “convertiros en
sus amantes”. Esta expresión, la de “convertirse en amante de la ciudad”,
parece ser una expresión fosilizada que habitualmente era utilizada por los políticos
atenienses. Probablemente esta frase haya sido parte del lenguaje de madera ateniense, es decir, de aquella manera rígida de
expresarse ligada al lenguaje político oficial (Amossy-Pierrot, 2001:121). Es
un lugar común en el discurso político griego que el buen ciudadano sea un
“amante”de la polis, tópico que
podemos ver también en el diálogo de Platón Alcibíades
132 a. Encontramos esta expresión parodiada en la comedia Los Caballeros de Aristófanes cuando el personaje del morcillero le
relata a Demo, que representa al pueblo ateniense, cómo era engañado por los
políticos:
“Morcillero – En primer lugar,
siempre que alguien decía en la Asamblea: ‘¡Oh! Demo, estoy
enamorado de ti, te quiero y soy el único que cuida de ti y vela por tus
intereses’; siempre que alguien hacía este proemio, agitabas las alas y erguías
los cuernos.
Demo- ¿yo?
Morcillero-A cambio de esto, se iba
después dejándote engañado.
Demo- ¡Qué dices! ¿Me hacían
eso y no me daba cuenta?” [3]
Si
bien el “Discurso Fúnebre” de Pericles es un discurso epidíctico,
esperamos haber demostrado que puede ser considerado un discurso con fuertes
rasgos polémicos. Las distinciones aristotélicas de los géneros del discurso
no son obstáculos para el entrecruzamiento de rasgos que, en una visión taxonómica,
se mantendrían en compartimientos separados. Esta oración fúnebre tiene de
epidíctica su función más superficial, el elogio a los soldados muertos, pero
por debajo subyace su función argumentativa y polémica que no podría pasar
desapercibida en la medida en que se piensa este discurso en su específico
contexto de enunciación.
[1] Aristófanes, Las avispas, La paz, Las aves, Lisístrata. Edición de F. Rodriguez Adrados, Madrid, Cátedra, 1994.
[2] Eurípides, Tragedias, Madrid, Biblioteca Básica Gredos, 2000.
[3] Aristófanes, Comedias. Los acarnienses. Los caballeros. Madrid. Biblioteca Básica Gredos, 2000.
·
Amossy, R. y Herschberg Pierrot, A., Estereotipos
y Clichés, Buenos Aires: Eudeba, 2001.
·
Angenot, M., “Presupuestos/Topos/Ideologemas”,
(extraído de Angenot, M., La parole pamphlétaire),
Ficha de Cátedra de la materia Lingüística Interdisciplinaria, Cátedra
Elvira N. de Arnoux, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires.
·
Aristófanes, Comedias.
Los Acarnienses. Los Caballeros, Madrid: Gredos, 2000.
·
Aristófanes, Las
Avispas. La Paz. Las Aves. Lisístrata, Madrid: Cátedra, 1994.
·
Aristóteles, Retórica,
Madrid: Gredos, 2000.
·
Eurípides, Tragedias
I, Madrid: Gredos, 2000.
·
Maingueneau, D., “Interdiscurso”, Ficha de Cátedra
de la materia Lingüística Interdisciplinaria, Cátedra Elvira N. de Arnoux,
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
·
Mossé, C., Historia
de una democracia: Atenas (desde sus orígenes hasta la conquista macedónica),
Madrid: Ediciones Akal, 1987.
·
Perelman, Chaim y Olbrechts-Tyteca, Tratado
de la Argumentación, La nueva Retórica, Madrid: Gredos, 1989.
·
Tucídides, Historia
de la Guerra del Peloponeso, (Libros I-II), Madrid:Gredos, 2000.