ENSAYO EN TORNO A LAS APARIENCIAS Y LAS REALIDADES: NOTAS HISTÓRICAS DEL BRASIL

En Brasil, a principios del siglo XIX, se gestó una de las aristocracias más coherentes conocidas en toda América Latina. Ello significó un seguro para el avance hacia la enorme expansión territorial del país. Como así también significó la consolidación de la integridad territorial en un solo Estado Federal. Estos méritos, en gran parte, se debieron a que se consolidó un verdadero sistema institucional, que representaba con autenticidad a las fuerzas políticas y económicas (entonces como ahora, son partes de una misma cosa), que también se dió a la gigantesca tarea de conformar toda una nación brasileña. Para ello se supo comprender la realidad del Brasil y sus apariencias, junto a los consiguientes enormes peligros de disolución territorial, anarquías o conflictos internos, que no muchos son capaces de percibir dentro del contexto. Este pequeño ensayo histórico, busca humildemente, asentar una enseñanza capital para estos momentos de la Argentina de comienzos del siglo XXI: considerar el difícil arte de discernir entre apariencias y realidades.

Una interesante reflexión en torno a las apariencias y realidades se presenta en estas semblanzas sobre la vida de un polémico y contradictorio político de aquel siglo XIX: Bernardo Pereyra de Vasconcellos.

Las apariencias.

El senador Bernardo de Vasconcellos era paralítico. Era el más odiado dentro del senado aristocrático y vitalicio de entonces. Espantosamente feo, con una constante mueca de sufrimiento en la boca. La maledicencia le atribuía los peores vicios: peculado, tráfico de esclavos (aunque entonces era una institución en Brasil), incluso el incesto. Se decía de todo de él. El mismo emperador Pedro II nunca lo llamó a su Consejo, aunque siempre tuvo en cuenta las reflexiones de Vasconcellos.

Bernardo de Vasconcellos era un gran orador. Cuando apoyado en sus lacayos tomaba dificultosamente asiento en la tribuna, el decrépito se transformaba en un hombre lleno de fuego, el tabético se alzaba irradiando energía. Decía lo que pensaba en el tono más hiriente conocido jamás. Restallaban sus sarcasmos como latigazos dentro del recinto. Tenía gestos y burlas para acusar sin misericordia. No disimulaba sus errores, ni ocultaba verdades de su mezquindad. Tenía palabras irreparables para todos. Parecía deleitarse con las faltas ajenas como si fueran un equilibrio ante la injusticia de su maltrecho físico. No parecía importarle los dichos, ni el ambiente de repulsión que le rodeaba. "No cultivó la benevolencia de nadie, nunca tuvo la preocupación de agradar", dijo un contemporáneo. Se sentía fuerte en su soledad, no pretendía ni daba favores.

Detrás de estas apariencias, solo atribuíbles a la personalidad de un individuo, se escondían otros factores, que muy pocos tienen el don de saber captarlos. Uno de ellos era Paulino José Soares de Souza, vizconde de uruguai, canciller del Imperio, estratega genial en política exterior. Souza descubrió en Vasconcellos una gigantesca fuerza que lograría consolidar al Estado, en épocas que los peligros de secesión amagaban con desmembrar el territorio y evaporar a las instituciones de entonces (monarquía, senado aristocrático).

Las realidades

Los factores que Vasconcellos poseía en su prédica, tenían los pies bien puestos en la tierra (era dueño de enormes plantaciones) y daban base a su mayor objetivo para el Brasil, el gran ideal de su vida, que era echar abajo las reputaciones falsas y hacer una nación poderosa y respetada. Era absolutamente consciente de las debilidades del Imperio y abrogaba por restituir o construir fortalezas, a como diera lugar. Era un "conservador", pero a diferencia de los nuestros que del estado conservan muy poco rescatable y desmantelan todo lo útil. Vasconcellos, que era un auténtico político de su país, tenía claro los elementos que harían fuerte al Brasil.

En este sentido, tenía una idea fundamental, comprendía que la independencia económica de Inglaterra (entonces muy influyente y muy sutil) era más conveniente al Brasil de la era del café, que la independencia de Portugal lo había sido en los tiempos del azúcar (en Brasil se puede diferenciar las etapas económicas según materias primas: azúcar, oro, cacao, café, caucho). Esta comprensión de la realidad, con extraordinaria lucidez, ayudaría a articular los medios que resolvieron la consolidación del Estado: la independencia es la autonomía de criterios y por sobre todas las cosas, es la propiedad sobre el capital lo que da poder. Por ello había que defender a las instituciones nacionales para asegurar el dominio autónomo de las riquezas del país y con ello, sentar las bases del desarrollo. El sorprendente complejo industrial paulista, o las nuevas fábricas instaladas en Río Grande, y los megaemprendimientos como Carajás, tienen razón de ser gracias a la visión germinada en el siglo XIX. Nada es casualidad en este mundo.

Vasconcellos sabía que no bastaba el Grito de Ipiranga para crear un imperio dueño de su destino y de su progreso (riquezas): la comprensión de las fuerzas económicas y su juego internacional, no la poseen todos los políticos pagados de retórica y de prejuicios.

Apariencias y realidades

La máscara de payaso y perverso de Vasconcellos ocultaba un verdadero patriota. La burla del sarcástico escondía serias reflexiones. El "miserable mefistófeles del Brasil" -como fuera insultado en el Senado- erra mucho más que un polemista maligno y rencoroso: era un gran hombre de Estado, posiblemente el más completo que tuvo Brasil en su historia. La magnitud de una persona se mide en su influencia futura, difícilmente de ver en el contexto. Bernardo de Vasconcellos tiene su lugar en el presente del Brasil.

Apuntes de ARI-JXI Córdoba

Setiembre de 2002

Fuente: José María Rosa