Javier
Ricarte (31),Florencia Desiré (6) y Fernando Ribotta (61), unidos también
por compartir la misma escuela.
Integrar
la familia por estos tiempos de desuniones y acechanzas es todo un desafío.
Más aun cuando se intenta que la educación se constituya en un puente de
plata a través de tres alumnos representativos de tres generaciones que
concurren simultáneamente a un mismo establecimiento escolar: el abuelo,
la nieta y el padre de la niña.
Se trata de Fernando Ribotta de 61 años y de su
yerno Javier Ricarte de 31 que acuden diariamente al primer año nocturno
del Cenma 23 que funciona en la escuela Presidente Kennedy de Villa
Cabrera de esta ciudad. Por la tarde, la nieta de Ribotta, Florencia Desiré,
hija de Ricarte, ha iniciado a los 6 años el primer grado de la primaria
en ese mismo establecimiento educacional. Más allá de una simpática
coincidencia familiar, la originalidad del acontecimiento estriba, una vez
más, en el aserto de que nunca es tarde cuando de aprender se trata.
Ribotta, casado con María Josefina Cornejo, es el jefe de un hogar
formado por seis hijos y 12 nietos “y medio” como afirma orgulloso. A
su vez, Javier y Claudia Ribotta tienen cuatro hijos: Jhonatan, 11 años;
Florencia, 6; Fernando, 3 y Julián de 9 meses. Los abuelos viven bajo un
mismo techo con la familia Ricarte en Lartigau Lespada 3308 del Barrio
Poeta Lugones.
El abuelo, hincha furioso de Belgrano, trabaja en la Legislatura de la
Provincia desempeñándose como secretario de Organización del Sindicato
de Empleados Legislativos de Córdoba. Su yerno, seguidor fiel de
Instituto, es operario en una distribuidora de vinos y la vivaracha
Florencia, muy despacito pero con sonrisa pícara, aclara por si las
moscas que es partidaria de River Plate. La madre prepara el mate en la
cocina y el pequeño Fernando se sienta a la mesa comedor con las orejas
prestas y los ojos bien abiertos sin largar la mamadera ni por un
instante.
Sabor de hogar
El sol matinal del otoño cordobés es una bendición y sus rayos se
filtran por los rincones de la casa. La gata Pompóm, trepada a una
ventana se queda quieta detrás de Florencia que mira todo abriendo una
sonrisa que denuncia que los dientes de leche han empezado a ser recuerdo.
Y ante una pregunta se toma el tiempo necesario para confesar que en su
primer día de clase tuvo miedo. “Pero la señorita Susana es buena”,
aclara tras cartón.
Javier, un santafesino que terminó el primario en la provincia del
Litoral, asegura que no se quiere perder la oportunidad de volver a los
libros, previendo que al finalizar los tres años del secundario acelerado
apuntará hacia la electromecánica “o una especialidad que reclame el
mercado laboral”.
Fernando aclara que desde muy chico tuvo que trabajar (estuvo 20 años en
Renault y pasó por Fiat) para afirmar: “Siempre quise estudiar y hoy
veo que el Gobierno provincial anhela que la gente estudie. Es una forma
de definir una política educativa en Córdoba tratando de llenar las
aulas con un claro mensaje destinado a jóvenes y viejos”.
El yerno de Ribotta es apolítico (su suegro es justicialista militante),
pues considera que “los políticos se pasan el tiempo echándose la
culpa unos a otros y nunca se acuerdan de atender las necesidades primaria
de la gente. “Cuando voto, voto al candidato que me guste sin tener en
cuenta el partido a que pertenece y aunque soy optimista, el poder económico
en el país es muy fuerte. La vida tiene trabas pero es uno mismo quien
debe superarlas, por eso no me quedo con los brazos cruzados, sigo
apostando al futuro y no pienso irme de la Argentina”, subraya con
claridad.
Fernando interrumpe para agregar: “Si el hombre no tuviera optimismo
dejaría de existir, aunque he visto pasar mucha agua bajo los puentes.
Alsogaray decía que había que pasar el invierno y todavía estamos en
otoño”. Y apela a una canción de Atahualpa Yupanqui que decía: Malaya
triste destino la de los caballos argentinos. “Y acá la única
caballada que pone el lomo es la clase trabajadora”, advierte sin
eufemismos.
Augusto Argañaraz
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