Ciertamente Carlos es un bailarín sensacional,
estupendo, incomparable... mmmm... perdón... la palabra adecuada es
"glorioso". Ciertamente Carlos es un bailarín glorioso, y no caben
dudas que han suspirado, suspiran y suspirarán por él las mas
hermosas mujeres del club al verlo bailar, las mismas mujeres que le
retiran indignadas la mirada apenas se pierde el último paso
soberbio entre los aplausos del sol-do del final.
Mientras baila,
los hombres nos limitamos a admirarlo, porque Carlos está mas allá
de provocar envidia o celos. Carlos sólo pude ser admirado y nadie
es tan necio o tan ciego como para no hacerlo. Y Carlos
baila.
Es que Carlos,
entre otras cosas, es rengo, jorobado, miope, torpe, huele mal y se
ensimisma casi hasta el autismo en los momentos de silencio; pero
cuando escucha a Magaldi, a D'Arienzo, al Zorzal, a Sosa, se ilumina
y resplandece, encegueciéndonos con su danza maravillosa e
inimitable, haciéndonos creer que nunca ha existido o existirá un
bailarín de tango como él.
Pero al
finalizar la última pieza, al volver a casa, Carlos se retira tan
solo como vino, arrastrándose lastimosamente, cargando sobre sus
espaldas nuestras miradas miserables, que sólo ven a un sufrido tipo
rengo y medio ciego que nos entorpece la salida.
Pablo
Franchi

|