Desde siempre y para siempre,
la Argentina fue y será tierra de María Santísima.
Heredó de España su fervor mariano, y ese fervor fue
transmitido a través de las generaciones. Los grandes
hombres que forjaron nuestra Nación, han tenido entrañable
amor a la Madre de Dios, y lo han manifestado de mil
formas con viril ternura. Ellos han reconocido y
proclamado a María como Reina de este suelo bendito,
porque vieron con gozo patriótico, la predilección de la
Excelsa Señora por nuestra Nación. Vieron Su voluntad de
reinar en cada hogar, en cada pueblo, en cada provincia.
Reconocieron las gracias sin fin que derrama sobre quienes
a Ella acuden en los Santuarios donde se veneran sus
prodigiosas Imágenes, que coronaron solemnemente, en
tanto, junto con el pueblo fiel, dejaban a sus plantas
infinidad de obsequios de gratitud y amor.
Nada ni nadie
podrá quitar esta gracia que la bondad infinita de Dios
quiso concedernos. Es un privilegio que no merecemos, pero
que es innegable. María Santísima es la Reina de la
Argentina, Madre amorosa de todos sus habitantes, aún de
aquellos que la desconocen o la olvidan. Es la Generala de
sus Ejércitos, la Estrella que guía sus naves del mar y
del aire. Es la Protectora de sus campos, la Patrona de
sus caminos, de sus instituciones.
Cuando un
imperio orgulloso quiso adueñarse de estas tierras, e
implantar aquí sus herejías, tuvo que humillar su poderío
ante el cetro de esta gran Reina y Señora, que lo abatió
con el arma invencible de todos los tiempos: el Santísimo
Rosario.
Esta es tierra
de María, la bandera Argentina es un trozo de Su manto,
un regalo de Su Purísimo Corazón, una señal de Su
protección. Por eso nuestra bandera es la más bella, la
más pura, la más santa, porque esta bandera es el mismo
manto de María Inmaculada.
María Santísima
es la Reina de la Argentina. Quiso manifestamos Su Realeza
en la Imagen pequeña, sacrosanta y prodigiosa de Luján.
Eligió Ella misma esa Villa como sede de Su trono para
establecer Su Reino en nuestro corazones y en toda la
Patria. A su magnífico Santuario quiere que acudan todos
sus súbditos, sus hijos, para derramar sobre ellos toda
clase de gracias y bendiciones. Allí, a los pies de Su
trono de Luján, Pastores y Autoridades, y la Nación
entera, unida a los otros pueblos del Plata, le juraron
fidelidad y proclamaron ante la faz de la tierra Su
Patronazgo y Su Realeza.
Pero llegaron
estos tiempos aciagos. Estamos invadidos por el más crudo
materialismo; son tiempos de desorientación, de mentira,
de muerte. El pecado todo lo destruye o corrompe. Es
necesario elevar un clamor filial y confiado a la Dulce Señora,
recordar Su predilección para con nuestro pueblo, y
corresponder con verdadera conversión de costumbres. Los
mandamientos son pisoteados, imposible volver a ellos sin
la Gracia. Pero María Santísima, Medianera de todas las
Gracias, hará que nuestra sociedad argentina vuelva a
Dios, a condición de que cumplamos su pedido: el Santo
Rosario, la penitencia, la vuelta a la ley de Dios,
desterrando modas y costumbres abominables, a costa de
cualquier sacrificio.
Ella ha dado
gracias especiales para que de diversa forma, pero con un
mismo espíritu se trabaje por Su Reino en todos los ámbitos
del país. Son almas ignoradas, obras, hechos, que el
mundo no puede o no quiere ver. Unámonos todos a las órdenes
de María Santísima, Nuestra Señora; la victoria y la
paz han sido concedidas por Dios exclusivamente a Su
Inmaculado Corazón. A El está consagrada la Argentina y
Ella nos lo ha dicho: "Mi Corazón Inmaculado
Triunfará".
Unidos en el
Santo Rosario y en la adoración eucarística, volvamos
nuestros ojos y nuestros corazones a la Señora de Luján,
pero sin dejar de escuchar Su dulce mandato de siempre:
"Haced lo que El os diga".
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