Empezamos a darlas a conocer.
Naoko hace tan sólo cinco años
que recibió el Bautismo. Tiene
veinticinco de edad, pero si a ella se lo
preguntáis, dirá:
-Soy muy pequeñita, sólo
tengo cinco años.
Los que ha vivido en la
gracia y amor de Cristo. Su familia reside
en las hermosísimas montañas
llamadas los Alpes japoneses. Tiene cuatro
hermanas y un hermano; solamente la mayor
es católica y, felizmente, casada también
con un católico. Los de más familiares
son paganos. Naoko espera que el Señor
escuchará sus oraciones y con su entrega
y holocausto religioso alcanzará su
conversión.
Acabados sus estudios en su
villa natal, Samizu-Musa, quiso ir a Tokio
para estudiar medicina y dedicarse a curar
a los pobres, pero no obtuvo permiso por
el temor a los bombardeos, ya que eran los
tiempos de la guerra. Por este motivo se
quedó en Nagano, en el internado de las
MM. Esclavas del Sagrado Corazón, donde
pudo proseguir sus estudios y recibir la
instrucción del Catecismo. Pronto Naoko,
enamorada de la doctrina de Jesucristo,
pidió el Bautismo, y tras un año de
prueba y preparación, el Sábado Santo de
1948 entraba a formar parte de la Iglesia.
Al siguiente día, ¡la Pascua!, recibía
la primera Comunión y después la
Confirmación. Naturalmente, sin saberlo
sus padres por temor del disgusto. Se
trasladó al colegio de Yokosuka para
proseguir los estudios universitarios y
allí tomó contacto con las recién
llegadas MM. Escolapias y con su P. Capellán
el P. Feliciano Pérez, también escolapio
y que allí está abriendo brecha a la
futura gran Misión
calasancia.
Tuvo que volverse a casa,
entristecida por volver al ambiente pagano
y no poder de momento asistir a Misa, pero
se despidió diciendo:
-A pesar de todo, me siento
feliz. N o deseo otra cosa que vivir
oculta y sufrir por Jesucristo. Debo ser
santa, Madres. Sé que Dios me lo pide. Es
difícil, pero con Dios todo lo puedo.
Pronto dejaré mi casa e ingresaré en el
convento.
La vocación de Naoko se
afianzaba de día en día. Decidida a todo
por seguir a Cristo, aceptó con alegría
la proposición que le hizo la Madre
Provincial de ir a España para hacer su
noviciado. Cautivada por la gesta apostólica
de San Pablo y de su espíritu y del que
ha merecido que los Papas a él nos lo
comparasen, nuestro Javíer, su primer apóstol,
al ingresar en religión ha querido tomar
sus nombres y patrocinio. Por eso Naoko se
ha convertido en Sor Paula de San
Francisco Javier.
***
De
padres paganos, vino al mundo en una de
las islas de Hawai, la niña Patsy, el año
1930. Su vida ha sido azarosa: muchas
veces abandonó el archipiélago para
acompañar a sus abuelos maternos en el
Japón, para visitar a sus parientes que
residen en California. Cuando comenzó la
gran guerra, Patsy se hallaba en América,
Los adultos japoneses fueron internados en
campos de concentración, los niños tenían
que estar en el colegio. Ella recuerda
fielmente el día que concluyó la guerra,
era una coincidencia: el mismo día que
Javier llegó al Japón, la festividad de
la Asunción de Nuestra Señora.
Patsy quiso ingresar en el
internado de las Misioneras, de reciente
fundación, Maryscholl Sisters, aun que a
su madre no le agradaban por ser católicas.
Pero eran inglesas, que daban las clases
en japonés y para Patsy y su familia era
necesario el aprendizaje del inglés si
habían de permanecer en América.
Una vez en la escuela católica,
Patsy aprendió el primer grado del
Catecismo y se le abrieron tanto los
horizontes de alma que seguidamente pidió
el bautismo. Su mamá, por ser pequeña aún,
no se lo consintió, aunque lo hizo con su
hermana mayor. Siguió Patsy estudiando el
Catecismo a pesar de contrariar a su
madre. Por fin, al llegar a sus catorce años
y perseverar en sus ardientes deseos, le
fue concedido, tras dos años de preparación.
El 24 de diciembre de 1944, en California,
nacía a la vida de la gracia y aquélla
Nochebuena recibía la Primera Comunión,
feliz término de su adviento.
Entretanto,
llegaba por aquellas tierras, en plan
funcional de la Escuela Pía, el P. Pobla.
En sus infatigables ministerios encontró
almas deseosas de conseguir la perfección
evangélica y las cultivó con esmero.
Patsy sintió el llamamiento de Dios y
respondió con docilidad a la gracia. Con
heroica decisión dio un vuelo desde Los
Ángeles hasta el noviciado de Anderaz,
donde vive la vida de Nazaret en manos de
obediencia.
No se despidió siquiera de
sus padres, porque habrían impedido su
marcha. De sus hermanas más pequeñas ya
se habían hecho católicas dos; las otras
esperan a la edad competente para llegar a
serlo. Ella reza y se sacrifica pensando
en sus padres y en su familia toda. De
Dios espera esa gracia y colgada de la
Providencia vive firme en su esperanza.
Patsy ha venido a ser hoy día
Sor María Cristina de la Inmaculada.

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