REVISTA "ANHELOS Y ESPERANZAS
Nº 27 - Mayo de 1954
 
 
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DESDE EL JAPÓN AL NOVICIADO DE
MADRES ESCOLAPIAS DE ESPAÑA
 

  

En un altozano del risueño valle de Yeri -Navarra, España- hay un convento que parece superpuesto a un castillo medieval, y su recia cons trucción se destaca entre el verdor de tupidas coníferas. Allí tienen un nidal religioso las Madres Escolapias, donde cultivan sus vocaciones y las novicias se preparan para el apostolado de la docencia. El día de la Inmaculada de 1953 se desarrolló en dicha mansión una escena que no debe pasar en silencio. Varias postulantes toman el hábito y entre ellas dos japonesas, a quienes Javier ha llevado a su tierra para que luego vuelvan como misioneras Escolapias al Japón.
 
   Empezamos a darlas a conocer.
   Naoko hace tan sólo cinco años que recibió el Bautismo. Tiene veinticinco de edad, pero si a ella se lo preguntáis, dirá:
   -Soy muy pequeñita, sólo tengo cinco años.
   Los que ha vivido en la gracia y amor de Cristo. Su familia reside en las hermosísimas montañas
llamadas los Alpes japoneses. Tiene cuatro hermanas y un hermano; solamente la mayor es católica y, felizmente, casada también con un católico. Los de más familiares son paganos. Naoko espera que el Señor escuchará sus oraciones y con su entrega y holocausto religioso alcanzará su conversión.
   Acabados sus estudios en su villa natal, Samizu-Musa, quiso ir a Tokio para estudiar medicina y dedicarse a curar a los pobres, pero no obtuvo permiso por el temor a los bombardeos, ya que eran los tiempos de la guerra. Por este motivo se quedó en Nagano, en el internado de las MM. Esclavas del Sagrado Corazón, donde pudo proseguir sus estudios y recibir la instrucción del Catecismo. Pronto Naoko, enamorada de la doctrina de Jesucristo, pidió el Bautismo, y tras un año de prueba y preparación, el Sábado Santo de 1948 entraba a formar parte de la Iglesia. Al siguiente día, ¡la Pascua!, recibía la primera Comunión y después la Confirmación. Naturalmente, sin saberlo sus padres por temor del disgusto. Se trasladó al colegio de Yokosuka para proseguir los estudios universitarios y allí tomó contacto con las recién llegadas MM. Escolapias y con su P. Capellán el P. Feliciano Pérez, también escolapio y que allí está abriendo brecha a la futura gran Misión
calasancia.
   Tuvo que volverse a casa, entristecida por volver al ambiente pagano y no poder de momento asistir a Misa, pero se despidió diciendo:
   -A pesar de todo, me siento feliz. N o deseo otra cosa que vivir oculta y sufrir por Jesucristo. Debo ser santa, Madres. Sé que Dios me lo pide. Es difícil, pero con Dios todo lo puedo. Pronto dejaré mi casa e ingresaré en el convento.
   La vocación de Naoko se afianzaba de día en día. Decidida a todo por seguir a Cristo, aceptó con alegría la proposición que le hizo la Madre Provincial de ir a España para hacer su noviciado. Cautivada por la gesta apostólica de San Pablo y de su espíritu y del que ha merecido que los Papas a él nos lo comparasen, nuestro Javíer, su primer apóstol, al ingresar en religión ha querido tomar sus nombres y patrocinio. Por eso Naoko se ha convertido en Sor Paula de San Francisco Javier.

***

   De padres paganos, vino al mundo en una de las islas de Hawai, la niña Patsy, el año 1930. Su vida ha sido azarosa: muchas veces abandonó el archipiélago para acompañar a sus abuelos maternos en el Japón, para visitar a sus parientes que residen en California. Cuando comenzó la gran guerra, Patsy se hallaba en América, Los adultos japoneses fueron internados en campos de concentración, los niños tenían que estar en el colegio. Ella recuerda fielmente el día que concluyó la guerra, era una coincidencia: el mismo día que Javier llegó al Japón, la festividad de la Asunción de Nuestra Señora.
   Patsy quiso ingresar en el internado de las Misioneras, de reciente fundación, Maryscholl Sisters, aun que a su madre no le agradaban por ser católicas. Pero eran inglesas, que daban las clases en japonés y para Patsy y su familia era necesario el aprendizaje del inglés si habían de permanecer en América.
   Una vez en la escuela católica, Patsy aprendió el primer grado del Catecismo y se le abrieron tanto los horizontes de alma que seguidamente pidió el bautismo. Su mamá, por ser pequeña aún, no se lo consintió, aunque lo hizo con su hermana mayor. Siguió Patsy estudiando el Catecismo a pesar de contrariar a su madre. Por fin, al llegar a sus catorce años y perseverar en sus ardientes deseos, le fue concedido, tras dos años de preparación. El 24 de diciembre de 1944, en California, nacía a la vida de la gracia y aquélla Nochebuena recibía la Primera Comunión, feliz término de su adviento.

   Entretanto, llegaba por aquellas tierras, en plan funcional de la Escuela Pía, el P. Pobla. En sus infatigables ministerios encontró almas deseosas de conseguir la perfección evangélica y las cultivó con esmero. Patsy sintió el llamamiento de Dios y respondió con docilidad a la gracia. Con heroica decisión dio un vuelo desde Los Ángeles hasta el noviciado de Anderaz, donde vive la vida de Nazaret en manos de obediencia.
   No se despidió siquiera de sus padres, porque habrían impedido su marcha. De sus hermanas más pequeñas ya se habían hecho católicas dos; las otras esperan a la edad competente para llegar a serlo. Ella reza y se sacrifica pensando en sus padres y en su familia toda. De Dios espera esa gracia y colgada de la Providencia vive firme en su esperanza.
   Patsy ha venido a ser hoy día Sor María Cristina de la Inmaculada.

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